El mundo empieza y acaba en Comala
Este martes 16 se recordarán los 100 años del nacimiento del autor de Pédro Páramo. Pocos autores como Rulfo se forjaron la unanimidad. Pocos autores como el mexicano tienen el privilegio de la trascendencia y ubicuidad. Todo empieza y termina en Comala.
Martín
Zelaya Sánchez
Unanimidad.
Es una fea palabra, por su denotación política, pero es la precisa -estoy seguro-
para hablar de Juan Rulfo y Pedro Páramo,
de Comala y El llano en llamas, de un
universo único y magistral.
Parecen
lejanos ya los días en los que los escritores y lectores se dividían entre joyceanos
o proustianos -uno u otro, nunca ambos-; borgeanos, onettianos o seguidores del
boom; en que ya sea por sus estilos o sus tendencias políticas, unos eran
gariciamarquianos y otros vargallosianos; o en que los incondicionales de
Tolstoi no podían, casi por principio, ser además amantes de la prosa de
Dostoievski. ¿Tiempos lejanos? ¿Cuántos de los más acérrimos seguidores de
Roberto Arlt bancan, por ejemplo, a Cortázar? ¿Por qué los lectores y
defensores de la ética y estética de Bioy Casares o de Sabato difícilmente
disfrutarían de la prosa amena del Gordo
Soriano o del Negro Fontanarrosa?
Y
por casa, ¿cómo andamos? A ver que algún frenético saenzeano -de esos que le
hacen más daño que bien al gran autor paceño-, o un recalcitrante del Toqui Borda se desprejuicie y lea (no
digo disfrute, antes que le dé una chance siquiera) un buen cuento de Giovanna
Rivero o las novelas de Maximiliano Barrientos. La literatura es buena o mala y
punto, dicen muchos, pero casi siempre caemos -muchos- en el prejuicio de
oponernos por nombres, modas, regiones y antipatías ideológicas o personales,
cuando simplemente habría que dejar que sea el texto el que hable. Cuando algo
tan básico y elemental como esto se da, cuando solo la lectura de una obra vale
para juzgar al autor, llegamos todos a Comala.
Desde
este punto de vista -no quiero decir que autor y obra no tengan detracciones
puntuales- Rulfo, Pedro Páramo y El llano en llamas gozan de un
privilegio de pocos (¿Kafka?, ¿Borges?): convencimiento, desprejuicio.
Ni
Cien años de soledad ni La vida breve. Ni Canto general ni Trilce…
Ni Macondo, Santa María o Yoknapatawpha… Comala, de lejos. Indiscutible e
inmune. Todo el mundo (literario) empieza y acaba en Comala. “Todos los caminos
de nuestra variada literatura pasan por él; Rulfo nos acoge a todos”, dice
Edmundo Paz Soldán en un breve apunte que nos envió especialmente para celebrar
en LetraSiete los 100 años de nacimiento de Juan Rulfo.
Y
Eduardo Mitre nos reafirma, desde una contraposición: “Lejos de borrarse del
mapa, / te cuento que ahora Comala / es una aldea planetaria, / una extraña
idea global. // El camino que subía o bajaba / según se iba o venía, / es hoy
una lisa autopista / que nos engulle de entrada”[1].
Volvamos
a lo de indiscutible, citando a Borges. “La historia, la geografía, la política,
la técnica de Faulkner y de ciertos escritores rusos y escandinavos, la
sociología y el simbolismo, han sido interrogados con afán, pero nadie ha
logrado, hasta ahora, destejer el arcoíris”, sostiene el argentino detallando
la magia de la novela de Rulfo, y sentencia: “Pedro Páramo es una de las
mejores novelas de la literatura de lengua hispánica, y aun de la literatura” [2].
Volvamos
a lo de único, citando a Monterroso. “Rulfo es un caso único. Se puede detectar
una escuela o una corriente kafkiana o borgiana; pero no la rulfiana, porque no
tiene imitadores buenos. Supongo que estos no han comprendido muy bien en dónde
reside el valor de su maestro. ¿Cómo imitar algo tan sutil y evasivo sin caer
en la burda repetición del lenguaje o las situaciones que presentan El llano en llamas o Pedro Páramo?”[3].
Festejemos
los cien años de un condenado a la eternidad.
--
Por qué hay que leer a Rulfo
Edmundo
Paz Soldán
Hay
pocos escritores como Rulfo, con textos tan cargados de resonancias simbólicas,
capaces de funcionar en varios niveles al mismo tiempo. Pedro Páramo fue para mí, en una primera versión cuando estudiaba
en Buenos Aires, una novela sobre las consecuencias traumáticas de la
revolución mexicana; después, en los años de doctorado en Berkeley, se
convirtió en una novela sobre la transculturación en el continente, en la que
formas narrativas de avanzada son utilizadas para captar el sustrato mítico de
México; y luego, mientras la leía una y otra vez para enseñarla, se transformó
en una compleja novela de horror, el mejor relato de fantasmas escrito en América
Latina. Así también leo sus cuentos: Luvina
puede ser un relato sobre zombis, un viaje espectral al purgatorio o una
desolada lectura del abandono rural. Rulfo es realista y fantástico al mismo
tiempo. Todos los caminos de nuestra variada literatura pasan por él; Rulfo nos
acoge a todos.
--
Así quiero ser de grande
Homero
Carvalho Oliva
En
el año 1980, durante la dictadura de Luis García Meza, tuve que salir de
Bolivia porque era dirigente universitario y me exilié en México donde, a las pocas
semanas de haber llegado al DF conocí a Juan Rulfo. El autor de algunos de mis
cuentos favoritos era presidente del Comité Mexicano de Solidaridad con el
Pueblo Boliviano (se decía que había tenido amistad con Marcelo Quiroga Santa
Cruz), y encabezó un acto de apoyo a los exiliados en el que dio el discurso
central. Al terminar el acto le estreché la mano, pude conversar un poco con
él, entremedio de muchos otros bolivianos que querían hacerlo, y me dije a
mismo que cuando fuera grande quería ser como ese señor: humilde y sencillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario