Responso por irminegelda lidesma
Prosiguiendo con el tema de lenguajes y distancias, aquí el autor habla de las fronteras y fallas que se producen entre lenguas que se cruzan en un mismo espacio.
Juan
Cristóbal Mac Lean E.
Iba
caminando por un recodo del gran cerro, hacia el norte de Quillacollo, cerca de
Liriuni, cuando en medio de un bosquecillo de eucaliptos me encontré de pronto con
un pequeño cementerio. Semi abandonado, hechizo, de los que se dice son
“clandestinos”, donde los difuntos entran sin portar ningún certificado de defunción.
Me fui
fijando, entre las desiguales tumbas, sobre todo en los nombres propios.
Ninguna llevaba el tipo de leyenda que se espera sobre una tumba. Aquí apenas
nombres, solo dos veces fechas, ninguna con el “Que Descanse en Paz” de rigor o
algún equivalente. Nada de epitafios. Ni rastros de flores viejas. En algo que
quiso ser como un techito en una de ellas, había una faja de cemento en la que
alguien había escrito algo, seguramente con un clavo, mientras el cemento
estaba todavía fresco. Me agaché a descifrar la inscripción, como un paleógrafo
extraviado, y hallé esto, copiado literalmente: “irminegelda lidesma”.
Ni una
mayúscula, ni nada más. Tal vez en su carnet de identidad, si alguna vez lo
tuvo, se leía Hermenegilda Ledezma. Más allá había otras dos tumbas, sin nombres.
Quizá de niños a los que ni alcanzaron a encontrarles alguno.
Las
lenguas en conflicto, la imposición de nombres, los diferendos, fronteras y
barreras, fricciones entre lenguas, la escritura y la oralidad, las ortografías
de la pobreza, los entierros clandestinos,
y certificados y leyes… Nada más que en la inscripción tan dificultosamente
trazada sobre aquella tumba, ya afloraban esos y más temas, con toda su
soterrada, clandestina y callada violencia, su tragedia.
Mucho
antes que para comunicar, dice Benveniste, el lenguaje sirve para vivir. Poco
faltaría, en efecto, para que vivir y hablar no sean sinónimos. Pero volviendo
a lo de “comunicación”, Benveniste apunta que ésta “debiera ser entendida como
expresión literal de establecimiento de comunidad y de trayecto circulatorio”.
Lo que
pasa cuando los trayectos se interrumpen o bloquean (entre sí), es que se
desestabilizan la comunidad y las palabras, por ende las vidas que se hablan, y
de pronto se encuentran en los cerros, en los cementeritos clandestinos con
nombres como éste: irminegelda lidesma… O tumbas sin nombre. ¿Y quién puede ser
llamado si no tiene nombre, o su propio nombre está en duda?
Lo más
probable, en todo caso, es que no estén evaluadas en toda su enorme dimensión
las grandes quiebras, las grandes fallas (en el sentido geológico) que hay en
las fronteras interlingüísticas, sobre todo dentro del triángulo
castellano-quechua-aymara (por las grandes magnitudes demográficas), así como
poco o nada se sabe del alcance, la profundidad y las consecuencias
(económicas, psicológicas, judiciales, antropológicas, ontológicas, etc.) que
conllevan dichas fallas. Ellas, para un gran conocedor del aymara (y sus
fronteras con el castellano) como es Javier Mendoza (al que ya volveremos),
están nada menos que “en la raíz de nuestra incapacidad de formar una mezcla
coherente”. Ni tampoco él cree que llegue un futuro en que puedan darse paso,
la una lengua a la otra, con menos fricciones. ¿Acaso no han pasado ya, en
palabras de Iván Guzmán de Rojas citado por Mendoza, “quinientos cincuenta años
de profundo desentendimiento”?
