Edmundo Paz Soldán, desmontando la realidad
Hace varios años Edmundo y Sebastián son compañeros y casi vecinos -el segundo está por terminar su doctorado en la Universidad de Cornell, donde el primero da clases hace ya bastante. Tiempo atrás, ya eran buenos amigos, y mucho antes, los libros del Cochabambino estuvieron entre los que formaron el juicio literario del paceño. Tantas conversaciones casuales y formales, tantas lecturas mutuas y compartidas se traducen en una serie de apuntes con los que Antezana armó una breve semblanza para este dossier especial “pazsoldaniano”.
Sebastián
Antezana
En
una conversación reciente con Edmundo Paz Soldán, en la que le empezaba
preguntando por sus inicios en la escritura, me contaba que sus primeros pasos
se dieron un poco por casualidad. Mientras estudiaba relaciones internacionales
en una universidad de Buenos Aires, y como respuesta al mayor ambiente cultural
que en la capital argentina había respecto a Cochabamba, empezó a escribir una
serie de cuentos que nacieron como reacción a diferentes lecturas. “Los cuentos
-dice- eran poco más que breves reflexiones críticas de algunas lecturas que
por entonces tenía”. Y luego continúa: “Digamos que, si leía Lolita, de Nabokov, después escribía un
cuento que se llamaba Dolores en el
que había un personaje parecido a Lolita y en el que trataba de darle un giro
personal a lo que acababa de leer. Ese fue el inicio”.
Después
de ese inicio vino un primer intento de sistematización: “Esos primeros años
simplemente escribía, hasta que un día llegué a tener un buen número de textos que
formaron un manuscrito que me decidí a mandar a la editorial Los amigos del
libro. Entonces el manuscrito se llamaba Cristales
en la noche y don Werner Guttentag, después de revisarlo me dijo que le
faltaba un poco, que lo corrigiera, que siguiera intentando y que habláramos en
un año”.
Pausado,
risueño, Paz Soldán, que nació en Cochabamba en 1967, cuenta esto sin el menor
dejo de lástima o culpa, como si el temprano fracaso -ante las tempranas ganas
de publicar- fuera natural. Y luego sigue: “Volví a leer el manuscrito, me di
cuenta de que don Werner tenía razón y me decidí a eliminar gran parte de los
textos, darle buena forma al resto y utilizarlos como base de un libro más
serio: Las máscaras de la nada (1990)”.
Las máscaras de la nada fue,
justamente, uno de los primeros libros que leí de Paz Soldán, allá por un, para
mí, lejano 1996 o 1997. Quizás debería aclarar, en este punto, que no he leído
todos sus libros (más de 16 o 17, creo; esa es todavía una tarea pendiente),
pero sí recuerdo con seguridad los tres primeros libros de cuentos, Las máscaras de la nada, Desapariciones y Dochera y otros cuentos, y luego de un salto temporal más o menos
largo Amores imperfectos. Y, en
cuanto a novelas, recuerdo con cariño Río
fugitivo y luego la que, creo, es su etapa más madura, de consolidación,
representada por Los vivos y los muertos,
Norte, Iris, y los libros de cuentos Billie
Ruth y Las visiones.
Por
un lado, en conjunto, la obra de Paz Soldán constituye uno de los puntos
importantes de la narrativa boliviana contemporánea. Por otro lado,
independientemente, algunos de sus libros de cuento y de sus novelas son
instancias en torno a las cuales se van formando olas que podrían ser
corrientes importantes en nuestro panorama. Paz Soldán es uno de los escritores
importantes de la actualidad nacional, no solo por el carácter
internacionalista de su obra -hecho que en sí mismo no significaría mucho si no
fuera por la poca resonancia que por lo general tiene nuestra narrativa- sino
también por una característica que, año tras año, desde la primera aparición de
Las máscaras de la nada hasta Las visiones, se ha ido consolidando: su
compromiso literario, su manera particular de construir sentidos.
En
esa línea, uno de sus principales intereses -me comenta Edmundo-, a través del
cual se revela una especie de horizonte o vocación personal, un deseo antes
contenido y ahora liberado sistemáticamente, libro tras libro, tiene que ver
con desmontar a través de la ficción el mecanismo del mundo, el mecanismo de la
realidad, el mecanismo de todo, puesto que todo es mecanismo, sumas de
artificios y estrategias. Es decir que su vocación literaria está ligada a una
necesidad de ver por dentro las operaciones que componen lo que conocemos, está
ligada a una urgencia por comprendernos o empezar a vislumbrarnos.
