La interminable guerra de las razas
Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.
Aldo Medinaceli
No deberíamos estar hablando de esto. No ahora, porque ya
debería ser un asunto superado como la lucha contra la viruela. Pero claro, eso
queda en una añoranza ideal ante la contundencia de los hechos.
El título de esta película podría interpretarse como una
reminiscencia de los rituales aztecas o como un acuerdo no escrito entre las
pandillas de todas las ciudades: Sangre
por sangre.
Después de su estreno en 1993 sucedió –en un ritmo menos
eufórico pero sostenido– lo mismo que había generado algunas décadas atrás la
mítica Rock around the clock, aquella
película que promovía más que ninguna otra los valores o antivalores del rock
& roll, sus pasos desaforados y la búsqueda de liberación sexual en varios
países del mundo, y era para muchos una afrenta casi diabólica contra las
costumbres más conservadoras.
Sangre por sangre
influyó en Latinoamérica desde el norte –la frontera con Estados Unidos, lugar
donde fue filmada– hasta los países más alejados del cono sur. En Bolivia
aparecieron cientos de grafitis sobre los muros paceños y otras ciudades que
hablaban de los Tres Puntos o de la Onda. Varias pandillas pugnaban por
llamarse los Vatos Locos y los apodos de Miklo, Paco o Big-Al empezaron a
hacerse más frecuentes.
Para quienes no habían visto la película todo eso
significaba una extraña e inexplicable moda enajenante que venía “del norte” o
tal vez producto de alguna inspiración por el “uso de drogas” que la juventud
consumía. Pero el asunto no era tan simple.
La película también promovía un amor propio profundo y
cierta reivindicación colectiva del espacio como territorio e idioma, todo esto
junto a una nueva moda en vestimenta chicana, improvisaciones de hip hop y
hasta concursos de baile. Aunque la banda sonora del filme fuera el saxofón
psicodélico y desaforado de John Coltrane.
La historia de Sangre
por sangre se desarrolla en el lado este de Los Ángeles, una de las
ciudades más grandes del mundo, llamada la capital de los latinos en Estados
Unidos, tal vez porque antes de la guerra de división fuera territorio
mexicano, y donde hoy en día cinco de cada diez personas provienen de
Latinoamérica, y existe un encuentro cultural con más fuerza que en otros nodos
como Queens o las playas de Miami. De allá provienen grupos tan variados como
Metállica, Cypress hill o Guns & roses, solo por mencionar algunos.
La versión original de la película estaba en spanglish pero
los mismos actores se encargaron luego de hacer el doblaje a un castellano
lleno de juegos verbales. Se podría decir que uno de los principales personajes
es precisamente ese idioma tan vivo, colorido y camaleónico que parecería haber
nacido codificado para que los agentes de frontera jamás lo comprendieran.
La película es adictiva y quienes la han visto conocen de
memoria diálogos completos, giros y respuestas de triple sentido que son
utilizadas en diferentes situaciones.
¿Qué tenía Sangre por
sangre para que millones de adolescentes la vieran una y otra vez sin
cansarse de sus escenas y momentos más intensos? Tal vez se debía a una abierta
respuesta al distrito más conocido de Los Ángeles: Hollywood, aquella máquina
de sueños y –al mismo tiempo– industria de estereotipos y happy endings.
Sangre por sangre
tenía poco que ver con las producciones hollywoodenses pese a ser vecinos. Al
contrario, se convirtió en una de las primeras representaciones a gran escala
de aquel espacio tan conocido en las comunidades latinoamericanas: el Barrio,
con sus vecindades amplias, familias disfuncionales y niños criados por
abuelas, o que se van a vivir a donde sus tías porque los padres están
trabajando, o jamás regresaron de la fiesta.
Los protagonistas de la película son tres primos que al
mismo tiempo se reconocen como hermanos, carnales: Paco, Miklo y Cruz.
Alguna vez se dijo que la película promovía la violencia, el
uso de drogas y armas de fuego, o que convertía el anhelo de ingresar en
pandillas como una nueva y distorsionada versión del american dream. Se le acusó de poseer una visión excesivamente
racial de la vida en Estados Unidos, porque de eso se trataba al fin: de una
guerra de razas.
En la película los hispanos o latinos son llamados mojados,
los negros o afrodescendientes son mal denominados macacos y los blancos son
etiquetados como los osos polares. El mundo y sus lógicas se ven reducidos a lo
que ocurre al interior de la cárcel en San Quintín, donde todos pugnan por
poder territorial, racial y económico.
No deberíamos estar hablando de esto, es cierto, pero cuando
se oye que la Policía disparó una vez más a un niño de 12 años, solo por
sospechar de él por su origen racial, cuando el debate en varias ciudades pareciera
ser cómo evitar que la Policía continúe ejercitando formas de abuso debido a
prejuicios, o cuando el principal y torpe argumento en problemáticas complejas
recae en este típico lugar común, entonces el tema principal de Sangre por sangre recobra una triste
actualidad.
La escena en cuestión es la última en la que Paco y Cruz
regresan después de varios años a ver el mural que está cerca de su barrio. En
la pintura inmensa aparecen ellos mismos junto a Miklo. El primero es ahora un
disciplinado policía que lucha contra los narcos. El segundo es un pintor
recuperado de una adicción a la heroína y expone en grandes galerías: “un
amante y no un soldado”; y el tercero está en la cárcel de San Quintín
liderando al clan más grande de cocaína de esa parte de California.
Frente al mural, se dan cuenta de que no hay nada escrito
encima, lo que interpretan como una señal de respeto. Hasta que Paco –el
policía que todavía no sabe bailar– dice lo que en realidad ve allí: “Una
fantasía, un sueño, a tres vatos locos buscando algo que no existía”.
Y por primera vez se miran a los ojos frente a frente con su
hermano. “¿Te crees muy chingón?”, le pregunta Cruz.
Después pronuncia en un castellano clarísimo, sin filtros en
las consonantes ni asomo de duda en las vocales, como si nunca hubiera cruzado
la frontera y ese diálogo ocurriera en cualquier esquina de cualquier barrio: “Teníamos
algo más importante: familia”.
Entonces sucede el click acerca del por qué el filme
promueve tanta afectividad, por qué miles de adolescentes conocen de memoria la
historia de estos tres personajes que han decidido caminar por rutas tan
diferentes.
“Eso es lo que somos, tres vatos locos repletos de
carnalismo; tratando de sobrevivir en una pinche zona de guerra”, agrega
Crucito, traduciendo el sentimiento de miles de habitantes de villas y laderas
de varios países. Por último, le dice que aunque odie a su primo por volverse
narco, jamás podrá dejar de quererlo, porque están conectados.
En la escena final el plano elevado muestra a Paco y Cruz
bromeando y luego la cámara se aleja cada vez más hasta que sus siluetas se
vuelven diminutas, mientras los rascacielos crecen en medio de las autopistas
circulares sobre las que automóviles acelerados se dirigen hacia el centro de
Los Ángeles, donde en verdad se desarrolla la frenética búsqueda de poder y
control en un sistema que hasta hoy sigue teniendo género, color y procedencia
establecidos.
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