Imágenes, colores, visiones: 4 pintores orureños
Reseña de una exposición colectiva de Romero, Zarzuela, Véliz y Alandia, cuatro artistas plásticos orureños.
Edwin Guzmán Ortiz
Una
tierra: Oruro. El aniversario: 10 de febrero. Una pasión común: la pintura.
Motivos suficientes para aglutinar a cuatro pintores orureños, a cuatro
visiones creativas, cuatro caminos que habiendo partido de aquella ciudad, y
después de largo periplo y búsquedas personales, confluyen en una exposición de
pintura en el Centro Pedagógico y Cultural Portales de Cochabamba.
Se
trata de Ricardo Romero, Erasmo Zarzuela, Max Véliz y Orlando Alandia. Artistas
de considerable trayectoria que en la presente exposición (abierta hasta el 15
de marzo) conjugan sus lienzos para mostrar lo particular, en el marco de una
feliz confluencia.
Sobre
ese eje que cruza al altiplano: altitud y horizonte, lo alto y lo plano,
encarnan los más vehementes imaginarios, y nada mejor que los artistas para
capturarlos y tornarlos visibles. Reinventando sus personajes, coloreándolos,
bordándolos de frisos ancestrales, tramando su espacio y, a través de un soplo
mágico, otorgándoles el resplandor de la existencia.
Del
recóndito paritorio del taller -siempre ubicuo y existencial- las pinturas se
abren camino al público. Todavía impregnadas por la obsesiva mirada del artista
y por los fantasmas que las prefiguraron. Helas, plenas de carnaval, jaladas de
la cultura popular, brotadas del viento y el silencio del altiplano, o
conjugadas desde una filosofía del espacio.
Ricardo Romero Flores es probablemente uno de los
pintores bolivianos que ha representado con mayor pasión e imaginación al
altiplano y sus criaturas, incluso desde su larga estancia en Europa.
La monumental gravedad de la altipampa, su horizonte
inviolado alberga seres que emergen gracias al pincel insaciable del pintor,
siendo ella un personaje más en la tesitura de los lienzos. Desde su aparente
quietud exhala símbolos y personajes que a través de su fuerza milenaria
pregnan el espacio y
lo subvierten.
Trátese del poder transgresivo de la fiesta, músicos
que se alzan altivos sobre la pampa, tropas de diablos incendiando con su paso
el velo de los vientos, o la bicicleta, el colectivo que atraviesan lontananza
en pos de innominados destinos.
Hecha de contrastes, su pintura transfigura los
ocres del altiplano con crepúsculos de intensidad solar, la fijeza del paisaje
vibra con seres que liberan esa energía recóndita de los andes, la
fragmentación coexiste con la concreción de la pampa y las montañas yacentes.
Los oleos de Romero no invitan al recogimiento, sino
a enfrentar lo andino desde la pasión y una conciencia sensible que -metonímicamente-
se infiere por la implosiva fuerza de sus imágenes. Su pintura comulga con una
identidad que nos toca y nos convoca, y nada mejor que sus cuadros para
mostrarnos esa vocación de incesante develamiento que conlleva el arte.
La
pintura de Erasmo Zarzuela -“Premio Obra
de Vida 2013”, del Salón Pedro Domingo Murillo- se halla colmada de imágenes,
símbolos, presencias de la cultura popular de Oruro y del ethos que la anima. En ella, se percibe una reinvención de la
tradición resaltando su capacidad de recrear el universo de nuestra cultura, a
través de una visión y práctica renovadas en el arte.
El color en sus manos adquiere una riqueza
excepcional, no se trata de la trama impresionista ni del efecto expresionista
al uso, sino de formas y espacios que se conquistan por la coexistencia de
trazos imprevisibles, manchas, asociaciones de tonos y el juego inesperado de
matices que terminan creando atmósferas plenas de intensidad.
Pero no es solo el color el protagonista exclusivo
de su trama pictórica. Remontando la
perspectiva científica impuesta por el Renacimiento, y en consonancia con los
pisos ecológicos de la topología andina, los cuadros también conjugan una
espacialidad basada en planos complementarios, en zonas concebidas bajo una
apetencia multiperspectivista.
La pintura de Erasmo no pretende subrayar la tensión
de polaridades, más bien mostrar el
mestizaje cultural a través de un intrincado palimpsesto desde la óptica de la
cultura popular.
Max Véliz, pintor, escultor, muralista y xilografista,
ha sido acreedor al Primer Único en Arte Cinético del
Salón Murillo (1972). Buena parte
de su obra pictórica se alimenta de la tradición de ese Oruro festivo y
carnavalesco. Danzarines, músicos y la entrada son retratados a través de un
espíritu ávido de representar el momento exultante de la fiesta.
Recatado en el manejo del color, donde prevalecen
los ocres conjugados con un azul metálico, en sus temas se impone incidir de manera
predominante la expresión, de ahí es que los personajes destaquen esa condición
formal, es más, alejados de una estética realista.
En otros lienzos, funde el lenguaje del grabado y de
este modo interfecunda técnicas tradicionalmente autónomas. Véliz ha realizado
una indagación sistemática sobre los símbolos y representaciones de la cultura
andina, no es extraño por ello que muchas de sus pinturas -como sus esculturas-
sean portadoras de esta herencia procedente de las antiguas civilizaciones que
habitaron el planalto, mas, en una perspectiva de recreación y bajo una
concepción artística personal.
La primera impresión que suscitan los lienzos de
Orlando Alandia es el color. Sus cuadros proyectan bloques cromáticos dominantes que conjugados
traman una coalición de espacios en los que la figuración cuadrangular se
impone.
Espacios entre espacios, cópula de espacios,
espacios encapsulados, espacios abiertos a otros espacios. El ojo -entre el
zoom/in y el zoom/out- además revela una trama exquisita donde una retícula
polícroma late en medio del color dominante.
Otra vez el color en tonos vitales que van del rojo
carmesí, al azul eléctrico, la mancha disruptiva, a momentos con apariencias de
tejidos, una trama que no cede al silencio topológico. No líneas terminantes,
fronteras porosas; no dispersión, un orden
de subjetivo equilibrio. Es más: la presencia de grafías, símbolos,
tachaduras y el ícono recurrente de un laberinto connotan el ser espacial. Por
lo mismo, la pintura de Alandia no es solo una provocación a ver sino a pensar:
el afuera racional frente el adentro sensorial.
El afuera de la extrañeza y de lo ajeno (que nos
enajena), el adentro de la identidad y su procelosa búsqueda metaforizada en el
laberinto y su personaje arquetípico, el minotauro.
El artista, de este modo, sincréticamente funde su
perspicacia literaria (Borges, Durrenmatt) con el enunciado plástico y por si
fuera poco, con el sonido que se eleva producto de la inmersión en el espacio
pictórico.
Cuatro pintores, cuatro cosmovisiones creativas,
cuyas obras han trascendido las fronteras de Bolivia; acreedores de diferentes
premios, compartiendo hoy un mismo espacio, y un mismo deseo de dialogar con el
público desde su verdad plasmada en los cuadros.
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