Dice
Cioran que el hombre se mide únicamente por su capacidad de desacuerdo, por el
grado de lucidez que es capaz de alcanzar. Y la campaña literaria de Edmundo,
el diseño conjunto de sus libros de cuento y sus novelas, su mapa literario,
tiene que ver con eso, con profundizar su capacidad de desacuerdo, con el
desmontaje de las estrategias que nos hacen, con tratar de alcanzar cada vez un
mayor grado de lucidez y, al hacerlo, con transmitir a sus lectores esa
vocación de compromiso con el desafío de desmontaje y construcción de la
realidad que es, a fin de cuentas, el mismo de toda buena literatura.
Literatura al 100%
Escritor,
profesor universitario, conferencista, bloguero, columnista de periódicos,
pareja de una escritora… la vida de Edmundo parece girar exclusivamente en
torno al núcleo demandante de la literatura y sus múltiples formas.
Así,
su narrativa parece estar motivada igualmente por la esencia y por el accidente
(como en Los vivos y los muertos),
por lo intemporal y por lo cotidiano (Río
Fugitivo), por la mística y la historia (Iris), el sinsentido y los desbalances psicológicos (Norte). El mundo que libro a libro crea
es uno constituido por peripecias políticas que se muestran tanto abiertamente
(Palacio quemado) como mediante
discursos sugeridos (El delirio de Turing),
por la fragilidad y madurez de la niñez como por la fragilidad e inmadurez de
los adultos (Billie Ruth).
Los
personajes de Paz Soldán están entre la adolescencia y la madurez, y pocas
veces llegan a la vejez. La suya parece ser una narrativa consagrada a la
experimentación, a la experiencia siempre ardua del crecimiento o a la
complejidad de las vidas adultas, pero son raras las ocasiones en que la vejez
asoma el rostro entre las páginas. Además, a diferencia de lo que pasa con
otros escritores, que eligen estilos o estéticas como si se posicionaran en un
campo de batalla, la narrativa de Edmundo tiende tanto al fragmento como al
sistema, a la experimentación lingüística como a la llaneza verbal, a la
construcción compleja -y, en algunos casos, a la densidad formal- como a la
búsqueda de algo más pequeño, algo quizás inmaterial, un destello o un pixel, sin
embargo, densos como un sol.
No
solo eso. Como varios de los nombres importantes de la literatura
latinoamericana, Paz Soldán ha construido una ciudad propia en la que
transcurre buena parte de su ficción, Río Fugitivo, una especie de trasunto de
Cochabamba. A propósito, podría decirse que, muy a grosso modo, su narrativa ha
cubierto hasta hoy por lo menos dos etapas, una primera marcada por la
nostalgia y los intentos de recuperación de su ciudad natal, o marcada por
rasgos y momentos de su ciudad natal vistos desde la distancia (hace más de 20
años que vive en Estados Unidos), una etapa de novelas como Días de papel, Río Fugitivo, La materia del
deseo e incluso El deliro de Turing,
y otra posterior, más abierta hacia afuera, desapegada del referente inmediato
o, por lo menos, de la nostalgia por un referente como Cochabamba, que resultó
en Río Fugitivo.
Pese
a ello, pese a lo marcado de esta primera etapa, pese a la fuerte impronta de Río Fugitivo en la obra de Paz Soldán,
él no es un escritor “de” Cochabamba, a la manera en que, digamos, Jaime Saenz
o Adolfo Cárdenas son escritores “de” La Paz. La cochabambinidad de Edmundo,
por llamarla de alguna manera, por el momento parece resolverse en el territorio
de la memoria, que nunca es el del referente realista puro y que permite, más
bien, una apertura parecida a la que Onetti consigue con Santa María, su ciudad
inventada.
Y
eso, quizás, porque, gracias a su doble labor de escritor de ficción y profesor
de literatura, está acostumbrado a cruzar fronteras no solo en sentido
metafórico -entre sus dos, digamos, profesiones- sino porque también es una
persona cosmopolita. Pese a su intensa vida cotidiana, Paz Soldán consigue leer
e interesarse a partes iguales, aunque en diferentes épocas, por la
problemática de la migración latina a Estados Unidos, la formación de un corpus
de literatura andina, los pormenores de la actualidad de la crítica y la teoría
literarias y, digamos, los avances y las problemáticas del desarrollo de
géneros como la novela policial y la ciencia ficción no solo en Bolivia, no
solo en América Latina y ni siquiera solo en Estados Unidos o Europa, sino en
todos los anteriores juntos, en un vendaval de sistematicidad y memoria.
Fruto
de esa misma curiosidad, entonces, para terminar y retomar el punto anterior, hace
ya bastante Paz Soldán parece haber dejado su Río Fugitivo y haber consolidado
su ficción en otros terrenos, como por ejemplo Iris, una isla-planeta de ciencia
ficción que sin embargo tiene raíces profundamente asentadas en esta Tierra y
que es el escenario de su penúltima novela, del mismo nombre y su último libro
de cuentos, Las visiones; y, un poco
antes, Estados Unidos, lugar donde transcurren otras novelas y un libro de
cuentos.
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