Juan de la Rosa en la BBB
Presentamos un fragmento de “Juan de la Rosa: ¿Autor de Memorias del último soldado de la Independencia?”, estudio introductorio de la edición de la Biblioteca del Bicentenario que está pronta a salir de imprenta.
Gustavo V. García
Juan de la Rosa.
Memorias del último soldado de la Independencia es uno de los textos
latinoamericanos más importantes del siglo xix. En Bolivia genera un culto
similar al de El Quijote: todos lo citan, pocos lo leen. Y, como todo culto, ha
consolidado algunos dogmas. Se repite, por
ejemplo, una supuesta frase de Marcelino Menéndez y Pelayo que la
consideraba “la mejor novela americana del siglo XIX”.
Las opiniones superlativas, además de imprudentes, suplantan
el análisis crítico de esta obra que
merece más que el chisme literario o la “constatación estadística” de que es la
mejor novela boliviana (Mesa Gisbert, 2004: 10).
Su autoría es otro
dogma. Los que la adjudican a Nataniel Aguirre, a partir de la segunda
edición (1909), prefieren la repetición al razonamiento, sin otro argumento
que la “tradición” de atribuirle su
escritura. (…)
Texto y (con)texto
Es un texto de textos -inusual en la literatura boliviana-
en el que la memoria, con voz del presente e imágenes del pasado, intenta (re)
ordenar y cambiar su mundo. A J. de la R., además de los aspectos narrativos
técnicos, le interesan los hechos históricos, el destino y el carácter de sus
personajes (y lectores). ¿Realidad o ficción?: el libro juega, a la zaga de El Quijote, con
categorías aparentemente irreconciliables. El narrador-protagonista, oculto
entre Juan el niño (pasado) y Juan el
anciano (presente-futuro), es un historiador que pretende ser maestro de juventudes y árbitro
de la actuación política de sus contemporáneos.
La crítica de esta
“novela histórica” abunda en
inexactitudes. Algunos señalan que la cronología transcurre entre julio
de 1809 (Revolución de La Paz) y el sacrificio de las mujeres de Cochabamba en
La Coronilla (mayo de 1811) (Castañón Barrientos, 1991: 20; Bou- det, 2004: 22-23). Alba María Paz Soldán rectifica
estos datos:
“La novela de Aguirre tiene como tema las peripecias de un
niño huérfano durante una época que
abarca desde la sublevación del 14 de septiembre de 1810 hasta el ataque de los
ejércitos realistas que sufre la ciudad de Cochabamba el 27 de mayo de 1812 (1986: 7)”.
¿Qué pasa, empero,
con acontecimientos anteriores y posteriores a esas fechas? Sin esos sucesos,
hábilmente intercalados, el texto sería ambiguo y sin mucho interés literario.
La revelación del “misterio de Juanito”, como dice Wálter Navia Romero y la
tesis socio-económica de fray Justo sobre el régimen colonial remontan al lector a épocas anteriores.
Algo similar sucede con su estructura. En apariencia la obra
ofrece un desarrollo lineal de sucesos
históricos: cada episodio origina otro, “diríamos que en cadena” (Castañón
Barrientos, 1991). No obstante este orden cronológico y espacial del contenido,
el narratario elige una forma que elude, resume, selecciona y manipula sus
‘memorias’ y, también, el relato de otras voces narrativas (la de Alejo cuando
cuenta la batalla de Aroma o la del legado de fray Justo). La versión del personaje-narrador
(Juanito/ J. de la R.) domina la trama, además de interrumpirla y enriquecerla
con frases y comentarios que ‘vienen’ del futuro: citas textuales y críticas a libros de historia
(obras de Mariano Torrente, Bartolomé
Mitre, Eufronio Viscarra, y un anónimo historiador chileno). Esta
intertextualidad, evidente en algunos casos y en otros disimulada, es un aporte
fundamental a la novelística del siglo XIX hispanoamericana y supone una
postura ideológica respecto al proceso
escritural: borra los límites entre la ficción y la historia. La crítica se
limita a repetir que esta es una
novela histórica y/o romántica…
La estructura mediatizada -desde el prólogo- es un acierto
en cuanto a técnica y contenido: la vida privada del narrador narrado se
(con)funde con la vida pública del lector J. de la R., comentarista de sus
memorias. Y el lector boliviano es incorporado al texto porque “constata”, se identifica
y prolonga su identidad en la historia patria construida por la voz de J. de la R. No es casual que, por
influencia de esta obra, cada 27 de mayo se recuerde y celebre el Día de la
Madre Boliviana en honor a la resistencia que las mujeres cochabambinas
opusieron a las tropas españolas en 1812.
Esta magia literaria por la que lo fictivo (trans)forma lo
real procede de Cervantes. La crítica no ha dicho nada sobre esto pese a la
importancia de El Quijote en este texto: Juanito aprende a leer leyendo “las
aventuras del caballero de la Triste Figura y de su escudero el gran gobernador
de la ínsula Barataria” (p. 59). Y,
además de ejemplos de la ironía cervantina, hay una quema de libros que
incluye ¡una copia de El Quijote! (…)
El estilo de la obra sorprende
a no pocos comentaristas. Se repite que
su lectura es “fácil”. Y lo es, en efecto: prosa clara, elegante y fluida. Tal
virtud enmascara la complejidad del argumento, que sí es original: en las
“memorias” de Juan de la Rosa, la Revolución de Cochabamba tiene un sentido
multifuncional. Es el pasado de la narración pero el presente de la fábula, y
se combinan múltiples voces narrativas y lo que debería ser el futuro de la
nación.
No otra cosa significan sus constantes jeremiadas en contra
de los hombres de su presente. Esta
visión ideológica del futuro, modelada en el pasado y sus virtudes, explica la orientación
“conservadora” del texto que, excluyendo otros estamentos sociales, prioriza al
mestizo como constructor de la nueva nación (Bari de López, 2004: passim). Esta
crítica ya fue hecha por Anderson Imbert, que lamentaba que Aguirre no brindase
una detallada descripción del pueblo boliviano y que señalase “de lejos a los
indios” (1957: 232). Sí. Pero hay que tener en cuenta su contexto.