viernes, 26 de diciembre de 2014

Etc.

Noviembre literario en Bolivia

Reflexiones personales a propósito de un libro de reflexiones generales sobre la literatura boliviana actual.



Carlos Decker-Molina

Todo el pasado noviembre estuve en Bolivia rodeado de colegas periodistas, escritores, poetas, editores, intelectuales, correctores y lectores. Asistí a la Feria Internacional del Libro de Cochabamba, lancé una novela de mi autoría, fui entrevistado y hablé sobre libros y autores con colegas, amigos y familiares.
Adquirí y leí libros, entre estos últimos un compendio de ensayos, ponencias, crónicas y artículos copilados por Martín Zelaya, editor de este suplemento, bajo el título de Búsquedas y presagios. Narrativa boliviana en el siglo XXI. Una recopilación de las primeras Jornadas de Literatura Boliviana.
No soy quién para hablar de la literatura boliviana por dos razones elementales. Hace más de 30 años que vivo fuera del país y leo poco o nada de la producción boliviana, lo que no me permite opinar sobre su desarrollo, pero el tema de los encuentros y desencuentros en la literatura no me es ajeno porque hay un debate parecido en todas partes.
“Sonar a verdad” es el meollo desde Don Quijote pasando por Tirano Banderas de Valle Inclán hasta el Funes de Borges. El problema es cómo se relata, cómo se dice, cómo se escribe. Pienso que todo escritor quiere que sus lectores “crean” que su novela se eleva desde la ficción terrena hasta la realidad celestial.
Suecia no ha tenido el boom latinoamericano, pero tiene una literatura de calidad permanente,  con la “idea de la verosimilitud” y también con la “veracidad”. Escritores que relatan sobre sus padres con la insolencia de la crónica. Y, también hay “hamburguesa” encuadernada con éxito de ventas.
En la actualidad hay excelentes novelistas que usan la historia, la crónica y los diálogos interiores como puntos de partida de su creación. Lena Andersson ensayista, con una pátina marxista, escribió una novela, ganadora del Premio Nacional (2013) sobre el amor y sus lados oscuros. Toda la obra es la versión de ella, no se conoce el pensamiento de él. El intimismo de la Andersson no es la pauta como tampoco lo es la novela documental.  
Tampoco se trata de apartarse de la realidad social o política (de hecho aparecen esos trasfondos en casi todas las novelas negras), el reto es saber contar esas historias, tal vez las mismas de siempre, pero de otra manera, con otro lenguaje y, sobre todo, con estructuras diferentes.
Roberto Bolaño es quien marcó la diferencia sobre todo con sus Detectives salvajes y con 2666. Igual que James Joyce y su Ulises que fue también un cambio estructural en 1922. El problema de estos “grandes” es que siembran la tentación de ser Jamecitos o Bolañitos.
Las características globales como la rapidez, el acceso a la información inmediata, la muerte del escritor orgánico y la testificación virtual de hechos lejanos, producen la indiferencia a las cosas que tienen profundidad.
El saber ilusorio, limita la capacidad de inventar, por eso la tendencia es retornar a Cervantes y al modelo del “gran banquete” del que habla Javier Cercas (Soldados de Salamina) y asegura que no se trata de retornar al pasado sino de “avanzar, de aprovechar toda la experiencia histórica combinando la geometría y el rigor del modelo flauberiano con la libertad, la flexibilidad y la pluralidad genérica del modelo cervantino”.
La novedad es la aparición de los escritores bastardos, hijos ilegítimos de la agonizante nación. Escritores que habiendo nacido en Suecia son hijos de la diáspora por lo que tienen otra mirada muy diferente a la de sus padres, hijos adoptivos como Lena Sundström, autora de una crónica que se lee como novela (Spår / Pista) o como Jonas Hassen Khemiri que en su libro Ett öga rött (Un ojo rojo) escribe un sueco coloquial propio del inmigrante que comete errores gramaticales.
Pero éste no es un  fenómeno solo sueco, en Estados Unidos tenemos a Junot Díaz (La maravillosa vida breve de Oscar Wao), Teju Cole (Ciudad abierta) o la francesa Jasmina Reza y su Felices los felices novela que destapa las alegrías y miserias cotidianas de 18 personajes atrapados entre la dificultad de vivir, el hastío de amar y el pánico a morir.
Estos nuevos, llamados por mí, escritores bastardos tienen menos respeto al juego de espejos de la nación-estado desmienten la afirmación de que la novela sueca, francesa, inglesa está escrita solo por suecos, franceses o ingleses.
Hoy son los bisnietos del colonialismo los que escriben novelas, que transcurren en las viejas metrópolis, tal el caso de Chimamanda Adiche y su Americanah, o Taiye Selasi (Lejos de Ghana) que en una entrevista dijo: “Si no quieres incluir a escritores indios, nigerianos o jamaicanos en tu definición de literatura británica, no deberías haber colonizado India, Nigeria y Jamaica. Hablamos de lo británico como si solo significara té, la reina o ser blanco, y eso es absurdo. Lo británico se ha vuelto marrón”.
La lectura de Búsquedas y presagios… me hace pensar que Bolivia tiene la ventaja de no tener la sombra de Borges ni la de Garcia Márquez, su desafío es comprometerse solo con la literatura despojándose de apriorismos. ¡Buen año literario!


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