Ocho libros: ocho propuestas y sugerencias para la Feria del Libro
Sí
tiene ganas de comprarse algunos libros pero aún no sabe cuáles, le presentamos
a continuación una selección de fragmentos de ocho de las más representativas
novedades literarias nacionales para este versión de la FIL La Paz.
Martín
Zelaya Sánchez
¿Cuál
es la mejor manera de elegir un libro entre cientos o miles en una librería o,
en este caso, en una feria del libro? Más allá del boca a boca, la
recomendación de amigos o gente con conocimiento probado, se suele recurrir a
reseñas o críticas literarias, o simplemente a la trayectoria y solvencia del
autor en cuestión.
No
obstante, a decir de muchos, no hay modo más infalible de convencimiento que
probar un poco de la prosa, el estilo, la impronta del escritor, y para ello lo
mejor es hojear al azar un párrafo a o dos antes de decidirse.
Acaba
de arrancar la XIX Feria Internacional del Libro de La Paz, y a modo de
invitación-incitación, se nos ocurre acercarle al lector fragmentos, trozos,
pequeñas dosis de una decena de las más interesantes novedades de la literatura
nacional, antes incluso de que pueda hojear los libros en los estantes del
Campo Ferial Chuquiago Marka.
Novela,
cuento y ensayo, destacan en la propuesta de cuatro casas editoras. Esta es
sólo una muestra, una propuesta o sugerencia. La decisión es suya.
About,
el encanto de las golondrinas
Lourdes Reynaga
Novela
(Editorial
3600)
El
niño no pasaba de los ocho años y tenía ya grabada en la mente una sensación
incómoda que nunca olvidaría. No la misma sensación, aunque sí originada por el
mismo evento, que la madre tampoco podría olvidar.
Primero,
el grito en la cocina, el niño corriendo desde el jardín para encontrar a la
madre encaramada en la mesa, con las piernas recogidas y la mirada de horror
persiguiendo un movimiento diminuto. “Una araña”, conjeturó el niño,
acostumbrado a los temores de la mujer, pero la cosita, muy gris, tan peluda,
le mostró de inmediato el error. Después, un nuevo grito de la madre, esta vez
ahogado por la mano, en ese vano intento de contención que parece estar
destinado a no alarmar al otro pero que en realidad es egoísta y se ocupa sólo
de buscar regresar la calma al cuerpo, casi siempre con escasos resultados.
En
este caso, sin embargo, el niño apenas percibe el sonido con los sentidos, como
están concentrados en la figurita que de pronto apenas se mueve, que permanece
muy quieta con los ojos negrísimos clavados en los suyos. Ninguno intenta
movimiento alguno y por un instante el cuadro parece terminado, destinado a la
eternidad estática, a la permanencia, al silencio, pero un ruido, externo al
hogar, rompe el momento provocando el movimiento, la veloz huida hacia la sala
del pequeño ratón.
--
La
madame (Opera rococó. Cuentos reunidos)
Adolfo Cárdenas
Cuento
(Editorial
3600)
A
J. Manuel Serrate, alias el Elvis-pelvis, le bastó nada más que una mirada
soslayada para darse cuenta que tenía a la madame en el bolsillo. Sonrió con
suficiencia al cruzar junto a la susodicha -enamorada hasta los fondillos-
ensayando el gesto que según sus compadres de jarana tenía la virtud de
sancochar los meados de todas aquellas a quienes iba dirigida.
Claro
que de lo que J. Manuel Serrate alias el Elvis-pelvis no se daba cuenta era de
las artes de las que la madame se valdría para conquistarlo; porque la madame
era adivina, prestidigitadora, hechicera, pitonisa, taumaturga, encantadora y
heredera de todas esas anacrónicas habilidades que ella insistía en practicar
para proporcionarse el triste sustento, ya leyendo las manos mugrientas de las
viejas, para quienes el futuro era tan obvio que no necesitaba ser predicho, ya
combinando un mazo de cartas españolas de los modos más perplejos posibles, a
fin de suscitar la medrosa curiosidad del cliente y obligarlo a meter la mano
en el bolsillo en busca de otra moneda que le permitiera conocer el epílogo de
su propia historia.
El
caso es que, si bien la madame tenía mucho de farsante, era porque su descreído
medio le obligaba a ello; pero que sabía bastante sobre ciencias ocultas, el
vecindario en general y el conventillo donde tenía su consultorio en
particular, así podían atestiguarlo, es decir todos, excepto el Elvis y su
grupo de pachangueros que por invertir la noche en bolereadas tardías o
guitarreadas tempranas, se privaban de presenciar las trasnoches de toda la
senectud de la casona frente a la puerta de la hechicera lanzando desdentadas y
opacas exclamaciones ante las oleadas de humo legendario, las encubiertas
salmodias demoniacas y los conjuros de antigüedad prehistórica que emergían de
esas cuevas clausurada a medias, a la curiosidad de los fisgones de oficio.
