lunes, 16 de febrero de 2015

Lector al sol

Trauma


La teoría del trauma y sus diferentes representaciones y posibilidades de análisis –entre ellas, la literaria-; de eso habla este artículo.



Sebastián Antezana

¿Qué es el trauma? Lo que nos queda tras un encuentro violento, una experiencia dolorosa, un accidente, un desastre natural. Sí, claro, pero, ¿es acaso algo más?
Desde principios del siglo pasado el concepto de trauma ha sido estudiado desde el amplio paraguas del posestructuralismo. Disciplinas como la lingüística, la historia, el derecho,  la medicina y otras han encontrado en la figura del trauma una rica veta de exploración pero es quizás el psicoanálisis -partiendo del análisis freudiano, que encuentra en la infancia el núcleo y la metáfora perfecta de todo trauma- una de las que más agudamente la ha explorado, ya que se vale constantemente de otros discursos, como el literario, para desentrañarla.
Varios de los estudiosos más destacados de la teoría del trauma se congregan en el circuito académico estadounidense, en el que nombres como Robert Jay Lifton, Shoshana Felman y Cathy Caruth son claves.
Caruth, por ejemplo, en libros como Experiencia no reclamada: trauma, narrativa e historia, desarrolla una visión rigurosa de la figura del trauma que, partiendo de textos de Freud, puede servir para leer a profundidad una gran variedad de temas contemporáneos.
En Experiencia no reclamada, Caruth se basa en una lectura analítica que Freud hace de una obra literaria, el poema Jerusalén liberada, de Torquato Tasso, cuyo asunto es el asedio de Jerusalén durante la Primera Cruzada.
La experiencia del trauma, según esta lectura, se repite a sí misma, exacta, tenaz, incansable, a través de los actos inconscientes del sobreviviente e incluso en contra de su voluntad, en un proceso de neurosis que se traduce en la recreación de un evento que el sobreviviente simplemente no puede dejar atrás -pensemos en los veteranos de guerra, en las víctimas de secuestros o ataques violentos, en las de desastres naturales.
¿Eso por qué? ¿Cómo se explica? Bien, entre otras cosas, la obra que analizan Caruth y Freud cuenta la historia de Tancredo, un guerrero cristiano que en su peregrinar durante las Cruzadas se enamora de una guerrera musulmana llamada Clorinda, con la que inicia una relación secreta.
En cierta ocasión, tras años de batallas y escaramuzas, en mitad de un ataque cristiano Clorinda se viste con una gran armadura y un yelmo, tan grandes que le esconden la cara y los rasgos, de modo que, sin saberlo, confundiéndola con un enemigo, Tancredo la hiere y la mata con la espada.
Inmediatamente le sobreviene una gran pena y, lloroso, inconsolable, con ganas de expiar sus acciones, Tancredo se interna en un bosque encantado. Y ahí, en un acceso de frustración, golpea un árbol con su espada, sin saber que el alma de Clorinda se había instalado en él, por lo que del árbol mana sangre y brota la voz de Clorinda, que le reprocha que haya vuelto a herirla.
El drama de Tancredo es utilizado para explicar no solo que la naturaleza del trauma es necesariamente cíclica, repetitiva, sino también el enigma de la otredad que se percibe mediante una herida.
Etimológicamente, trauma viene de la palabra griega para “herida”, por lo que podemos entender al término como una herida no del cuerpo sino de la mente, un evento que se vive demasiado inesperadamente, demasiado rápidamente como para ser procesado o reconocido, y por eso no es experimentado de forma consciente sino hasta que vuelve, en forma de actos repetidos y pesadillas, a la vida del sobreviviente.
De la misma forma en que Tancredo escucha la voz de Clorinda cuando la hiere una segunda vez en forma de árbol, el trauma no es localizable en el evento traumático sino en la forma en que su naturaleza inasimilable retorna a asechar al sobreviviente. Lo violento del trauma, entonces, no se experimenta durante el hecho violento sino en la forma en que esa violencia no llega a experimentarse verdaderamente durante el hecho y solo se lo hace posteriormente.
La historia del trauma, como la narrativa de una experiencia retrasada, en lugar de hablarnos de algún tipo de escape de la realidad prueba su impacto inacabable. Para aclarar un poco el punto podemos ver lo que dice Caruth al respecto:
“La crisis en el centro de muchas narrativas traumáticas a menudo emerge en forma de una pregunta: ¿es el trauma un encuentro con la muerte o la experiencia de haberla sobrevivido? Yo diría que en el centro de esta historia hay una suerte de doble relato: la oscilación entre una crisis de muerte y una correlativa crisis de vida: entre la historia de la insoportable naturaleza del evento traumático y la historia de la insoportable naturaleza de sobrevivirlo”.
En definitiva, el meollo del trauma que Caruth rescata de Freud está no en el olvido o represión de una experiencia traumática, sino en el hecho de que durante la experiencia violenta, durante el evento del trauma, quien lo vive mantiene una cierta distancia hacia él, experimenta cierta latencia. O, como dice la misma Caruth: “la fuerza histórica del trauma no está exactamente en el hecho de que una experiencia se repita tras haber sido olvidada, sino en el hecho de que es experimentada exclusivamente a través de ese olvido”.
Si desplazamos esta idea más allá de la esfera privada y nos concentramos en otros ámbitos, la teoría del trauma resulta una herramienta útil para indagar en las relaciones entre la historia y la política.
Bajo esta luz, podríamos ver cómo las narrativas nacionales son, en muchos casos, narrativas traumáticas. Podemos pensar, por ejemplo, en el caso de Latinoamérica y sus estados independientes. Todos ellos nacen de una experiencia traumática -la de la Colonia- pero según la teoría del trauma ésta no se experimentó durante la Colonia sino solamente después, tras las guerras independentistas y durante la época republicana. Es sólo entonces que el trauma volvió y todavía vuelve sobre las naciones latinoamericanas, en forma de pesadillas y neurosis particulares. Y es un trauma que, en la lectura que Caruth hace de Freud, es esencialmente interminable porque consiste en ser experimentado posterior y repetidamente.
Vale la pena mencionar que hay una interesante relación entre la teoría del trauma de Caruth, el psicoanálisis freudiano y la literatura a la que éste acude para ilustrar la figura del trauma.

Caruth se basa en el psicoanálisis de Freud que a su vez se basa en el poema Jerusalén liberada de Torquato Tassso para hablar del trauma, y todos estos préstamos y traducciones sirven para mostrar, por un lado, la naturaleza poco conocida del trauma y, por otro -y éste resulta un punto importante- remarca el hecho de que la experiencia del trauma parece demandar un lenguaje literario, como si cierta dimensión retórica fuera inseparable de la traumática. 

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