jueves, 26 de enero de 2017

Artes plásticas

Alfredo Domínguez en la plástica

A pocos días de conmemorarse el 37 aniversario de su muerte, el Espacio Patiño acogerá una muestra con 60 grabados y pinturas del tupiceño. También se expondrán cartas suyas, dibujos e ilustraciones.


Martín Zelaya Sánchez

La palabra que mejor puede describir a Alfredo Domínguez -se me ocurre-, es narrador. Nadie como él para contar, testimoniar, descubrir historias, realidades, sentimientos; con sus composiciones y su canto, con su guitarra, con su pincel y su cincel. Narrador, entonces, contador… y, por tanto, retratista.
Basta Vida pasión y muerte de Juan Cutipa, su obra cumbre, para entender su real vocación de transmisor; su ética de vida y arte asentada en el compromiso, es decir, en hacer lo mínimo que pueden hacer los sin voz, lo sin poder: denunciar, alertar, visualizar.
Así, el talento de Alfredo halló más de una expresión en el arte. Además de dominar la guitarra como pocos -escuelas de música en EEUU y Europa lo estudian como ejemplo de técnica e impronta autodidacta-, además de componer un puñado de temas tan contundentes como sencillos en los que cuenta su vida, es decir, la vida del boliviano común, incursionó en las artes plásticas con la misma fuerza y originalidad.
Cuenta Luis Rico: “una noche de tertulia en 1965, en la peña Naira, Alfredo nos dijo: ‘No estoy contento con lo que toco, no estoy contento con lo que canto… a partir de hoy comienzo a pintar mis canciones’”[1]. Ahí se simboliza, quizás, su despertar definitivo.
A pocos días de la conmemoración de su fallecimiento -28 de enero de 1980- este miércoles 25 en el Espacio Simón I. Patiño de La Paz se inaugurará la exposición “Homenaje a Alfredo Domínguez” que además de mostrar 60 grabados, dibujos y óleos del “genio salvaje” tupiceño, pondrá a disposición del público material pocas veces expuesto: fotografías, cartas de su puño y letra, además de afiches y tapas que, en buena parte, él mismo diseñó e ilustró para sus conciertos y discos. Inmejorable manera para conocer la faceta de artista plástico del célebre guitarrero y cantor.
En su libro Alfredo Domínguez Romero. Arte que perdura en el tiempo (La Paz, 2007), José María Pantoja recuerda que muy joven, en su Tupiza natal, Alfredo fue profesor de dibujo y que su gran hobby, antes incluso que la guitarra, era la caricatura: “Se ponía a dibujar caricaturas de sus amigos cercanos, de personajes célebres de Tupiza… Cada 6 de agosto exponía estos sus trabajos en la plaza Independencia”.
Ya que hablamos de un narrador per se, sigamos contando historias. Cuenta Fernando Zelada que Alfredo Domínguez le contó a Roberto Laserna -perdonen el entrevero- su experiencia crucial e iniciática en las artes plásticas. “En el registro magnetofónico -escribe Zelada- Alfredo relata sus anécdotas en el Centro Ginebrino del Grabado Contemporáneo: ‘Luego de seis o siete arduos meses de trabajo, por fin obtuve mi primer grabado en alto relieve, en el que los personajes salen del papel. El director del centro lo consideró una obra de arte y pronto la vendió a un coleccionista. Después de unos 15 días recibí la invitación de este coleccionista para festejar la colocación del grabado… llego a la casa y me recibe el señor y me dice: ‘Mire dónde he puesto su cuadro, señor Domínguez’. Y vi mi grabadito al lado de un Picasso… mi primera obrita de golpe ha entrado ahí’”[2].
El cantautor, el guitarrero que como nadie supo sacarle voces y sonidos a la guitarra, halló así una manera más de decir lo suyo. Y Juan Cutipa, su gran proyecto de vida y arte que resume todas sus búsquedas e inquietudes, aunó sus dos pasiones. Vida, pasión y muerte de Juan Cutipa, una serie de 12 cuadros y un disco con letra y música suyas, se presentó en 1969 en el Museo Nacional de Arte. Pantoja recoge el texto que Alfredo escribió para la ocasión: “Este recital de guitarra, canto e ilustraciones en pintura, tiende a evocar al hombre anónimo, al ignorado por muchos de nosotros. Juan Cutipa representa al indio sureño con su picardía, sufrimiento, alegrías, ternura, dolor, amor… así en desorden. Cutipa son los que viven en chozas, en las minas, en las faldas de los cerros, en quebradas, en pampas y hasta en otros países… en fin, Juan Cutipa es un pedazo de Bolivia”.
Esto piensan algunos críticos sobre las dotes de Domínguez para la plástica:
Erica Deuber-Ziegler: “Combina figuras entre arte bruto y caricatura -hombres, mujeres, parejas, niños, trabajadores, campesinos, mineros- espacios y paisajes líricos abstractos -compuestos entre cielo y tierra como pequeñas escenas, cubiles, grutas- colores saturados, frecuentemente oscuros, magia cósmica, sortilegio, humor cáustico; lo que hallaba venturosamente en Europa, un momento de apogeo del arte abstracto (…). Sus grabados se parecen a sus canciones: marcadas por el amor a los niños, la generosidad, amistad, el humor, con cimas satíricas, efectos voluntariamente naifs, que tienen poesía, movimiento, armonías sutiles, como su música en la guitarra”.

Jean Gisler: “Sus composiciones dejan advertir una abstracción de mucha fuerza y de poesía seductora… ha realizado con sus grabados una serie de unidad y temáticas asombrosas”.
Serge Bimpage: “Como una estela cósmica, las aguafuertes del boliviano nos fuerzan a elevar los ojos, nos quedamos deslumbrados delante de sus obras en relieve, síntesis modesta e impactante de lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande”.
Nunca es demasiado cuando se trata de recordar y rendir tributo a los grandes, y vaya que Alfredo Domínguez es uno de los mayores creadores que ha dado Bolivia.





[1] Rico, Luis. “Vida, pasión y muerte de Alfredo Domínguez”, en “Fondo Negro (6-7-2008), La Prensa. La Paz, Bolivia.
[2] Zelada, Fernando. “Pasajero fugaz y genio salvaje”, en “Fondo Negro” (6-7-2008), La Prensa. La Paz, Bolivia. 

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