(Re)conociendo a seis “hijos pródigos”
de la literatura
boliviana
Los seis autores bolivianos “migrantes”, que serán los
invitados de lujo de la FIL de agosto, comparten con los lectores su
autodescripción como escritores y cómo el hecho de vivir fuera incide en su
oficio.
Martín Zelaya Sánchez
En una decisión más que acertada, la Cámara Departamental
del Libro de La Paz optó este año por dedicar la Feria Internacional del Libro
-que en agosto celebrará su edición número 20- a los escritores bolivianos
residentes en el exterior.
Es así que se optó por “repatriar” por unos días a seis de
los más destacados autores –cinco narradores, un poeta- “migrantes”; la mayoría
radicados en Estados Unidos, algunos por razones académicas, otros por “exilios
voluntarios” y quizá alguno por seguir una estela de búsqueda y motivación que,
por supuesto, traspasa y con mucho nuestras fronteras.
Además de presentaciones de libros, conversatorios, y
coloquios académicos, cada uno de los seis -Liliana Colanzi, Emma Villazón,
Giovanna Rivero, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Rodrigo Hasbún y Sebastián
Antezana- tendrá una mesa especial: “Conociendo al escritor”, en la que será
interpelado, en el buen sentido de la palabra, para que los lectores se
aproximen lo mejor posible a su itinerario de vida que, por supuesto, está
indisolublemente ligado a su trayectoria en las letras.
Para adelantarnos un poco a este juego, contactamos a cinco
de los seis invitados que amablemente aceptaron responder a dos preguntas que
resumen -creemos- la intención de su llegada: su autoidentificación como
escritores, y la incidencia de su residencia fuera del país en su producción
1
Te pido describirte como escritor/a: motivaciones, búsquedas,
intereses, tendencias, influencias, etc.
2
¿En qué medida incidió tu itinerario personal fuera de
Bolivia en tu literatura?
El sexto de los invitados, Rodrigo Hasbún, que por estos
días viaja por varios países antes de volver a casa, no tuvo tiempo de responder
así que rescatamos algunos conceptos suyos de un par de entrevistas que nos
concedió en los últimos años.
Valga, antes de terminar, hacer notar que junto a tres o
cuatro narradores más –como Wilmer Urrelo, Juan Pablo Piñeiro, Maximiliano
Barrientos y, por supuesto Edmundo Paz Soldán-, estos seis “migrantes” que la
Cámara del Libro trae a La Paz, están definitivamente entre los 10 o 12 mejores
escritores bolivianos jóvenes o de la generación intermedia (o al menos son los
que mayores réditos de crítica internacional obtuvieron).
Y valga, además, recordar que fuera de esta cartelera
central, los organizadores de la Feria confirmaron la llegada de cuatro
narradores extranjeros de reconocida trayectoria: Javier Moro (España), Alberto
Chimal (México), Lina Meruane (Chile) y Carlos Yushimito (Perú). Así que para
esta FIL 2015 se pinta una de las más prometedoras agendas culturales en muchos
años.
Liliana Colanzi
1
Tengo familiares que aseguran poder comunicarse con seres de
otros mundos. Uno de ellos cuenta que lo abdujeron los extraterrestres en su
infancia cuando paseaba al lado del río, otro ha visto naves espaciales
descender en la selva amazónica (esa escena inspiró Meteorito, el penúltimo cuento de La ola).
Yo nunca he tenido contacto con platos voladores, pero
concibo la escritura como un portal hacia lo desconocido. Cuando una escribe
convoca ciertas energías, y eso que está en el aire por lo general acude a tu
llamado. Así que hay que tener coraje para recibir aquello que se conjura. Hay
que ser paciente, porque descubrir su verdadera forma puede tomar meses o años.
Algunas personas dicen escribir cuentos en los descansos
entre una novela y otra, o a manera de “soltar la mano”. A mí no me sucede.
Cada uno de los cuentos de La ola me
tomó varios meses de asimilar experiencias difíciles.
Algo que no he contado antes es que rezo antes de escribir.
“Oh, Señor, ahora soy una manteca, hazme una mística, de inmediato. Dios lo
puede conseguir -hacer místicos a partir de mantecas”, anotó Flannery O’Connor
en su diario. Y a una amiga: “La ficción es la expresión concreta del misterio -un
misterio vivido”. Atisbar ese misterio es a lo que aspiro. Así que rezo para
olvidarme de mí, para dejar de ser una manteca y poder sintonizar, aunque sea
por un segundo, la música de las altas esferas.
