Tres poemas inéditos y una prosa autobiográfica de Matilde Casazola
Matilde Casazola, insuperable cantautora, fecunda poeta, extraordinario ser humano, acaba de recibir el mayor reconocimiento del Estado a la cultura y las artes. Dio y da tanto, la autora de Tanto te amé, que cualquier premio hace justicia y aun así seguimos en deuda. Y seguiremos, pues ahora nos regala de manera exclusiva para LetraSiete un revelador texto autobiográfico y tres poemas, todos inéditos.
El
martes 20 de diciembre pasado, pocas horas después de que se mandó a imprenta
el número 149 de LetraSiete (el anterior), Matilde Casazola fue proclamada
Premio Nacional de Cultura 2016. Pocas cosas más merecidas y de unánime
beneplácito pasan últimamente.
La
mayor cantautora viva de Bolivia -solvente y prolífica poeta, además- dio en
estos días casi una decena de entrevistas a diferentes medios, y no creímos
posible -en una eventual nueva charla que por supuesto fue considerada-
estimularle a revelar algo que no haya dicho ya.
Apelamos
entonces a su enorme generosidad -y a la de Gabriel Chávez Casazola, nuestro
mediador en Sucre-, le propusimos revisar su archivo y no dudó en mandarnos
tres poemas inéditos y una exquisita prosa autobiográfica (¿adelanto de un
libro de memorias en ciernes?) que ofrecemos a continuación para hacer justicia
al acontecimiento de su galardón, el mayor reconocimiento del Estado
Plurinacional de Bolivia a los hombres y mujeres del arte y la cultura.
Escribe
el poeta Gary Daher: “A la manera de un registro de sus heridas de alma,
Casazola marca cada poema con la fecha en que fue escrito, como una bitácora
que anotara los detalles del viaje que le toca vivir, que le sirviese de
luminaria”.
Así
van, fechados, los tres poemas que nos regala Matilde; uno, contra su
costumbre, está titulado -Para Elisa-
y viene a tono con las fechas: cambio de año, pasar la página y renovar. Son
versos de los años 90 y todo indica que pertenecen a la serie temática.
(Valga
un paréntesis para recordar que Casazola tiene publicados más de una docena de
poemarios, pero sus escritos -tanto libros acabados, como poemas sueltos- se
multiplican y con mucho. Valga recordar, además, que según etapas, momentos…
según el estro, sus versos son o “autobiográficos” o “temáticos”).
El
amor/desamor, la fe, la naturaleza y el tiempo predominan entre las búsquedas e
intereses temáticos de los poemarios de Matilde; y cuando se trata de recorrer
su vida, sus sentires, avatares y recorreres, qué duda cabe que estos tópicos
cruciales también pueblan sus páginas autobiográficas, esta vez desde la
perspectiva personal, confesional. Ahí, al parecer, pertenecen el segundo y
tercer poema inédito que ahora leemos. (MZS)
Para Elisa
II
Elisa
comía doce uvas
contando
las doce campanadas
de
aquella medianoche misteriosa
más
que ninguna otra, la postrera
del
año que se va, pues que cumplía
años
en aquel día treinta y uno
de
diciembre, San Silvestre, Año Viejo
Año
Nuevo que ya nos sonreía.
Y
cantaba canciones de su tierra
y
era feliz y a todos abrazaba
Elisa,
que tan niña parecía
mas
que tenía el alma atormentada.
Yo
la recuerdo hoy, pues es primero
del
enero reciente, aunque pasados
once
años de aquel otro treinta y uno
en
que viviera Elisa y sus diciembres.
Sus
casi siempre eneros! Por la puerta
majestuosa
del año que termina,
ella
comenzó a ser rosa y espina,
Elisa
de Beethoven. Alba incierta.
10 de
enero, 1994
Cómo
extraño
tus
palabras
tus
palabras que levantan las arenas
de
ciudades empolvadas
tus
palabras que despiertan las miradas
de
antiquísimas estatuas
tus
palabras
con
que labras redecillas de corales
albos
nácares
que
relumbran en tus manos
tus
palabras tempestuosas o tranquilas
con
que hilas
tanta
historia
tus
fantásticas palabras que me colman
que
me calman
tus
palabras
tus
palabras,
tus
palabras…
Sucre,
30 de noviembre de 2002
Solíamos comer
trozos de luna llena
a manera de rajas de mandarina
o suculentos bollos
hechos por la mano maestra
de mamá.
