Cachín Antezana, la extrema habilidad posible
La entrega del doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, amerita un repaso detallado a la excepcional trayectoria de Cachín Antezana, acaso el mayor crítico literario y semiólogo boliviano de las últimas décadas. Una larga conversación da lugar a un esbozo de perfil de este incansable buscador de la estética en los libros, la música y el fútbol.
Martín Zelaya Sánchez
“Creo que puedo decir que yo fui un ser racional, libre y
constituido -lo que pasa cuando tomas una decisión estando consciente de sus
consecuencias-, a mis siete años. Fui a una librería a comprar un libro de
texto pero no había, y me dijeron que iba a llegar en una semana. Solo tenía
que esperar, pero vi en los estantes Los
tigres de Mompracem de Salgari y quedé encantado. Sabía que podía comprarme
el libro con el dinero que tenía. Pensé que tal vez mi padre me iba a dar una
paliza, pero temía que si no me lo llevaba después ya no habría… y lo hice. Esa
fue mi primera decisión”.
A Luis Antezana le cuesta hablar de sí mismo y más aún con
una grabadora delante. Recién se suelta al segundo café y tras varios
cigarrillos, aunque en el pequeño reloj de un cafetín del centro de Cochabamba
apenas dan las 10 de la mañana. Mientras tanto, el tiempo no se pierde, ni
mucho menos. Hablamos de tenis, fútbol y música y se reafirma así una idea que
se repite a lo largo de su valiosa obra ensayística: el maestro orureño no es
más que un observador atento y acucioso en busca de la estética, “de la extrema
habilidad posible”, de la belleza… ya sea en un poema, en una lúcida reflexión,
en la genialidad de un futbolista o en una conmovedora canción.
Primeros años.
Formación
Como no ocurre con muchas personas, al hablar del recorrido
profesional, académico de Cachín se
habla al mismo tiempo de su historia de vida. “Feliz de aquel que trabaje en lo
que ama”, repiten los viejos en tono cursi. Pero el lugar común cobra sentido
cuando el mayor placer de uno le sirve de paso para ganarse la vida.
Media hora antes de sentarnos en el bolichito, el maestro me
recibió en una pequeña antesala de su casa. Un ambiente rectangular más bien
modesto y alejado del ubicuo sol de la Llajta,
y que desde hace años es casi de su uso exclusivo. Allí está lo que más quiere
y necesita: sus libros (no todos, pero los esenciales), su computadora y un
televisor de buen tamaño que ese instante, claro, estaba sintonizado en un
canal deportivo que retransmitía la liga alemana.
No hay un Luis H. Antezana J. -que así es como firma Luis Huáscar
Antezana Juárez, Cachín para los
amigos y alumnos- lector o crítico, otro
docente y otro semiólogo. Es uno solo.
Indudablemente sus tres grandes pasiones, modos de vida y de
trabajo fueron y son la lectura crítica de la literatura, la docencia y la investigación.
“Van juntas todas. Para poder enseñar hay que leer, hay que aprender a leer y
hay que aprender a enseñar”, afirma.
A sus 72 años, el ilustre académico nacido en Oruro y
asentado hace mucho en Cochabamba, recibirá un reconocimiento definitivo y
justiciero: el doctorado honoris causa otorgado por la Universidad Mayor de San
Andrés que le será conferido este lunes 26 en La Paz; razón más que suficiente
para buscarlo, interrumpir su sábado futbolero y lograr una generosa
conversación con un solo objetivo: la evocación.
“De Oruro, mis primeros recuerdos son posteriores a mi
primera niñez, muy fragmentarios, porque entre mis cinco y 10 años viví en Tupiza,
donde mi padre consiguió trabajo como administrador del cine Suipacha, y ahí
hice la primeria. Alguna vez dije que todo lo que me gusta lo hice de niño en
Tupiza, porque ahí aprendí a leer y escribir y quién iba a decir que después mi
profesión iba a ser eso, leer y escribir”.
De Tupiza guarda además otro recuerdo que determinaría su
vocación, su acercamiento al cine “que siempre ha sido fundamental en mi
interés cultural” y con seguridad le ayudó en su perspectiva de análisis y
noción estética.
En 1961 salió por primera vez del país gracias a una beca de
intercambio, y luego de adelantar sus exámenes finales de bachillerato en el
colegio Alemán de Oruro. Por entonces, confiesa, aún no había decidido qué iba
a estudiar, aunque tenía dos opciones claras: los números, para los cuales
tenía un talento natural, y las letras.
