Sobre transiciones y superposiciones
de las imágenes
y los sueños
Esa delgada línea entre el sueño y la vigilia, y la sutil pero definitiva inferencia de lo onírico.
Moira Bailey J.
Te has aparecido
en mi sueño
sabiendo cuánto
pienso en ti,
pájaro atrapado
en red sin falla
¿cómo pudiste
escapar?
Tu Fu
Entre sus extravagantes reflexiones, que incluyen
temas tan variados como la dependencia que existe entre tragasapos y tiranos,
el placer de odiar, o los paseos por el bosque, William Hazlitt hace sugerentes
observaciones sobre las virtudes literarias que encierran las diversas combinaciones
entre el sueño y la vigilia.
Lo interesante de este acercamiento sobre un tema
tan recurrido radica en que Hazlitt no se ocupa de estos dos estados por
separado, sino de su aleatoria superposición, creando una mezcla de las
experiencias que él mismo tuvo al caminar de dormido, con las explicaciones de
Spurzheim, que no pocas veces atrajeron su atención.
Este alemán contemporáneo suyo, combina a su vez,
gracias a su fino uso del lenguaje, su conocimiento científico con suposiciones
infundadas con las que engaña al lector, el cual, por obra de este estilo ligeramente
alterado, baja la guardia y deja de confiar en sus sentidos, como cuando una
persona va cayendo dormida.
Ir despertando por etapas o presentar sonambulismo,
ese extraño estado de sueño incompleto, son momentos importantes de mudanza
entre estos dos estratos de la existencia que sirven al romántico inglés para
sustentar su Ensayo sobre el sueño.
Las personas al estar despiertas no tienen más que
un mundo compartido, pero cuando duermen tienen cada una su mundo, ese mundo
solitario se borra de pronto o se ve obligado a fundirse con el otro, el de los
otros, y es ese momento, aquel en el que se realiza esta superposición, lo que Hazlitt
describe como el objeto de sus reflexiones en torno a lo que conservamos de nosotros
al estar dormidos.
Todas nuestras imágenes están conectadas entre sí y
unidas a la vida cotidiana; los sueños y las imágenes de la realidad no se
excluyen mutuamente, sino que dependen unos de otros más de lo que nos
imaginamos, de ahí proviene su interés por querer indagar en los secretos corredores
que los unen.
Es fácil para cualquiera tratar de hacer la prueba
consigo mismo, nos recomienda, es decir: examinar qué pasa cada vez que despertamos
de modo repentino, cuando la vigilia y el sueño experimentan un contacto
inmediato y tratar de detectar las imágenes que se nos presentan en ese
instante.
Sucede algo parecido cuando uno despierta de un desmayo y por un tiempo considerable
fija los ojos en lo que hay ahí, hasta recordar dónde se encuentra, puesto que se
produce una desconcertante pausa en la memoria.
Mientras iba leyendo a Hazlitt, y haciendo a mi vez
un ejercicio de sobreposición, pensé en un momento álgido de mi vida que evoco
con frecuencia, pero del que hablo pocas veces.
Era un domingo en la mañana en el que sufrí un
accidente de ciertas dimensiones. Después de tumbos y movimientos difíciles de
entender, aparecí desmayada en el pavimento de una calle. Recuerdo con
intensidad las imágenes que vi al despertar, mientras trataba de descifrar
dónde estaba. Por largos instantes no supe si lo que pasaba era realidad o
pesadilla y no sé si por simple sentido de sobrevivencia, o por los tintes de
optimismo que casi siempre me acompañan, supuse erróneamente que se trataba de
la segunda.
Todo eso se da porque ambas posibilidades son, valga
la redundancia, tan posibles, que uno siente que es factible empujar un poquito
la balanza hacia un lado o el otro. Cuando la opción es la negativa, es decir,
la verdadera resulta ser la que no queríamos, desearíamos empezar todo de nuevo
y que las cosas se acomodaran de manera diferente. La confusión que se genera
se debe a la conexión de estas imágenes entre sí (la que resulta ser real y la
que no) y a que éstas están a su vez unidas a las entrañas de nuestra vida
intelectual y afectiva.
Supongo que esa era la clase de instante de
transición o solapamiento que Hazlitt buscaba para conocer mejor lo que sucede en
el sueño o vigilia completos. Él mismo era sonámbulo y se veía a sí mismo acercándose
a la ventana atraído por la luz que terminaría por diluir, sin más, ese estado
perturbado y a la vez tranquilo del que quería sacar partido.
En el ensayo repasa los objetos que veía indistintamente,
por ejemplo las casas al lado opuesto de la calle; pero todavía tenía que pasar
algún tiempo hasta que él pudiera reconocerlas o darse cuenta de dónde estaba:
sentía que sus sentidos estaban adormecidos, pero más adormecida estaba su
memoria. Quería discernir el sentido de las imágenes que se le aparecían antes
de que la conciencia hiciera vínculos en grupos separados.
Nuestro autor deduce que la diferencia entre dormir
y caminar es que al caminar tenemos un mayor rango de memorias concientes, un
mayor discurso razonado y asociamos ideas en secuencias más largas. Al dormir,
en cambio, las impresiones que vienen en binomio, ya sea porque se juntan o
porque tienen elementos parecidos, se hacen compañía y después se vuelven a
separar.
Durante sus observaciones fomentadas por la curiosidad
de conocer sus sueños para verterlos a su escritura, se dio cuenta de que si alguien
lo despertaba repentinamente, podía confundir la voz de quien lo despertaba con
la de alguien que supuestamente estaría habitando sus sueños y se esforzaba por
descubrir de quién era esa voz para así conocer más de aquel pensamiento
nocturno.
La sinceridad del sueño, la suspensión del control
de los pensamientos o pasiones cuando éste se apodera de nosotros hace que éstos
vengan sin ser llamados y las indagaciones de Hazlitt están ligadas al
significado de esas imágenes libres en torno a las que reflexionaba.
Así se dio cuenta de que nunca soñaba con una
persona a la que estaba particularmente unido, pese a haber pensado en ella “hasta
la agonía”, “hasta llegar a tener su rostro casi siempre frente a mí” durante
el día, lo que no servía más que para constar su desilusionada pasión. Tal vez era
la persecución infatigable de esa imagen en el día la causaba su ausencia entre
las sombras de los sueños.
Diez siglos antes que Hazlitt, el poeta Tu Fu fue
sorprendido por la aparición, en horas de sueño, de la imagen de una mujer
amada, ¿podríamos inferir entonces que mientras el austero poeta que viajaba a
pie o montado en un borrico por toda China “para conocer el mundo”, descansaba
sus sentidos con el paisaje, en vez de exacerbar la mente con una idea
obsesiva, y que por eso podía ver en algunas noches el sueño de su vigilia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario