Noviembre literario en Bolivia
Reflexiones personales a propósito de un libro de reflexiones generales sobre la literatura boliviana actual.
Carlos
Decker-Molina
Todo
el pasado noviembre estuve en Bolivia rodeado de colegas periodistas,
escritores, poetas, editores, intelectuales, correctores y lectores. Asistí a
la Feria Internacional del Libro de Cochabamba, lancé una novela de mi autoría,
fui entrevistado y hablé sobre libros y autores con colegas, amigos y
familiares.
Adquirí
y leí libros, entre estos últimos un compendio de ensayos, ponencias, crónicas
y artículos copilados por Martín Zelaya, editor de este suplemento, bajo el título
de Búsquedas y presagios. Narrativa
boliviana en el siglo XXI. Una recopilación de las primeras Jornadas de
Literatura Boliviana.
No
soy quién para hablar de la literatura boliviana por dos razones elementales.
Hace más de 30 años que vivo fuera del país y leo poco o nada de la producción
boliviana, lo que no me permite opinar sobre su desarrollo, pero el tema de los
encuentros y desencuentros en la literatura no me es ajeno porque hay un debate
parecido en todas partes.
“Sonar
a verdad” es el meollo desde Don Quijote pasando por Tirano Banderas de Valle Inclán hasta el Funes de Borges. El problema es cómo se relata, cómo se dice, cómo
se escribe. Pienso que todo escritor quiere que sus lectores “crean” que su
novela se eleva desde la ficción terrena hasta la realidad celestial.
Suecia
no ha tenido el boom latinoamericano, pero tiene una literatura de calidad
permanente, con la “idea de la
verosimilitud” y también con la “veracidad”. Escritores que relatan sobre sus
padres con la insolencia de la crónica. Y, también hay “hamburguesa”
encuadernada con éxito de ventas.
En
la actualidad hay excelentes novelistas que usan la historia, la crónica y los
diálogos interiores como puntos de partida de su creación. Lena Andersson
ensayista, con una pátina marxista, escribió una novela, ganadora del Premio Nacional
(2013) sobre el amor y sus lados oscuros. Toda la obra es la versión de ella,
no se conoce el pensamiento de él. El intimismo de la Andersson no es la pauta
como tampoco lo es la novela documental.
Tampoco
se trata de apartarse de la realidad social o política (de hecho aparecen esos
trasfondos en casi todas las novelas negras), el reto es saber contar esas
historias, tal vez las mismas de siempre, pero de otra manera, con otro
lenguaje y, sobre todo, con estructuras diferentes.
Roberto
Bolaño es quien marcó la diferencia sobre todo con sus Detectives salvajes y con 2666.
Igual que James Joyce y su Ulises que
fue también un cambio estructural en 1922. El problema de estos “grandes” es
que siembran la tentación de ser Jamecitos o Bolañitos.
Las
características globales como la rapidez, el acceso a la información inmediata,
la muerte del escritor orgánico y la testificación virtual de hechos lejanos, producen
la indiferencia a las cosas que tienen profundidad.
El
saber ilusorio, limita la capacidad de inventar, por eso la tendencia es
retornar a Cervantes y al modelo del “gran banquete” del que habla Javier
Cercas (Soldados de Salamina) y asegura
que no se trata de retornar al pasado sino de “avanzar, de aprovechar toda la
experiencia histórica combinando la geometría y el rigor del modelo flauberiano
con la libertad, la flexibilidad y la pluralidad genérica del modelo
cervantino”.
La
novedad es la aparición de los escritores bastardos, hijos ilegítimos de la
agonizante nación. Escritores que habiendo nacido en Suecia son hijos de la
diáspora por lo que tienen otra mirada muy diferente a la de sus padres, hijos
adoptivos como Lena Sundström, autora de una crónica que se lee como novela (Spår / Pista) o como Jonas Hassen
Khemiri que en su libro Ett öga rött (Un
ojo rojo) escribe un sueco coloquial propio del inmigrante que comete
errores gramaticales.
Pero
éste no es un fenómeno solo sueco, en
Estados Unidos tenemos a Junot Díaz (La
maravillosa vida breve de Oscar Wao), Teju Cole (Ciudad abierta) o la francesa Jasmina Reza y su Felices los felices novela que destapa
las alegrías y miserias cotidianas de 18 personajes atrapados entre la
dificultad de vivir, el hastío de amar y el pánico a morir.
Estos
nuevos, llamados por mí, escritores bastardos tienen menos respeto al juego de
espejos de la nación-estado desmienten la afirmación de que la novela sueca,
francesa, inglesa está escrita solo por suecos, franceses o ingleses.
Hoy
son los bisnietos del colonialismo los que escriben novelas, que transcurren en
las viejas metrópolis, tal el caso de Chimamanda Adiche y su Americanah, o Taiye Selasi (Lejos de Ghana) que en una entrevista
dijo: “Si no quieres incluir a escritores indios,
nigerianos o jamaicanos en tu definición de literatura británica, no deberías
haber colonizado India, Nigeria y Jamaica. Hablamos de lo británico como si
solo significara té, la reina o ser blanco, y eso es absurdo. Lo británico se
ha vuelto marrón”.
La lectura de Búsquedas
y presagios… me hace pensar que Bolivia tiene la ventaja de no tener la
sombra de Borges ni la de Garcia Márquez, su desafío es comprometerse solo con
la literatura despojándose de apriorismos. ¡Buen año literario!
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