A los que vuelven
Un texto nostálgico y esperanzador, a tono con la renovación general que implica el nuevo año.
Alex Aillón
Valverde
Uno
siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida, dice la canción. Es
interesante la paradoja, pues uno no puede darse cuenta de ello, muchas de las
veces, si no es hasta cuando ya no está, cuando se ha ido, cuando hay
distancia, cuando hay tiempo de por medio, entonces la memoria puede hacer su
trabajo.
Entonces
las historias pueden ser. Porque las historias las teje el recuerdo. En este
caso, las historias solo pueden decirse y hacerse, cuando ya han sido, cuando
el tiempo las ha trasminado con uno u otro color, con uno u otro olor. Entonces
uno siente que las cosas que le pasaron alguna vez en algún lugar, su lugar,
fueron felices, inclusive en su tristeza.
La memoria
y la nostalgia hacen que pertenezcamos, que nos sintamos en deuda, en
compromiso. Eso queremos dejar a los que vienen luego. Eso queremos mostrar a
nuestros hijos que nacieron en otros lados, a nuestros amigos que nos
escucharon hablar y contar y llorar nuestros lugares en noches de tragos y
guitarras.
A
nuestros amores, para que vean que venimos de un lugar cierto, de un lugar
iluminado, de un lugar que nos ha dado un peso específico en el mapa de la
pertenencia: de allí somos, de aquí soy, de aquí provengo, de este árbol, de
esta calle, de este atardecer, de esta riqueza, de esta pobreza.
Los que
vuelven, vuelven en busca de su pedazo de nostalgia, pues pese a estos tiempos
interestelares en los que la distancia y el tiempo se acortan hasta casi
desaparecer, lo humano busca su ubicación, busca su tierra, su cerro, su mar,
su cielo. Eso no ha desaparecido, eso todavía es necesario.
Los que
vuelven no son solo los que regresan físicamente, también somos nosotros, los
que nos quedamos, los que vemos los rostros del pasado, de pronto, aparecer en
nuestra esquina, en el café, en la plaza, allá de donde habían desaparecido
alguna mañana, alguna tarde, alguna noche de la cual solo a ellos les queda el
registro.
De
pronto, encuentras la misma mirada, los mismos gestos, aunque ya transitados
por el tiempo, reconoces una sonrisa, una belleza que fue tuya o que amaste en
silencio, reconoces un tiempo compartido, un tiempo que habitualmente ya no
opera en tus días, pero que vuelve con los que vuelven.
Muchas
veces los que vuelven traen recuerdos que molestan, que incomodan, pero eso es
lo que nos conforma también y debería agradecerse, porque te ayuda a evaluar el
camino recorrido, los cambios, las mutaciones inevitables, con ese mutuo
sacrificio que es el reencuentro.
En los
que vuelven completamos, pues, de alguna manera, al otro que fuimos, el que se
encuentra flotando en las arcas de la memoria a la espera de ser recuperado de
golpe por esa máquina del tiempo, que es el diálogo, la charla, el abrazo.
Los que
vuelven, como vuelven se van, a veces por otro año, a veces no vuelven más.
Otros, como dice Sabina, simplemente comprendieron de manera temprana y
resignada aquello de que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de
volver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario