jueves, 27 de febrero de 2014

Letra sincrónica

Gombrowicz y lo nacional




Alan Castro Riveros / Escritor


¿Por qué aquel comemierda que me consideraba un comemierda me llamaba Maestro?
W. Gombrowicz

Una entrevista
En una entrevista de 1969 filmada en una comunidad francesa de Los Alpes Marítimos, el polaco Witold Gombrowicz comienza diciendo que Balzac no le gusta porque su lado burgués es completamente desagradable, y menos Flaubert o Zolá.
Después de tal irreverencia a la tradición literaria francesa, el pobre entrevistador, herido en su francesidad, le pregunta con voz temblorosa, entre triste y esperanzada: ¿Y no le gusta Rousseau, Las confesiones? Gombrowicz lo termina de matar con un lacónico: “No, para nada”.
Aunque no es difícil imaginar una escena así en las novelas del escritor polaco, su humor aplastante fulgura en esta charla -aplastando al entrevistador, en este caso. Y adivinamos en ella sus temas favoritos: la inferioridad, la inmadurez, el odio a la forma, la caricaturización y, por supuesto, su anti-nacionalismo.
Por si las moscas, aclaremos que Gombrowicz no es un artista exiliado que odia Polonia y retruena desde algún lugar contra sus costumbres y su pequeñez. Tampoco es un intelectual que quiere “salvar” a su pueblo de las garras de algún poder, gracias a su notable genio. Ambos (anti)nacionalismos son burdos y meramente anecdóticos. En cambio, el gesto de Gombrowicz desbarata todos los discursos nacionales, de cualquier nación del planeta, por más cuidadosamente que se disimulen. En todo caso, para Gombrowicz, cualquiera que sea espantado por lo nacional (como si tal cosa fuera algo más que un discurso), o cualquiera que venere el mundo en el que vive como si fuera algo nacional, está fregado, y será aplastado.
Más adelante en la entrevista (que se halla en youtube escribiendo: Gombrowicz vence), Witold afirma que él es superior a Dante por el simple hecho de haber nacido después. Si fuésemos académicos demasiado academicistas esta afirmación podría ruborizarnos. Por ejemplo, si se lo explicamos al pobre profesor Harold Bloom, lo matamos.
Gombrowicz lo explica así: “Obviamente yo soy superior a Dante, porque nací después de él. Yo tengo medios de expresión mucho más ricos y horizontes mucho más amplios, que no se deben a mi experiencia personal, sino a que mamé de todo eso que me otorga superioridad. Esta superioridad no se ha puesto en evidencia por la terrible manera en que hoy en día se enseña la literatura en escuelas y universidades. De manera que nuestra actitud hacia el ejemplo anterior, hoy en día, es falsificada”.
Claro que para un profesor de literatura inglesa no es Dante a quien se debe superar, sino Shakespeare. No importa que todos sepamos que Dante es anterior.
Si damos un vistazo a un texto académico nos topamos con una abrumadora lista de autores citados. Las fuentes, les llaman. Pero también podríamos decir que es una lista de todas las personas que algún humilde discípulo considera superiores a él. Sí, podríamos decirlo, pero no lo haremos. Es preferible decir que llegamos a esa conclusión tras una profunda lectura del gran escritor Witold Gombrowicz.
En todo caso, si importa tanto quién escribió primero la revelación que será repetida por los soldados de la palabra, ¿por qué el profesor inglés pone de maestro a Shakespeare y de segundón a Dante en una misma tradición occidental?
¿Por qué llaman a Borges el argentino internacional si es internacional? ¿Por qué un cochabambino se pelea con los paceños y la cervecería se llama Boliviana Nacional? Aquí se huele el pedo oculto en los pantalones de un oficial arruinado, el último soplo de la pequeña ilusión nacional (o plurinacional, en el último caso).
Pero volvamos a la entrevista. Justo después de que el escritor dice que la comida francesa es mala, aburrida y una prueba de la falta de imaginación francesa (sin mencionar los postres que son un escándalo mundial), el pobre entrevistador francés se anima a decirle al polaco que sus respuestas le parecen un ataque.
Witold decide suavizar el asunto no sólo diciendo que le gusta un poco Montaigne, sino explicando su posición de extranjero en Francia: “Puede ser que sea un poco una táctica. Un escritor debe oponerse. Sobre todo un extranjero. Si un extranjero empieza a alabar todo lo francés pierde su condición de extranjero”.
Si esta hubiese sido una escena de la novela Transatlántico (1953) el reportero le habría contestado que eso ya lo escribió Camus en su novela de 1942.

Transatlántico
En agosto de este año 2014 se realizará el Primer Congreso Internacional Witold Gombrowicz. Se instalará en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y celebrará los 75 años de su llegada a Argentina.
Y es que la relación entre el escritor polaco y la nación del Martin Fierro es de antología: Gombrowicz llega a Argentina de vacaciones poco antes de que estalle la Segunda Guerra Mundial, y se queda allí más de 24 años.
Allí traduce Ferdydurke (1937), se hace amigo de un grupo que termina llamándose “Gombrowiczidas”, cena en casa de Silvina Ocampo y comparte un inocente secreto con ella, se ríe de Borges y, por supuesto, escribe Transatlántico.
No es casualidad que los argentinos mejor dotados para la crítica hayan mencionado varias veces a Gombrowicz y a Argentina en una misma oración. Por un lado, Juan José Saer dice que Gombrowicz se inscribe en un lugar destacado de la tradición de escritores extranjeros que escriben en Argentina, país en el cual, según está convencido Saer, Darwin maduró la teoría de la evolución después de haberla formulado en Galápagos.
Por otro lado, Ricardo Piglia provoca diciendo que Gombrowicz es el mejor escritor argentino del siglo XX, y Transatlántico la mejor novela escrita en Argentina. No por nada una de las seis Mesas del Congreso Internacional Gombrowicz es “Gombrowicz y los intelectuales en Argentina”.
Pero nada mejor para ver la relación de Gombrowicz y los intelectuales que una de las escenas más memorables de Transatlántico, la escena en la que un importante escritor polaco, instado por los funcionarios de su embajada, es obligado a aplastar con su genio a los intelectuales locales. Cuando el escritor polaco responde con superioridad al escritor argentino, sus compatriotas lo aplauden y le llaman maestro.
Pero cuando el maestro es humillado por las citas enciclopédicas de su opositor, los mismos compatriotas se achican. ¿Qué había ocurrido para que de pronto se ruborizaran de esa manera? ¿Por qué ese cambio si apenas hacía un momento me adoraban! No había nada que hacer, estaban allí inmóviles y ruborizados.

Tal el Martirio de la nacionalidad: pretender ser un alto espíritu ofendido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario