Javier Moro: literatura para
hacer revivir la verdad
El escritor español, que será uno de los principales invitados de la próxima Feria del Libro paceña adelanta, en una entrevista exclusiva, sus intereses, búsquedas y tendencias literarias y se aventura a augurar una buena “historia boliviana” que le lleve a un próximo libro.
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Martín Zelaya Sánchez
Escribir fue siempre su vocación y oficio, pero recién
pasada la mitad de su vida -a la edad en que ya muchos están consolidados en su
carrera- Javier Moro empezó a escribir novelas, a explorar el infinito mundo de
la ficción.
Apenas unos lustros antes de ganar el Premio Planeta, -hace
cuatro años, a sus 56- uno de los galardones literarios más tradicionales y
mejor dotados económicamente en el panorama hispanoamericano, Moro descubrió el
verdadero filón de su pasión por las letras: la reconstrucción.
Así, como un “recreador de historias”, se describe este
exitoso autor que será el invitado principal de la XX Feria Internacional del
Libro de La Paz que se efectuará entre el 5 y el 16 de agosto próximos.
Hablando de literatura policial en específico, y de métodos
literarios o costumbres a la hora de encarar el proceso creativo, en general,
no pocos autores -Borges, para empezar- compararon la labor de un escritor con
la de un investigador, un detective.
Primicia aparte –por la información de su llegada y por la
entrevista que Moro nos concedió- tenemos la posibilidad, en los párrafos que
siguen, de conocer la impronta y los afanes de un verdadero sabueso, un
apasionado “historiador de realidades y ficciones”, si se permite este término.
Y es que eso es lo que hizo el autor en las ocho novelas que
publicó en los últimos 23 años –la última presentada hace pocas semanas en
Madrid- se valió de casos reales, casi siempre destacados episodios históricos
sociales, para armar novelas que además de tener gran aceptación entre los lectores,
se consolidaron -desde la primera que reconstruye los últimos días del famoso
líder de los caucheros brasileños, Chico Mendes, hasta la más reciente que
cuenta la increíble aventura de los pioneros navegantes que lograron
popularizar la vacuna contra la viruela- como valiosos testimonios y homenajes
a héroes anónimos que, como sabemos, son los más importantes.
- Publicó su primera
novela a los 37 años, luego de dedicarse a la investigación, el audiovisual y
el periodismo. Intuyo que no estaba en sus planes volverse un escritor de
ficción, ¿cómo fue asumiendo esta vocación?
- Yo siempre he escrito. Empecé a publicar artículos de
viaje a los 17 años en el “Dominical” de ABC. Luego hice guiones de cine,
colaboraciones en prensa… y a los 35 años, después de vivir varios años en
Hollywood escribiendo para cine, decidí escribir novelas en mi propio idioma, en
español.
La literatura fue para mí una liberación porque en el mundo
del cine uno siempre depende de los demás ya que cualquier proyecto exige la
aportación de mucho dinero. Investigar para Senderos
de libertad -mi primer libro- con un roturador y un bloc de notas, eso era
para mí la libertad. Tuve la suerte de que funcionó lo suficiente como para
seguir publicando… y así hasta hoy.
- Un rápido repaso a
las temáticas de sus novelas refiere claramente a su biografía: viajes a lugares
“exóticos” que marcaron su niñez, y estudios superiores en historia y
antropología. ¿Cuánto de esas experiencias de vida hay en sus libros de
ficción?
- El exotismo es lo cotidiano de los demás. Por mi formación
de antropólogo siempre me han interesado las culturas distintas. Nunca he
escrito literatura de viaje, mis libros son recreaciones de historias verídicas
que han ocurrido en un lugar concreto. Me apoyo en una documentación
exhaustiva, y allá donde me falta documentación, tengo que recurrir a la imaginación.
¿Cuánto hay de mí o de mis experiencias hay en mis libros?
Bastante. Y es lógico, no se puede separar la visión del escritor de su propia
persona, de sus circunstancias, de su lugar en el mundo.
- ¿Halla algunos
paralelos entre su obra, y la de Le Clezio –el francés ganador del Nobel, y otro
viajero incurable-, y Kapuscinski, maestro del periodismo investigativo y
literario?
