domingo, 21 de mayo de 2017

Crónica

También esto, Favia


Sigue el autor con las evocaciones a su buen estilo: crónica-ficción. Pero ahora con Favia, ya no con Marianne.



Hugo Rodas Morales



Porque el ayer es nunca
y el mañana mañana.

Julio Cortázar: “La patria”, en Papeles inesperados.


Por eso, lo que ahora das Favia, tiene el vuelo de lo inesperado. Que llegaras sin aviso a este bunker, justo después de un mes de previsto divorcio, que se había postergado en muchos de inevitable papeleo. Nadie antes y quizá nunca mañana: nadie sabe, como dice el poema del epígrafe. En cambio tú sí, porque estás aquí, en estos módicos treinta metros cuadrados, probablemente diez, quitando libros, muebles, películas, ropa…
Entonces esto. Tus brazos que desde el vamos de la puerta reducen espacios y se hacen largos tomando el beso desde el cuello. No pensaba en ti esta vez y llegas comunicando apuro con tus piernas, después interminables en esta ruptura de costumbres. Pasa por favor, la mascota del vecino es una indetenible máquina de ladridos y preferiría escuchar tus ojos.
Mira, sacaba el desayuno de la mesa y queda solo una taza vaciada de té. Déjame ordenar, pero pasa… a la cama porque no hay dónde y dime algo mientras tanto; si te quedas callada siento que estás pensando en tu cabeza y me demoro más a este otro lado del muro. Te cuento que un compatriota infirió, al ver este breve espacio acentimetrado, que seguramente era mi “bulín” y como hace tanto que no escuchaba esa palabra importada a Bolivia de un país vecino, respingué pensando que debe ser el primer bulín “sancto” de su especie, porque solo enciende fuego en la imaginación. Pero no, es mi “palacio de verano” porque aquí estoy liberado del esparcimiento físico. Ya te lo explico.
Estoy tan sorprendido que camino para atrás y no lograré salir de mí si no te digo qué es esta sensación detenida en su preludio. Porque no dudo que a tus ojos veloces, este lugar será “quizá menos que minimalista”, como dirías con toda la educación neoyorquina que te conozco, qué sé dónde la conseguiste, qué verde de la vida de campus universitario te la inculcó. Aquí de lo que se trata es de la pequeñez contra lo grande por cultivar, ¿me sigues? A ratos, sobre todo muy tarde, cuando creo estar cansado y lo estoy, ver estas paredes saturadas de libros en reunión, semeja la sombra atardecida de un sauce; el final del día parece investido de algo muy distinto a las noticias de cada día, de mujeres y hombres en un punto muy alto, dispuestos a dar su voz para pronunciar el nombre verdadero del que los lee, a recordarnos el ojo del pasado y lo que bien podríamos ser. Por eso, Favia.
Desde aquí escucho la calle que no lo sabe y a mí mismo sin darme cuenta, salvo cuando suena, raramente, como un extraño, el teléfono. No rebotan las ideas en ventanales lujosamente vestidos de pesadas cortinas sino al revés: cual una cámara traslúcida, semejante a los nidos de tarántulas, cuyo techo de hilos en capas sobrepuestas alcanzan a dar un blanco níveo y gasas laterales a través de las que sus habitantes de ocho patas no dejan de ver. Como el recipiente de la memoria que tu mente imaginará, tejido con retazos de la vida pasada y que sin embargo todavía es, así podrías ver mis días y noches moviéndose hacia un nuevo rostro por las mañanas, los ojos en un más allá de tiempo indefinido; todo en uno, en suma, con esa lentitud del caracol que sale de su casa y vuelve interminablemente, movimientos que tienen por único fin pensar algo que sea algo, Favia.
Llegaste y estoy haciendo el camino al revés, debido a tu respuesta anticipada a mi deseo. Estos minutos de contemplación y aterrizaje en cámara lenta son así porque hoy hubo buena cosecha ¿sabes? Las flores que a un lado y otro de mis escasos pasos alrededor se ofrecieron propicias: una roja lo fue de verdad de un modo inusual; una amarilla me dio la tristeza sin adjetivos; otra tenía tan diferente matiz como el que según Wittgenstein no está en ella misma. De un prado así hasta el color con sombras de tus ojos es que voy andando. 
Pensándolo bien no hay gran diferencia: ¿No es con palabras que han salido de otras bocas, más insignes, con las que te estoy hablando? ¿No es negando lo que eras que has llegado? Por eso Favia no dudo del camino que tiendes con tu silencio, del brillo de tu piel que hace escamas ni de la mía que no se puede apagar pensando. También esto, entonces. Favia de calles con tiendas relucientes, imposibles sin recordar algún desnudo maniquí nocturno; sin deshojar botones ignorando tallas y elevando intenciones al alcance de labios multiplicados. Favia de las costuras no siempre resistentes, propensas a hacernos reír por su estrepitosa voz desgarrada. Favia de las miradas escapando, hacia donde es irresistible tocar enceladas puertas. Favia del brasier enfriando sus concavidades desdibujadas y de una segunda pieza, tibia y final. Favia comenzando a sentir de otro modo al de las esperas, lengua de vela encendida que sin moverse de su lugar ondula. “¿Café, cine y cama?” aventuraste traviesa la primera vez; “invirtamos el orden de los factores”, te propuse siguiendo el juego. Y todavía nos debemos un café.



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