Pesimismo y creación literaria
La influencia del universo personal e íntimo de un autor en su texto. Psicología, ontología y hasta política en la literatura.
Carlos
Decker-Molina
“Me
asusté, hasta los tuétanos, porque me di cuenta de hasta qué punto debía de
haber progresado el emponzoñamiento provocado por años y años de odio, cuando
incluso allí, en una pequeña ciudad de provincias, sus cándidos ciudadanos y
soldados habían sido ya instigados de tal manera en contra del emperador y de
Alemania, que una simple imagen fugaz en la pantalla era capaz de provocar en
ellos semejante baraúnda”, relata el escritor austriaco Stefan Zweig en El mundo de ayer, su autobiografía.
Cuando
fue a ver una película en una villa francesa, la aparición de la imagen del
emperador alemán (era 1913) produjo un abucheo sin excepción.
Eran
los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial y a pesar del rol de los
intelectuales liberales y socialistas por la paz, la guerra se produjo. La
literatura no salva a nadie de la tragedia y menos de la guerra, pero se
alimenta de toda crisis, porque ésta actúa de espoleta creativa.
Al
inicio de este año hemos sido testigos del asesinato de los caricaturistas de
Charlie Hebdo y el lanzamiento de la novela Sumisión
del francés Houellebecq, que no llaman precisamente al optimismo.
A
pesar de la retoma de Kobani, enclave curdo, en Siria y el retroceso de los
terroristas del Estado Islámico, la prensa informa que hay 300 mujeres euro/árabes
enroladas voluntariamente en las filas del EI, mientras miles de niños gritan
su frío y su hambre en los refugios de la ONU.
Mi
intención no es tocar la política, pero ésta repta empollando pesimismo que,
antes de convertirse en guerra, debiera
ser fuente de la creación literaria. Sin duda la mayor parte de la literatura
es hija legítima de ese estado de ánimo porque suele alimentarse de la realidad
y sus circunstancias.
El
texto emerge como novela, crónica o relato y los personajes dicen cosas que no
siempre son ideas del que escribe. Este proceso no es nuevo, hace recuerdo a la
historia reciente y a la de antes de ayer.
Hay
un texto, escrito en papiro, que se
conoce como “Diálogo de un hombre cansado de vivir con su alma”. Existe una
sola copia y está fechada en la XII dinastía egipcia. Se trata de un individuo,
desengañado y angustiado, que mantiene una disputa con Ba (su alma). El
pesimismo suicida lo obliga a escribir.
Mi
sufrimiento es una carga demasiado pesada para llevarla.
He
aquí que mi nombre apesta,
más
que una cesta de pescado
en
los días de pesca cuando el cielo arde.
¿A
quién me dirigiré en el día de hoy?
Aquel
que debería fustigar a los hombres por sus delitos,
hace
que todos se rían a causa de su iniquidad.
¿A
quién me dirigiré en el día de hoy?
Los
hombres saquean.
Todos
roban a su compañero.
¿A
quién me dirigiré en el día de hoy?
El
amigo íntimo es un criminal.
El
hermano con el que uno se trata es un enemigo
¿a
quién me dirigiré en el día de hoy?
Nadie
es justo.
El
país es controlado por malhechores.
La
poesía traducida del papiro es tal vez el primer antecedente de la presencia
del pesimismo en el texto poético y es, quizá, el prolegómeno del suicidio de
su autor.
Pero,
surge la pregunta, ¿por qué supongo que el autor es un suicida? Quizá es solo
un reflejo de la época, puede que el uso de la primera persona sea para una
mejor comprensión.
El
pesimismo como caldo de cultivo de la literatura fuerza un producto que, leído
con detenimiento, se convierte de todos modos en político y así surge un nuevo
problema, pues hay quienes pretenden que no es dable mezclar literatura y
política.
Dejo
por un momento el pesimismo para referirme al segundo aspecto. ¿Cómo evitar la
mezcla entre política y literatura? Vargas Llosa fue criticado por algunos
periodistas suecos por su “machismo” (el feminismo -su contrario- es un
pensamiento político) así como el noruego Karl Ove Knausgård autor de Mi lucha, un alegato en 6 volúmenes
contra un padre autoritario, a quien Ebba Witt-Brattström, una escritora
feminista, critica porque su personaje principal sojuzga a su mujer y “ese
hecho no está bien, no es correcto”, es decir no está dentro de la corrección
política del feminismo.
Knausgård
en un ensayo sobre la literatura y la maldad se pregunta ¿Es que la literatura debe
tener solo personajes virtuosos? El autor noruego, que ha vendido millones de
ejemplares de su novela testimonial, sostiene que la seña fundamental de una
novela es lograr una distancia entre el Yo del texto y el Yo de la persona que
escribe.
Algo
parecido respondió Vargas Llosa a sus críticos en Estocolmo. Es como acusar a
Umberto Eco de pensar como Simone Simonini un antisemita, personaje principal
de su obra Cementerio de Praga.
Y,
ahora vuelvo al pesimismo, ¿se podrá acusar a Goethe por los suicidios que
provocó su Werther? El confundir el Yo del relato y el Yo del autor es un
aprendizaje más del lector que del escritor.
Este
último tiene el desafío de asumir, como inspiración, el reto de la crisis/
pesimismo sin cortarse los dedos en las aristas políticas para no convertir el
texto en panfleto. La presencia de la crisis o la guerra en la novela toca, tal
vez sin querer, los márgenes políticos.
¿Cómo
evitar que una obra -como la novela de Isaac Rosa, La mano invisible, o la
vieja obra de teatro de Ibsen, El enemigo
del pueblo- tenga unos parecidos inevitables con la realidad política
actual?, y ¿cómo hacer que el lector separe el Yo del texto con el Yo del
autor? ¿Cómo evitar el suicidio de alguien que le da la razón al personaje de En la orilla de Rafael Chirbes?
La
sociedad con sus pesimismos y sus optimismos seguirá alimentando a la creación
literaria, por eso es importante separar, cuando se lee, la literatura del
ensayo, de la historia y de los libros de referencia.
Pretender
sociedades perfectas son ilusiones, las sociedades se alimentan del conflicto
incluida la contradicción cotidiana del amor.
Las
guerras y las desigualdades sociales están presentes; la miseria y la exclusión
han vuelto a ser comunes en Europa. Sin
duda son viejas heridas sin cicatrizar a pesar de IPads o Galaxis, los
nuevos instrumentos de una virtualidad
que dizque nos igualan.
El
pesimismo, que campea en la actualidad en Europa, se expresará (así lo espero) en
literatura de la buena, pero también de la otra. Así como no niego que el
pesimismo se puede convertir en su opuesto y producir la guerra por el exceso
de triunfalismo heroico.
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