domingo, 28 de mayo de 2017

La pelusa que cae del ombligo

Los vuelos de una carta

Literatura y psicoanálisis. ¿Qué texto-idea-hecho no oculta-encierra-desvela otros textos-ideas-hechos?



Omar Rocha Velasco 

Se ha afirmado que la relación psicoanálisis y literatura es constante y recurrente y que, a partir de las propuestas teóricas de Lacan, no tiene nada que ver con lo que se ha denominado “psicoanálisis aplicado”, un claro ejemplo es lo que Lacan trabaja en su lectura del cuento La carta robada de Edgar Allan Poe, cuando introduce la instancia “simbólica” como constituyente del mundo psíquico, más allá de los espejismos de lo imaginario. Aquí unas líneas que dan cuenta de algunos aspectos de esa lectura.
La Policía no encuentra la carta porque está a su alcance, busca en todas partes y no la encuentra porque no sabe lo que es una carta. Como todos los demás poderes, la Policía está persuadida de que su eficacia radica en la fuerza y en su apoyo en la realidad (esto limita sus funciones). “Es la verdad la que está escondida y no la carta”, a los policías no les importa la verdad, para ellos solo existe la realidad, por eso no encuentran la carta, en otras palabras, ellos buscan otra cosa, no la carta.   
Pasa lo mismo en la vida cotidiana, nunca vemos lo evidente -la carta está allí, nadie la ve. Los policías no encuentran la carta no porque no posean técnicas para poder encontrarla, sino porque actúan siguiendo la siguiente premisa: una carta tan importante (capaz de movilizar semejantes dispositivos y recompensas), tiene que estar cuidadosamente escondida. El quid nunca está donde creemos que debe estar -esto último iba dirigido a psicólogos, médicos y psicoanalistas que creyeron “vérselas”con el inconsciente a partir de ciertas técnicas y saberes que no hacían más que insistir con las locuras del yo.
En el cuento se vislumbran, por lo menos, dos escenas que suceden al mismo tiempo y que son homologables: hay un objeto comprometedor que alguien posee y tiene que ocultárselo a otro -la carta es embarazosa porque pondría en juego el honor y la seguridad de una dama, además pondría en juego la imagen en la que todo el pueblo se ve reflejado, es decir, la reina tiene que ocultar algo al rey. Para ello usa una táctica: la mejor manera de ocultarlo es dejar la carta a la vista. Y, estando la situación así planteada, entra un tercero y se da cuenta de la táctica de la reina. En esta primera escena hay alguien que no ve nada: el rey. Por eso, como no ve nada, se puede dejar a la vista lo que hay que ocultar. La reina, que viendo que el primero no ve nada, oculta dejando a la vista. Y hay un tercero que hace fracasar el intento al entrar y ver esa táctica contra uno que no ve nada. El sí que ve. Al final queda un resto, la carta que deja el ministro en cuenta de la que sustrajo y que la reina luego podrá estrujar.
En la segunda escena también hay uno que no ve nada: el prefecto. Hay otro, el ministro, que a sabiendas de que el primero es un tonto, deja la carta a la vista. Y hay un tercero, Dupin, que ve que el primero no ve nada y que el segundo está utilizando la táctica de dejar a la vista, como primero hizo la reina. En ambas escenas los personajes son definidos por la circulación de la carta. Su posición no es fija, han entrado en el movimiento mismo de la carta, están definidos por la posesión o no de ella. Cada personaje pasa a ser, en el transcurso de las distintas escenas, funcionalmente diferente a la realidad que la carta constituye.
Cuando los personajes se apoderan de este objeto valioso son, al mismo tiempo, atrapados y arrastrados por algo que domina sus particularidades. Los personajes se ven afectados, sean quienes fueren, por cada etapa de transformación simbólica de la carta (en poder de la reina, en poder del ministro, en poder de Dupin). Todavía hay algo más, en algún momento del relato, la carta no está en poder de quien todavía cree tenerla. Es cuando Dupin recupera la carta, todavía nadie lo sabe, ni siquiera su amigo el narrador, no lo saben ni el prefecto ni el ministro. La carta está en manos de Dupin, pero los personajes, que lo ignoran, siguen ordenados como si todavía la tuviera el ministro. Otro momento particular del relato es cuando la carta está en manos del jefe de Policía (todavía no de la reina), eso dura por lo menos un momento, lo que hace falta para ir de la casa de Dupin hasta el gabinete de la reina.
Los cambios en los personajes, producidos por el vuelo de la carta, le permiten a Lacan comparar la carta con el inconsciente: en cada momento del circuito simbólico, para cada uno la carta es su inconsciente, cada hombre se convierte en otro hombre. Cada personaje es diferente de acuerdo al circuito simbólico que genera la posesión o no de la carta. Así, la carta, que pasa de mano en mano, es un “símbolo” puro dando vueltas.
Entonces, ¿qué es una carta?, ¿por qué se la puede robar? y ¿por qué produce los efectos descritos? Porque es una palabra volante, una hoja volante[1]. Y todavía más, ¿pertenece al que la envía? Si la respuesta es afirmativa, entonces, ¿cuál es su don? Si la respuesta es negativa, ¿pertenece, entonces, al destinatario? Si esto es efectivo, ¿por qué se procede a la devolución de las cartas cuando el compromiso amoroso se rompe?
En este caso, la famosa frase verba volant scripta maner, es cuestionada por Lacan. Si es posible la existencia de una carta robada es porque se trata de una hoja volante. “Las palabras se las lleva el viento”, “papelitos cantan”, “hablen cartas y callen barbas”, estas frases no se aplican a una carta, la carta es efectiva porque vuela, porque no tiene una clara pertenencia. Es lo escrito lo que vuela y son las palabras las que, lamentablemente, quedan. Ellas son determinantes. Desde el momento en que la carta es una “palabra”, puede cumplir varias funciones, cumple la función de pacto, de confidencia. En el cuento en cuestión, se trata de una carta de ¿amor?, es ¿un complot contra el Estado?, es ¿una trivialidad?, poco importa, se trata de una especie de ausencia/presencia, está presente no en su valor propio, sino en su amenaza, por todo lo que pone en peligro y en suspenso. Esta carta no posee el mismo sentido en todas partes. En manos de la reina es una verdad que no es bueno publicar (amor y/o confidencia); en manos del ministro es una prueba, es el cuerpo del delito, la carta en sí misma ha pasado a ser otra cosa.




[1] En castellano este juego de palabras no es tan evidente como en francés. En realidad el cuento de Poe se llama: La lettre volée, es decir, la carta volada [robada]. Sin embargo, en castellano existen algunos usos que aproximan a estas palabras aparentemente distantes: se dice por ejemplo, “me han volado la billetera”, teniendo casi como un sinónimo “volar” y “robar”. En México, volada es una noticia inventada, una trampa, una jugarreta. Volada, también hace referencia al juego de cara o cruz, “juguemos una volada”, se dice. Si Lacan se hubiera enterado de este significado de la palabra “volada”, estamos seguros que hubiera festejado con bombos y platillos la feliz concurrencia. 

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