jueves, 20 de febrero de 2014

Ojo de Vid


De dónde vienen las palabras

 

Pocos se ponen a pensar –reflexiona el autor- en la naturaleza y la belleza de las palabras que se dicen, se piensan, se escriben.




Ramón Rocha Monroy / Escritor

Las palabras son cuerpos con alma, con razón, voluntad y sentimientos. Son seres vivos y hay que tratarlas con respeto y cariño.
La forma exterior de tratarlas bien se llama ortografía y consiste en no deformar sus cuerpos con jorobas o mutilaciones caprichosas. Una palabra contrahecha se ha de sentir herida en su razón, su voluntad y sus sentimientos y ha de arruinar un texto.
Palabras como lluvia, durazno o rocío tienen música. Basta engarzarlas bien para que cante el texto, pero un carajazo bien puesto tiene el mismo efecto. Las palabras tienden a la armonía o a la ruptura consciente de ella. Digo consciente porque al rato se nota cuando la ruptura de la armonía ha sido involuntaria.
Un error de lesa musicalidad es usar un lenguaje burocrático, unos tecnicismos hueros y vanamente académicos. Decir en difícil no es difícil; lo difícil es que la palabra fácil contenga pensamientos difíciles. No es lo mismo decir cimientos, lluvia o agua que infraestructura, precipitación pluvial o líquido elemento.
Así como un familiar o una persona amada nos interesan y queremos saber sus orígenes, así debemos interesarnos en saber de dónde vienen las palabras. A esto se llama etimología y aclara muchas cosas.
La palabra idiota, por ejemplo, cuyo sentido original sólo se encuentra en el significado popular. Idiota es un término griego, atribuido a los ciudadanos atenienses que rehuían su obligación de asistir al ágora a discutir problemas que afectaban a la comunidad, a la polis. A hacer política, en suma.
En el pueblo, idiota es el invitado a una fiesta que se sienta en un rincón y no bebe ni baila y sólo se fija en todo. A ellos se los llama idiotas, y en la sociedad cruceña, se los conoce como loros collas, esos loritos verdes de caperuza roja que nunca van a aprender a hablar. Loro colla es el que no habla pero en todo se fija. Como el idiota de una fiesta.
En un sentido más amplio, algo que hay que rescatar para el oficio de escribir es la filología, que nos enseña precisamente de dónde vienen las palabras, cuál fue su derrotero a lo largo del tiempo, de la historia, cuándo su auge y su decadencia.
La palabra carajo, por ejemplo, es de ilustre linaje que se remonta al siglo XI, mientras hay neologismos que datan de algunos días. La filología significa amor por las palabras, es decir, el nombre culto del oficio de leer.
Hay lectores que aman tanto los textos que pueden repetirlos de memoria, y esto porque suelen copiarlos morosamente y con buena letra, un recurso que se va perdiendo con las facilidades que da la corrección automática de la computadora.
Pero para interpretar correctamente un texto hay que conocer de biografía, de historia, de todo aquello que designan las palabras. Tomar un texto antiguo y rescatar términos es un ejercicio de filólogo.
Con esto no quiero asustar a los pichones de escritores, sino promocionar el oficio de la lectura. No debemos ser nostalgiosos del soporte, pues éste puede ser el papel o la pantalla o los audífonos. Lo que hay que rescatar es el oficio, con sus cientos de secretos.
Un libro que prefiguró la lectura virtual es Rayuela, de Julio Cortázar. Un buen amigo se imaginó aquel mueble de archivero con un centenar de gavetas numeradas que contenían los capítulos de la novela, cuando hoy bastaría un link para pasar de un capítulo a otro según el plano que propone Cortázar; pero hay otros recursos no utilizados que podrían figurar en un CD.
Cuando Oliveira u otro personaje de la novela hablan de Empty Bed Blues, el lector puede hacer un clic para escuchar en Youtube la canción entera o un fragmento de ella. Asimismo, si la novela cita a Sartre, a Lichtemberg o a Thedoro W. Adorno, el lector podría hacer otro clic para conocer el retrato y la biografía breve del citado, y con los links necesarios para ampliar el conocimiento acerca de él.
Hay un capítulo que habla de un patio tradicional de Buenos Aires, que podría aparecer en una vieja fotografía de una familia que matea, y un capítulo entre todos termina con un verso picaresco que podría ser escuchado en una versión popular por Youtube de Cavallería Rusticana: Lo corrieron de atrás / lo corrieron de atrás / le metieron un palo en el cuuuulo / pobre señor, pobre señor / no se lo pudo sacar.
Esta lectura de Rayuela sería tan rica que pondría verde de envidia o rosadito de regocijo al propio Cortázar.
No olvidemos las palabras de José Martí: “En las palabras hay una capa que las envuelve, que es el uso: es necesario ir hasta el cuerpo de ellas. Se siente en este examen que algo se quiebra, y se ve en lo hondo. Han de usarse las palabras como se ven en lo hondo, en su significación real, etimológica, y primitiva, que  es la única robusta, que asegura duración a la idea expresada en ella”.
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Las palabras


Octavio Paz

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.


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