Lectura veloz Vs. lectura comprensiva
Leer antes, leer hoy. No debería haber diferencias en cuanto a épocas; sí acaso en cuanto a motivaciones, matices y posibilidades.
Omar Rocha Velasco
Hace unos días me invitaron a participar de un
conversatorio sobre el tema que da título a esta columna, el versus es un añadido mío, pero no es
infiel a las intenciones de los organizadores. A continuación hago un punteo intencionado
(por eso no doy a conocer nombres) de algunas ideas que por allí circularon;
también hago añadidos que luego fueron surgiendo, clara muestra de que se trata
de un tema que siguió resonando en mi cabeza, aunque sin quitar el sueño.
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En vez de hablar de lectura veloz y lectura
comprensiva preferiría hablar de “lectura intensiva” y “lectura extensiva”,
estos términos los recojo de Beatriz Sarlo, que a su vez los recoge del
historiador norteamericano Robert Darnton. Se trata de dos tipos de lectura,
uno que corresponde a una etapa del pasado en la que no había textos a
disposición de cualquiera, solo había “contados volúmenes, entre ellos la
Biblia, [que] se leían repetidamente, intensamente, hasta llegar a conocerlos
casi de memoria”. El otro es un tipo de lectura que surge durante el siglo
XVIII, “salta de un libro a otro, recorre ávidamente la superficie de la
palabra impresa y la abandona tan rápido como ha llegado a ella”. Esta forma de
leer ha llegado a extremos tremendos: computadoras, tablets, decenas de ventanas abiertas, paso de una pantalla a otra,
en fin, una nueva forma de leer que Sarlo llama, con precisión, “surfear”.
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Una de las colegas que participó del conversatorio dio
a conocer un dato revelador, buscó los “últimos papers” sobre lectura veloz en revistas científicas indexadas y
encontró que ya no está de moda investigar sobre el tema, fue una especie de boom de los 90 que está desapareciendo.
Ahora la neurociencia y ramas afines investigan sobre otros asuntos, sin dejar
de fustigar al cerebro (esto último no lo dijo la colega).
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Otro dato revelador: una de las asistentes levantó la
mano y dijo que trabajó “enseñando” lectura veloz, que la demanda de la gran
mayoría de las personas que acude a estos centros o institutos que ofrecen
estas clases no es tanto leer más rápido, lo que les interesa realmente es
comprender lo que leen. La verdadera demanda se puede expresar en estos
términos: “no entiendo lo que leo, ¿me puede ayudar?”.
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Otro de los presentes contó que había asistido a un
curso de lectura veloz y que se había quedado con una “técnica” que todavía
usa, para eso necesita instalar un programa “que lee los textos en voz alta” y
así puede “escuchar” lo que lee. Esta intervención podría resumirse en el
siguiente enunciado sesgado por mi oído: “Tardo más, pero ya no me aburro
tanto”. El joven -no lo dije antes- mencionó que había leído varios libros
usando esta técnica.
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Quedó claro que hay textos que no pueden ser leídos
“velozmente” que, al contrario, exigen detención, “detalle” (se usó ese
término), lentitud, relectura, ir y venir, etc. Un texto académico, un texto
literario, un texto filosófico no se pueden “escanear” con un golpe de vista,
ni leer identificando palabras clave, o entender oblicuamente obviando
información secundaria; estos textos no se pueden leer linealmente, ni aunque
el ángulo de visión abarque muchos grados.
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Un gran lector y amigo mío dio a conocer algunos
“tipos” de lector planteados por otros grandes lectores, mencionó la división
hecha por Cortázar: lector macho (activo) y lector hembra (pasivo), obviamente
hizo la observación de que esa división era poco afortunada y ofensiva para las
mujeres. También mencionó la clasificación hecha por Macedonio Fernández. Habló
del placer de la lectura tal y como lo concibió Roland Barthes y además de
estas clasificaciones mencionó que la lectura estaba ligada al ocio y que la
palabra ocio está presente en estos dos términos: sacerdocio (ocio sagrado) y
negocio (negación del ocio). ¡Qué maravilla!, dije para mis adentros.
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Como había poco tiempo para exponer me quedé con ganas
de dar a conocer una clasificación de lectores hecha por el gran escritor
boliviano Julio César Valdés en el siglo XIX: Lectores en voz alta, lectores de
ojito, lectores tramposos, lectores cochinos, lectores de láminas, estos
últimos los más veloces, como explica Valdés en su libro Siluetas y croquis.
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Me alcanzó el tiempo, eso sí, para contar el ejercicio
que el escritor ruso Vladimir Nabokov les proponía a sus estudiantes después de
leer Madame Bobary: “Dibuje usted el
gorro de Charles Bobary en su primer día de clases”. Qué hermosa y formativa
consigna.
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Luego me reuní con unos amigos alrededor de unos
tragos de gin 2x1 en un lugar muy céntrico, pero secreto. Les conté del
conversatorio, reímos bastante, allí un amigo me contó que conocía de
investigaciones serias sobre la lectura y que uno de los hallazgos es que
hombres y mujeres leen diferente, “los hombres son más propensos al resultado y
las mujeres al proceso, por eso las mujeres son mejores lectoras de literatura”,
indicó. Justo en ese momento me acordé de lo que alguna vez me apuntó mi hijo
cuando le pregunté por un cuento que le di a leer: “tanta vuelta para decir que
la chica de la venta era un maniquí”, me dijo.
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Al día siguiente di con una entrevista a Roger
Chartier en la que habla de lectores y escritores, allí se da a conocer una
definición de lector de Michel de Certau -en realidad, y en honor a la verdad,
el que evoca la definición es Jean Lebrun, el entrevistador-: “el lector es un
cazador furtivo que recorre las tierras de otro”… Fue cuando se me ocurrió
escribir este texto, ¿escopeta en mano?
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