El prodigioso arte de Arvo Pärt
Continúa la serie de perfiles críticos de músicos de diferentes épocas y estilos. Esta vez le toca al notable compositor estonio.
Pablo Mendieta Paz
Creador de una música depurada, de
inspiración profundamente religiosa, Arvo Pärt ha compuesto obras que se
ejecutan en todo el mundo y que han sido grabadas en más de 80 discos
compactos. Inspirado por el canto gregoriano y la antigua polifonía, el
compositor ha desarrollado su propio estilo denominado tintinnabular.
Arvo Pärt nació el 11 de septiembre de
1935 en Paide, Estonia, ciudad situada aproximadamente a 90 kilómetros de
Tallin, su permanente lugar de residencia. Divorciados sus padres, su madre lo
llevó a Rakvere, al noreste de ese país. Entre los siete y ocho años siguió
cursos de música en la escuela y más tarde aprendió las bases de piano y de
teoría musical. Ya adolescente, se interesó especialmente por la música sinfónica,
y aunque el piano era el instrumento de su predilección, practicó también el
oboe en la orquesta de su escuela.
A los 17 años compuso Meloodia, pieza pianística para un concurso
de jóvenes artistas. Exento entonces de raíces o influencias estonias, y más
bien influido por el estilo de Rachmaninov, no obtuvo ningún premio. Más tarde,
en 1954, ya en la escuela secundaria de música de Tallin, y bajo la tutela
principal del profesor Harri Otsa, estudió teoría musical, composición, piano,
literatura musical, análisis y música popular. Luego, con Veljo Tormis como
profesor, asimiló toda idea musical novedosa, particularmente de Occidente; entre
otras, el emergente dodecafonismo, toda una revelación para el artista.
En 1962 dio a conocer en la Unión
Soviética una de sus composiciones escritas para coro de niños y orquesta, Nuestro jardín, con la cual obtuvo el
Primer Premio de jóvenes compositores de la URSS. En 1963, una vez egresado del
Conservatorio de Tallin, su carrera profesional como compositor ya gozaba del
aplauso y consideración de los críticos y musicólogos, testigos directos de su
inclinación para iniciarse en la composición de música serial, de la cual
nacieron sus dos primeras sinfonías.
En 1968, luego de la censura de su credo
por el régimen comunista, Arvo Pärt renunció a la música serial para dedicarse
durante diez años al estudio del canto gregoriano y la música de los
compositores medievales franceses y flamencos, como Guillaume de Machaut,
Ockeghem, Obrecht y Josquin des Prés, bajo cuya influencia escribió, en 1971,
la Sinfonía Nº 3; luego Für Alina (1976), con las que rompió el
estilo de sus primeras obras para calificar a las nuevas como las tintineantes
(tintinnabular), cuya estructura le permitía trabajar con una o dos voces
solamente, construidas a partir de un acorde perfecto y una tonalidad
específica. Las tres notas del acorde perfecto sonaban como campanas, por lo
mismo que su música fue bautizada con el denominativo de tintinabular. Las tres
obras más importantes y reconocidas con este estilo son Fratres, Canto en memoria de Benjamin Britten y Tabula Rasa.
Luego de una travesía por Viena (donde
obtuvo la nacionalidad austríaca) y por Berlín del Oeste, regresó a Tallin. En
1996, pese al inconveniente que surgió a raíz de que fuera alineado a
compositores “minimalistas místicos” como Henryk Górecki y John Taverner, fue nombrado
miembro de la Academia Americana de Artes y de Letras.
Creador de música depurada y de
inspiración profundamente religiosa (fiel a su confesión cristiana ortodoxa),
los cantos ortodoxos, así como los gregorianos, influyeron su estilo sobre la modulación
lenta de los sonidos asociada a la música posmoderna. Arvo Pärt es, en
consecuencia, un firme e inalterable creador del estilo tintinnabular del que
no desiste bajo ningún concepto, ni siquiera para ilustración sonora de
películas y espectáculos de danza.
La fina escritura minimalista de Pärt, da
tal impresión de simplicidad que sorprende. El primer elemento de esta, según
los profundos estudios de su obra, es la utilización de ritmos simples tales
como “negro, blanco, negro, blanco” o “blanco, negro, blanco, negro”, es decir
de una moderación y llaneza notables en el estilo (se podría decir elemental,
aunque, implícitamente, sea de carácter profundo).
El segundo elemento es el famoso estilo
tintinnabular que se inspira en el sonido de las campanas, es decir, que
cualquier instrumento articula su juego entre tres notas principales: el acorde
perfecto. Pärt, contrariamente a muchos compositores de las épocas barroca,
clásica y romántica no emplea jamás ninguna forma de modulación o cambio de
tonalidad.
Es tan impresionante su minimalismo, que
a pesar de haber jugado en términos de exploración con la polifonía más pura
-la renacentista-, y con estilo gregoriano, no llama la atención que su música
emplee solo lo estrictamente imprescindible.
Pärt, en el breve análisis que uno pueda
aventurarse a hacer, obsequia auténtica magia en su música; la hace fluir con
cualidades sensitivas de fácil comprensión, pero a partir de una profunda
construcción, como si uno estuviera frente a un manantial de las aguas más
puras y, al reparar en su exquisitez natural, no pueda sino valorar, en su
inmensa magnitud, el tremendo misterio que encierra la naturaleza.
Lo que impresiona de Pärt es que al oírlo
parecería que hay en su música acordes de usanza polifónica (uno los escucha y
no los hay), pues economiza esa base de la armonía occidental y también ahorra
elementos imprescindibles de la armonía tradicional, como las notas de paso o
las apoyaturas (términos de armonía), pero insisto, ¡se los escucha!... En fin,
música incomparable con ahorro de sonidos pero, en feliz paradoja, con una
plétora inacabable de ellos.
Este prodigioso músico estonio toca el
cielo con las manos (el oyente y el público hacen lo propio escuchándolo)
guardando todos los sonidos posibles en un depósito herméticamente cerrado para
que nadie pueda oírlos; pero, como un Houdini, de pronto los libera y el
auditor logra “asirlos” sin que realmente estén ahí. Prueba de ello son, entre
muchas otras composiciones, su Trivium,
De Profundis, Nunc Dimittis, Spiegel im Spiegel (es frecuente oír
fragmentos de esta obra en varias cintas cinematográficas), Psalom. Con Arvo Pärt, en fin, uno se
transporta a abismos que ascienden.
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