También esto, Favia
Sigue el autor con las evocaciones a su buen estilo: crónica-ficción. Pero ahora con Favia, ya no con Marianne.
Hugo
Rodas Morales
Porque el ayer es nunca
y el mañana mañana.
Julio Cortázar: “La patria”, en Papeles inesperados.
Por eso,
lo que ahora das Favia, tiene el vuelo de lo inesperado. Que llegaras sin aviso
a este bunker, justo después de un mes de previsto divorcio, que se había
postergado en muchos de inevitable papeleo. Nadie antes y quizá nunca mañana:
nadie sabe, como dice el poema del epígrafe. En cambio tú sí, porque estás
aquí, en estos módicos treinta metros cuadrados, probablemente diez, quitando libros,
muebles, películas, ropa…
Entonces esto.
Tus brazos que desde el vamos de la puerta reducen espacios y se hacen largos tomando
el beso desde el cuello. No pensaba en ti esta vez y llegas comunicando apuro
con tus piernas, después interminables en esta ruptura de costumbres. Pasa por
favor, la mascota del vecino es una indetenible máquina de ladridos y
preferiría escuchar tus ojos.
Mira,
sacaba el desayuno de la mesa y queda solo una taza vaciada de té. Déjame
ordenar, pero pasa… a la cama porque no hay dónde y dime algo mientras tanto; si
te quedas callada siento que estás pensando en tu cabeza y me demoro más a este
otro lado del muro. Te cuento que un compatriota infirió, al ver este breve
espacio acentimetrado, que seguramente era mi “bulín” y como hace tanto que no
escuchaba esa palabra importada a Bolivia de un país vecino, respingué pensando
que debe ser el primer bulín “sancto” de su especie, porque solo enciende fuego
en la imaginación. Pero no, es mi “palacio de verano” porque aquí estoy
liberado del esparcimiento físico. Ya te lo explico.
Estoy tan
sorprendido que camino para atrás y no lograré salir de mí si no te digo qué es
esta sensación detenida en su preludio. Porque no dudo que a tus ojos veloces, este
lugar será “quizá menos que minimalista”, como dirías con toda la educación
neoyorquina que te conozco, qué sé dónde la conseguiste, qué verde de la vida
de campus universitario te la inculcó. Aquí de lo que se trata es de la
pequeñez contra lo grande por cultivar, ¿me sigues? A ratos, sobre todo muy tarde,
cuando creo estar cansado y lo estoy, ver estas paredes saturadas de libros en
reunión, semeja la sombra atardecida de un sauce; el final del día parece investido
de algo muy distinto a las noticias de cada día, de mujeres y hombres en un
punto muy alto, dispuestos a dar su voz para pronunciar el nombre verdadero del
que los lee, a recordarnos el ojo del pasado y lo que bien podríamos ser. Por
eso, Favia.
Desde
aquí escucho la calle que no lo sabe y a mí mismo sin darme cuenta, salvo
cuando suena, raramente, como un extraño, el teléfono. No rebotan las ideas en
ventanales lujosamente vestidos de pesadas cortinas sino al revés: cual una cámara
traslúcida, semejante a los nidos de tarántulas, cuyo techo de hilos en capas
sobrepuestas alcanzan a dar un blanco níveo y gasas laterales a través de las
que sus habitantes de ocho patas no dejan de ver. Como el recipiente de la
memoria que tu mente imaginará, tejido con retazos de la vida pasada y que sin
embargo todavía es, así podrías ver mis días y noches moviéndose hacia un nuevo
rostro por las mañanas, los ojos en un más allá de tiempo indefinido; todo en
uno, en suma, con esa lentitud del caracol que sale de su casa y vuelve
interminablemente, movimientos que tienen por único fin pensar algo que sea
algo, Favia.
Llegaste
y estoy haciendo el camino al revés, debido a tu respuesta anticipada a mi deseo.
Estos minutos de contemplación y aterrizaje en cámara lenta son así porque hoy
hubo buena cosecha ¿sabes? Las flores que a un lado y otro de mis escasos pasos
alrededor se ofrecieron propicias: una roja lo fue de verdad de un modo inusual;
una amarilla me dio la tristeza sin adjetivos; otra tenía tan diferente matiz
como el que según Wittgenstein no está en ella misma. De un prado así hasta el
color con sombras de tus ojos es que voy andando.
Pensándolo
bien no hay gran diferencia: ¿No es con palabras que han salido de otras bocas,
más insignes, con las que te estoy hablando? ¿No es negando lo que eras que has
llegado? Por eso Favia no dudo del camino que tiendes con tu silencio, del
brillo de tu piel que hace escamas ni de la mía que no se puede apagar pensando.
También esto, entonces. Favia de calles con tiendas relucientes, imposibles sin
recordar algún desnudo maniquí nocturno; sin deshojar botones ignorando tallas
y elevando intenciones al alcance de labios multiplicados. Favia de las
costuras no siempre resistentes, propensas a hacernos reír por su estrepitosa
voz desgarrada. Favia de las miradas escapando, hacia donde es irresistible tocar
enceladas puertas. Favia del brasier enfriando sus concavidades desdibujadas y
de una segunda pieza, tibia y final. Favia comenzando a sentir de otro modo al
de las esperas, lengua de vela encendida que sin moverse de su lugar ondula. “¿Café,
cine y cama?” aventuraste traviesa la primera vez; “invirtamos el orden de los
factores”, te propuse siguiendo el juego. Y todavía nos debemos un café.
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