De L´art romantique de Juan José Saer
“Saer es un autor que trabaja en constelación”, dice el autor en este texto en el que también se evoca a Petrus Borel y, de paso, a Baudelaire.
Rodolfo Ortiz / Poeta y literato
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Juan José Saer es un escritor que trabaja en
constelación. Sin duda esta idea también opera en los palimpsestos que
constituyen muchos de los poemas de su libro El arte de narrar. Voy a referirme al poema De L´art romantique, un texto que Saer mantuvo siempre como umbral
o apertura de un proyecto poético fascinante y complementario al de su obra
narrativa.
Además de recoger cierta tradición de la literatura
argentina que siempre vindicó por su atipicidad, como la obra de Di Benedetto o
los poemas narrativos de Juan L. Ortiz, Saer establece puentes con la tradición
europea que utiliza antes que nada para prefigurar su propio arte de narrar.
Así ocurre de inicio con el título del poema, pues si
bien L´art romantique fue un
celebrado libro de ensayos que Baudelaire publicó en 1869, allí también se incluye la serie menor titulada Reflexiones sobre algunos de mis
contemporáneos, cuyo quinto retrato corresponde a Petrus Borel, un
licántropo decadente y desmedido poeta francés que se constituirá en el foco de
interés de Saer.
“¡Pobre Petrus Borel!”, lamenta la voz del poema,
evocando el nombre olvidado de un infeliz escritor “cuyo genio malogrado
-refiere Baudelaire-, pleno de ambición y torpeza, sólo supo producir fracasos
minuciosos”.
Esta elección no deja de ser significativa, pues
sugiere que a Saer le interesa configurar su arte a partir del uso de figuras de escritores como personajes que
expresan una visión íntima del proceso de creación.
Años después a la escritura de este texto, en
“Razones”, Saer habrá de insistir sobre este artificio cuando deduzca que
debido al fenómeno de crisis de la representación que nos acosa, interesarían
de estas figuras “menos las historias que nos cuentan, que los medios que
emplean para contarlas”. Y la idea es justa, pues el “medio empleado” será el
que prevalecerá a la hora de evocar la vida de Borel. No su laborioso
anecdotario sino la imagen de “la escritura costosa, el palimpsesto / del
proyecto y la redacción / trabados en lucha libre”.
Y este puente, tenso y trabado, sugiere un segundo
elemento referido a los modos a través de los cuales Saer recolecta los
detalles de sus lecturas. No cabe duda que los elementos que utiliza para
ensamblar a su personaje coinciden en la representación de una figura oscura y tributaria
del fracaso. Esto mismo se convertirá en rasgo fundamental de su arte de narrar,
pues Petrus Borel será para Saer la “gran” figura de apertura que representa al
poeta como un ser disminuido, vinculado a una estética del fracaso creativo.
Saer escribió poemas memorables sobre Dostoievski y
Turgueniev, sobre Darío, Li Po o Aldo Oliva, pero de la misma manera en estos
poemas aquello que prevalece no es la celebración de sus logros sino la duda, el
vacío, la extrañeza, el despojamiento, reflejados a través de instantes
epifánicos que habrá que recrear, valga la paradoja, de manera incansable.
Lo que verdaderamente cuenta en todo arte, parece
decirnos Saer, es el aura de negatividad que, en el umbral de los inicios de
una obra o en el descubrimiento de una “voz”, hace posible la creación. Si Baudelaire
comienza diciendo que Petrus Borel “fue una de las estrellas oscuras del cielo
romántico”, Saer precisará la frase en el poema de la siguiente manera: “Aprendamos, / en esta hora, de Petrus
Borel, / el amor por la palabra, la lealtad suicida a los lobos, […] / aunque
se haya, por fin, oscuro, hundido en el cielo, / y ninguna estrella lleve su
nombre”.
Entonces, destacaría un tercer elemento de este
palimpsesto inagotable que es De L´art
romantique. Se trata del “caos tipográfico” que germina en ese entre lugar
“trabado en lucha libre”. Dice el poema: “[…]
el caos de la tipografía / como un hormiguero que se abre / en estampida sobre
la nieve”. La constelación que abren estos versos es extensa y se prolonga
a varios lugares de la obra de Saer, sin embargo, quisiera enfatizar una
conexión que considero puede llegar a ser significativa en este punto.
La imagen nos conduce hasta El intérprete, un texto
breve que se publica en la sección “Argumentos” de La mayor (1976). Allí Saer recrea un personaje de la época colonial
que se configura en un contrapunto sustancial al argumento del poema.
Un niño cautivo, Felipillo, apropiado por los
conquistadores que desembarcan en la costa americana para protagonizar el
conocido episodio histórico de Cajamarca, dicho sea, narrado originalmente por
el Inca Garcilaso en 1617. En determinado momento del texto Felipillo habla de
la lengua invasora que le enseñaron los conquistadores y lo hace evocando su propia
imagen, a través de la escritura encarnada en un hombre “dotado de una lengua
doble, como la de las víboras”, y que habita un “caos tipográfico” o lugar
oscuro que la cultura desagrega:
“Los carniceros tocaron con una cruz la frente del
niño que yo era, me dieron un nombre nuevo, Felipillo, y después, lentamente,
me enseñaron su lengua. La vislumbré, gradual, y hacia mí, Felipillo, las
palabras avanzaron desde un horizonte en el que estaban todas empastadas,
encimadas unas sobre otras para ser, otra vez, como los barcos, puntos negros,
filigranas de hierro negro, y por fin una selva de cruces, signos, palos y
cables desagregándose de un grumo hirviente, como hormigas despavoridas de un
hormiguero”.
Este texto se sitúa en el momento de la escritura del
poema De L´art romantique. El
licántropo francés que paraliza el lenguaje con su ojo amarillo habla ahora con
la aguja doble del indio. Un lenguaje empastado y una escritura despavorida; un
proyecto informulable y una redacción imposible; y lo que es más desalentador
todavía, el vacío de una región intermedia que desagrega la escritura de su “grumo
hirviente”, para volcarla “como un hormiguero que se abre / en estampida sobre
la nieve”.
De L´art romantique
¡Pobre Petrus Borel! Con la señora Putifar y todo,
se hundió en el cielo estrellado. El Licántropo
comió desde dentro el pan de la poesía hasta las migas
porque vino a llenar, en la opinión de Carlos,
el lugar de los lobos. Ahora su nombre
no es más que un tambor metálico que resuena temblando
un segundo después de redoblar. Y está también
la escritura costosa, el palimpsesto
del proyecto y la redacción
trabados en lucha libre, el caos de la tipografía
como un hormiguero que se abre
en estampida sobre la nieve. El lobo vigilaba,
por encima de su hombro, en todo momento,
hechizando el lenguaje, paralizando la reflexión
con su ojo amarillo.
Aprendamos,
en esta hora, de Petrus Borel,
que vio en el cielo de Argel,
con horror, hacia el final de su vida,
las befas del lobo a la musa, aprendámoslo;
de Petrus Borel,
aunque se haya, por fin, oscuro, hundido en el cielo,
y ninguna estrella lleve su nombre.
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