De dónde vienen las palabras
Pocos se ponen a pensar –reflexiona el autor- en la naturaleza y la belleza de las palabras que se dicen, se piensan, se escriben.
Ramón Rocha Monroy / Escritor
Las
palabras son cuerpos con alma, con razón, voluntad y sentimientos. Son seres
vivos y hay que tratarlas con respeto y cariño.
La forma
exterior de tratarlas bien se llama ortografía y consiste en no deformar sus
cuerpos con jorobas o mutilaciones caprichosas. Una palabra contrahecha se ha
de sentir herida en su razón, su voluntad y sus sentimientos y ha de arruinar
un texto.
Palabras
como lluvia, durazno o rocío tienen música. Basta engarzarlas bien para que
cante el texto, pero un carajazo bien puesto tiene el mismo efecto. Las
palabras tienden a la armonía o a la ruptura consciente de ella. Digo
consciente porque al rato se nota cuando la ruptura de la armonía ha sido
involuntaria.
Un error
de lesa musicalidad es usar un lenguaje burocrático, unos tecnicismos hueros y
vanamente académicos. Decir en difícil no es difícil; lo difícil es que la
palabra fácil contenga pensamientos difíciles. No es lo mismo decir cimientos,
lluvia o agua que infraestructura, precipitación pluvial o líquido elemento.
Así como
un familiar o una persona amada nos interesan y queremos saber sus orígenes,
así debemos interesarnos en saber de dónde vienen las palabras. A esto se llama
etimología y aclara muchas cosas.
La
palabra idiota, por ejemplo, cuyo sentido original sólo se encuentra en el
significado popular. Idiota es un término griego, atribuido a los ciudadanos
atenienses que rehuían su obligación de asistir al ágora a discutir problemas
que afectaban a la comunidad, a la polis. A hacer política, en suma.
En el
pueblo, idiota es el invitado a una fiesta que se sienta en un rincón y no bebe
ni baila y sólo se fija en todo. A ellos se los llama idiotas, y en la sociedad
cruceña, se los conoce como loros collas, esos loritos verdes de caperuza roja
que nunca van a aprender a hablar. Loro colla es el que no habla pero en todo
se fija. Como el idiota de una fiesta.
En un
sentido más amplio, algo que hay que rescatar para el oficio de escribir es la
filología, que nos enseña precisamente de dónde vienen las palabras, cuál fue su
derrotero a lo largo del tiempo, de la historia, cuándo su auge y su
decadencia.
La
palabra carajo, por ejemplo, es de ilustre linaje que se remonta al siglo XI,
mientras hay neologismos que datan de algunos días. La filología significa amor
por las palabras, es decir, el nombre culto del oficio de leer.
Hay
lectores que aman tanto los textos que pueden repetirlos de memoria, y esto
porque suelen copiarlos morosamente y con buena letra, un recurso que se va
perdiendo con las facilidades que da la corrección automática de la
computadora.
Pero para
interpretar correctamente un texto hay que conocer de biografía, de historia,
de todo aquello que designan las palabras. Tomar un texto antiguo y rescatar
términos es un ejercicio de filólogo.
Con esto
no quiero asustar a los pichones de escritores, sino promocionar el oficio de
la lectura. No debemos ser nostalgiosos del soporte, pues éste puede ser el
papel o la pantalla o los audífonos. Lo que hay que rescatar es el oficio, con
sus cientos de secretos.
Un libro
que prefiguró la lectura virtual es Rayuela, de Julio Cortázar. Un buen
amigo se imaginó aquel mueble de archivero con un centenar de gavetas numeradas
que contenían los capítulos de la novela, cuando hoy bastaría un link para
pasar de un capítulo a otro según el plano que propone Cortázar; pero hay otros
recursos no utilizados que podrían figurar en un CD.
Cuando
Oliveira u otro personaje de la novela hablan de Empty Bed Blues, el
lector puede hacer un clic para escuchar en Youtube la canción entera o un
fragmento de ella. Asimismo, si la novela cita a Sartre, a Lichtemberg o a
Thedoro W. Adorno, el lector podría hacer otro clic para conocer el retrato y
la biografía breve del citado, y con los links necesarios para ampliar el conocimiento
acerca de él.
Hay un
capítulo que habla de un patio tradicional de Buenos Aires, que podría aparecer
en una vieja fotografía de una familia que matea, y un capítulo entre todos
termina con un verso picaresco que podría ser escuchado en una versión popular
por Youtube de Cavallería Rusticana: Lo corrieron de atrás / lo corrieron de
atrás / le metieron un palo en el cuuuulo / pobre señor, pobre señor / no se lo
pudo sacar.
Esta
lectura de Rayuela sería tan rica que pondría verde de envidia o rosadito de
regocijo al propio Cortázar.
No
olvidemos las palabras de José Martí: “En las palabras hay una capa que las
envuelve, que es el uso: es necesario ir hasta el cuerpo de ellas. Se siente en
este examen que algo se quiebra, y se ve en lo hondo. Han de usarse las
palabras como se ven en lo hondo, en su significación real, etimológica, y
primitiva, que es la única robusta, que asegura duración a la idea
expresada en ella”.
Las palabras
Octavio
Paz
Dales la
vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
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