Cuatro lecturas de El sonido de la H
Magela Baudoin, reciente ganadora del Premio Nacional de Novela, y tres miembros del jurado ofrecen sus propias lecturas de la obra.
Sobre El sonido de la H
Magela
Baudoin
No
me siento muy ecuánime al referirme a El
sonido de la H. En estos días en que se me ha pedido que me pronuncie sobre
ella, he tenido que hacer el ejercicio de teorizarme, lo cual no es
necesariamente fiel a mi proceso creativo. Me parece, en este sentido, que
hacer un mapa de ruta de la novela es una trampa literaria que tiende a matar
al lector, a enanizarlo.
Las
lecturas le corresponden a él y mientras más preguntas tenga e interpretaciones
surjan, mejor. Amo los libros que quedan latiendo, aquellos con un sustrato
denso que no se pueden definir muy fácilmente.
Es
por ello que hallo más útil decir el tipo de literatura que me gusta que
definir la que eventualmente creo yo hacer. De manera que acá voy. Me gustan
los “lugares” mínimos; aquellos que funcionan como condensadores sociales, que
iluminan un tiempo y un espacio con un gesto, que muchas veces ni siquiera se
pueden definir conceptualmente por su complejidad pero que en cambio se pueden
sentir.
En
este contexto, me veo con frecuencia auscultando los extremos de los que son
capaces los personajes, en el borde de sus convicciones, en el filo del amor,
en el abismo de sus deseos. Por último, y tal vez acá sea donde más traté de
parecerme a lo que leo, me fascinan las novelas que habitan en la poesía.
“Negra, acabo de leer la novela ganadora
Arturo
Rico
En
general, es más difícil de lo que parece hacer, como jurado, un comentario
sobre la obra ganadora de un concurso, pues uno la ha evaluado (la ha tenido
que evaluar) entre muchas más, una tras otra, en un lapso de tiempo
relativamente breve, y las impresiones se entremezclan y la memoria no ayuda
para decir algo que realmente valga la pena.
Sin
embargo, a mí me pasó algo interesante con El
sonido de la H, recuerdo que después de leerla le dije a mi esposa “negra,
acabo de terminar de leer la ganadora del Premio Nacional de Novela de este
año”.
¿Por
qué? A ver.
Creo
que es destacable la manera en que aparecen en la novela ciertos gestos de
cultura literaria, cinematográfica, histórica, etc. O, como diríamos más
académicamente, el manejo de la intertextualidad en la novela.
Con
frecuencia (y esto ocurría, tal cual, en más de una de las novelas postulantes
al premio este año), este recurso es ejecutado con muy poca sutileza y hasta
con torpeza; quizás porque se considera valorable que un autor (más tratándose
de una novela) muestre una cultura rica y abundante, y entonces te lanzan en la
cara, como lector, un montón de referencias que muestran (o intentan mostrar)
que el autor sabe de historia, que ha leído mucho, que tiene una rica cultura.
El
caso de Magela en El sonido de la H
es francamente distinto. La autora juega con sus personajes, quienes juegan con
ese material versátil que aquí llamamos texto en su sentido amplio, sin buscar
lucimientos artificiales y como parte de su cultura, de su lenguaje, de su
forma de ser.
Otra
cosa destacable en esta obra es que es una novela sin banderas. Porque algunos
de sus personajes (uno de ellos, al menos, claramente) son perfectamente
susceptibles de portar alguna bandera posmoderna o posmodernista. Pero no, la
novela muestra, no demuestra. O, dicho, nuevamente, en términos más “técnicos”,
no se trata de una “novela de tesis” actualizada a los problemas sociales del siglo
XXI.
Finalmente,
quiero subrayar el ritmo de la novela. Porque algo que repetimos los del jurado
en nuestras reuniones es que El sonido de
la H se lee “de una sentada”. No es una novela larga, es verdad, pero no es
por eso que se lee con facilidad. Se debe más bien al ritmo ágil de la obra, un
ritmo que me recordó a Javier Velasco y su Diablo
guardián. Quizás les pase algo parecido.
Una novela que increpa
Wilmer
Urrelo
El
sonido de la H es una novela que
increpa, que deja mal parada a un tipo clásico de familia boliviana. Mar (una
adolescente que ya terminó el colegio y que está en ese proceso de “la búsqueda
de algo que hacer en la vida”, como se dice comúnmente) pone en entredicho a su
familia.
Una
familia tradicional, digamos, de la tradicional izquierda boliviana, de esa
izquierda mirista quizá, que salió de las aulas universitarias para pactar,
décadas después, ya en la década de los 90, con sus propios perseguidores.
Es
una crítica también a la figura paterna, esa que habla de derechos humanos y de
igualdad entre las personas, pero que en su casa, en lo más íntimo, tiene o permite
que se desarrolle el drama de una mujer, una lavandera para ser más exactos,
que es explotada y que parece ser invisible a los ojos de quienes supuestamente
“luchan” o “lucharon” por ella.
La
crítica ácida se la hace, en muchos casos, a través de algunas pinceladas de
humor. Me parece que el fuerte de El
sonido de la H es eso, cuestionar, criticar, poner en duda a una familia
supuestamente evolucionada, supuestamente moderna y demostrar que todo son sólo
palabras, que la hipocresía, la doble moral (práctica tan boliviana) puede ser
más grande que todos esos sueños.
Reconociendo un sonido
Homero
Carvalho Oliva
He
perdido la cuenta de las veces que he sido jurado de concursos de novela,
cuento y poesía. Las lecturas de las obras que se presentan a los concursos y,
naturalmente, mis lecturas cotidianas me han dado cierta experiencia en el
reconocimiento de un texto de buena factura y lo digo con humildad, pero con
convicción.
Puedo
decir que las obras que he elegido a lo largo de los años, que he tenido este
honor, siempre han estado entre las finalistas y la última versión del Premio
Nacional de Novela no fue la excepción: elegí tres y las tres fueron
finalistas.
Por
supuesto que no diré los nombres de las novelas que no tuvieron suerte, pero sí
que de las tres mi preferida fue desde un principio El sonido de la H. Me pareció un título muy literario y poético y la
leí con mucho interés y en ningún momento me defraudó, porque se trata de una
obra muy bien escrita, en la que se nota un buen tratamiento del lenguaje, de
los diálogos, de las descripciones de lugares y cosas y de la estructura
narrativa.
Si
bien, la columna vertebral de la novela son las voces de dos adolescentes, no
faltan otras voces para darle sentido y proyectar a las anteriores. Además, hay
un juego irónico de las posiciones políticas desde distintas miradas:
juveniles, adultas y envejecidas.
La
novela se va construyendo y deshaciendo con estos diálogos y era obvio que la
mirada pertenecía a una mujer, en eso coincidimos todos los miembros del jurado
y la pregunta que se instaló en el aire fue adivinar de quien se trataba.
Nadie
de los jurados se animó a sugerir algún nombre, pero en nuestras cabezas
jugábamos con algunas alternativas. Grande fue mi sorpresa y mi emoción cuando
al día siguiente, Pablo Groux, ministro de Culturas, después de abrir la plica
anunció el nombre del ganador, en este caso de la ganadora: Magela Baudoin.
Al
escuchar el nombre comprobé que no nos habíamos equivocado, pues la autora es
una escritora que trabaja la palabra con una pasión y una tenacidad que solo
las mujeres decididas poseen.
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