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Alcides Arguedas y la narrativa
de la nación enferma
Edmundo Paz Soldán
Ensayo
(Plural Editores)
Arguedas
había leído a pensadores de la degeneración como Gustave LeBon antes de su
primer viaje a Europa en 1903. Sin embargo, fue este viaje el que solidificó su
visión del problema nacional. Su paso por España y su contacto con los regeneracionistas
españoles (Altamira, Ganivet, Maeztu, Costa), dedicados a explorar las causas profundas
de la crisis de España, lo convencieron de su misión. En el lenguaje
médico-biológico de la época, que concebía a las naciones como organismos,
Arguedas, como tantos otros intelectuales hispanoamericanos del período, sería
el doctor encargado de diagnosticar los males del “pueblo enfermo” y proponer
una “terapeútica”. Esta misión intelectual era ambiciosa, pues Arguedas
consideraba su análisis del “pueblo enfermo” como una contribución no sólo al
análisis del continente hispanoamericano sino también al de países que, “libres
de mescolanzas europeas”, tenían problemas debidos al “clima, la educación, la
herencia”: cumplo con el ineludible deber de declarar que no he andado muy
corto de vista al analizar, desde Europa, los males que gangrenan el organismo
de mi país, y los cuales –y esto es preciso no olvidarlo para ser más
equitativos– no son exclusivos de él y sí muy generalizados no sólo en nuestros
países hispano-indígenas. (Pueblo enfermo 7).
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El preparado de yeso. Blanca
Wiethüchter, una crítica afición
Marcelo Villena Alvarado
Ensayo
(Plural Editores)
Para
Blanca Wiethüchter valdría también eso que alguien decía de un común amigo: que
le debemos tanto que todavía no sabemos cuánto le debemos. Entre lo impreso y
publicado está su obra poética, por supuesto, que desde Asistir al tiempo
(1975) despliega en once estancias el acto de decir / la inmensa roca porosa.
Está El jardín de Nora (1998), nouvelle que narra de la irrupción de un hueco
allí donde hubo rojo rosal: de un hueco negro, despejado por aquella decena de
bocas desbocadas y diseñadas con seguridad para otra cosa. Está también una amplia
y valiosa labor en el terreno de la crítica literaria que, desde el trabajo para
la maîtrise en Vincennes (“Estructuras de lo imaginario en la obra poética de
Saenz”, 1975) hasta Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia (2002),
ha venido incidiendo en las maneras que tenemos de representarnos y en los
modos de leer e imaginar nuestra literatura. Pero entre lo impreso y publicado
también están dos libros siempre menos leídos, menos considerados; menos
nombrados incluso, seguramente y entre otras porque de entrada alteran las
consabidas distinciones de género e incluso de especie con las que se
entienden, ofrecen y consumen los objetos literarios: poesía, narrativa,
ensayo, crítica. Se trata, por una parte, de Pérez Alcalá, o los melancólicos
senderos del tiempo (1997), libro dedicado al pintor potosino y sabrosamente iluminado
con reproducciones de sus cuadros y fotografías varias. Se trata, por la otra,
de Memoria Solicitada, libro que se consagra en triple entrega (1989, 1993,
2004) al singular personaje que fuera Jaime Saenz.
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El orden del mundo
Ramiro Sanchiz
Novela
(Editorial El Cuervo)
La
muerte de Agustina coincidió con el proceso de escritura de la última
monografía que debía entregar para obtener mi título, y la demoró apenas unos
meses. Repuesto, o fingiendo que estaba repuesto, habiendo enterrado o simulado
que enterraba lo más hondo posible el dolor, asombrando a mi entorno inmediato
por el aparente estoicismo con el que había logrado tomar la muerte de mi
novia, la terminé y entregué en noviembre. Para marzo ya había sido corregida y
aprobada, de modo que pude solicitar el título, que también me fue entregado
con relativa rapidez. Un amigo académico me había propuesto meses atrás la
posibilidad de cursar un doctorado en una universidad de Estados Unidos en la
que él se encargaba del departamento de letras latinoamericanas; yo trabajaría para
él y daría clases de español en el campus, con lo que financiaría mis estudios.
Partí a principios de agosto y ya no regresé a Uruguay. Casi todos mis amigos y
familiares pensaron que huía de la muerte de Agustina; lo cierto es que ya
nunca más escribí una línea de ficción.