- Francamente no. Repito, lo mío no es literatura de viajes.
Yo investigo y escribo al servicio de una historia. Una historia que ha
ocurrido, y que intento reconstruir. No uso el método del historiador, sino el
de la literatura, para acercarme a una verdad, para hacerla revivir.
- ¿Y entonces cuánto
de ficción tienen sus novelas? ¿Por ejemplo, en qué parte de la reconstrucción
que hace sobre Chico Mendes, para Senderos
de libertad, entra lo ficticio, lo novelesco?
- La ficción está en los diálogos, sobre todo. En las
intimidades de las historias de amor. En algunos personajes que en realidad son
un compendio de dos personajes reales. Cuando me pongo en el lugar del personaje
e intento pensar como él lo hubiera hecho, eso es ficción. Aunque yo prefiero
la palabra dramatizar.
En Senderos de
libertad, he dramatizado la historia de Chico Mendes. Encontré uno de los pistoleros
a sueldo que fue contratado para eliminarle pero que al final se echó atrás, y
ese personaje es el elemento clave de la dramatización.
- Acaba de publicar A flor de piel, otra obra asentada en un
hecho real pero de cariz inverosímil. ¿Qué le atrapó de esta aventura crucial
para la historia de la medicina, por qué eligió ese suceso para novelar?
- Porque es una gran gesta humana, y es muy desconocida. Y
es original: que la responsabilidad de difundir la vacuna por el mundo recayese
en los hombros de los seres más frágiles de la sociedad -unos niños huérfanos-
no deja de ser extraordinario. Y lo mejor, es que aquel viaje les salió bien.
Hay tantos episodios negros en la historia de España que este me pareció digno
de saberse.
- Evidentemente Asia es
muy especial para usted –ambienta allí seis libros-, y después Sudamérica, sobre
todo Brasil. ¿Qué tiene que tener un país, un lugar para que le cautive?
- Mi principal interés es una buena historia; lo demás
importa poco. Independientemente de eso, me gusta mucho la India porque es un
mundo más que un país. Un lugar donde se vive en varios siglos simultáneamente.
En principio, todo me interesa. Bolivia me interesa; ojalá
pudiera encontrar una buena historia que tuviera a Bolivia de escenario, para
así volver muchas veces.
- Es, además de autor
de ficción, guionista y productor de cine. ¿Cuán compatibles son para usted los
lenguajes literario y cinematográfico?
- No me gusta escribir guiones, y no creo que escriba más.
Es pura estructura, estás muy constreñido en el tiempo y si luego no encuentras
a nadie que quiera invertir una suma de dinero colosal, aquello no hay quien lo
lea y se queda para siempre en un cajón. Un libro tiene vida propia.
- Visitará Bolivia
por primera vez. ¿Qué expectativas tiene? ¿Qué conoce de este país, qué quieres
conocer?
- Me gustaría conocerlo todo, pero tengo poco tiempo. Me
gustaría ver Potosí, Sucre y el Salar de Uyuni. Si me da tiempo, hacer una
escapada a Cochabamba para ver el libro de la Catedral donde está registrada la
muerte de uno de mis personajes, el doctor Salvany.
- ¿Qué tipo de
literatura le interesa leer últimamente, y cuáles son sus libros y autores de
cabecera de siempre?
- Leo de todo. Me gustan las buenas novelas históricas -este
año he descubierto a Hillary Mantel y acabo de leer una novela muy bonita y
bien escrita que se llama El miniaturista-
y también la no ficción.
He releído hace poco Belmonte
de Manuel Chaves Nogales, un gran autor español y no lo bastante conocido. Un
autor que me gusta mucho es William Daláymple.
-
A flor de piel
(Fragmento)
Javier Moro
I
La joven se abrió paso a empujones entre las bestias
apretujadas en la entrada de su casa siempre en penumbra. Aparte de la peste
habitual a orines, a sudor animal y a paja mojada, un tufo a mandrágora la puso
sobre aviso. “¿El médico?”, se preguntó extrañada. Sólo se oía el resuello de
la vaca y el piar de los polluelos que picaban el suelo afanosamente. Ninguna
voz, ningún sonido humano, ningún ladrido salía del interior de la casa usualmente
atestada de animales y gente. “Qué raro”, pensó Isabel.
