Ricardo Piglia: la conversación (in)interrumpida
El diario de vida más esperado, una película, un premio… y
un volumen fundamental de reflexión sobre literatura. Grandes pretextos para
hablar de uno de los monstruos de las letras latinoamericanas.
Martín Zelaya Sánchez
Ricardo Piglia vive días muy agitados este septiembre. Pese
a que su salud se deteriora día que pasa a raíz de la esclerosis lateral
amiotrófica que le detectaron hace algún tiempo, y a que hace varios meses está
aislado en su casa de Buenos Aires, en estos días publica, paralelamente en
España y Argentina, Los diarios de Emilio
Renzi, el primero de tres tomos de su monumental y largamente esperada obra,
y por tanto uno de los mayores acontecimientos literarios del año en
Hispanoamérica.
Y esto no es todo. Hace un par de semanas fue la premier de 327 cuadernos, un documental sobre esta
legendaria bitácora que el maestro argentino lleva desde sus 17 años, mucho
antes de que se planteara ser escritor. El filme está dirigido por su
entrañable amigo Andrés Di Tella, y ambos se encargaron del guion. Y, por si
faltar algo, el 25 de este mes le será entregado -en ausencia, pues no puede
viajar a España- el prestigioso Premio Formentor a su trayectoria.
Por lo que cuentan sus allegados, periodistas y escritores
amigos, Ricardo ya apenas sale de su cuarto y de su escritorio -en el que, no
obstante, no deja de trabajar obsesivamente como toda su vida- pero hasta hace no
muchos meses atendía aún una que otra entrevista y aparecía en algunos eventos
públicos como el lanzamiento, en mayo pasado, de La forma inicial. Conversaciones en Princeton, uno más de los
decisivos aportes ensayísticos del autor de Respiración
artificial en el que, al igual que en sus predecesores Crítica y ficción, Formas breves y El último lector, comparte y propone algunas de las más lúcidas y
refrescantes reflexiones sobre los modos de concebir, encarar y aprovechar la
literatura, los procesos narrativos y, sobre todo, las interpretaciones y
categorías de lectura y procesamiento de la palabra escrita.
Para celebrar la publicación de Los diarios de Emilio Renzi (alter ego y personaje recurrente de
Ricardo Emilio Piglia Renzi) y el Premio Formentor, y a modo de comentar La forma inicial, solicitamos el aporte de
dos escritores bolivianos -Edmundo Paz Soldán y Christian Vera- ambos lectores
entusiastas del escritor de 74 años, y que reflexionan brevemente sobre el
universo Piglia en general y sobre el libro de conversaciones, respectivamente.
Diario de vida
“La publicación de sus diarios ha generado enorme
expectativa; es quizás el libro más esperado de este año. Habrá que ver cómo se
compagina el Piglia diarista con el Piglia novelista o ensayista. Así como nos
mostró cruces estimulantes entre la crítica y la ficción, es posible que los
diarios muestren nuevos territorios para explorar el encuentro entre la
no-ficción y la ficción”, comenta Paz Soldán.
En una conversación con Ana Solanes, publicada en La forma inicial bajo el título de
“Volver a empezar”, Piglia dice: “los diarios son, casi por definición,
inéditos, tienden a ser una escritura privada, sin lectores, y eso define su
tono. Aunque se publiquen, conservan siempre ese aire persecutorio y un poco
secreto que es la clave del género”.
En otra parte del mismo texto acota, consciente ya de la
trascendencia de su dietario en el conjunto de su obra (aunque nunca sabremos
si en 2007 cuando se efectuó el coloquio se había “resignado” ya a
publicarlos), “escribo un diario desde hace muchos años y cada vez que releo
esos cuadernos me doy cuenta de que lo que más ha cambiado en mi vida es mi
letra manuscrita. Habría que llamar a un grafólogo -como en los viejos tiempos-
y pedirle que descifre esos cambios y me explique su sentido”.
El periodista peruano Juan Carlos Fangacio escribe: “…una de
las características mayores de Ricardo Piglia que encontramos en estos diarios
es la asombrosa capacidad para mezclar el conocimiento académico riguroso con
la cultura popular y con la vida misma”.
