De puentes, poetas y pontífices
El autor narra detalles de un reciente encuentro internacional de poesía y recomienda a un autor, en su criterio, esencial.
Gabriel
Chávez Casazola
No
es el único, desde luego, pero sí uno de los más vitales e importantes puntos
de contacto entre la poesía que se escribe en Latinoamérica y la que se escribe
en España y otros países con lenguas de la misma raíz, como Portugal y
Rumania.
En sus rincones siempre
dorados se confunden la historia y la fantasía literaria, hasta el punto de ser
casi indiscernibles. No en vano por sus calles transitaron fray Luis de León y
el Lazarillo de Tormes, Miguel de Cervantes y La Celestina, Antonio de Nebrija
y don Félix de Montemar, Santa Teresa de Ávila y Calisto, San Juan de la Cruz y
el licenciado Vidriera, Francisco de Vitoria y Melibea, Miguel de Unamuno y el
ciego, el Almirante Colón y el Bachiller Sansón Carrasco, siendo tan vívida la
presencia -la marca- de unos y otros en la ciudad, que se nos aparecen
indistintos los personajes que fueron reales y aquellos que fueron soñados.
Hablo
de la ciudad de Salamanca, con sus muros como mieses al sol. En la noche, ya
iluminada, se convierte toda ella en una luciérnaga
de piedra, como nombra bellamente a su Catedral el poeta hispano-peruano
Alfredo Pérez Alencart, quien organiza el Encuentro de Poetas Iberoamericanos
que se realiza en Salamanca desde hace 17 años con el apoyo del Ayuntamiento,
la Fundación Salamanca Ciudad de los Saberes, la antiquísima Universidad y
otras instituciones salmantinas.
En el Encuentro hemos
participado ya numerosos poetas de este y del otro lado de “la mar océano”, reconociéndonos
en la palabra y el acto creativo, y ese paso ha quedado registrado en las antologías,
preciosamente editadas, que publica Pérez Alencart en cada versión del
encuentro, con ilustraciones del pintor Miguel Elías, reciente ganador del
Premio “Miguel de Unamuno” y otro constructor de puentes entre allí y aquí.
Digo “otro”, porque el propio Pérez Alencart, poeta,
ensayista, traductor, docente universitario y gestor cultural, es -como lo
escribí alguna vez- “la imagen misma de un puente tendido entre los ríos de la
poesía de España y la de América, a las que ha aproximado y hermanado en un
mismo cauce”, lo que en él resulta casi natural, pues nació a las orillas del
Madre de Dios, en Perú, muy cerca de la frontera con Bolivia, y desde hace ya
muchos y fecundos años habita a las orillas del Tormes, junto a su mujer
Jaqueline, boliviana, y a su hijo en el que confluyen todas esas vertientes.
Pero hay, además, otra “pontífice”.
Me refiero a Pilar Fernández Labrador, mujer polifacética, de talante humanista
y siempre cercana a las artes, quien fue concejala de cultura del Ayuntamiento
de Salamanca durante más de 30 años.
“Idea suya fue crear el Encuentro de Poetas Iberoamericanos (…) y también a ella le corresponde el mérito
de haber creado los Premios ‘Ciudad de Salamanca’ de Poesía y Novela, que
cuentan con 17 y 19 años de historia”, como dice la convocatoria del Premio Internacional
de Poesía que merecidamente hoy lleva su nombre.
Este premio, joven aún pero ya muy
prestigioso, acaba de ser ganado por el excelente poeta chileno Juan Cameron (Valparaíso,
1947) con su libro Fragmentos de un
cuaderno con vista al mar, premiado de manera unánime, entre otros 371
trabajos, por un jurado presidido por el poeta portugués Antonio Salvado.
De la obra poética de Cameron ya hablé el año
pasado en esta columna, cuando obtuvo el premio “Paralelo Cero” de poesía en
Ecuador, del que me tocó ser jurado. Sólo me queda, pues, celebrar que siga
siendo tiempo de cosecha para este poeta que, con 25 poemarios publicados en
distintos países y traducidos a varios idiomas, paradójicamente es más
reconocido fuera que dentro de su patria, de la que se exilió tras el golpe de
estado de 1973 para vivir primero en Argentina y desde 1987 en Suecia, de donde
retornó a Chile hace ya varios años para residir en su natal y mágico
Valparaíso.
Que esta columna sea, entonces, una invitación
a leer a Cameron -internet puede suplir la mediterraneidad editorial a la que
voluntariamente nos hemos condenado en estas tierras-, y a brindar porque
existen quienes pierden el tiempo haciendo puentes de palabras o de voluntades
o de artes, como Alfredo Pérez Alencart, Pilar Fernández Labrador y Miguel
Elías, desde su luciérnaga de piedra.
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