jueves, 11 de diciembre de 2014

Las escenas

La interminable guerra de las razas

Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.


Aldo Medinaceli

No deberíamos estar hablando de esto. No ahora, porque ya debería ser un asunto superado como la lucha contra la viruela. Pero claro, eso queda en una añoranza ideal ante la contundencia de los hechos.
El título de esta película podría interpretarse como una reminiscencia de los rituales aztecas o como un acuerdo no escrito entre las pandillas de todas las ciudades: Sangre por sangre.
Después de su estreno en 1993 sucedió –en un ritmo menos eufórico pero sostenido– lo mismo que había generado algunas décadas atrás la mítica Rock around the clock, aquella película que promovía más que ninguna otra los valores o antivalores del rock & roll, sus pasos desaforados y la búsqueda de liberación sexual en varios países del mundo, y era para muchos una afrenta casi diabólica contra las costumbres más conservadoras.
Sangre por sangre influyó en Latinoamérica desde el norte –la frontera con Estados Unidos, lugar donde fue filmada– hasta los países más alejados del cono sur. En Bolivia aparecieron cientos de grafitis sobre los muros paceños y otras ciudades que hablaban de los Tres Puntos o de la Onda. Varias pandillas pugnaban por llamarse los Vatos Locos y los apodos de Miklo, Paco o Big-Al empezaron a hacerse más frecuentes.
Para quienes no habían visto la película todo eso significaba una extraña e inexplicable moda enajenante que venía “del norte” o tal vez producto de alguna inspiración por el “uso de drogas” que la juventud consumía. Pero el asunto no era tan simple.
La película también promovía un amor propio profundo y cierta reivindicación colectiva del espacio como territorio e idioma, todo esto junto a una nueva moda en vestimenta chicana, improvisaciones de hip hop y hasta concursos de baile. Aunque la banda sonora del filme fuera el saxofón psicodélico y desaforado de John Coltrane.
La historia de Sangre por sangre se desarrolla en el lado este de Los Ángeles, una de las ciudades más grandes del mundo, llamada la capital de los latinos en Estados Unidos, tal vez porque antes de la guerra de división fuera territorio mexicano, y donde hoy en día cinco de cada diez personas provienen de Latinoamérica, y existe un encuentro cultural con más fuerza que en otros nodos como Queens o las playas de Miami. De allá provienen grupos tan variados como Metállica, Cypress hill o Guns & roses, solo por mencionar algunos.
La versión original de la película estaba en spanglish pero los mismos actores se encargaron luego de hacer el doblaje a un castellano lleno de juegos verbales. Se podría decir que uno de los principales personajes es precisamente ese idioma tan vivo, colorido y camaleónico que parecería haber nacido codificado para que los agentes de frontera jamás lo comprendieran.
La película es adictiva y quienes la han visto conocen de memoria diálogos completos, giros y respuestas de triple sentido que son utilizadas en diferentes situaciones.
¿Qué tenía Sangre por sangre para que millones de adolescentes la vieran una y otra vez sin cansarse de sus escenas y momentos más intensos? Tal vez se debía a una abierta respuesta al distrito más conocido de Los Ángeles: Hollywood, aquella máquina de sueños y –al mismo tiempo– industria de estereotipos y happy endings.
Sangre por sangre tenía poco que ver con las producciones hollywoodenses pese a ser vecinos. Al contrario, se convirtió en una de las primeras representaciones a gran escala de aquel espacio tan conocido en las comunidades latinoamericanas: el Barrio, con sus vecindades amplias, familias disfuncionales y niños criados por abuelas, o que se van a vivir a donde sus tías porque los padres están trabajando, o jamás regresaron de la fiesta.
Los protagonistas de la película son tres primos que al mismo tiempo se reconocen como hermanos, carnales: Paco, Miklo y Cruz.
Alguna vez se dijo que la película promovía la violencia, el uso de drogas y armas de fuego, o que convertía el anhelo de ingresar en pandillas como una nueva y distorsionada versión del american dream. Se le acusó de poseer una visión excesivamente racial de la vida en Estados Unidos, porque de eso se trataba al fin: de una guerra de razas.
En la película los hispanos o latinos son llamados mojados, los negros o afrodescendientes son mal denominados macacos y los blancos son etiquetados como los osos polares. El mundo y sus lógicas se ven reducidos a lo que ocurre al interior de la cárcel en San Quintín, donde todos pugnan por poder territorial, racial y económico.
No deberíamos estar hablando de esto, es cierto, pero cuando se oye que la Policía disparó una vez más a un niño de 12 años, solo por sospechar de él por su origen racial, cuando el debate en varias ciudades pareciera ser cómo evitar que la Policía continúe ejercitando formas de abuso debido a prejuicios, o cuando el principal y torpe argumento en problemáticas complejas recae en este típico lugar común, entonces el tema principal de Sangre por sangre recobra una triste actualidad.
La escena en cuestión es la última en la que Paco y Cruz regresan después de varios años a ver el mural que está cerca de su barrio. En la pintura inmensa aparecen ellos mismos junto a Miklo. El primero es ahora un disciplinado policía que lucha contra los narcos. El segundo es un pintor recuperado de una adicción a la heroína y expone en grandes galerías: “un amante y no un soldado”; y el tercero está en la cárcel de San Quintín liderando al clan más grande de cocaína de esa parte de California.
Frente al mural, se dan cuenta de que no hay nada escrito encima, lo que interpretan como una señal de respeto. Hasta que Paco –el policía que todavía no sabe bailar– dice lo que en realidad ve allí: “Una fantasía, un sueño, a tres vatos locos buscando algo que no existía”.
Y por primera vez se miran a los ojos frente a frente con su hermano. “¿Te crees muy chingón?”, le pregunta Cruz.
Después pronuncia en un castellano clarísimo, sin filtros en las consonantes ni asomo de duda en las vocales, como si nunca hubiera cruzado la frontera y ese diálogo ocurriera en cualquier esquina de cualquier barrio: “Teníamos algo más importante: familia”.
Entonces sucede el click acerca del por qué el filme promueve tanta afectividad, por qué miles de adolescentes conocen de memoria la historia de estos tres personajes que han decidido caminar por rutas tan diferentes.
“Eso es lo que somos, tres vatos locos repletos de carnalismo; tratando de sobrevivir en una pinche zona de guerra”, agrega Crucito, traduciendo el sentimiento de miles de habitantes de villas y laderas de varios países. Por último, le dice que aunque odie a su primo por volverse narco, jamás podrá dejar de quererlo, porque están conectados.
En la escena final el plano elevado muestra a Paco y Cruz bromeando y luego la cámara se aleja cada vez más hasta que sus siluetas se vuelven diminutas, mientras los rascacielos crecen en medio de las autopistas circulares sobre las que automóviles acelerados se dirigen hacia el centro de Los Ángeles, donde en verdad se desarrolla la frenética búsqueda de poder y control en un sistema que hasta hoy sigue teniendo género, color y procedencia establecidos.


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