En
contextos de esta naturaleza, inevitable surge la interrogación: ¿hasta qué
punto una lengua forma a una sociedad, hasta qué punto las posibles
disfunciones o bloqueos en una lengua se reflejan en su sociedad? Pregunta cuya
urgencia se redobla ante el caso de lenguas paralelas, enfrentadas,
contrapuestas o en situación de diferendo en un mismo territorio. Recordemos
que, como las especies, también hay lenguas amenazadas y lenguas que
desaparecen.
En un primer
momento, Benveniste (“Estructura de la lengua y estructura de la sociedad”, en Problemas de lingüística general II,
descargable en la web) refiere las observaciones por las cuales parece
concluirse que “la sociedad y la cultura inherente a
la sociedad son independientes de la lengua”, que “lengua y sociedad no son
isomorfas, que su estructura no coincide, que sus variaciones son
independientes”. La diferencia que separa sus organizaciones estructurales permite
asegurar que son “magnitudes no isomorfas”, carentes de correspondencias de
naturaleza o de estructura. Sin embargo, prosigue después Benveniste, “otros
autores afirman, y es no menos evidente, que la lengua es -como dicen- el
espejo de la sociedad, que refleja a la estructura social en sus
particularidades y sus variaciones y que es incluso por excelencia el índice de
los cambios que se operan en la sociedad y en esa expresión privilegiada de la
sociedad que se llama la cultura”.
Dados
ambos extremos en tan delicados temas, con su parte inasible y que se fragua,
sin duda, durante tiempos muy largos, cruzando capas de desamor, atravesando
generaciones, muy imperceptiblemente, entonces nos resulta imposible
inclinarnos a cualquier extremo. Sin embargo, ante la sola escritura del
nombre, del posible nombre, de uno de los nombres de “irminegelda
lidesma”, estamos como ante una herida de la lengua,
una lengua herida y sin redención, muy lejos de ser una lengua absuelta (palabra de Canetti, otro devastado por la elección
de lengua). La herida más inmaterial, inaprensible, imperceptible es la de la
lengua y sus escombros y ruinas quedan por doquier en los paisajes de la
palabra, ya sea en la inscripción del cementerio o en la lengua hablada,
enrarecida, mutilada que se escucha por doquier.
¿Y
cuál es o en qué resultaría la posición de la literatura, de la poesía, en una
situación semejante? Algo más tarde, cuando vayamos a dar a César Vallejo,
trataremos de acercarnos a esos arriesgados territorios en los que el
tartamudeo-en-la-propia lengua y la íntima extranjería ante ella configuran los
bordes de una nueva palabra.
Entretanto,
estamos aún en las fronteras, los límites y diferendos suscitados a lo largo de
las líneas de choque, encuentro y desencuentro entre lenguas, y
consiguientemente culturas, sin absolutamente nada en común. La posición en que
quedan las lenguas subalternizadas y en riesgo recuerdan al concepto de
diferendo en Lyotard y que se origina en el no-poder-formular o demostrar que
se recibe un daño a falta de un lenguaje y reglas comunes entre las partes.
¿Constituiría
un daño, por ejemplo, la tácita orden social según la cual le pondrás a tu hijo
un nombre en otro idioma que ni conoces bien? Tal vez de ahí viene, en el
fondo, dicho sea de paso, esa profusión de nombres casi surrealistas y sobre
todo en inglés que se advierte en la actual onomástica popular. Cuando la
política y la poética de los nombres propios se desencuentran trágicamente.
Es
que se sigue escuchando el derrumbe de la Torre de Babel y como todo derrumbe
de proporciones arrastra sus damnificados. Lenguas que desaparecen, lenguas que
son canibalizadas, lenguas que resisten, lenguas que se olvidan, lenguas que se
aprenden… Todas vienen de la vida y son para vivir, sus palabras dicen la vida
y la vida está hecha de las palabras que la dicen, mientras la muerte deja sin
palabras o apenas las deja garrapateadas por ahí, por ejemplo en el cementerito
clandestino en que Descansa en Paz irminegelda lidesma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario