sábado, 21 de febrero de 2015

Libros

La actualidad de Las uvas de la ira

La novela de John Steinbeck se publicó hace 75 años y su protagonista, Tom Joad, es ya un icono de libertad. Le ha compuesto canciones Bruce Springteen o Woody Guthrie.



Ricard Bellveser

La idea estoica de que vivir es volver a ver, es decir, de que nuestra existencia está atrapada en un rizo que hace que todo se repita en el eterno retorno de lo idéntico, la expuso Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra, aunque con anterioridad ya la había manifestado en La gaya ciencia.
Según esta forma de entender las cosas, en la vida no nos sucede nada nuevo, sino que la existencia es una constante repetición, los mismos acontecimientos vuelven a suceder exactamente como habían sucedido antes, incluso los pensamientos que los produjeron.
Esta idea, hoy convertida en tópico literario, parece confirmarse a diario. Hace ahora 75 años, tres cuartos de siglo, en 1940, el escritor norteamericano John Steinbeck (Salinas, 1904 – Nueva York, 1968) obtuvo el Premio Pulitzer por su novela Las uvas de la ira[1] (The grapes of wrath), nacida en las tripas de la Gran Depresión, en unos tiempos de enorme parecido a los que han atravesado recientemente las economías occidentales, principalmente las europeas y la norteamericana.
La historia que aquí se cuenta, podría ajustarse a la realidad de hoy en muchos países, con tan sólo algunos pequeños retoques que la actualizaran.
La novela sucede en la década de los años 30, con el crack de 1929 de fondo, en el corazón de EEUU, cuando pequeños productores agrícolas, modestos granjeros y campesinos, fueron desahuciados de sus tierras y obligados a emigrar de Oklahoma a California a causa de la crisis económica, las tormentas de polvo, la gran sequía, y la insaciable voracidad de los bancos, que los convirtieron en okies, emigrantes en su propio país, emigrantes de la cosecha.
Recuerda a Bertolt Berch y su cuento en verso sobre los soldados nazis que iban llamando a la puerta de los vecinos y se los llevaban presos. Nadie se metía con ellos porque “tendrán sus razones” para hacer lo que hacían, por lo que actuaban con total impunidad, hasta que un día los nudillos suenan en tu propia puerta y ya no se puede esperar la solidaridad que no se ha dado antes.
Estados Unidos había estado explotando hasta la extenuación a mexicanos, chinos, italianos, ante la mirada indiferente de todos, porque eran emigrantes y “extranjeros” y cada cual debería resolverse su vida, pero ahora les tocaba a ellos y nadie podía detener la explotación de los vecinos por los propios vecinos.
Cómo olvidar la versión de esta novela, pasada al cine por John Ford, en la que la apesadumbrada mirada de Henry Fonda nos sigue estremeciendo, o la novela que le siguió Al este del Edén (1952) también de Steinbeck, que también tuvo versión cinematográfica y que le fue allanando a su autor el camino hacia en Premio Nobel de Literatura que obtuvo en 1962.
Una gran novela es sobre todo la que tiene un gran protagonista. Algunos novelistas han firmado historias inolvidables, pero sin embargo muchos de ellos no nos han dejado un personaje para la memoria.
No es este caso. El protagonista de Las uvas de la ira es Tom Joad, que representa él mismo la justicia social y la rebelión ante el nuevo y deprimido mundo, al que Woody Guthrie canta en su famosa canción La balada de Tom Joad, o a quien Bruce Springteen dedicó su disco The Ghost of Tom Joad, que recientemente acaba de versionar, con Tom Morillo, en su álbum High Hopes, lo que demuestra hasta dónde caló su personalidad, que ya ha escapado de la literatura para convertirse en un referente generacional.
Claro que todo tiene sus precedentes. En 1936 el The San Francisco News, encargó a Steinbeck una serie de reportajes sobre estos movimientos migratorios. Steinbeck escribió y publicó siete artículos que tituló “The harvest Gypsies” (“Los vagabundos de la cosecha”, que posteriormente han sido recogidos en libro, con ese mismo título)[2] y que sin duda alguna están en la base de la novela, porque el novelista estuvo con ellos por la ruta 66, comprobó cómo el camino estaba saturado de familias que iban hacia California como el que va al Dorado o a la conquista del Oeste; decenas de miles de personas, más de 150.000 se llegó a decir, que se ofrecían a trabajar o recoger la cosecha por lo que les quisieran dar, por unos platos de comida para sus hijos, y cómo su hambre y sus miserias fueron materia de explotación aprovechando que carecían de cualquier derecho como trabajadores.
Steinbeck dio testimonio periodístico de ello. Es un ejemplo de literatura de denuncia, literatura social, que tuvo éxito en el primer tercio del siglo pasado, con obras tan significativas como Manhatan Transfer (1925) de John Dos Passos, o Cosecha roja de Dassiell Hammett, en un momento en el que un grupo de escritores optaron por comprometerse ante lo que estaba sucediendo a su alrededor, y se negaron a ponerse de perfil en obediencia a las consignas supuestamente “patrióticas” que desde ciertos sectores se les estaban dando.
La lectura de esta novela, 75 años después, parece señalarnos que la vida retorna de un modo idéntico y eternamente, ahora en Europa y en EEUU, esta presión migratoria viene de fuera de sus fronteras, por un lado, y también del interior que, como en el caso de la novela de Steinbeck, han de hacer frente a la situación más dolorosa posible cual es el desarraigo: expulsar a un hombre que está pegado a su tierra y su familia, separarle de ese arraigo y obligarle a partir hacia no sabe dónde.
Todo se repite y si no es de un modo idéntico, al menos sí nos indica que el hombre tropieza en la misma piedra cuantas veces pasa por el mismo camino, pisa los mismos charcos y comete los mismos errores, ojalá no eternamente.


[1] Hay ediciones modernas de la novela. Destacable es la de Alianza Editorial, Madrid, 2012.

[2] Hay una edición reciente, muy recomendable, con prólogo de Eduardo Jordà en Libros del Asteroide.

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