sábado, 21 de febrero de 2015

Comentario

Exhibición de cuerpos

Crítica del libro The corpse exhibition (2014) del narrador iraquí Hassan Blasim, un conjunto de relatos sobre la guerra y el horror.



Alfonso Gumucio Dagron

Mi amigo Raúl Teixidó, escritor boliviano que radica desde hace muchos años en Iguala, Cataluña, suele hacerme magníficos regalos: libros que él selecciona y que me envía luego de haberlos leído y forrado con extremo cuidado. Muchos de esos libros son en inglés, idioma que domina a la perfección, en buena parte gracias a la persistencia de sus lecturas.
Uno de los libros que me envió recientemente me quitó el sueño y me tuvo de mal humor una semana, aunque quizás no fue la única causa. Se trata de The corpse exhibition (2014) del narrador iraquí Hassan Blasim, un libro de relatos capaz de sorprender en cada página y de quitar el aliento al lector. Este ha sido para mí un descubrimiento formidable. Leí la traducción del árabe al inglés porque lamentablemente no existe aún una versión en castellano.  
Refugiado en Finlandia desde 2004, Blasim es cineasta además de escritor, lo cual no sorprende pues sus relatos son secuencias de imágenes tan vívidas que no necesitan adjetivos.
No tenemos idea de lo que es la crueldad. Aunque leamos en los diarios sobre la guerra o veamos en televisión imágenes que nos conmueven, nada de ello nos adentra tanto en la vivencia cotidiana de las víctimas como la literatura.
En The corpse exhibition aparece de cuerpo entero toda la barbarie, contada de la manera más natural (si acaso cabe ese término), a través de los ojos de personajes que viven la mutilación y la muerte de manera cotidiana, resignada y también creativa… la crudeza de las descripciones se compensa con la magia de las situaciones narradas.
La incertidumbre y la noción de una vida con un horizonte de 24 horas es el hilo conductor de los cuentos. Del cielo pueden caer bombas en cualquier momento, y de la tierra pueden surgir asesinos despiadados en forma de milicias, de soldados iraquíes o gringos, todos igualmente peligrosos. La guerra es el imperio de la no-ley, de la arbitrariedad. Todo es posible y normal.
La sociedad está dividida, el país desintegrado por la política, por la historia y por la cultura. En cada familia hay muertos, mutilados y los que desaparecen en cualquier momento para siempre. Las cicatrices se exhiben indecorosamente y no impiden que la vida, el fútbol, el salón de té o la carnicería, sigan existiendo.
El país destruido e invadido no tiene futuro, sus fronteras solo pueden ofrecer muerte. Los personajes de estos relatos detestaban al dictador (Sadam Hussein) pero detestan tanto o más a los invasores de Estados Unidos.
No se crea sin embargo que esta suma de relatos es un catálogo de horrores insoportables, porque hay en cada uno de ellos una dimensión fantástica y un arte de narrar que apasiona y sorprende. Nada sobra, cada narración es concisa, tallada como una escultura de mármol. Los 14 cuentos del libro son parábolas y cada uno tiene un leit motiv, algún hilo conductor que captura el interés del lector y lo hace fácilmente cómplice hasta el final.
El primer cuento, que da el título al libro, es extraordinario: una organización secreta contrata a asesinos para que cometan sus crímenes con sentido artístico y exhiban los cuerpos de sus víctimas de manera creativa.
En otro, un funcionario del gobierno con veleidades literarias recibe del frente de guerra relatos de un soldado anónimo, tan extraordinarios que decide publicarlos como si fueran suyos, pero no sospecha las consecuencias de su acto. En otro, personajes que huyen de la guerra a través de un bosque caen en un profundo agujero donde los acoge un extraño personaje.
A medida que avanza el libro, avanza la guerra. Hay una secuencia lógica en los cuentos: dictadura, guerra con Kuwait, invasión gringa y ocupación… exilio.
Un cuento narra la transformación social y física que experimenta un barrio muy pobre de la ciudad simplemente porque una mañana aparecen de la nada dos jóvenes rubios que todos los días atraviesan al trote las calles, fascinando a los pobladores que aguardan la repetición de ese acontecimiento cotidiano. En otro relato, una familia tiene el poder mental de hacer desaparecer cuchillos, sin saber a ciencia cierta por qué.
Todas las narraciones son metáforas sobre el terror, un terror que se abate al azar, pero que también puede caer sobre los personajes que no saben ubicarse en el bando correcto en el momento correcto, como le sucede al compositor de canciones patrióticas que pierde la noción del tiempo en que vive, y termina decapitado. A todos les toca una ración de muerte.
La guerra hace pausas pero no el terror. En uno de los cuentos situados durante la invasión gringa, a las puertas de Radio Memoria se instala una línea interminable de personas que quieren contar la más horrible experiencia vivida durante el conflicto, a cambio de un premio. En otro, el conductor de ambulancia de un hospital es secuestrado junto a seis cabezas de decapitados, para servir de elemento de propaganda a milicias extremistas que lo mantienen como rehén y lo filman representando a diversos personajes: traidor kurdo, cristiano infiel, terrorista saudita, espía iraní…
Hacia el final del libro, los dos últimos cuentos ocurren en el exilio. En uno de ellos un refugiado ejemplar, casado con holandesa, que adopta el nombre de “Carlos Fuentes” para evitar el estigma, termina enloquecido y se suicida, atrapado por los recuerdos de la guerra, incapaz de asumir completamente su nueva vida e identidad.
Y en otro relato magistral, un iraquí refugiado en Finlandia, despierta un día con una sonrisa que no logra borrar de su rostro a medida que pasa el día, un rictus congelado que le acarrea más de un problema.
En estos relatos la fuerza testimonial se articula de manera simbiótica a la realidad inventada por el autor, con una maestría y una pasión que suelen estar ausentes en las crónicas de guerra. Una vez más la literatura supera a la realidad pero la hace insoslayable. ¿Se puede escribir literatura bella con el horror de la muerte? Blasim prueba que es posible y lo hace con una gran destreza.


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