Los colores del Estuche original
Un libro de relatos e imágenes, un constante descifrar, sostiene Castro sobre la primera obra en prosa de Sulma Montero.
Alan
Castro Riveros / Escritor
Finos
recuerdos colman tu sonrisa / cuando emerge lo que callas.
Sulma Montero, Infancia
El poema
Mujer con muñecas (2007) e Infancia (2008) son dos libros de poesía
e ilustración publicados por la serena colorista paceña Sulma Montero. En ambos
libros, la escritura y la composición pictórica se entrelazan definitivamente.
La
escritura transluce el aire de una inocencia que derrama nuevos signos sobre
los jeroglíficos de un antiguo tapiz familiar. Las pinturas y collages precisan estos signos hasta
alumbrarles un gesto y una sensibilidad. Ambos libros, cercanos al concepto del
libro-objeto, han sido compuestos con la dedicación que solo entiende la
materialización de una obra cuando ésta es un fragmento más del mundo físico de
donde proviene y al que se dirige.
Infancia, por ejemplo,
escribe un despertar. Este despertar se precisa aún más con la sutil diferencia
que hay entre el collage que abre el
libro y el que lo cierra. En el primero una niña mira de frente; en el segundo,
la niña continúa mirando, pero esta vez su cabeza está inclinada.
Aunque
sabemos que se trata de un mismo instante, este mínimo movimiento concede a la
niña un aire pensativo. El detalle, entonces, abre un escenario donde el
despertar de la mirada inocente es la realización minuciosa de un gesto capaz
de consumar un incendio frente a la opacidad que no le corresponde.
Cada
partícula luminiscente
Estuche original (2011) es el primer
libro narrativo de Sulma, y, además de la diferencia formal de su escritura, no
tiene ilustraciones interiores, aunque sí un recuadro incluido en la portada.
(Y cabe decir que las portadas son centrales en su obra poética).
La
ausencia de ilustraciones permite enfatizar la estética de la reencarnación de
la inocencia solamente en la escritura y, por tanto, hace de esa física de
girar la cabeza una óptica maniobrada con palabras. En este sentido, el estuche original es aquel que guarda los
colores y las angulaciones del único mundo que importa repintar.
En
Estuche original, el color del mundo
que conservamos en la memoria, es el tono de una luz emergente, una paleta cromática
que asoma y trenza sus matices en cualquier punto de lo cotidiano.
Cuando
lo vemos pasar, el matiz es la sensación fugaz de un mundo perdido. Si lo
seguimos hasta distinguir sus innumerables transformaciones, pronto se forman
islotes luminosos que brillan en alguna inflexión de lo habitual. Estos pliegues
se sostienen en habitantes radiantes y construcciones ondulatorias que emergen
del primer rincón para alumbrar su alrededor.
Los
fragmentos de una recordada composición de colores aparecen a la luz del día,
en plena calle o en algún escondrijo de la casa, y vale sostener la mirada en
ellos si queremos traer el color antiguo de lo recién pintado.
Los
relatos de Estuche original se mantienen
y avanzan en la luz reticular de ese mundo. Todos ellos están impulsados por
una certeza a toda prueba: Hay algo en la
naturaleza que necesita ser descifrado. Y en este tejido, descifrar es poblar de sentido aquellas
frágiles acciones cotidianas a las que les suele faltar la convicción de ser un
hilo imprescindible. Es así, que lo cotidiano aprende a hacerse creíble cuando
toma para sí la certeza de una ficción ascendiendo a la tierra.
Deletreo
Deletreo lo que me conmueve y
guardo el secreto.
Sulma
Montero, Mujer con muñecas
El
acto de descifrar se revela desde la primera página de Estuche original como el ejercicio de hacer preguntas y
responderlas. Para conocer lo que conmueve al cuerpo, para dejarlo emerger de
su misterio sin temblar, bastará entrevistarlo.
Es
así, que el libro conecta sus doce estaciones a partir de la decisión de
entrevistar, ya sea a una awicha, a
una gárgola, a un retrato, a Abril Nené o al fantasma Luis. En Estuche original, las preguntas son las sombras de las palabras y las respuestas
surgieron del deseo de responder a las
preguntas. Para alcanzar las
respuestas -dice la narradora-
aprendí a sostenerme sobre un caprichoso trapecio, por eso hasta ahora paso de
línea en línea como si se tratara de puentes, de sílaba en sílaba como un juego
de silencios.
Por
ejemplo, en el relato El color azul,
una mujer despierta con la sensación de que el color del océano se ha instalado
en su cuerpo. Atraída por los tonos azules de su cuarto y de la ciudad, ella
camina por jardines y callejones hasta dar con el señor Milori, cuyas
respuestas harán que el azul nunca más sea un color frío.
Por
otro lado, en La puerta, un reportero
insiste hasta hablar el lenguaje de una puerta de su infancia. Antes de
atravesarla, se entera de que la puerta se llama Lila y que está abierta.
La
paciencia con la que se desarrollan los relatos de Estuche original está también en la mirada que invita a los
habitantes y sus construcciones a compartir su color genuino.
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