“Siempre he leído bastante. Mi afición por la lectura nació
con revistas argentinas de historietas. No te hablo de El pato Donald, sino de series de historietas, trabajos de
escritores, de artistas que concebían una trama literaria, o que adaptaban
obras consideradas juveniles de Julio Verne, Emilio Salgari…”.
Pero inclusive cuando cursaba ya secundaria no se
consideraba aún un literato en ciernes. “Más que todo jugaba al fútbol,
correteaba todo el día detrás de la pelota, hasta que en la materia de
literatura, ya en los últimos años, la profesora me dio a leer La vida nueva, de Dante. Siempre he
dicho que ese fue el primer libro que me marcó profundamente”.
Juventud. Vocación
Ya bien lanzado en la remembranza, no hay quien lo pare. ¡Suerte
la nuestra! Cachín se pide otro café,
abre un nuevo paquete de cigarrillos y se preocupa de que se acabe la batería
del teléfono-grabadora-cámara fotográfica-internet, todo en uno.
“Tras la experiencia en EEUU volví a Oruro y decidí estudiar
ingeniería química porque me seguían gustando mucho las ciencias exactas. Me
fui a La Plata donde al pasar los cursos me orienté a la electrónica, pero muy
pronto me di cuenta de que mi futuro como ingeniero electrónico, en Bolivia, no
existía… y decidí dedicarme a la docencia de física y matemáticas”.
Así fue como, a su regreso al país, se decantó por la Normal
de Cochabamba. “Como ya tenía un nivel avanzado en matemáticas, física y
química, me puse a estudiar paralelamente para profesor de literatura y
lenguaje, porque leer era lo que más disfrutaba. Pero de todas maneras, ya me
ganaba la vida dando clases particulares de matemáticas”.
Seguramente habría acabado como un excelente maestro de
ciencias exactas -como finalmente lo es de literatura y semiología- pero cuando
culminaba la Normal le llegó una beca de posgrado para la Universidad del Sur
de California donde, por supuesto, escogió la mención de letras.
Fue allí donde amplió su panorama de lecturas y a la par de
profundizar a Borges (su primer “flechazo” serio), se empapó del emergente boom
de la literatura latinoamericana.
La docencia ya era una realidad y empezaba a abrirse en su
mente el universo de la investigación, del análisis semántico y semiológico,
pero ¿y qué de la ficción? ¿Nunca pasó por su mente escribir prosa o poesía?
“Jamás”, se apresura a responder, contundente. “Sabía que era incapaz. Así como a mis siete
años sabía que era un ser racional, a mis 12 ó 14 sabía que lo mío era leer”.
Fue en su primera juventud, también, cuando se consolidaron
otras dos grandes pasiones: la música -desde la inigualable voz de Gladys
Moreno hasta el jazz en sus distintas variedades, pasando por Leonard Cohen- y
el fútbol.
“Otra vez la culpa es de Tupiza -dice a propósito del
balompié-. Mi padre me llevaba a ver partidos a la canchita municipal y ahí un
día ubiqué a un llok’alla que manejaba
la pelota como los dioses. Recién mucho después supe que era Víctor Agustín
Ugarte”.
Ahí nació la fascinación. Además de su amor por el juego
como tal, muy temprano descubrió algo que muchos hinchas fanáticos a veces apenas
llegan a intuir: la estética del fútbol, que se acrecentó a su vuelta a Oruro
en la época dorada de San José.
Al regreso del café, mientras el maestro mete en un sobre
unos documentos que me encomienda para La Paz, pausado en la computadora de la
sala de su casa, está el disco de Enrique Morente en homenaje a Lorca. La
música no falta casi nunca en sus días o sus noches, entre libros, Kindle, o un
partido de fútbol de cualquier liga.
“Lo mío con la música no tiene que ver con la formación
clásica. La música es una permanente canción de cuna que me tiene que enrollar
y acunar. Me quedo con las canciones o melodías que me acompañan, porque no
tengo el oído para apreciar la maravilla musical con rigurosidad… El jazz y
Leonard Cohen me acompañan toda la vida”.