Piglia conversador
Y es tal cual. La
forma inicial. Conversaciones en Princeton, es un libro de ensayos, sí,
pero no el convencional compendio de escritos pensados y plasmados como libro,
sino concebido y realizado como un cúmulo de conversaciones -entrevistas,
coloquios universitarios, diálogos casi informales- que Piglia y sus colegas de
la academia, periodistas especializados y alumnos sostuvieron en los últimos
años en diferentes ocasiones, pero casi siempre en o por intermedio de la
universidad de Princeton en la que el autor de Plata quemada se jubiló en 2011 tras una larga carrera de docencia.
Los ejes del libro, cuyo sello distintivo es, claro, la
posibilidad de retorno inmediato inherente al diálogo, son los mismos de
siempre: narración y ficción -cuándo no en Piglia- pero esta esta vez analizados
desde la forma inicial, aquella intuitiva manera de hacer literatura: la
narración oral básica, el intercambio de historias... la conversación: “Pero,
¿cómo empezó la historia de la narración? -se pregunta en el texto “Modos de
narrar”-. Podemos inferir un comienzo. Imaginar cuál fue el primer relato. La
forma inicial, es decir, la prehistoria de los grandes modos de narrar”.
Así, temas como la interrupción, la interpretación, el tono
como quid de la narración, la velocidad e intensidad en la escritura/lectura,
entre muchos más recorren estas páginas que se leen de un tirón, como disfrutando
de una buena novela o relato, pero absorbiendo a la vez información tan lúcida
y útil como bien digerida y mediada.
En un breve texto que se presenta en un recuadro adjunto en
estas páginas, Edmundo Paz Soldán sostiene: “Piglia ha aportado nuevas lecturas
de los clásicos -desde Kafka a Borges, pasando por Philip K. Dick- y en sus
lecturas se ha preguntado muchas veces por el lugar del lector. Preguntarse por
el lector, sugiere Piglia, es preguntarse por la literatura”.
Y esto está muy claro en “Tiempo de lectura”, la primera de
las conversaciones de La forma inicial
en la que señala: “Yo he construido una especie de modelo histórico, un poco en
broma, con dos posiciones. La primera que podríamos llamar la pose Kafka, es el
modelo del lector que se encierra y se aísla y no quiere ser interrumpido”. Y como
segundo punto, el argentino identifica algo que cada vez está más presente: “…
cuando el modelo es la dispersión, la proliferación de signos. La lectura no es
lineal, el que lee se desvía, está en una red, el tiempo está fragmentado y es
múltiple”.
Y es que en ficción, en literatura, nadie por muy dotado que
sea puede enseñar jamás a escribir, a crear, claro está; pero eso sí, para
dominar el arte de leer sirven y mucho todas las herramientas y pistas posibles,
y Ricardo Piglia es capaz, como muy pocos, de introducirnos con grandes
certezas a este fascinante universo.
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El discurso crítico y
el lugar del lector
Edmundo Paz Soldán
El proyecto literario de Piglia consiste en hacer crítica
desde la ficción, y en darle un fluir narrativo a su discurso crítico. Esa
fluidez con que el escritor argentino trabaja los géneros ha producido
resultados sorprendentes: algunas de las mejores páginas de reflexión crítica
sobre la relación entre Borges y Arlt en el sistema de la literatura argentina
se encuentran en una novela, Respiración
artificial.
Piglia lee como leía el gran crítico Eric Auerbach: haciendo
que un detalle -la cicatriz de Ulises, digamos- revele todo un período
cultural. El título de uno los ensayos de El
último lector nos remite a esto: “La linterna de Anna Karenina”. La luz de
la linterna se puede tomar como el símbolo del trabajo del crítico: ilumina la
oscuridad del texto, encuentra su sentido. Piglia, en esto, es un lector
tradicional: no se cree todo ese discurso posmo acerca de que los textos son
indecibles, están cargados de contradicciones que hacen imposible descubrir su
sentido, si es que lo tienen.
Piglia ha aportado nuevas lecturas de los clásicos -desde
Kafka a Borges, pasando por Philip K. Dick- y en sus lecturas se ha preguntado
muchas veces por el lugar del lector. Preguntarse por el lector, sugiere
Piglia, es preguntarse por la literatura. Si se lee Continuidad de los parques, de Cortázar, es para mostrar cómo este
texto sugiere algo muy diferente a lo que sugería Madame Bovary: “no se trata de leer en un libro una vida posible
que se pretende alcanzar, sino de leer en un libro la propia historia, la letra
del destino”.
