jueves, 18 de diciembre de 2014

Lector al sol

El anticuario


Reseña –positiva, entusiasta- de la primera novela del peruano Gustavo Faverón.



Sebastián Antezana

El anticuario es la primera novela de Gustavo Faverón (Lima, 1966), escritor y crítico literario a quien conocí –como muchos otros– a través de su ya desaparecido blog personal (puenteaereo.blogspot.com), un espacio interesante de reflexión sobre política y literatura.
Se trata, en primer lugar, de una buena primera novela, una historia cerebral y llena de referencias literarias e históricas que la hacen un aparato resistente a múltiples interpretaciones y que ha tenido bastante resonancia -buenas críticas y varias traducciones- en estos últimos años.
¿La historia, a grandes rasgos? Entre verdades a medias y distintas versiones, es la de Gustavo y Daniel, dos amigos que desde la juventud en la universidad -de una ciudad que, se presume, podría ser Lima- llevan una vida de gustos compartidos por la lectura y los libros -eventualmente, Daniel se transforma en anticuario y coleccionista de ejemplares raros y Gustavo es lingüista.
El conflicto se presenta temprano, desde la primera página en la que se ve que Daniel asesina a su novia, Juliana, de 36 puñaladas. Tras quemar el cuerpo y tratar de suicidarse de un balazo, Daniel es recluido en una clínica psiquiátrica y Gustavo, afectado por las acciones de su amigo, se aleja.
En adelante, El anticuario está dividida en capítulos narrados por Gustavo -a quien tres años después del asesinato de Juliana lo sorprende una llamada de Daniel desde la clínica en la que está recluido-, otros en los que se narran las experiencias del propio Daniel y otros, finalmente, en los que se narran episodios de la violencia política que vivió Perú en las décadas de los 80 y 90.
Un motivo destacado del libro es su forma de trabajar la clínica -tanto la clínica psiquiátrica en la que está recluido Daniel tras el asesinato, como la clínica como figura de control; digamos, la clínica foucaultiana- y su capacidad, de doble filo, de proteger y someter a los cuerpos, de curar y enfermar por la palabra. En ese núcleo del biopoder, Daniel, el asesino, el loco -y el eventual anticuario-, es el encargado de contares a los demás pacientes que comparten su encierro historias que remiten a un amplio espectro de referencias, seduciéndolos y controlándolos, quizás de forma involuntaria.
Sin embargo, el motivo más destacado en El anticuario es la repetición, la aparición de motivos recurrentes, de figuras que se reiteran constantemente. Por ejemplo: la recurrente violencia de Daniel y su aparente culpa de uno, dos y hasta tres asesinatos; la incidencia -de gran belleza, gracias a una narración preciosista- de un incendio que consume, primero, la casa de la niñez de Daniel, y después un espacio crucial al final de la narración; la figura repetida de la ciudad, laberinto en espiral que se construye cerrándose sobre sí misma en círculos concéntricos y cerrándose sobre sus habitantes. Estas recurrencias remiten necesariamente a otro campo.
El abc de la teoría del trauma -que empieza con Freud- señala que alguien que experimenta un trauma, pese a que eventualmente aparente sobrepasarlo, en realidad vuelve a él de forma compulsiva, incesante, inescapable. Eso porque la compleja naturaleza del trauma hace que solo sea posible vivirlo de forma repetida. Podemos ver ejemplos en casos como los del estrés post traumático en soldados, víctimas de guerras y torturas, víctimas de accidentes, etc.
En el núcleo de la experiencia del trauma reside una repetición, tenaz, incansable, a través de los actos inconscientes del sobreviviente e incluso en contra de su voluntad, en un proceso de neurosis traumática que se traduce en la recreación de un evento que el sobreviviente simplemente no puede dejar atrás -en el caso de Daniel, este evento es el asesinato de Juliana-.
Eso porque el trauma siempre es un evento que se experimenta demasiado inesperadamente, demasiado rápido, como para ser procesado o reconocido, y por lo tanto no es algo que ocurre de forma consciente sino hasta que vuelve, en forma de actos repetidos y pesadillas, a la vida del sobreviviente.
Este es el caso de los personajes de El anticuario, sobre todo de Daniel, víctima traumática de su propia violencia que termina recluido en un psiquiátrico, incapaz de superar el motivo de su locura porque el trauma es, en esencia, insuperable. Y pese a ello, mediante un proceso que le corresponde descubrir al lector, eventualmente Daniel se transforma en lo que anuncia la novela desde su título, en un anticuario.
Pero la redención es solo aparente pues, por definición, un anticuario trabaja casi exclusivamente con el pasado, se consagra al tiempo ido y a sus objetos como si descubriera en ellos pistas que le hablaran de la trayectoria del mundo. En el caso de Daniel, al hacerse anticuario, no solo descubre que ese pasado que recata del olvido es sobre todo una instancia terrible, marcada por violencias políticas y un odio fratricida, sino que confirma que toda historia -sobre todo la Historia- es la historia de un trauma.  
En la novela, Faverón hace gala de un estilo detallista, envolvente, cuidadoso al extremo del puntillismo, no carente de cierta pretensión poética y que sale airoso cuando se trata, por ejemplo, de describir las consecuencias brutales pero no carentes de belleza de un incendio, o como cuando revisa maquinarias cinematográficas hace mucho descontinuadas.
La escritura de El anticuario crea y trabaja un lenguaje complejo, a veces arduo, otras onomatopéyico, casi académico, amoroso, violento, un lenguaje construido a propósito para confundir, para dar rodeos, para moverse en varias direcciones, nunca en línea recta, para crear imágenes, versiones de la historia y personajes que muchas veces terminan siendo fantasmas, pero que se desvanecen cada vez con más virtuosas y deslumbrantes piruetas, que seducen, domestican y dejan cicatrices.

El anticuario no es solamente una novela sobre las distintas formas y funciones del arte de narrar, es una novela sobre las distintas formas, funciones, disfraces y alcances del lenguaje. 

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