El maestro, el
referente. Consolidación
Antes de terminar su posgrado en California, Luis tuvo que
regresar repentinamente a Oruro debido al fallecimiento de su padre. Se quedó
varios meses acompañando a su madre, hasta que se presentó la posibilidad de
otra beca en Bélgica donde finalmente se doctoró, en 1974, con una brillante
tesis sobre Jorge Luis Borges publicada después como Álgebra y fuego. Lectura de Borges.
“Ya había leído todo Borges de arriba abajo. Conocía sus
libros de memoria, así que tuve sobre todo que aprender el análisis semiótico”.
Indudablemente el gran escritor argentino es uno de sus referentes
fundamentales, así como otros cuatro o cinco nombres de autores bolivianos sobre
los que más adelante dejamos que se explaye: Carlos Medinaceli, Óscar Cerruto,
Jaime Saenz y Jesús Urzagasti.
En el marco del Congreso Internacional Barthes Amateur, Luis
H. Antezana J. recibirá el doctorado honoris causa. Nada más oportuno que
premiar al genial investigador y crítico boliviano, que evocando el centenario
del francés que fue pilar del análisis semiológico y referente de la investigación
semiótica y lingüística en la literatura.
Investigación y crítica. Semiología y literatura. “Para mí,
ambas van juntas -señala. Trato de leer el texto literario no tanto por su
posible contenido sino por su forma, por la manera como trabaja, como funciona,
una herencia -claro- de mi formación semiótica. Jamás van a ver que yo haga
crítica de valor, nunca digo esta obra es buena o es mala; digo esta obra
funciona así, o no funciona por esto”.
Con varios cafés y cigarrillos encima -aunque no tan arriba
como el terrible sol del mediodía- apagamos el omnisciente smartphone y caminamos hablando, por supuesto, de fútbol y música.
¿Realmente era tan bueno el Maestro Ugarte? ¿Ya conoce el último disco de
Leonard Cohen y el video del que tal vez haya sido su último recital?
De pronto, no sé cómo, se entromete un tercer tema, el
tenis. “Ugarte -comenta- era como Iniesta ahora, pero mucho más talentoso y
elegante, una máquina de hacer pases maravillosos para que otros hagan el gol…
y es que eso es lo que hay que buscar, la genialidad, la belleza; después de
ver al Barcelona de hace dos o tres años, qué más puedes esperar del fútbol. O
después de ver las maravillas que hace Federer con la raqueta, el tenis nunca podrá
parecerte igual. Hay que estar atentos para no dejar pasar la ocasión de
apreciar la extrema habilidad posible”.
El destino en el que no creo, me regaló esta vez la
oportunidad de no desaprovechar la extrema habilidad posible que solo Cachín Antezana encarna.
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Apoyo 1
Un legado
imprescindible
Todo el bagaje y aprendizaje de Luis Antezana en más de 50
años de reflexión e investigación se reflejan en casi una decena de libros.
A fines de los 70, ya consolidado como uno de los grandes
intelectuales bolivianos, y mientras pergeñaba entrevistas, reseñas y
comentarios en la revista Hipótesis
que codirigía con Gustavo Soto, o “cometía la locura de viajar cada semana a
dar clases durante tres días a La Paz”, publicó sus primeros libros: Elementos de semiótica literaria (1977)
y Algebra y fuego. Lectura de Borges
(1978), la tesis con la que años antes se había doctorado.
Sobre el semestre maratónico de 1979, no puede obviarse acá
una anécdota: “me quedaba una semana en casa de Jesús Urzagasti y otra en la de
René Poppe. Todos los lunes, al bajar del aeropuerto, visitaba a Cerruto en la
cancillería y charlábamos largo y tendido, pero nunca quiso darme una
entrevista. Los martes almorzaba con Julio de la Vega y los miércoles con René
Bascopé… y del trasnoche de miércoles, generalmente por jugar cacho en la casa
de Jaime Sanez, al aeropuerto”.
En los años 80, en los que vivió ocasionalmente fuera del
país “investigando teorías de la lectura en Alemania” y en otros países, editó Teorías de la lectura (1984), Tendencias actuales en la literatura
boliviana (1985) y Ensayos y lecturas
(1986).
En la década final del siglo XX, ya asentado en las
reparticiones de investigación social de la Universidad Mayor de San Simón,
sacó tres publicaciones: La diversidad
social en Zavaleta Mercado (1991); Sentidos
comunes (1995); y Un pajarillo
llamado “Mané”. Notas al pie de su fútbol (1998).