2
No tuve conciencia plena de lo que significaba ser boliviana
o latinoamericana hasta que dejé el país. Vivir fuera de Bolivia me ayudó a
volcar la mirada sobre actitudes y creencias que estaban en el aire mientras yo
crecía y que nadie cuestionaba (el racismo, el clasismo, el machismo) y
mirarlas con extrañeza, pero también con gran curiosidad.
En cierta forma, Vacaciones
permanentes es un ajuste de cuentas con esa Bolivia en la que me crié y de
la que me alejé en más de un sentido, y no es casual que solo haya podido
escribir esos cuentos desde la distancia, y en un estado de oscilación
constante entre el odio y el amor.
En los últimos años me he visto regresando seguido a
Bolivia, no solo físicamente sino a través de la ficción, tal vez intentando
entender de dónde vengo. Por el lado paterno soy descendiente de inmigrantes
campesinos italianos, por el lado materno provengo de una familia beniana
numerosa.
Ahí, de fondo, estaba latiendo siempre lo rural: la voluntad
de dejar el campo y la pobreza pero también la conciencia (y la amenaza) de
llevarlos siempre a cuestas. Me interesa volver a esa tensión y ver qué es lo
que se esconde ahí, llegar hasta aquello que reprimimos y dejar que hable.
--
Sebastián Antezana
1
Se me hace difícil hablar de mí. Diría que soy una persona
preocupada y ocupada por la literatura, que lo he sido desde que aprendí a leer
y que soy feliz viviendo de esta forma. Diría que soy una persona que, en
términos literarios, es bastante más sensible a la ficción que a cualquier otra
forma del discurso, aunque la crítica también ocupa una parte importante de mi
vida.
Diría también que soy un autor de obra escasa -dos novelas-
que escribí bastante joven, entre los 23 y los 27 años, y que durante los
últimos cinco o seis años he dado una especie de viraje interior respecto a
ella.
Podría mencionar también que me apasionan a partes iguales
la literatura boliviana, la latinoamericana y la que se escribe por fuera del
mapa del español. Que considero a la novela como el género literario por
excelencia y que pocas cosas me han apasionado tanto, me han conmovido y puesto
en crisis con tanta fuerza, como siete u ocho novelas que considero obras
definitivas, territorios habitables y ejemplos a los que vuelvo siempre.
Indicaría también que pese a esto la poesía, para mí tan
elusiva, es una parte central de mi experiencia lectora. Que no la escribo pero
que la admiro profundamente y que la percibo como una de las formas más puras e
intensas del conocimiento y la imaginación.
Y diría que estoy expectante, emocionado, feliz, porque hace
un par de años me he embarcado en una etapa de escritura que considero más
verdadera y desafiante que todo lo que hice antes, y que espero resulte en por
lo menos un par de libros que puedan hablarle a alguien, que sean capaces de
interpelar y conectarse con alguien, en el futuro medianamente cercano.
2
En principio, siento que vivir afuera te ayuda sobre todo en
cuestiones de perspectiva, te permite tomarle una real medida a cuestiones como
la identidad -esa que construimos día a día y que para cada quien es su Yo
boliviano- y la identificación con esa vasta colectividad que llamamos país y
que se traduce en una serie de aficiones, afecciones y ritos que son nuestra
herencia y modo de ser nacionales.
Ese proceso de vivir afuera, de tomar distancia y empezar a
ver las cosas desde lejos, ese tire y afloje con el propio país y los deseos, a
veces, de dejarlo atrás -y así dejar atrás al que uno fue o es en ese país- o
de tomarse un descanso de él, afectan invariablemente la percepción y, por lo
tanto, también el trabajo creativo.
Por otra parte, me es difícil decir con cabalidad cómo el
vivir afuera ha impactado mi proceso literario, simplemente intuyo que el
permanente roce con otras culturas, otros lenguajes, otra gente y otras formas
de entender el mundo, ensanchan y angostan la experiencia personal de distintas
formas, y modifican nuestra forma de entender la literatura como un ejercicio
de apertura al exterior y ensimismamiento obstinado a partes iguales.
