El
diario del Tambor Vargas:
la imagen de la muerte y la patria
A propósito de la reciente reedición, por la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, de esta obra capital para la literatura y la historiografía nacional, Ricardo Aguilar efectúa una lectura que se enfoca en la violencia y la muerte en la construcción de la patria, aspectos que Vargas expone magistralmente al narrar las luchas independentistas. Publicamos también un brevísimo extracto del estudio introductorio que para esta edición efectuó el historiador Roger Mamani.
Ricardo
Aguilar
El
cadáver del sastre don Justo Escobar yace en la estancia Huancaraca en el alto
de Pocuso (Sicasica). La mano con la que costuraba ha sido mutilada. Una mano cercenada
a otra persona fue cosida en su reemplazo.
Han
pasado años desde que comenzó la Guerra de la Independencia, años de conflicto
para llegar a ese 4 de noviembre de 1819, día en que los despojos del sastre
don Justo Escobar yacen en la estancia Huancaraca…
Es
difícil sostener la mirada sobre esta imagen sangrienta de la patria. Es
difícil sostener la mirada sobre los juegos de espejo de esa imagen subyugante reflejada
en otras imágenes de carnicerías de la historia de la patria.
El
11 de octubre de 1819, fuerzas realistas saqueaban ganado por Pocuso -narra el
Tambor Vargas en el Diario de un
comandante de la Guerra de la Independencia- cuando seis de ellos dieron
con una casa en la que un anciano vivía “más de 60 años trabajándose cosiendo
(porque era sastre)”. “Querían quemar los pocos trastes que tenía”, el sastre
suplicaba que dejen en paz a un anciano que “ha sido también soldado del
monarca español”.
Los
atacantes no lo escucharon hasta que en la desesperación Escobar tomó un
cuchillo e hirió a uno de los realistas. Los otros lo redujeron y lo asesinaron
a bayonetazos. El realista herido, en venganza, le cortó una mano, la cual
clavó en la punta de su bayoneta como trofeo de la rapiña.
1 Doble despojo
Diego
Yarvipara, un indio amedallado de rey, pensando que podía haber algo que
saquear, entró a la casa en donde estaban tendidos los despojos del sastre
asesinado: “este debe tener plata”, se lee que dijo mientras entraba.
Un
grupo de “algunos indios” miraba lo que pasaba en la estancia Huancaraca: “Se
echaron a la carga, lo pescaron al amedallado Diego Yarvipara (…), lo mataron a
palos y a pedradas, no quisieron matarlo dando un tiro (…) por no hacer oír el
tiro, le cortaron la mano también y lo habían cosido de ambos cutis al cuerpo
de Justo Escobar”.
Las
sucesivas imágenes de estos hechos son significativas: la mano con que el
sastre costuraba es mutilada y luego reemplazada (costurada) con la mano inerte
de otro cercenado.
Este
episodio (narrado en las páginas 399-400 en la paginación de la reciente
edición de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia) relata la muerte de una
más de las cientos de víctimas ajenas a la guerra en la región de Ayopaya y
Sicasica. Los crímenes de los patriotas y realistas son todos enumerados y
detallados por el narrador-personaje José Santos Vargas: linchamientos
(“muertes a palos y pedradas”), decapitaciones, el “paseo” de las cabezas-trofeo
para ser expuestas en las plazas públicas, embarrancamientos, muertes por
bayonetazos, balas, heridas de sable, mutilaciones, violaciones,
despeñamientos, robos, saqueos, pillaje, etc.
2 Omisiones
La
Guerra de la Independencia duró al menos 16 años (dependiendo desde cuándo se
inicie la cuenta). Después de esos más de tres lustros bélicos, los patriotas
ganaron y se fundó la República de Bolivia. Cántense himnos, ícese la bandera y
que comiencen los desfiles…
Ése
es el efecto vertiginoso que ocasionan las narrativas de la historiografía
tradicional, las cuales -con una elipsis de voltereta triple- dejan en el
silencio el horror y la muerte de una guerra de tanta duración.