Piglia, en la elaboración de su genealogía de lectores,
traza conexiones insospechadas y siempre novedosas entre los textos. En sus
digresiones siempre se encuentran perlas: “la legendaria indecisión de Hamlet
podría ser vista como un efecto de la incertidumbre de la interpretación, de
las múltiples posibilidades de sentidos implícitas en el acto de leer”.
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Piglia oral
Christian Vera
En el prólogo a El
sonido y la furia puede leerse una anotación: “Escribí este libro y aprendí
a leer”, confiesa William Faulkner, y en esa inversión sutil del orden lógico
de la frase se define la práctica literaria que reúne de manera inescindible al
lector y al escritor. Leer y luego escribir, escribir para volver a leer; de un
deseo a otro va toda la literatura y, en algún lugar incierto, asoma la figura
del crítico quien “encuentra su vida en el interior de los textos que lee”.
Esta última cita corresponde a La forma inicial (Eterna Cadencia, 2015) de Ricardo Piglia, su
nuevo libro sobre conferencias y conversaciones. En él, Piglia, como ya lo hizo
en Crítica y ficción (2000), a través
de distintas formas de la oralidad nos presenta una serie de “libros”, por
decirlo de alguna manera, que jamás escribirá pero que están presentes en las
conferencias, diálogos, conversatorios que experimenta como una especie de performance.
En “Medios y finales”, un extraño capítulo de La forma inicial, leemos una
conversación entre Piglia y sus tres amigos (uno dialoga a través de Skype). Si
bien el encuentro es espontáneo, fragmentario y digresivo, se trata de una
charla con mucha sustancia literaria, con algo de divagación, pero allí radica
parte de su riqueza.
Es un encuentro nocturno, no se lo dice pero hay cierto
ambiente de parrilla, de asado. Piglia habla de su testamento y del trámite de
jubilación como profesor de Princeton. La charla transcurre, algo melancólica,
acerca de los finales en la literatura, la vida, las instituciones. Se habla de
los libros, la velocidad de la lectura, las interrupciones, los relatos que
inventa el Estado, los circuitos por los cuales fluyen las ideas, Walter
Benjamin, la publicidad, la docencia y de mucho más.
Una muestra de esa espontaneidad se da cuando Fermín
Rodríguez, amigo de Piglia, le pregunta: “Ricardo, ¿tenés dimensión de tu
gestualidad en clases?” Piglia responde: “No, mirá, porque los estudiantes
parece que se ríen un poco”.
En “Conversaciones en Princeton” Piglia responde las
preguntas de los estudiantes y al hacerlo presenta sus preocupaciones
políticas, su experiencia de editor, de lector, algo de lo que afirma sobre
Octavio Paz también se le podría decir a él. Con evidente tono magistral,
Piglia configura en sus respuestas un ensayo de interpretación histórica y
política, un protocolo de lectura para leer sus ficciones. A modo de una
autobiografía intelectual expone una serie de hipótesis críticas y teorías de
lectura, también realiza una historia literaria, sobre todo de la Argentina.
Mauro Libertella en el artículo “Crítica y conversaciones”
precisa que estos capítulos son ejemplos “que funcionan un poco como cara y
cruz de una política autoral. Los dos son Piglias orales, desde luego, pero el
primero es el paradigma del gran conversador de café, un poco pícaro y un poco
torero, un rufián melancólico, que se formó en los bares calientes de la ciudad
de Buenos Aires de los años setenta. El otro es el catedrático internacional,
el que parece que pensó toda la literatura universal y la jibarizó hasta
convertirla en su pequeño panteón portátil”.
Juan José Saer, autor imprescindible en el canon de Piglia,
escribe al final del prólogo de La narración-objeto: “La crítica es una forma
superior de la lectura, más alerta, más activa, y que, en sus grandes momentos,
es capaz de dar páginas magistrales de literatura”. Y esto es lo que logra
Piglia (un Piglia oral) no sólo en La
forma inicial, también en Crítica y
ficción y Formas breves.
“Encuentra su vida en
el interior de los textos que lee”, por este último detalle Piglia es quien es.