Sabía que su madre estaba dentro, porque guardaba cama. Así
que depositó en un altillo el manojo de berzas que su padre le había encargado
recoger, se quitó los zuecos sucios de barro y empujó el portón. Olía a humo, a
humedad y a rancio.
Entornó los ojos, que tardaron unos segundos en adaptarse a
la oscuridad. El haz de luz que se filtraba por una grieta en uno de los muros
le hizo descubrir, para su sorpresa, que toda la familia estaba presente en
esta sola habitación que hacía de establo, cocina, pocilga, dormitorio, salón y
hasta de enfermería.
En el catre de madera lleno de paja cubierta con una sábana
de estopa, donde solían dormir todos juntos, yacía bocarriba una mujer de
mediana edad que parecía una anciana. Su madre. La Ignacia. La que no paraba de
trajinar, la que animaba a los demás, la que no se amedrentaba ni por el frío
ni por el hambre, la que parecía inmortal. Sin embargo, llevaba tres días con
calentura, escalofríos, vómitos y convulsiones. Isabel se asustó al ver que le
habían salido manchas rojas en el rostro.
Arrodillado en el suelo, con un rosario en la mano, el cura don
Cayetano Maza, un hombre grueso con mejillas encarnadas, mascullaba una
oración. A Isabel se le revolvió el estómago. El párroco no solía entrar en las
casas, no le gustaba restregarse ni con la pobreza ni con la enfermedad. La
última vez que lo hizo fue cuando vino a bautizar al hermano recién nacido,
pero cuando llegó, el bebé ya había muerto.
—¿Madre? —preguntó Isabel con voz trémula.
Vio que sus hermanas pequeñas, María y Francisca, lloraban en
silencio. Juan, el mayor, contemplaba absorto el cuerpo yacente; a su lado
estaba su padre, Jacobo Zendal, un campesino fibroso de piel curtida y arrugada,
que levantó la vista hacia su hija. Tenía los ojos hinchados, febriles.
—¿Qué pasó? —preguntó Isabel.
En vez de contestar, el hombre le devolvió una mirada de impotencia.
A su lado, la tía María, hermana de su madre, se encogió de hombros. El pequeño
que llevaba en su regazo estiró los bracitos hacia Isabel, que le hizo un gesto
de ternura.
—Viruela —dijo el médico—, viruela maligna.
Isabel paseó la mirada por su casa, que ni siquiera disponía
de chimenea. El techo, las paredes y las vigas estaban negras de hollín. Sobre
la cocina de leña se apilaban un par de cazos, un montón de platos, cucharones
de madera y un cesto con ciruelas; dos cántaros, una silla y multitud de aperos
y herramientas estaban desperdigados por el suelo, donde una cría de cerdo y varios
polluelos deambulaban a su antojo. Isabel reparó en la rueca apoyada contra la
cocina, esa rueca para hilar lino que no faltaba en las casas de Galicia y que
había sido la inseparable compañera de su madre, y entonces, de pronto, tomó
conciencia de la realidad. Su madre acababa de fallecer. Era el jueves 31 de julio
de 1788. (…)
(Tomado de www.planetalibros.com)
-
Hoja de vida
Escritor Javier Moro Lapierre, nació en Madrid el 11 de
febrero de 1955. Desde muy joven, viajó con su padre a países de África, Asia y
América, experiencias que marcaron su vida y su vocación. Entre 1973 y 1978
estudió historia y antropología en la Universidad de Jussieu.
Trayectoria Colaborador asiduo en medios de prensa españoles
y de otros países, ha trabajado como investigador en varios libros de ciencias
sociales, y ljuego incursionó en el audiovisual, coproduciendo documentales y
películas como Valentina y 1919: Crónica del alba.
Obra Senderos de
libertad (1992), El pie de Jaipur
(1995), Las montañas de Buda (1998),
Era medianoche en
Bhopal, (2001), Pasión india
(2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (2011), A flor de piel (2015).