--
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
1
Todo viene por mi pasión por la lectura, y quizá una
habilidad para convertir lo que leía en realidades cercanas. Ese es un gran
paso a la imaginación. De allí a la escritura hay otro. Lo demás es escuela,
práctica.
¿Influencias? Diversas. Me gusta lo caótico de mis lecturas,
que no incluyen necesariamente ficción. En realidad creo que leo un 20% de
ficción y lo demás es ciencia, historia, ensayo, sociología, viajes,
etnografía… Se refleja en mi obra, en mi aventura novelística donde se nota
esta mixtura. Leer me motiva a leer más. Lo mismo escribir.
2
Vivir fuera de Bolivia afecta, claro, en el contexto, el
entorno de lo que escribo. Cuando viajé era (qué presunción) un escritor “formado”.
Había hecho algo de narrativa, un poco de cuento, era articulista y columnista.
Estados Unidos aporta universos, en primer lugar por donde
comencé a trabajar. De noche trabajaba en el ghetto negro y el fin de semana estaba en la National Gallery o escribiendo
sobre Malevich. Una rica dualidad que supo enriquecer ambos vértices de mi literature. Siempre admiré la “acción”
de los escritores anglosajones y Estados Unidos me daba la oportunidad. La
aproveché.
Estados Unidos no era para mí, aunque también, el de Reagan
y la política exterior. Era el de Miller, de Kerouac, de Anderson, Faulkner,
Caldwell. Fascinante. Aparte que fue un lugar que me dio acceso ilimitado a los
intereses culturales que tenía, por muy poco o por nada. Otra vez, lo aproveché
al máximo. Conocí y aprendí mucho. Viví y leí y eso para mí explica mis
páginas.
--
Emma Villazón
1
Me pueden motivar muchas cosas, experiencias ajenas o
personales, la literatura, fotografías, películas, el pasado. Eso sí la mayoría
de las veces, aparece la poesía como un gran eco al que me siento llamada a
responder.
Me fascinan los poemas que se salen de sí, como los chamanes
o los ebrios; poemas donde hay un amor a la lengua que les permite jugar, o
donde están desdiciéndose, o donde de algún modo resultan disruptivos con el
lenguaje convencional que nos llega a todos, y nos ofrecen intersticios de
otros sentidos y fuerzas.
Sigo los poemas que han renunciado a dar una verdad del
mundo, a hablar de lo inefable y del alma; me inclino por los que dudan, tiemblan,
hacen preguntas, y tienen ojos para lo bajo, lo cruel, lo que poco se atiende y
poetiza. Leo, por eso, con pasión a Leónidas Lamborghini, Marosa di Giorgio,
Héctor Viel Temperly, entre otros.
2
Pronto voy a cumplir cinco años en Santiago, y claro, desde
luego que me he dejado permear o alimentar por las obras de algunos escritores
nacidos en Chile, que han significado para mí grandes encuentros, como
terremotos interiores, que me han hecho cuestionar mi propia escritura.
Escritores como Elvira Hernández, Guadalupe Santa Cruz,
Andrés Ajens, Humberto Díaz Casanueva, Juan Luis Martínez, desarrollan
escrituras donde la lengua está llevada hasta sus límites, donde en vez de
mantener un dominio sobre la significación, se muestra la lengua en su desborde
significativo y sonoro.
Este trabajo con el idioma me interesa mucho, no sé cuánto
de eso habrá en lo que ahora escribo, pero le tengo una gran admiración. Por
otro lado, vivir en Chile, cuya imagen a nivel internacional es de solvencia
económica, pero a la vez donde se libran duras luchas por igualdad social, me
ha llevado a tener siempre presente a Bolivia, y a tener nuevas lecturas sobre
el país.
Y esto lo digo porque el desplazamiento geográfico creo que
ha incidido en mi escritura, en el sentido de que también me parece importante
lo que a nivel social se dice en la literatura (por más que se lo diga
ambiguamente), y no me refiero a que el escritor deba repetir lo políticamente
correcto, sino que el escritor está situado en un espacio que comparte con
otros, y que este -al menos el buen escritor- tiene algo así como unas antenas
para percibir situaciones que a nivel social todavía no tienen nombre.
--
Giovanna Rivero
1
Escribo porque amo narrar. Si la escritura no hubiera sido
posible, habría narrado igual de forma oral, o con gestos, o con sombras. Es mi
forma de intervenir en el mundo y amasarlo a mi manera, desde mi sensibilidad,
desde mis dolores y fantasmas.
