jueves, 11 de diciembre de 2014

El chicuelo dice

Cuando algún día en el cielo de los perros

 ¿Crónica? ¿Ficción? Uno más de los inigualables textos de Wilmer Urrelo. A disfrutar, primero, y tratar de leer entrelíneas, después.

Fotografía de Raúl Valda.

Wilmer Urrelo 

Canta corazón / ríe corazón / no estés triste…
Canta corazón, Los Bybys.


Miren que cuando algún día en el cielo de los perros…, y ahora qué, Chicuelo, ¿otra vez con tus tonterías? Es que el otro día soñé con el cielo de los perros. ¿No les interesa saber cómo es? Bueno, te escuchamos, y a ver si dejas de escribir burreras, ¿no te das cuenta que la gente se está cansando de vos? Y qué con eso, que se aburra, a mí “no me importa lo que diga la gente”, como apunta la canción.
Ya que el silencio otorga, ahí va: un lugar lindo, me refiero al cielo de los perros. Muy lejos de este nuestro mundo. Ese es el cielo de los perros. Ahí puedes celebrar tus cumpleaños todos los días. En el cielo de los perros nadie te llamará o te felicitará sólo por obligación. La hipocresía no existe en el cielo de los perros.
En el cielo de los perros viven las gelatinas de todos los colores y los pasteles enormes rellenos de dulce de leche. Ahí, en el cielo de los perros, puedes ser un niño o una niña de nuevo. Puedes creer, una vez más, que el mundo es sencillo, puedes sacarle la lengua al Presidente sin que te acusen de desacato y por aquel detalle hasta pueden darte el Premio Nacional de Cultura de los Perros.
En el cielo de los perros puedes dormir a cualquier hora y al despertar siempre encontrarás un costal repleto de pasankallas de colores. Y podrás, en el cielo de los perros, tomar toda la Inka Cola del mundo sin que los de la onda naturalista (o la dictadura naturalista, más bien) te miren feo. Dulce y amarillenta Inka Cola con pasankallas de colores, así de bonito y de justo y de democrático es el cielo de los perros.
El cielo de los perros, lo soñé, no les estoy mintiendo.
Ahí Dios no se aparece y si por error se da una vuelta con esas ínfulas electorales puedes espantarlo con tu espada de ninja. Y si insiste en llevarte a su cielo entonces un perro chapi le morderá los tobillos o el fundillo de su celestial túnica. Así de justo es el cielo de los perros, para que lo sepan desde ahora.
Ah, el cielo de los perros no está en las nubes como el otro cielo sino que está dentro de las nubes. Por eso hay muchos cielos de los perros y no uno solo. En el cielo de los perros nunca estarás triste porque ahí ya habita hace poco Chespirito y construye una casa enorme. “Canta corazón / ríe corazón / por la vida”.
Olvidarás también a la gente que te hizo daño. Y comerás salteñas y asados y papas fritas. En el cielo de los perros quienes gobiernan son los perros, obvio. Y ellos dictan las leyes de acuerdo a cómo eres. Por eso hay una ley para cada persona. No somos iguales, eso es una mentira políticamente correcta y esas vainas están prohibidas en el cielo de los perros.
En el cielo de los perros vive José María Arguedas en una casa azul de puertas amarillas y, si quieres, puedes acercarte, llamar y preguntarle por qué se mató. José María Arguedas, quien además es el organizador del Premio Zumbayllu de Todos los Cielos de los Perros (los arguedianos me entenderán).
En el cielo de los perros, lo soñé, el Facebook y el Twitter están prohibidos porque… bueno, porque es el cielo de los perros y no la Tierra. Si deseas comunicar algo a alguien lo escribes en las nubes (es que hay nubes dentro de las nubes). Puedes escribir: “¿Cuándo volverás? O mejor dicho: ¿volverás?”, “¿Dónde te mando los libros de cine que te compré?”.
Y si el destinatario o la destinataria no lee tus mensajes o simplemente los ignora entonces uno de los perros correrá llevándolo en su collar fosforescente. En el cielo de los perros las enfermedades extrañas y el dolor que traen éstas no existen. Están prohibidas bajo pena de muerte (es decir, la guillotina). La guillotina, tan linda, tan severa, tan limpia y tan necesaria en todas las épocas, esa misma, está levantada en plena plaza Burrillo (no es un error de dedo, ojo, así se llama). La guillotina, lista, dispuesta a corregir el mundo. O mejor: lista ya para ponerle un matiz colorido, que tanta falta hace.
En el cielo de los perros sólo existe la cumbia y la risa y ahí palpita el secreto de la vida, que, como decía José Asunción Silva (quien vive en una casita púrpura de un solo piso) es el siguiente: “…yo sé de varios sitios llenos de helechos / y de musgos verdosos donde hay poesía”.
Sí, definitivamente el cielo de los perros es la poesía. La poesía del cielo de los perros está en los helechos y en los musgos verdosos y dentro están los perros y su amistad sincera y los ladridos de felicidad cuando llegas a casa y verlos estirarse cuando se despiertan por las mañanas. Ese es el cielo de los perros, un lugar donde sólo van los que aman a estos animales y aquellas personas que se ríen del poder y de los sapos y de las culebras que se comen los que están atrapados por él (el poder).
En el cielo de los perros el algodón de azúcar es súper gratis y nunca se acaba y las manzanas acarameladas, al final de comerlas, siguen siendo acarameladas y no amargas como en la Tierra. En el cielo de los perros puedes ir a la lucha libre todos los domingos y, al salir, te regalan una máscara de El Santo o un afiche del Perro Aguayo con autógrafo y todo. Autógrafo que a la letra dice: “A mi gran amigo el Chicuelo, con cariño, el Perro Aguayo. ¿Cuándo vendrás a comer a casa?”.
En el cielo de los perros los perros duermen sobre las nubes y puedes jugar con ellos hasta cansarte.
Ese es el cielo de los perros. Existe. Se los juro. Lejos de la gente, de los humanos y de su intrascendencia poética.

¿Se dieron cuenta de lo que quiero decir o ladro una vez más?

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