La actualidad de Las uvas de la ira
La novela de John Steinbeck se publicó hace 75 años y su protagonista, Tom Joad, es ya un icono de libertad. Le ha compuesto canciones Bruce Springteen o Woody Guthrie.
Ricard
Bellveser
La idea
estoica de que vivir es volver a ver, es decir, de que nuestra existencia está
atrapada en un rizo que hace que todo se repita en el eterno retorno de lo
idéntico, la expuso Friedrich Nietzsche en Así
habló Zaratustra, aunque con anterioridad ya la había manifestado en La gaya ciencia.
Según
esta forma de entender las cosas, en la vida no nos sucede nada nuevo, sino que
la existencia es una constante repetición, los mismos acontecimientos vuelven a
suceder exactamente como habían sucedido antes, incluso los pensamientos que
los produjeron.
Esta
idea, hoy convertida en tópico literario, parece confirmarse a diario. Hace
ahora 75 años, tres cuartos de siglo, en 1940, el escritor norteamericano John
Steinbeck (Salinas, 1904 – Nueva York, 1968) obtuvo el Premio Pulitzer por su
novela Las uvas de la ira[1] (The grapes of wrath), nacida en las tripas de la Gran Depresión, en
unos tiempos de enorme parecido a los que han atravesado recientemente las
economías occidentales, principalmente las europeas y la norteamericana.
La
historia que aquí se cuenta, podría ajustarse a la realidad de hoy en muchos
países, con tan sólo algunos pequeños retoques que la actualizaran.
La
novela sucede en la década de los años 30, con el crack de 1929 de fondo, en el
corazón de EEUU, cuando pequeños productores agrícolas, modestos granjeros y
campesinos, fueron desahuciados de sus tierras y obligados a emigrar de
Oklahoma a California a causa de la crisis económica, las tormentas de polvo,
la gran sequía, y la insaciable voracidad de los bancos, que los convirtieron
en okies, emigrantes en su propio país,
emigrantes de la cosecha.
Recuerda
a Bertolt Berch y su cuento en verso sobre los soldados nazis que iban llamando
a la puerta de los vecinos y se los llevaban presos. Nadie se metía con ellos porque
“tendrán sus razones” para hacer lo que hacían, por lo que actuaban con total
impunidad, hasta que un día los nudillos suenan en tu propia puerta y ya no se
puede esperar la solidaridad que no se ha dado antes.
Estados
Unidos había estado explotando hasta la extenuación a mexicanos, chinos,
italianos, ante la mirada indiferente de todos, porque eran emigrantes y “extranjeros”
y cada cual debería resolverse su vida, pero ahora les tocaba a ellos y nadie
podía detener la explotación de los vecinos por los propios vecinos.
Cómo
olvidar la versión de esta novela, pasada al cine por John Ford, en la que la apesadumbrada
mirada de Henry Fonda nos sigue estremeciendo, o la novela que le siguió Al este del Edén (1952) también de
Steinbeck, que también tuvo versión cinematográfica y que le fue allanando a su
autor el camino hacia en Premio Nobel de Literatura que obtuvo en 1962.
Una
gran novela es sobre todo la que tiene un gran protagonista. Algunos novelistas
han firmado historias inolvidables, pero sin embargo muchos de ellos no nos han
dejado un personaje para la memoria.
No es
este caso. El protagonista de Las uvas de
la ira es Tom Joad, que representa él mismo la justicia social y la
rebelión ante el nuevo y deprimido mundo, al que Woody Guthrie canta en su
famosa canción La balada de Tom Joad,
o a quien Bruce Springteen dedicó su disco The
Ghost of Tom Joad, que recientemente acaba de versionar, con Tom Morillo,
en su álbum High Hopes, lo que
demuestra hasta dónde caló su personalidad, que ya ha escapado de la literatura
para convertirse en un referente generacional.
Claro que
todo tiene sus precedentes. En 1936 el The San Francisco News, encargó a
Steinbeck una serie de reportajes sobre estos movimientos migratorios. Steinbeck
escribió y publicó siete artículos que tituló “The harvest Gypsies” (“Los
vagabundos de la cosecha”, que posteriormente han sido recogidos en libro, con ese
mismo título)[2]
y que sin duda alguna están en la base de la novela, porque el novelista estuvo
con ellos por la ruta 66, comprobó cómo el camino estaba saturado de familias
que iban hacia California como el que va al Dorado o a la conquista del Oeste; decenas
de miles de personas, más de 150.000 se llegó a decir, que se ofrecían a
trabajar o recoger la cosecha por lo que les quisieran dar, por unos platos de comida
para sus hijos, y cómo su hambre y sus miserias fueron materia de explotación
aprovechando que carecían de cualquier derecho como trabajadores.
Steinbeck
dio testimonio periodístico de ello. Es un ejemplo de literatura de denuncia,
literatura social, que tuvo éxito en el primer tercio del siglo pasado, con
obras tan significativas como Manhatan
Transfer (1925) de John Dos Passos, o Cosecha
roja de Dassiell Hammett, en un momento en el que un grupo de escritores
optaron por comprometerse ante lo que estaba sucediendo a su alrededor, y se negaron
a ponerse de perfil en obediencia a las consignas supuestamente “patrióticas”
que desde ciertos sectores se les estaban dando.
La
lectura de esta novela, 75 años después, parece señalarnos que la vida retorna
de un modo idéntico y eternamente, ahora en Europa y en EEUU, esta presión
migratoria viene de fuera de sus fronteras, por un lado, y también del interior
que, como en el caso de la novela de Steinbeck, han de hacer frente a la
situación más dolorosa posible cual es el desarraigo: expulsar a un hombre que
está pegado a su tierra y su familia, separarle de ese arraigo y obligarle a
partir hacia no sabe dónde.
Todo se
repite y si no es de un modo idéntico, al menos sí nos indica que el hombre
tropieza en la misma piedra cuantas veces pasa por el mismo camino, pisa los
mismos charcos y comete los mismos errores, ojalá no eternamente.
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