Sentados en círculo de nubes
y tinieblas azules
comíamos con deleite
esos enharinados trozos.
Después, nos regresábamos
caminando
por el camino largo bordeado de árboles,
nuestras almas revestidas
de claridad
por tiempo innúmero
dichosos, niños nuevamente.
Sucre, noches de luna llena detrás de
las nubes de lluvia
19 a 20 de marzo de 2011
La fuga
con Alexis
¿Por qué llamar a ese tiempo de mi vida
“La fuga…”?
Huía de mí, de los problemas sin
resolver, de mi amor imposible, de la monotonía de una ciudad pequeña.
Si bien Alexis era un artista pobre, por
el hecho de ser artista, ya era riquísimo. Esto es lo que no saben quienes
creen que la riqueza está solamente en la posesión material.
Los artistas contamos con la
imaginación, maga inseparable de todo cuadro que algún día podría convertirse
en realidad.
¿Por qué los seres humanos amamos la
ficción, el teatro, el cine, los mundos contenidos en una pequeña caja? Porque
subconscientemente, en esos cuadros ficticios, nos vemos realizados nosotros
mismos: nuestras existencias monótonas, grises, nuestra fealdad o el no tener
gracia, se convierten a través del protagonista de la historia, y de la
historia propiamente dicha, en algo supremamente real en lo que estamos
involucrados, aunque el hechizo no dure más de una hora en el tiempo normal.
Alexis y sus títeres y su teatro
colorido, eran la fantasía misma.
Cultivábamos amigos semejantes a
nosotros, artistas o gente culta, que nos envidiaban secretamente la libertad
que conlleva la trashumancia. También, por supuesto, cultivábamos amigos
sencillos, de ésos que suele brindar el camino y que son pródigos en
generosidad y capacidad de asombro.
Vivimos innumerables historias, unas
amenas, otras dramáticas.
Recuerdo ahora una noche que fuimos a
ver una ópera en una de las ciudades que visitábamos. La ciudad no era una
metrópoli, y la compañía de ópera era alguna que ya no estaba en la primera
línea del cartel.
Yo me puse un vestido que me había
comprado en alguna tienda de supermercado. Un vestido bonito que quería usar.
La función de ópera sería el motivo ideal para hacerlo.
Era un traje color verde claro, que me
hacía un poco pálida. Me puse una chalina, una “écharpe” de color marfil, para
complementar el atavío.
La ópera que vimos era Rigoletto. El actor cantante que hacía
del protagonista, el bufón de la corte, ya había pasado su época de oro. Se lo
notaba un tanto afónico. Para colmo de males, en un momento de ira, cuando
Rigoletto se ve arrebatado por la crueldad de los cortesanos, el artista golpeó
con tal fuerza sobre una pequeña mesa que había en el escenario, que la rompió.
Nosotros, como artistas a la par de él,
nos sentimos solidarios en su desdicha personal; salimos de la obra
extrañamente doloridos, más que por la ópera en sí, por haber sido testigos de
la decadencia de un gran cantante.
Como ésa, muchas historias vividas en
compañía de aquel hombre singular.
Ahora todo eso me parece un sueño. Yo tenía
veinte años, él treinta y seis, y entonces él parecía ya un hombre maduro; yo,
una adolescente.
Amigos me dicen que alguien les ha
contado que ha muerto en un país distante.
No sería tan raro. Ahora yo tengo
sesenta y tres años, él estaría por los setenta y nueve.
Cuando me di cuenta de que al irme con
él, no había sido sólo porque quería explorar el mundo, vivir a plenitud, sino
huir, decidí en lo profundo que aquella vida debía tocar a su fin.
Nos separamos, con la vaga promesa de
encontrarnos en un año. Él siguió con sus títeres rumbo al horizonte; yo me
quedé nuevamente en mi país, para adentrarme en mi propio arte.
Al principio nos escribimos, y luego la
distancia fue tejiendo su tela sutil de olvidos, palabras no dichas, rencores
ocultos. No volvimos a vernos. Y yo no quise saber nada más de su historia.
Rigoletto, Alexis y el vestido verde.
Correr con los brazos abiertos hacia
mundos desconocidos.
Pocha ingenua de los veinte años.
Títeres carcomidos por el tiempo,
encerrados en una valija rotosa.
Un hombre muriéndose en su camastro, en
una ciudad lejana.
¡Bajar el telón!
Sucre, 2-3 de noviembre de 2006.
*Alexis Antíguez, titiritero argentino,
mi excompañero.
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