Finalmente, ya en la década actual, Plural editores reunió
lo mejor de su producción en Ensayos
escogidos (2011), un libro imprescindible para comprender a fondo la
literatura y el pensamiento político y social de Bolivia a partir de la
Revolución del 52.
Y no hay que olvidar su incursión en los trabajos
multimedia: La bodega de Jaime Saenz
(2005), La pascana de Gladys Moreno
(2007) y La ausencia de Adela Zamudio
(2012), tres joyas interactivas en las que se puede apreciar textos, audios,
imágenes y gráficas de estos tres referentes de la cultura y las artes del
país.
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En pocas palabras
Texto armado a partir de diferentes momentos de la conversación con Luis Antezana.
Jorge Luis Borges
A Borges [a su obra] lo conocí cuando estudiaba en
Argentina, y fue por culpa de Kafka. Vi la película de El proceso y no la entendí; busqué el libro, lo leí y seguí sin
entenderlo. Entonces comencé a buscar cosas que se habían hecho sobre el libro
o sobre el mismo Kafka, hasta que di con una antología prologada por Borges, que
fue lo primero que leí de él.
Luego no me acuerdo si empecé, ya de verdad, con Ficciones o El hacedor, y ya lo leí todo a mi regreso, cuando estudiaba en la
Normal.
Sigue siendo mi referencia básica. Cuando acababa mi libro Teorías de la lectura, al hacer el
índice de nombres, las menciones a Borges eran demasiadas. Me daba vergüenza.
Después de Álgebra y
fuego he completado mi visión sobre él, porque salieron un montón de libros
sobre todo de sus inicios, que nunca quiso difundir e incluso retiró de
circulación, pero que aparecieron tras su muerte.
Carlos Medinaceli
Carlos Medinaceli es esencial para la crítica literaria
boliviana porque se ha inventado lo que llamamos la literatura boliviana.
Oscar Cerruto
Cerruto es uno de los escritores más completos que tenemos,
con perfección en prosa y verso. No es una exageración decir que, después de
Cerruto, en Bolivia no se puede escribir mala poesía.
Jaime Saenz
Saenz ha sido toda una experiencia de vida. Más o menos en
1978, cuando hacía la revista Hipótesis,
y después de leer la obra poética de Jaime publicada en la Biblioteca del Sesquicentenario,
me entró la idea de entrevistarlo, pero era muy difícil porque ya era todo un
ícono y no era fácil llegar a él.
Por suerte a través de Blanca Wietüchter aceptó que lo
entreviste, y hasta me dio de yapa las galeras de Felipe Delgado para publicarlas en la revista. Desde entonces se
volvió un ritual cada que iba a La paz, trasnocharnos jugando cacho, y a la vez
empecé a leer toda su obra y estudiarlo.
Jaime se inventó La Paz, La Paz marginal y nocturna y
todavía “todos” escriben de esos temas, sobre esa creación de La Paz; los
personajes, descripciones y paisajes saencianos son interminables.
Recorrer esta
distancia y La noche pueden
rivalizar sin problema con cualquier libro de la poesía latinoamericana.
René Zavaleta Mercado
Fue un rebote circunstancial pero extraordinario para mí. Lo
primero que leí fue El poder dual ya
cuando estaba enseñando; luego tuve que dar un curso sobre pensamiento social
boliviano: Almaraz, Montenegro, y claro, tuve que profundizar a Zavaleta y
estudié La formación de la conciencia
nacional.
(Estudiar el discurso político no es tan diferente de
estudiar el discurso literario, en teoría, en lo semiótico).
Zavaleta Mercado me sigue pareciendo muy importante. Una
cosa es investigar los hechos y otra cosa es pensarlos, lograr un panorama
teórico. Como él vivía afuera no tenía un panorama concreto, así que estaba
obligado a pensar los hechos y todavía su pensamiento sobre la realidad
boliviana es la forma más rica y profunda que hay: Las masas en noviembre es inagotable en ideas y sugerencias.
Jesús Urzagasti
Es un escritor fascinante. Yo tengo una deuda con su obra; tengo varios
escritos, pero me falta hacer una revisión general. Por ejemplo, siempre he
querido escribir sobre De la ventana al
parque, una novela fabulosa. Ya tengo unas 30 páginas avanzadas a las que
me falta encontrarles un buen estilo de exposición.