jueves, 4 de diciembre de 2014

El último mestizo

El escritor moderno


El autor reflexiona en torno a los incidentes extraliterarios del Festival Internacional de Literatura Santa Cruz de las Letras.



Manuel Vargas

Tengo que hablar de cosas feas. O sea, qué macana. Un gato se ha metido en mi biblioteca, y por querer sacarlo, me ha desordenado los libros, justo en el rincón de la literatura boliviana. Lo único que espero es que, además, no se haya hecho pis o cosas peores en algún rincón de mi templo tan querido y estimado.
Y esto que les cuento, no es nada simbólico ni con segundas intenciones, señores. Era un gato real, desconocido, salvaje y sucio como todo gato que se respete.
Bueno, en realidad, no es de esto de lo que quiero hablar. Pónganlo entre paréntesis y vamos al grano.
Este año que acaba, en Bolivia han estado de moda los escritores. Se habla de sus libros como un producto cultural de importancia, aunque tal vez no tanto como la música y el baile, que además tienen una importancia económica. ¡Pero los escritores, especialmente los vivos, están de moda! Publican libros, asisten a las ferias, reciben premios y reconocimientos. Se reúnen en congresos y se lo anuncia por los periódicos. Primero fue en Sucre, después en Santa Cruz, adonde llegaron, inclusive, famosos del extranjero.
O sea que, es de buen gusto y de buen nivel, invitar a algunas estrellas del mundo. Da estatus a la ciudad que los alberga y a los anfitriones. Aunque al final no lleguen todos. Pero sus nombres suenan como campanas. Hasta pueden haber sido más importantes que un cantante, con masas que les aplauden. A un escritor que se respete, lo busca gente especial, la amiga de los libros, y hasta paga sus pesitos para ir a verlo en carne y hueso. Sí, pues, sigo hablando de Santa Cruz de las Letras, como muy acertadamente se nombró a este evento.
Si no hubiera pasado lo que pasó, hasta se habría llegado a la conclusión de que, ¡por fin!, al escritor se le da la importancia que merece. Se le adula, se le paga y se paga por verlo, pues lo merece. Bolivia está al nivel de cualquier país culto y no sólo los políticos hacen propaganda de las brillantes obras de infraestructura como signo de la bonanza económica.
Pero algo ocurrió que arruinó la fiesta. Que algunos de los escritores invitados decidieron salirse del libreto: hablar no de los libros y la cultura, sino de política. Qué cosa más fea. (Eso de comenzar hablando del gato pulguiento parece que fue intencional, o me viene como anillo al dedo). Y nada menos que de política internacional, y nada menos que en contra de Cuba. Y dichos autores eran de Cuba. Gran error de haber invitado a estos escritores, el Imperio se nos metió por la ventana. Los escritores deben hablar de literatura, así como la Iglesia debe hablar de la salvación de las almas. Si no, pueden causar ciertos desequilibrios y confusión entre los fieles y las inocentes palomitas.
Entonces, ocurrió la censura. En estos tiempos tan modernos y democráticos. Se les dijo, se les aconsejó, se les señaló a estos aguafiestas que hay temas que pueden causar malestar o confusión en un medio en que se debe hablar del arte literario y no de otra cosa.
Pero, señores, es que estamos mezclados. Es que la realidad es fea, no siempre se acomoda a nuestros deseos y a los deseos de las instituciones y de quienes ponen la plata. Un escritor puede meter la pata. Un escritor puede ser un mal tipo, independientemente de que sea un buen o mal escritor literariamente hablando. Un escritor puede ser manejado por el Imperio, así como por las fuerzas del bien. Un escritor no es libre, aunque ya quisiera serlo. Un escritor es un ser humano como cualquiera. Es un héroe o un pobre diablo.
Cuando los niños me preguntan por qué quise ser escritor, les respondo diciendo que “cuando tenía la edad de ustedes me gustaba la idea de viajar y hablar muchas lenguas”. Y ahora puedo decir que viajé bastante, en términos relativos, me tomaron fotos que a veces publico, y me gusta escuchar las voces del aire, aunque no las hable.
Qué bonito. Pero no, no había sido nada de romántico todo esto. Los escritores, como todos los seres humanos que pueblan este mundo, además de inteligentes y buenos tipos, habían sido asimismo personas mezquinas, figuronas, que más que gustar un libro o un atardecer, prefieren, por ejemplo, salir siempre en la foto, si no degustar las migajas del poder. Aunque para ello pierdan la libertad de decir no al mundo. Pues, como tantos, especialmente en este país inexistente, hemos sido aleccionados para decir siempre sí al poderoso. Y si dices no, pues te vas, no existes, ya no me simpatizas.
Y ahora tengo que decir que no soy capaz de ignorar a la gente de mi gremio. Hasta debo decir que algunos de ellos son mis amigos y no tengo por qué enojarme, que son unos tales por cuales, pero no hay por qué guardarnos rencor. Y debemos saludarnos amablemente, pues finalmente ¿quién soy yo para sentirme diferente?
Tengo que decir que no pasa nada. Nada importa. Se acabaron los santos y los profetas. Lo importante es escribir la obra y ser profesional y viajar y asistir a los congresos y relacionarse con el mundo y decir sí. Es decir, callarse, no opinar de esas feas cuestiones de política que pueden causarnos molestias en el camino del éxito.
Que se quemen unos cuantos, que opinen los que están obligados a hacerlo. Que Homero y Ramón defiendan su posición, y los demás miramos de palco. Seguramente tenemos nuestra opinión, ¿pero para qué hablar de cosas tan pedestres? ¿Y qué importa lo que diga o deje de decir un escritor, que nunca ha tenido una real parte en este negocio, ni le interesa?
Sin embargo, como ya lo dijo una comentarista de Santa Cruz, Maggy Talavera, ha quedado una molestia y una preocupación. Que nuestra sociedad acepte como normal la existencia de la censura. (“La censura se nos está metiendo en los genes”, escribió en el periódico El Deber). Como parece asimismo normal, o invisible –el añadido es mío–, el inmenso negocio del narcotráfico y del contrabando, la violencia y la pobreza, o la costumbre de no hacer caso a las leyes y la poca vergüenza de los nuevos poderosos.

Mientras tanto, nosotros escribimos cuentitos, puros, delicados y correctamente escritos. A la moda. Vivimos otros tiempos. Tenemos que conquistar los mercados del exterior. Tenemos que ser escritores profesionales y modernos para estar a la altura de las grandes capitales de la cultura. ¿Para qué volver al pasado pesado, a las “preocupaciones sociales” superadas, cuando los escritores se dedicaban a perorar y quejarse del mal del mundo? O sea, qué macana. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario