lunes, 15 de mayo de 2017

Homenaje

El mundo empieza y acaba en Comala


Este martes 16 se recordarán los 100 años del nacimiento del autor de Pédro Páramo. Pocos autores como Rulfo se forjaron la unanimidad. Pocos autores como el mexicano tienen el privilegio de la trascendencia y ubicuidad. Todo empieza y termina en Comala.



Martín Zelaya Sánchez

Unanimidad. Es una fea palabra, por su denotación política, pero es la precisa -estoy seguro- para hablar de Juan Rulfo y Pedro Páramo, de Comala y El llano en llamas, de un universo único y magistral.
Parecen lejanos ya los días en los que los escritores y lectores se dividían entre joyceanos o proustianos -uno u otro, nunca ambos-; borgeanos, onettianos o seguidores del boom; en que ya sea por sus estilos o sus tendencias políticas, unos eran gariciamarquianos y otros vargallosianos; o en que los incondicionales de Tolstoi no podían, casi por principio, ser además amantes de la prosa de Dostoievski. ¿Tiempos lejanos? ¿Cuántos de los más acérrimos seguidores de Roberto Arlt bancan, por ejemplo, a Cortázar? ¿Por qué los lectores y defensores de la ética y estética de Bioy Casares o de Sabato difícilmente disfrutarían de la prosa amena del Gordo Soriano o del Negro Fontanarrosa?
Y por casa, ¿cómo andamos? A ver que algún frenético saenzeano -de esos que le hacen más daño que bien al gran autor paceño-, o un recalcitrante del Toqui Borda se desprejuicie y lea (no digo disfrute, antes que le dé una chance siquiera) un buen cuento de Giovanna Rivero o las novelas de Maximiliano Barrientos. La literatura es buena o mala y punto, dicen muchos, pero casi siempre caemos -muchos- en el prejuicio de oponernos por nombres, modas, regiones y antipatías ideológicas o personales, cuando simplemente habría que dejar que sea el texto el que hable. Cuando algo tan básico y elemental como esto se da, cuando solo la lectura de una obra vale para juzgar al autor, llegamos todos a Comala.
Desde este punto de vista -no quiero decir que autor y obra no tengan detracciones puntuales- Rulfo, Pedro Páramo y El llano en llamas gozan de un privilegio de pocos (¿Kafka?, ¿Borges?): convencimiento, desprejuicio.
Ni Cien años de soledad ni La vida breve. Ni Canto general ni Trilce… Ni Macondo, Santa María o Yoknapatawpha… Comala, de lejos. Indiscutible e inmune. Todo el mundo (literario) empieza y acaba en Comala. “Todos los caminos de nuestra variada literatura pasan por él; Rulfo nos acoge a todos”, dice Edmundo Paz Soldán en un breve apunte que nos envió especialmente para celebrar en LetraSiete los 100 años de nacimiento de Juan Rulfo.
Y Eduardo Mitre nos reafirma, desde una contraposición: “Lejos de borrarse del mapa, / te cuento que ahora Comala / es una aldea planetaria, / una extraña idea global. // El camino que subía o bajaba / según se iba o venía, / es hoy una lisa autopista / que nos engulle de entrada”[1].
Volvamos a lo de indiscutible, citando a Borges. “La historia, la geografía, la política, la técnica de Faulkner y de ciertos escritores rusos y escandinavos, la sociología y el simbolismo, han sido interrogados con afán, pero nadie ha logrado, hasta ahora, destejer el arcoíris”, sostiene el argentino detallando la magia de la novela de Rulfo, y sentencia: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de la literatura de lengua hispánica, y aun de la literatura” [2].
Volvamos a lo de único, citando a Monterroso. “Rulfo es un caso único. Se puede detectar una escuela o una corriente kafkiana o borgiana; pero no la rulfiana, porque no tiene imitadores buenos. Supongo que estos no han comprendido muy bien en dónde reside el valor de su maestro. ¿Cómo imitar algo tan sutil y evasivo sin caer en la burda repetición del lenguaje o las situaciones que presentan El llano en llamas o Pedro Páramo?”[3].
Festejemos los cien años de un condenado a la eternidad.
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Por qué hay que leer a Rulfo

Edmundo Paz Soldán

Hay pocos escritores como Rulfo, con textos tan cargados de resonancias simbólicas, capaces de funcionar en varios niveles al mismo tiempo. Pedro Páramo fue para mí, en una primera versión cuando estudiaba en Buenos Aires, una novela sobre las consecuencias traumáticas de la revolución mexicana; después, en los años de doctorado en Berkeley, se convirtió en una novela sobre la transculturación en el continente, en la que formas narrativas de avanzada son utilizadas para captar el sustrato mítico de México; y luego, mientras la leía una y otra vez para enseñarla, se transformó en una compleja novela de horror, el mejor relato de fantasmas escrito en América Latina. Así también leo sus cuentos: Luvina puede ser un relato sobre zombis, un viaje espectral al purgatorio o una desolada lectura del abandono rural. Rulfo es realista y fantástico al mismo tiempo. Todos los caminos de nuestra variada literatura pasan por él; Rulfo nos acoge a todos.
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Así quiero ser de grande

Homero Carvalho Oliva

En el año 1980, durante la dictadura de Luis García Meza, tuve que salir de Bolivia porque era dirigente universitario y me exilié en México donde, a las pocas semanas de haber llegado al DF conocí a Juan Rulfo. El autor de algunos de mis cuentos favoritos era presidente del Comité Mexicano de Solidaridad con el Pueblo Boliviano (se decía que había tenido amistad con Marcelo Quiroga Santa Cruz), y encabezó un acto de apoyo a los exiliados en el que dio el discurso central. Al terminar el acto le estreché la mano, pude conversar un poco con él, entremedio de muchos otros bolivianos que querían hacerlo, y me dije a mismo que cuando fuera grande quería ser como ese señor: humilde y sencillo.



[1] Mitre, Eduardo. Carta a la inolvidable. Centro de Literatura Boliviana Contemporánea, La Paz, 1996.
[2] Borges, Jorge Luis. Biblioteca personal. Emecé, Buenos Aires, 1998. Pág. 133.
[3] Monterroso, Augusto. La letra e. Alfaguara, Madrid, 1998. Pág. 141.

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