jueves, 27 de febrero de 2014

Etc.

Limónov: La vida de un hombre como símbolo de una ruina



Reseña de una de las novelas más elogiadas por la crítica española. Junto con Canadá, de Richard Ford, está considerada como la mejor obra traducida de 2013.




Carlos Decker-Molina / Periodista y escritor

Enviado por el medio mexicano Milenio estuve en Rusia en 2004 y pude comprobar que todos comenzaban a idolatrar a Vladimir Putin, no mucho antes elegido Presidente. “Está poniendo orden a la casa”, coincidían muchos rusos.
En mi visita al Ministerio de Relaciones Exteriores me di cuenta de que la democracia rusa no es como la estadounidense o como la francesa”.
Como “deshielo” en este tipo de encuentros, suelo usar mis conocimientos sobre literatura. Conversé con el viceministro, que había sido embajador de la URSS en la Argentina militarizada, sobre Dostoievski y Chejov, pero también sobre Pasternak y Lavreniev; me advirtió que su país volvería a ser una potencia y que Putin era quién lo lograría.
Han pasado 10 años de aquel viaje, y el otro día cuando vi por TV la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, me di cuenta de que el país está en ese esfuerzo. Putin quiere devolver a Rusia su glorioso poderío, incluido el deportivo y, de ser posible, seguir controlando a sus vecinos como Ucrania, para lo que está dispuesto a una guerra tibia con la UE y EEUU.
Lo que es menos posible es volver a los controles culturales ejercidos la ex KGB. La literatura rusa post URSS, tiene un par de variantes de género: las antiutopías y las postapocalipsis. Personalmente conozco 2033 de Glukhovsky.
También hay una literatura de microcosmos particular, una variante “folk” sobre la provincia rusa. Y, Sorokin, el gran provocador: “cuando era chico yo pensaba que la violencia era una especie de ley natural. Era la energía siniestra de nuestro país, que sigue siendo el mismo que fundó Iván el Terrible”.
Limónov (Anagrama, 2013), el libro del que quiero hablar, no está escrito por ningún ruso, sino por el francés Emmanuel Carrère, pero trata de la vida de un hombre, el poeta Eduard Savenko, como símbolo de la ruina de la URSS. Putin aparece en los últimos capítulos de esta novela que se deja leer muy bien, sobre todo, por quienes anduvimos por la huella del “glorioso partido comunista”.
Para explorar Limónov se necesitan varias brújulas pero hay una que, para mí, resulta imprescindible, y es la de Borges, quien leyó el libro de James Boswell, La vida de Samuel Johnson, como una estructura narrativa perfecta porque entrelaza texturas reales y ficticias hasta alcanzar una verdad que las trasciende. De esa manera se alcanza la “realidad” literaria.
Limónov, siendo la biografía de Eduard Savenko, debe leerse sólo como producto estético. Este primer artificio de Carrère convierte a la novela en algo inolvidable y enseña, a quienes nos gusta escribir, a tejer con esos hilos reales y ficticios.
Limónov, hijo de un soldado-engranaje, pieza menor de la maquinaria represiva estalinista, sobrevive como poeta decadente del underground  moscovita de los 70 rodeado de los criminales de su barriada. Se va a Nueva York junto a su segunda mujer, una modelo que soñaba con la pasarela capitalista y allí conviven entre la pseudo aristocracia y el lumpen.
Ese mismo Limónov aparece luego en Paris, gracias a un éxito efímero de su obra autobiográfica. Sus decepciones amorosas, sus feroces fidelidades, porque Limónov es un perfecto monógamo y, la desaparición de la URSS, lo llevan de retorno al comunismo, a la raza eslava y a una feroz islamofobia que determinan su incorporación como soldado en la guerra contra los musulmanes de Bosnia.
A su retorno funda su propio partido, el Nacional Bolchevique, cuya bandera imita a la de la Alemania nazi con  la hoz y el martillo en lugar de la esvástica. Cuando retorna a su Moscú querido, Putin lo mete a la cárcel.
Limónov puede ser leída como la crónica de una utopía congelada (URSS) que pensaba en Occidente como una panacea que en la realidad está formada por las  miserias y desechos del capitalismo.
Es un relato sobre la contradicción, tan cara para el marxismo, y también sobre la desmesura. Pero ante todo, es una novela sobre una persona que se vuelve muchas como somos todos nosotros, pues lo que nos define es la mirada ajena.
El objetivo de Limónov, según su autor, es borrar de la conciencia colectiva rusa la idea perversa de que la historia de los 70 años de comunismo, no ha transcurrido en vano.
Escudriñar la vida ajena es -por lo menos para mí- la misa secreta de la comparación. Emmanuel Carrère, un pequeño burgués intelectual (¿cómo yo mismo?), un clasemediero a la francesa, se mira en contrapunto con un hooligan, underground y turbulento revolucionario y se reconoce en él como su contrario dialéctico.

En el fondo, la novela de Carrère es la ventana por donde se mira una historia mayor: el fin de la URSS, el caos de la Rusia de Yeltsin y el terrible orden de Putin, vale decir: es el relato de la vida de un hombre como el símbolo de una ruina. 

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