Libro-lectura-lector. Aproximaciones
y guiños al universo literario
Maximiliano Barrientos, Rodrigo Hasbún, Liliana Colanzi y Gary Daher se unen a otros escritores internacionales en una reflexión sobre libro y lectura. ¿Qué mejor manera de celebrar el Día Internacional del libro?
Martín Zelaya Sánchez
El 23 de abril -antes de ayer- se recordó el Día Internacional
del Libro. Hace justo 20 años a los señores de la Unesco se les ocurrió
institucionalizar esta fecha por una feliz triple coincidencia que, al final,
resulta que ni es feliz ni es coincidencia.
En 1616, “ese día”, fallecieron (por eso no es feliz) Miguel
de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega; ese es el
argumento, pero… a fin de cuentas resulta que no. El autor del Quijote murió a
últimas horas del 22 y lo enterraron el 23, y el genio creador de Hamlet sí murió el 23 de abril, pero del
calendario juliano, que correspondió al 3 de mayo de ese 1616 en el gregoriano;
es decir, 10 días después que su par español.
Muy aparte de este enredo vale, cómo no, celebrar al libro
como objeto o sujeto, como vehículo, canal y mensaje, como impulso y cenit de
transformación y evolución. Y claro, de paso a la lectura, el verbo: el acto de
leer; el vicio, costumbre, necesidad; el don.
Partiremos con Piglia, promediaremos con Piglia y terminaremos
con Piglia. ¿Qué es un lector? Se pregunta el maestro argentino en uno de los
capítulos de su celebrado El último
lector. “Primera cuestión -se responde-: la lectura es un arte de la
microscopia, de la perspectiva y del espacio (no solo los pintores se ocupan de
esas cosas). Segunda cuestión: la lectura es un asunto de óptica, de luz, una
dimensión de la física”.
Esto me recuerda a un querido amigo, Edwin Guzmán, que hace
ya más de tres lustros, cuando era mi profesor en la universidad dijo que la única
manera de escribir bien era antes sentarse a leer, leer, leer y leer, y que por
eso “para ser buen escritor, hay que tener buenas nalgas”.
Y eso me recuerda –también- otra valiosa enseñanza de Jesús
Urzagasti: “tienes que trabajar (se refería al oficio de escritor) hasta que te
caguen las palomas”.
Sobre la lectura -rebuscando en mi biblioteca- encontré algunas
interesantes reflexiones. Dice Javier Marías en el ensayo Mi libro favorito de Literatura
y fantasma: “escribir es, en suma, la forma más perfecta y apasionada de
leer, y seguramente por ese motivo los adolescentes, que suelen disponer de
tiempo, se toman la molestia de transcribir a veces el poema que tanto les ha
gustado: volverlo a escribir es no solo una manera de apropiarse de él, de asumirlo
y de suscribirlo, sino también la mejor manera de leerlo, la más cabal, la más
alerta, la más segura”.
Más de una vez he citado en artículos anteriores este párrafo
del enorme Sergio Pitol: “uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la
pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas.
Uno es su niñez, su familia, unos cuántos amigos, algunos amores, bastantes
fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”. (El arte de la fuga).
Ya promediando, otra vez Piglia: “el lector adicto, el que
no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son
representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones
narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría
lectores puros; para ellos la lectura no es solo una práctica, sino una forma
de vida”.
Y para ver cómo vamos por casa, les pedí un par de párrafos
sobre este tema a algunos escritores bolivianos. Liliana Colanzi escribió:
“entro a los libros como ladrona… buscando qué saquear. Y Maximiliano
Barrientos: “la lectura de ficción es una experiencia tan íntima como el sexo”.
Antes de cerrar lo de leer-lectura y pasar a lo de libro, el
otro día, revisando una vieja entrevista que le hice a Eduardo Galeano, vi que
después de varias preguntas, le pedí al uruguayo que escriba breves frases de
descripción-concepto sobre algunas palabras que le plantee:
Lector: “Yo fui muy amigo de Julio Cortázar, pero no coincido
con él en aquella definición del ‘lector hembra’, en el sentido de lector
pasivo. Primero, porque ahí a Julio se le escapó el machista que todos tenemos
adentro, y segundo porque el acto de lectura, cuando es verdadero, es una
comunión donde las palabras van y vienen y terminan perteneciendo, también, a
quien las recibe”.
Libro: “Cuando el libro vale la pena, está vivo y respira.
Uno lo siente respirar cuando lo apoya en la oreja”.
Ya que lo mencionamos, Cortázar dijo: “los libros van siendo
el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”. Y ya que
mencionamos al Cronopio, por qué no a su gran amigo el Gabo, quien en una
entrevista con Darío Arizmendi sostuvo: “los escritores siempre pensamos que el
libro es como nosotros pensamos que debe ser y no como piensan los otros que
debe ser”.