Esa
omisión resulta conveniente para disimular la impotencia del lenguaje cuando se
toca uno de los más grandes temas de la vida, si es que no su tema por
excelencia: la muerte. El Diario… del
Tambor Vargas justamente habla de lo que lahistoriografía oficial calla (la
muerte).
De
la figura retórica de la elipsis resulta la narración extendida que sigue: los
patriotas americanistas se alzaron, algunos de los que murieron merecieron un
nombre en la historia (la mayoría no), si bien los que sobrevivieron siguieron
la lucha hasta el triunfo final y la consecuente fundación de Bolivia.
En
el vértice opuesto -en la desmesura del detalle, en la enumeración interminable,
en el despilfarro de nombres y apodos de personajes de la masa innominada, en
la descripción de actos sanguinarios, en la narración de escaramuzas intrascendentes,
de conflictos diarios- se encuentra el Diario
de un comandante de la Guerra de la Independencia de Vargas.
“(…)
yo había abrazado el partido (de la patria) sin saber las ventajas que pudiera
producir (el triunfo) exponiendo mi juventud y la mejor edad de mi vida, que
todo era andar tras de la muerte” (p. 120), escribe Vargas.
En
el Diario…, la narración de la
muerte, de los muertos, mencionar sus nombres, sus apodos y detallar la forma
en que murieron cumple una vocación pedagógica que el narrador ha emprendido: “(…)
es un interés general para que se sepa lo que había costado (…) a la Patria su
libertad” (p.151).
3 El fruto de la sangre
Muchas
de las muertes relatadas por Vargas son arbitrarias, abusivas, no tienen ningún
objetivo militar, ninguna utilidad estratégica. En su mayoría se trata de
personas inocentes, en medio de los dos bandos, que son victimadas por los
patriotas y realistas. El sastre Escobar es un ejemplo de esas muertes gratuitas
que sin embargo, si entendemos el interés del narrador de mostrar el costo de
Bolivia, hay que entender que esa violencia inútil (¿existe otra?), la crueldad
de soldados y comandantes de los dos bandos, el derramamiento de la sangre de
inocentes son parte del costoso fertilizante que fructifica en la patria.
Si
el despilfarro, el desperdicio, es la medida de lo inútil, de todo lo que
excede a la tediosa necesidad, la enseñanza que literalmente quiere transmitir
el narrador-personaje se puede sintetizar en la imagen de la mano ajena
costurada al sastre mutilado: la inutilidad de los actos de barbarie en medio de
la guerra da el fruto de la patria.
Aún
más, la imagen descarnada de los dos cercenamientos; la del cuarto en la estancia
Huancaraca, donde se ejecutó la doble carnicería; el soldado clavando la mano
en la punta de su bayoneta-mástil a modo de bandera de sangre; los indios
patriotas costurando, punto a punto, al cadáver del sastre otra mano inerte;
complejizan la relación entre lo inútil y lo necesario, densifican la idea de la
patria como fruto de sucesivos actos de crueldad gratuita.
No
es poca cosa que una de las manos con la que el sastre confeccionó vestimentas
durante sus 60 años de vida sea mutilada. Se mutila aquello que produce algo
útil, aquello con lo que se hace algo necesario.
La
mano inerte del sastre cambia de función: el soldad la utiliza como un macabro
ornamento para su bayoneta y pasa así al campo de lo que excede lo útil. Las
sugerencias se multiplican si se resalta que las manos son por excelencia el
signo definitivo de lo útil, de aquello con que se hace y se deshace; mientras
que lo ornamental es parte de lo opuesto, es decir de lo gratuito.
El
miembro mutilado al saqueador, esa mano con que quería despojar las posesiones
de Escobar tiene la significación contraria a la anterior, es decir que se
relaciona a lo que destruye.
Entonces,
cortar la mano con la que se hace para reemplazarla con la que deshace, ¿puede
ser quizás la imagen de una visión pesimista de la construcción de la patria
que quiere afirmar que solo la brutalidad ha dado resultados de algún tipo para
Bolivia? (Si son o fueron resultados buenos o malos no es parte de esta lectura).
