Trauma
La teoría del trauma y sus diferentes representaciones y posibilidades de análisis –entre ellas, la literaria-; de eso habla este artículo.
Sebastián
Antezana
¿Qué
es el trauma? Lo que nos queda tras un encuentro violento, una experiencia
dolorosa, un accidente, un desastre natural. Sí, claro, pero, ¿es acaso algo
más?
Desde
principios del siglo pasado el concepto de trauma ha sido estudiado desde el
amplio paraguas del posestructuralismo. Disciplinas como la lingüística, la
historia, el derecho, la medicina y
otras han encontrado en la figura del trauma una rica veta de exploración pero
es quizás el psicoanálisis -partiendo del análisis freudiano, que encuentra en
la infancia el núcleo y la metáfora perfecta de todo trauma- una de las que más
agudamente la ha explorado, ya que se vale constantemente de otros discursos,
como el literario, para desentrañarla.
Varios
de los estudiosos más destacados de la teoría del trauma se congregan en el
circuito académico estadounidense, en el que nombres como Robert Jay Lifton,
Shoshana Felman y Cathy Caruth son claves.
Caruth,
por ejemplo, en libros como Experiencia
no reclamada: trauma, narrativa e historia, desarrolla una visión rigurosa
de la figura del trauma que, partiendo de textos de Freud, puede servir para
leer a profundidad una gran variedad de temas contemporáneos.
En
Experiencia no reclamada, Caruth se
basa en una lectura analítica que Freud hace de una obra literaria, el poema Jerusalén liberada, de Torquato Tasso,
cuyo asunto es el asedio de Jerusalén durante la Primera Cruzada.
La
experiencia del trauma, según esta lectura, se repite a sí misma, exacta,
tenaz, incansable, a través de los actos inconscientes del sobreviviente e
incluso en contra de su voluntad, en un proceso de neurosis que se traduce en
la recreación de un evento que el sobreviviente simplemente no puede dejar
atrás -pensemos en los veteranos de guerra, en las víctimas de secuestros o
ataques violentos, en las de desastres naturales.
¿Eso
por qué? ¿Cómo se explica? Bien, entre otras cosas, la obra que analizan Caruth
y Freud cuenta la historia de Tancredo, un guerrero cristiano que en su
peregrinar durante las Cruzadas se enamora de una guerrera musulmana llamada
Clorinda, con la que inicia una relación secreta.
En
cierta ocasión, tras años de batallas y escaramuzas, en mitad de un ataque
cristiano Clorinda se viste con una gran armadura y un yelmo, tan grandes que
le esconden la cara y los rasgos, de modo que, sin saberlo, confundiéndola con
un enemigo, Tancredo la hiere y la mata con la espada.
Inmediatamente
le sobreviene una gran pena y, lloroso, inconsolable, con ganas de expiar sus
acciones, Tancredo se interna en un bosque encantado. Y ahí, en un acceso de
frustración, golpea un árbol con su espada, sin saber que el alma de Clorinda
se había instalado en él, por lo que del árbol mana sangre y brota la voz de
Clorinda, que le reprocha que haya vuelto a herirla.
El
drama de Tancredo es utilizado para explicar no solo que la naturaleza del
trauma es necesariamente cíclica, repetitiva, sino también el enigma de la
otredad que se percibe mediante una herida.
Etimológicamente,
trauma viene de la palabra griega para “herida”, por lo que podemos entender al
término como una herida no del cuerpo sino de la mente, un evento que se vive
demasiado inesperadamente, demasiado rápidamente como para ser procesado o
reconocido, y por eso no es experimentado de forma consciente sino hasta que
vuelve, en forma de actos repetidos y pesadillas, a la vida del sobreviviente.
De
la misma forma en que Tancredo escucha la voz de Clorinda cuando la hiere una
segunda vez en forma de árbol, el trauma no es localizable en el evento
traumático sino en la forma en que su naturaleza inasimilable retorna a asechar
al sobreviviente. Lo violento del trauma, entonces, no se experimenta durante
el hecho violento sino en la forma en que esa violencia no llega a
experimentarse verdaderamente durante el hecho y solo se lo hace
posteriormente.
La
historia del trauma, como la narrativa de una experiencia retrasada, en lugar
de hablarnos de algún tipo de escape de la realidad prueba su impacto
inacabable. Para aclarar un poco el punto podemos ver lo que dice Caruth al
respecto:
“La
crisis en el centro de muchas narrativas traumáticas a menudo emerge en forma
de una pregunta: ¿es el trauma un encuentro con la muerte o la experiencia de
haberla sobrevivido? Yo diría que en el centro de esta historia hay una suerte
de doble relato: la oscilación entre una crisis de muerte y una correlativa
crisis de vida: entre la historia de la insoportable naturaleza del evento
traumático y la historia de la insoportable naturaleza de sobrevivirlo”.
En
definitiva, el meollo del trauma que Caruth rescata de Freud está no en el
olvido o represión de una experiencia traumática, sino en el hecho de que
durante la experiencia violenta, durante el evento del trauma, quien lo vive
mantiene una cierta distancia hacia él, experimenta cierta latencia. O, como
dice la misma Caruth: “la fuerza histórica del trauma no está exactamente en el
hecho de que una experiencia se repita tras haber sido olvidada, sino en el
hecho de que es experimentada exclusivamente a través de ese olvido”.
Si
desplazamos esta idea más allá de la esfera privada y nos concentramos en otros
ámbitos, la teoría del trauma resulta una herramienta útil para indagar en las
relaciones entre la historia y la política.
Bajo
esta luz, podríamos ver cómo las narrativas nacionales son, en muchos casos,
narrativas traumáticas. Podemos pensar, por ejemplo, en el caso de
Latinoamérica y sus estados independientes. Todos ellos nacen de una
experiencia traumática -la de la Colonia- pero según la teoría del trauma ésta
no se experimentó durante la Colonia sino solamente después, tras las guerras
independentistas y durante la época republicana. Es sólo entonces que el trauma
volvió y todavía vuelve sobre las naciones latinoamericanas, en forma de
pesadillas y neurosis particulares. Y es un trauma que, en la lectura que
Caruth hace de Freud, es esencialmente interminable porque consiste en ser
experimentado posterior y repetidamente.
Vale
la pena mencionar que hay una interesante relación entre la teoría del trauma
de Caruth, el psicoanálisis freudiano y la literatura a la que éste acude para
ilustrar la figura del trauma.
Caruth
se basa en el psicoanálisis de Freud que a su vez se basa en el poema Jerusalén liberada de Torquato Tassso
para hablar del trauma, y todos estos préstamos y traducciones sirven para
mostrar, por un lado, la naturaleza poco conocida del trauma y, por otro -y éste
resulta un punto importante- remarca el hecho de que la experiencia del trauma
parece demandar un lenguaje literario, como si cierta dimensión retórica fuera
inseparable de la traumática.
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