¿Influencias? Precisamente los relatos orales que escuché de
mis abuelos, las conversaciones de los adultos que en mi infancia yo
interpretaba con un morbo ingenuo y salvaje; ese primer lenguaje, el murmullo
de la vida misma, es mi principal influencia.
Luego vino la literatura en su forma y estructura, con sus
distintos modelos, cruzada y cruzando otros lenguajes, con sus códigos menores
y sus ambiciones más altas, y de ella nunca termino de aprender.
¿Qué busco al escribir? Que se haga el mundo otra vez. Un
mundo, uno específico y diferente. Que a los personajes se les pueda sentir la
respiración, el resuello, el mal aliento, los huesos. Que el lector sienta y
admita que el conflicto que yo cuento podría perfectamente sucederle a él.
Seguir indagando en lo humano es lo que pretendo. Rasgar, cada vez que escribo,
el himen que divide la literatura de la “realidad” o de la vida, asumiéndolos
como sinónimos injustos. O por lo menos intentarlo. Morir intentándolo. Esa es
la ley del narrador.
2
A un nivel práctico, vivir en EEUU, en un ámbito académico,
me ha habilitado una estructura más productiva que la que tenía en Santa Cruz.
Mi manejo del tiempo, de la rutina y las obligaciones diarias me permitió en
estos años dedicar un tiempo valioso, no residual, a la escritura y la lectura.
Pero creo que lo más importante tiene que ver con la
inevitable desgarradura que implica el irse. Y si bien ahora la tecnología te
da la ilusión de que estás cerca, de que hay un cotidiano que te incluye de a
retazos, las distancias más peligrosas residen, justamente, en aquello que no
se percibe en esa epidermis del contacto social.
Es la acumulación de un tiempo que se va volviendo extrañeza
y edad lo que impone su distancia. Entonces la imaginación ingresa a parchar
las zonas ciegas. En mi caso, creo que mi literatura ha comenzado a chuparle la
energía a los recuerdos. Y soy consciente de ello; por eso, cada vez que
escribo desarrollo una pelea campal contra la nostalgia, pues si mi escritura
cede a su influjo, que es irresistible como el mar de Ulises, puede
anestesiarse, autocomplacerse en los mundos perdidos.
Prefiero, en este sentido, usar este sentirme siempre
extranjera como una dinámica de vectores en contradicción, en tensión. Vivir
afuera me da eso: un estado de alerta para intentar detectar las tensiones más
sutiles, las que las culturas disfrazan con la mejor de sus inteligencias.
--
Rodrigo Hasbún
“No siempre sucede igual. A veces es una imagen la que me
dispara las ganas de escribir, otras veces la persistencia de algún sentimiento
o un recuerdo que no quiere irse, una frase suelta y su música, algo que
escuché por ahí. Cualquiera de esas vías desencadena un proceso invariablemente
misterioso, donde nunca sé a dónde iré a parar. Escribo a tientas, yo mismo
descubriendo en qué consisten las guerras de los personajes, cómo funcionan sus
afectos. De a poco voy encontrando algunas pistas pero en general todo resulta
muy incierto, al menos hasta que termino una primera versión. A partir de ese punto,
con algo más de distancia, voy definiendo los contornos de la historia y de
todo lo que está en juego en ella”.
“Los libros (cuando están bien hechos) son artefactos
peligrosos: derrumban certidumbres, atentan contra la velocidad de los tiempos,
nos acercan a otras formas de mirar y sentir y nos ayudan a ahondar en nuestras
propias maneras de mirar y sentir. Son maquinitas misteriosas que ofrecen la
posibilidad de transformar nuestro entendimiento de los otros y nuestra
percepción de las cosas, de multiplicar la realidad, de ordenarla o
desordenarla, de volverla aún más compleja de lo que ya es.
Prefiero leer en papel y es lo que hago la mayor parte del
tiempo, pero a veces también recurro a los libros electrónicos y últimamente he
escuchado unos cuantos audiolibros. En contra de los prejuicios que la rodean,
esta última me pareció una experiencia fascinante. Es un formato que me
devolvió con toda su contundencia al acto primigenio de la narración, a la
escena fundamental de alguien compartiendo una historia en voz alta”.