Dos más antes de cerrar. El cochabambino Rodrigo Hasbún
describe: “libros: artefactos peligrosos, maquinitas misteriosas” y el gran
Augusto Monterroso en El autor ante su
obra de su libro La vaca: “en los
últimos años, un libro mío recién publicado que se desliza de mis manos en la
alta noche, es lo único que se ha interpuesto entre mi mujer y yo”.
Prometí cerrar con Ricardo Piglia, y lo hago; pero antes les
invito a leer, en recuadros adjuntos en estas páginas, las
definiciones-cavilaciones de cuatro narradores bolivianos.
“La pregunta ¿qué es un lector? es, en definitiva, ‘La’
pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí
misma, es su condición de existencia. Y su respuesta -para beneficio de todos
nosotros, lectores imperfectos pero reales- es un relato: inquietante, singular
y siempre distinto”.
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Artefactos peligrosos
Rodrigo Hasbún
Los libros (cuando están bien hechos) son artefactos
peligrosos: derrumban certidumbres, atentan contra la velocidad de los tiempos,
nos acercan a otras formas de mirar y sentir y nos ayudan a ahondar en nuestras
propias maneras de mirar y sentir. Son maquinitas misteriosas que ofrecen la
posibilidad de transformar nuestro entendimiento de los otros y nuestra
percepción de las cosas, de multiplicar la realidad, de ordenarla o
desordenarla, de volverla aún más compleja de lo que ya es.
Prefiero leer en papel y es lo que hago la mayor parte del
tiempo, pero a veces también recurro a los libros electrónicos y últimamente he
escuchado unos cuantos audiolibros. En contra de los prejuicios que la rodean,
esta última me pareció una experiencia fascinante. Es un formato que me
devolvió con toda su contundencia al acto primigenio de la narración, a la
escena fundamental de alguien compartiendo una historia en voz alta.
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Entro a los libros
como ladrona
Liliana Colanzi
Como buen dinosaurio del siglo pasado, aprendí a leer en el
libro tradicional y esa circunstancia marcó mi experiencia de lectura. Pero no
tengo ninguna nostalgia por la época anterior a internet en la que los libros
viajaban de manera lentísima o simplemente no viajaban.
El libro electrónico ha permitido un acceso a la lectura que
habría sido imposible con las limitaciones materiales del libro tradicional. El
libro electrónico es barato, no pesa nada y tiene el don de la ubicuidad: ¿qué
más se le puede pedir?
¿Experiencia de lectura? Cuando era chica era muy prolija
con mis libros; ahora no tengo ningún problema con marcarlos, subrayarlos,
escribir cosas en los márgenes. Entro a los libros como ladrona, buscando qué
saquear.
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Sobre la lectura
Maximiliano Barrientos
Siempre entendí a la lectura de ficción literaria como una
experiencia, no como un medio de abstraerse a ésta. Es una experiencia de
índole tan íntima como lo puede ser el sexo o la enfermedad, y por lo tanto
está ligada a una forma de percibir y de construir la realidad.
Leemos para construir nuestra subjetividad con elementos más
finos que los que nos otorga el sentido común. Es también una forma de
consolación, de salir del aislamiento engañoso de la conciencia. Como toda
experiencia esencial, nace de una necesidad profunda, de una sed.
La lectura no sale a tu encuentro, es el lector, desesperado
por la condición en la que se encuentra, el que busca en la lectura lo que está
ausente en el cuerpo. Esa es una de las razones por las que veo con suspicacia las
campañas de promoción a la lectura, presiento que el contagio que quieren
provocar es artificial y no está ocasionado por esta búsqueda. La relación que
tengo con la lectura es la misma que tendría con el cristianismo si hubiera
tenido un espíritu religioso.
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El reino de lo
interior
Gary Daher
El libro es la huella de las búsquedas de otros hombres. Y
como tal hay huellas confusas, huellas brillantes y huellas oscuras. Es muy
interesante recibir información a través de los libros, pero más hermoso es que
estos te provoquen, te saquen de tu comodidad, te lleven a despertar a la
realidad.
Ahora, que el libro puede ir montado en un medio
electrónico, en un documento encuadernado, o como se hacía en la antigüedad en
rollos de papiro, eso no tiene más importancia que la hedonista. Sin duda,
preferiré el libro de papel, mucho más entrañable. Tocarlo, olerlo, marcarlo
con un lápiz, todas esas son experiencias tridimensionales cercanas al placer
de los sentidos básicos.
De ahí que el acto de leer esté sustraído a las condiciones
en que libro venga, el acto de leer es un proceso de comunicación en su más
alto sentido. Si el libro provoca, nos permite penetrar en nosotros mismos, nos
permite descubrir el interior y pintarlo con los nuevos colores con que se expande
nuestra consciencia. Pero la riqueza de todo libro reside no en el libro, que
provoca, sino en el lector que, armado de la espada que le presta, penetra en
el reino de lo interior y se busca con decisión.