La
muerte está en todo lugar de nuestra historia en el que se pose la vista. Los
desplazamientos de sentido del acto de coser una mano ajena en reemplazo de la
mano mutilada con que se manufacturaba algo útil, nos dice que el motor de lo
fructífero de la patria es alimentado por la barbarie de lo innecesario e
inerte.
4
Espejos
Nuestra
historia, llena de sangre, hecha a fuerza de carnicerías, parece repetir una y
otra vez la imagen que muestra el narrador del Diario…: juntas tuitivas, linchamiento de Villarroel, masacres de
Todos Santos, de Navidad, de San Juan; matanzas de Yáñez, de Ayoroa, Catavi; y
más masacres del Valle, Teoponte, Amayapampa, Capacirca; febreros y octubres
negros; Calancha, Panduro…, etc. La imagen de la construcción de la patria no
puede seguir siendo la mutilación de la mano con la que se hace para sustituirla
con la mano que ya no puede hacer.
Como
una anunciación de que la figuración sangrienta persistiría en nuestra
historia, la mano costurada quedó insepulta:
“(…)
el cuerpo de Yarvipara (el saqueador) lo botaron al monte, y no se pudo hallar
el cuerpo porque los del rey buscaron dos días, y como viesen con las dos manos
al difunto Escobar querían hallarlo ahí cerca pero jamás pudieron encontrar”,
concluye la narración de ese episodio el narrador del Diario…
--
La
letra, la caja y el fusil.
Roger
L. Mamani Siñani / historiador
El
Diario de guerra de José Santos Vargas es considerado uno de los documentos más
fascinantes para la historia de nuestro país. Sus 286 folios relatan las
andanzas del grupo de hombres que, en plena Guerra de la Independencia,
conformaron la División de los Valles de La Paz y Cochabamba. La historia que
registra este manuscrito es tan cautivadora como dramática.
Leer
sus páginas es ponerse en contacto con un mundo trastornado por la guerra. El
ruido de las armas de fuego, el de los sables y las lanzas chocando unos contra
otros, el silbido de las piedras cuando eran arrojadas por las hondas
indígenas, el golpeteo de los caballos y los gritos de desesperación llenaron
el ambiente de aquellos lugares y sus pobladores se acostumbraron a ellos. El
peligro de perder la vida no era ajeno a cada paso.
Vargas
se convierte en nuestro cronista, aquel que nos lleva de la mano a conocer a su
gran héroe, Eusebio Lira, al popular José Manuel Chinchilla y al detestable
José Miguel Lanza, quien le hizo más de un desaire y lo colocó en situaciones
de extremo peligro. Pero no solo a ellos: nuestro guía nos presentará al
truculento Fermín Mamani, más bandido que guerrillero; al sádico Pascual
Cartajena, el sicario personal de Lira; al astuto Miguel Mamani, quien escapaba
de sus captores utilizando mil artilugios, y a muchos otros que, de no haber
sido registrados por la pluma de Vargas, se habrían perdido, engrosando las
filas de aquellos soldados anónimos infaltables en los relatos históricos.
Nuestro
guía, al mostrarnos escenas de heroísmo, valentía, compañerismo y lealtad,
también nos describirá relatos de crueldad extrema, no solo con hombres y
mujeres, también con niños e incluso con animales, protagonizados por
representantes de ambos bandos. Vargas, al escribir su Diario, no quiso hacer
ver a unos casi perfectos y a otros como la representación de la maldad:
intenta ser siempre equilibrado.
Consideramos
que para conocer al cronista debemos conocer primero su obra, por lo cual
comenzaremos analizando las principales características del Diario de José
Santos Vargas. Luego anotaremos los principales rasgos biográficos del autor y
haremos un breve repaso a todas aquellas obras que fueron inspiradas por el
manuscrito de Vargas. Finalmente, se tratará del personaje transversal en la
obra. (…)