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Lo simple (Libro de rastros)
Oscar García
Ensayo
(Editorial 3600)
Lo
simple consiste en la tenencia de algunas cosas imprescindibles. Esas cosas que
con los años se niegan a separarse de la vida. Esas cosas que envejecen con las
personas y de la misma forma entristecen, agotando el brillo y cayendo de a
poco en el sueño más largo de la cuadra. En la simpleza se designa a los
instantes, fragmentos que se organizan en la memoria para reconstruir imagen y
sonido, olor y textura. Una taza de té en la mañana bailando una habanera es uno
de los eventos más simples del planeta y por lo mismo, difícil de olvidar. Un
gato destripado sobre un techo es un anuncio de la simpleza de los ciclos. Como
el sombrero de los magos y su conejo. Ahora estás, ahora no estás. Para eso se
cumplen los rituales durante años, se cubren los pasos impostergables sin mayor
discusión ni trámite. Lo establecido no se discute, con frecuencia se festeja.
Se festeja con simpleza, a lo sumo una copa de vino, un vaso de chicha, un
fardo de cerveza, quince whiskies, varios lechones al horno, una vaca dispuesta
en trozos listos para el asador, chorizo de pollo, un kilo de queso fino,
discontinuado en el mercado, picante surtido de Potosí. Si uno de los
ingredientes faltase, la vida pierde color, la imagen se distorsiona, las
mariposas al volar ya no desencadenan nada, se dejan atrapar, se dejan clavar
un alfiler y lloran a un nivel impresionantemente bajo. Nadie sabe cómo suena
cuando una mariposa está llorando, ni la mariposa mundial.
El
asunto es que lo simple no tiene nombre, no figura en el diccionario, es un
concepto complicado. No es fácil nombrarlo. No se deja así nomás. Es una
imposible combinación de materiales y de ideas, un conglomerado en fiesta. Un
preste es simple, visto desde arriba. Cuando el mozo resbala en los cientos de
litros de cerveza y otros líquidos desparramados en el salón, en el piso de
cemento del salón, se ve un acto simple, de tal simpleza que cuesta entender
cómo, en ese hecho radica la simpleza de vivir. De caerse y de levantarse, de
ese ciclo que repetimos todos los días de dios, desde que nacemos hasta que nos
complicamos la existencia.
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Tanta
agua tan lejos de casa (Cuatro)
Rodrigo
Hasbún
Cuento
(Editorial
El Cuervo)
Necesito contarte algo, le dice el Roque al
Jordi esa noche. Ya van por la segunda botella de vino y la pasta que han
preparado empieza a oler increíble y el Jordi se pone serio y le dice que no lo
asuste. Es algo sobre mi familia, añade el Roque y ve el alivio en su carita y
esa camisa a cuadros le queda divina y descubre una vez más que está súper
enganchado, más que nunca antes en su vida. Llena las dos copas y las chocan
mirándose a los ojos, porque si no siete años de mal sexo, es decir el infierno
mismo, y el Jordi le dice que lo está poniendo nervioso, que le cuente de una
vez.
Llevan once meses juntos. Se conocieron en una
fiesta y esnifaron no sé cuánta coca, nada raro que traída de Bolivia, y el
Jordi se la chupó al Roque en la calle y todavía daba la impresión de que iba a
ser cosa de una sola vez, de dos o tres veces máximo, lo que demuestra que
siempre da mejores resultados no esperar nada. Es cajero en un banco de la
Caixa y sabe poco de arte pero lo apoya muchísimo y casi todas las noches en
las que le toca trabajar al Roque, el Jordi está ahí a un costado, no por celos
sino simplemente para acompañarlo. Solo una hora más tarde, echados en la cama,
le dice que no es cierto que sea hijo único o que quizá lo es pero que no
siempre lo fue, en algún momento tuvo dos hermanos. --
Lo que
se come en Bolivia
Luis
Téllez Herrero
Crónica
(Ministerio
de Culturas)
La gastronomía es como la música. Así como hay
partituras que convienen a ciertos estados de ánimo, así como hay trozos
musicales que se adaptan a los días alegres de la vida y otros a los tristes,
del mismo modo la gastronomía, que es también un arte en sus variadísimas
manifestaciones, se recomienda según los momentos y hasta según el temperamento
de las personas. Todos los estados del espíritu tienen su remedio en el vasto campo de la cocina. En líneas generales, la
gastronomía no debería apartarse de las normas clásicas, pero sí puede
variarse. Éste es, justamente, uno de los aspectos más interesantes de la
ciencia culinaria.
A despecho de las ideas modernas, a despecho
del progreso que es enemigo de las tradiciones, la mesa guarda y guardará
siempre su importancia en todos los actos de nuestra vida. Nada ha cambiado
desde la época en que Monselet, el célebre literato y gastrónomo francés, autor
del Almanaque de los glotones decía:
“Toda pasión dirigida y razonada se convierte en un arte, entonces, más que
otra cualquiera, la gastronomía es susceptible de razonamiento y dirección”.
Si reflexionamos bien, las horas deliciosas de
nuestra vida están unidas todas, por un lazo más o menos sensible, a algún
recuerdo de la mesa.