Gombrowicz y lo nacional
Alan
Castro Riveros / Escritor
¿Por qué
aquel comemierda que me consideraba un comemierda me llamaba Maestro?
W. Gombrowicz
Una entrevista
En
una entrevista de 1969 filmada en una comunidad francesa de Los Alpes
Marítimos, el polaco Witold Gombrowicz comienza diciendo que Balzac no le gusta
porque su lado burgués es completamente desagradable, y menos Flaubert o Zolá.
Después
de tal irreverencia a la tradición literaria francesa, el pobre entrevistador,
herido en su francesidad, le pregunta
con voz temblorosa, entre triste y esperanzada: ¿Y no le gusta Rousseau, Las confesiones? Gombrowicz lo termina
de matar con un lacónico: “No, para nada”.
Aunque
no es difícil imaginar una escena así en las novelas del escritor polaco, su
humor aplastante fulgura en esta charla -aplastando al entrevistador, en este
caso. Y adivinamos en ella sus temas favoritos: la inferioridad, la inmadurez,
el odio a la forma, la caricaturización y, por supuesto, su anti-nacionalismo.
Por
si las moscas, aclaremos que Gombrowicz no es un artista exiliado que odia Polonia
y retruena desde algún lugar contra sus costumbres y su pequeñez. Tampoco es un
intelectual que quiere “salvar” a su pueblo de las garras de algún poder,
gracias a su notable genio. Ambos (anti)nacionalismos son burdos y meramente
anecdóticos. En cambio, el gesto de Gombrowicz desbarata todos los discursos
nacionales, de cualquier nación del planeta, por más cuidadosamente que se
disimulen. En todo caso, para Gombrowicz, cualquiera que sea espantado por lo
nacional (como si tal cosa fuera algo más que un discurso), o cualquiera que
venere el mundo en el que vive como si fuera algo nacional, está fregado, y
será aplastado.
Más
adelante en la entrevista (que se halla en youtube escribiendo: Gombrowicz
vence), Witold afirma que él es superior a Dante por el simple hecho de haber
nacido después. Si fuésemos académicos
demasiado academicistas esta afirmación podría ruborizarnos. Por ejemplo, si se lo explicamos al pobre profesor
Harold Bloom, lo matamos.
Gombrowicz
lo explica así: “Obviamente yo soy superior a Dante, porque nací después de él.
Yo tengo medios de expresión mucho más ricos y horizontes mucho más amplios,
que no se deben a mi experiencia personal, sino a que mamé de todo eso que me
otorga superioridad. Esta superioridad no se ha puesto en evidencia por la
terrible manera en que hoy en día se enseña la literatura en escuelas y
universidades. De manera que nuestra actitud hacia el ejemplo anterior, hoy en
día, es falsificada”.
Claro
que para un profesor de literatura inglesa no es Dante a quien se debe superar,
sino Shakespeare. No importa que todos sepamos que Dante es anterior.
Si
damos un vistazo a un texto académico nos topamos con una abrumadora lista de
autores citados. Las fuentes, les llaman. Pero también podríamos decir que es
una lista de todas las personas que algún humilde discípulo considera superiores
a él. Sí, podríamos decirlo, pero no lo haremos. Es preferible decir que
llegamos a esa conclusión tras una profunda
lectura del gran escritor Witold
Gombrowicz.
En
todo caso, si importa tanto quién escribió primero la revelación que será
repetida por los soldados de la palabra, ¿por qué el profesor inglés pone de maestro
a Shakespeare y de segundón a Dante en una misma tradición occidental?
¿Por
qué llaman a Borges el argentino internacional si es internacional? ¿Por qué un
cochabambino se pelea con los paceños y la cervecería se llama Boliviana
Nacional? Aquí se huele el pedo oculto en los pantalones de un oficial
arruinado, el último soplo de la pequeña ilusión nacional (o plurinacional, en
el último caso).
Pero
volvamos a la entrevista. Justo después de que el escritor dice que la comida
francesa es mala, aburrida y una prueba de la falta de imaginación francesa
(sin mencionar los postres que son un escándalo mundial), el pobre
entrevistador francés se anima a decirle al polaco que sus respuestas le
parecen un ataque.
Witold
decide suavizar el asunto no sólo diciendo que le gusta un poco Montaigne, sino
explicando su posición de extranjero en Francia: “Puede ser que sea un poco una
táctica. Un escritor debe oponerse. Sobre todo un extranjero. Si un extranjero
empieza a alabar todo lo francés pierde su condición de extranjero”.
Si
esta hubiese sido una escena de la novela Transatlántico
(1953) el reportero le habría contestado que eso ya lo escribió Camus en su
novela de 1942.
Transatlántico
En
agosto de este año 2014 se realizará el Primer Congreso Internacional Witold Gombrowicz.
Se instalará en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y celebrará los 75 años
de su llegada a Argentina.
Y
es que la relación entre el escritor polaco y la nación del Martin Fierro es de antología:
Gombrowicz llega a Argentina de vacaciones poco antes de que estalle la Segunda
Guerra Mundial, y se queda allí más de 24 años.
Allí
traduce Ferdydurke (1937), se hace
amigo de un grupo que termina llamándose “Gombrowiczidas”, cena en casa de
Silvina Ocampo y comparte un inocente secreto con ella, se ríe de Borges y, por
supuesto, escribe Transatlántico.
No
es casualidad que los argentinos mejor dotados para la crítica hayan mencionado
varias veces a Gombrowicz y a Argentina en una misma oración. Por un lado, Juan
José Saer dice que Gombrowicz se inscribe en un lugar destacado de la tradición
de escritores extranjeros que escriben en Argentina, país en el cual, según
está convencido Saer, Darwin maduró la teoría de la evolución después de haberla
formulado en Galápagos.
Por
otro lado, Ricardo Piglia provoca diciendo que Gombrowicz es el mejor escritor
argentino del siglo XX, y Transatlántico
la mejor novela escrita en Argentina. No por nada una de las seis Mesas del
Congreso Internacional Gombrowicz es “Gombrowicz y los intelectuales en
Argentina”.
Pero
nada mejor para ver la relación de Gombrowicz y los intelectuales que una de
las escenas más memorables de Transatlántico,
la escena en la que un importante escritor polaco, instado por los funcionarios
de su embajada, es obligado a aplastar con su genio a los intelectuales
locales. Cuando el escritor polaco responde con superioridad al escritor
argentino, sus compatriotas lo aplauden y le llaman maestro.
Pero
cuando el maestro es humillado por las citas enciclopédicas de su opositor, los
mismos compatriotas se achican. ¿Qué
había ocurrido para que de pronto se ruborizaran de esa manera? ¿Por qué ese
cambio si apenas hacía un momento me adoraban! No había nada que hacer, estaban
allí inmóviles y ruborizados.
Tal
el Martirio de la nacionalidad:
pretender ser un alto espíritu ofendido.
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