Alfredo Domínguez en la plástica
A pocos días de conmemorarse el 37 aniversario de su muerte, el Espacio Patiño acogerá una muestra con 60 grabados y pinturas del tupiceño. También se expondrán cartas suyas, dibujos e ilustraciones.
Martín Zelaya Sánchez
La palabra que mejor
puede describir a Alfredo Domínguez -se me ocurre-, es narrador. Nadie como él
para contar, testimoniar, descubrir historias, realidades, sentimientos; con
sus composiciones y su canto, con su guitarra, con su pincel y su cincel.
Narrador, entonces, contador… y, por tanto, retratista.
Basta Vida pasión y muerte de Juan Cutipa, su obra
cumbre, para entender su real vocación de transmisor; su ética de vida y arte
asentada en el compromiso, es decir, en hacer lo mínimo que pueden hacer los
sin voz, lo sin poder: denunciar, alertar, visualizar.
Así, el talento de
Alfredo halló más de una expresión en el arte. Además de dominar la guitarra
como pocos -escuelas de música en EEUU y Europa lo estudian como ejemplo de
técnica e impronta autodidacta-, además de componer un puñado de temas tan
contundentes como sencillos en los que cuenta su vida, es decir, la vida del
boliviano común, incursionó en las artes plásticas con la misma fuerza y originalidad.
Cuenta Luis Rico: “una
noche de tertulia en 1965, en la peña Naira, Alfredo nos dijo: ‘No estoy
contento con lo que toco, no estoy contento con lo que canto… a partir de hoy
comienzo a pintar mis canciones’”[1].
Ahí se simboliza, quizás, su despertar definitivo.
A pocos días de la
conmemoración de su fallecimiento -28 de enero de 1980- este miércoles 25 en el
Espacio Simón I. Patiño de La Paz se inaugurará la exposición “Homenaje a
Alfredo Domínguez” que además de mostrar 60 grabados, dibujos y óleos del
“genio salvaje” tupiceño, pondrá a disposición del público material pocas veces
expuesto: fotografías, cartas de su puño y letra, además de afiches y tapas que,
en buena parte, él mismo diseñó e ilustró para sus conciertos y discos.
Inmejorable manera para conocer la faceta de artista plástico del célebre
guitarrero y cantor.
En su libro Alfredo Domínguez Romero. Arte que perdura
en el tiempo (La Paz, 2007), José María Pantoja recuerda que muy joven, en su
Tupiza natal, Alfredo fue profesor de dibujo y que su gran hobby, antes incluso
que la guitarra, era la caricatura: “Se ponía a dibujar caricaturas de sus
amigos cercanos, de personajes célebres de Tupiza… Cada 6 de agosto exponía
estos sus trabajos en la plaza Independencia”.
Ya que hablamos de un
narrador per se, sigamos contando
historias. Cuenta Fernando Zelada que Alfredo Domínguez le contó a Roberto
Laserna -perdonen el entrevero- su experiencia crucial e iniciática en las
artes plásticas. “En el registro magnetofónico -escribe Zelada- Alfredo relata
sus anécdotas en el Centro Ginebrino del Grabado Contemporáneo: ‘Luego de seis
o siete arduos meses de trabajo, por fin obtuve mi primer grabado en alto
relieve, en el que los personajes salen del papel. El director del centro lo
consideró una obra de arte y pronto la vendió a un coleccionista. Después de
unos 15 días recibí la invitación de este coleccionista para festejar la
colocación del grabado… llego a la casa y me recibe el señor y me dice: ‘Mire
dónde he puesto su cuadro, señor Domínguez’. Y vi mi grabadito al lado de un
Picasso… mi primera obrita de golpe ha entrado ahí’”[2].
El cantautor, el
guitarrero que como nadie supo sacarle voces y sonidos a la guitarra, halló así
una manera más de decir lo suyo. Y Juan Cutipa, su gran proyecto de vida y arte
que resume todas sus búsquedas e inquietudes, aunó sus dos pasiones. Vida, pasión y muerte de Juan Cutipa,
una serie de 12 cuadros y un disco con letra y música suyas, se presentó en
1969 en el Museo Nacional de Arte. Pantoja recoge el texto que Alfredo escribió
para la ocasión: “Este recital de guitarra, canto e ilustraciones en pintura,
tiende a evocar al hombre anónimo, al ignorado por muchos de nosotros. Juan
Cutipa representa al indio sureño con su picardía, sufrimiento, alegrías,
ternura, dolor, amor… así en desorden. Cutipa son los que viven en chozas, en
las minas, en las faldas de los cerros, en quebradas, en pampas y hasta en
otros países… en fin, Juan Cutipa es un pedazo de Bolivia”.
Esto piensan algunos
críticos sobre las dotes de Domínguez para la plástica:
Erica Deuber-Ziegler:
“Combina figuras entre arte bruto y caricatura -hombres, mujeres, parejas,
niños, trabajadores, campesinos, mineros- espacios y paisajes líricos abstractos
-compuestos entre cielo y tierra como pequeñas escenas, cubiles, grutas-
colores saturados, frecuentemente oscuros, magia cósmica, sortilegio, humor
cáustico; lo que hallaba venturosamente en Europa, un momento de apogeo del
arte abstracto (…). Sus grabados se parecen a sus canciones: marcadas por el
amor a los niños, la generosidad, amistad, el humor, con cimas satíricas, efectos
voluntariamente naifs, que tienen
poesía, movimiento, armonías sutiles, como su música en la guitarra”.
Jean Gisler: “Sus
composiciones dejan advertir una abstracción de mucha fuerza y de poesía
seductora… ha realizado con sus grabados una serie de unidad y temáticas
asombrosas”.
Serge Bimpage: “Como
una estela cósmica, las aguafuertes del boliviano nos fuerzan a elevar los
ojos, nos quedamos deslumbrados delante de sus obras en relieve, síntesis
modesta e impactante de lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande”.
Nunca es demasiado
cuando se trata de recordar y rendir tributo a los grandes, y vaya que Alfredo
Domínguez es uno de los mayores creadores que ha dado Bolivia.
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