Micro colectivo
Una ciudad que va de los colectivo a lo mini, pasando por lo micro, cavila el autor en esta crónica sobre el rol del trasporte público en la idiosincrasia urbana paceña.
Alan
Castro Riveros
a la
Illa sagrada del Ekeko
Del micro al mini
En
1938 llegó un colectivo a La Paz y doce años después se archivaron los ocho
vagones del tranvía paceño que llevaba cuarenta años de trajín. Desde entonces continúa
el fraccionamiento del transporte masivo.
Primero
llegaron treinta colectivos, después centenares de micros y hace veinte años
miles de minibuses. El tranvía creó la línea, el colectivo las raíces, el micro
las ramas y el mini las hojas de otoño. No hay duda de que fuimos de macro a
micro y de micro a mini.
Aunque
los micros nos resulten entrañables y los minis angustiantes, ambos son hijos
del colectivo, y deberíamos llamarlos micro
colectivo y mini colectivo. Incluso
es factible hablar del trufi como del auto
colectivo, porque la palabra trufi (Taxi de RUta FIja) suena atrofiada y fifí.
Actualmente,
en La Paz, imaginamos al colectivo
tal cual vemos pasar su inmortal línea 2 por la Plaza España. Sin embargo, el
colectivo no es un mero vehículo motorizado, sino un concepto que se viene
tejiendo desde el inicio de la fragmentación del colectivo en La Paz -desmenuzado
finalmente el siglo pasado con el reinado del mini, y que comienza ahora su
recomposición.
Nadie
puede discutir que en La Paz, la palabra bus
no suena ni truena. Si algo se llamaba microbús, ahora se llama micro. Si algo se llama minibús, va en camino
a llamarse mini. El mini, en todo caso, solo sobrevivirá si recuerda su verdadero
nombre de mini colectivo, cuando se
le quite ese buzz de la cabeza.
La
palabra bus es una onomatopeya anglosajona:
el motor suena buzz y sanseacabó. Por
tanto, no tiene el alcance de sentido que sugiere el concepto de colectivo. Esto lo sabemos sin necesidad
de saberlo y por eso la palabra bus
no tiene cabida en nuestro vocabulario cotidiano.
Incluso
cuando más nos acercamos a querer llamarle bus
a cierto vehículo, se nos ocurre decirle flota
-un precioso bolivianismo que suele darle a nuestros andares un aire de aventura
marítima o de alfombra mágica, o ambos al unísono.
Por
otro lado, si el pumakatari fuese
llamado La Paz Bus, carecería de personalidad. La palabra bus en el puma es un
gesto de cordialidad a los turistas, quienes tal vez se verían en apuros si
nadie en la ciudad sabe qué cosa es un bus y solo conoce el puma, el mini, el
micro y la flota.
El
pumakatari, si lo pensamos
abiertamente, es el hijo prodigioso del micro y del mini. Aunque hay
importantes confluencias y marcadas diferencias entre el micro y el mini, habrá
que decir que el micro tiene un estilo que resalta en lo exterior, mientras el
mini ha montado su identidad alrededor de un lenguaje interior.
El
pumakatari toma la personalidad
extrovertida y colorida del micro y le añade ciertas leyes internas que toman
voz en una persona específicamente contratada para cobrar, mantener el orden y
hacer conocer la lengua que reina en ese microcosmos. (Por otro lado, basta ver
la disposición de asientos del pumakatari
y su llamativo exterior para comprobar este punto.)
La
presencia del micro en la ciudad es única, atractiva, casi hipnótica. Sus
colores y líneas tienen algo del aguayo y parecen expandirse hacia casas y calles
donde florece la nueva arquitectura andina. El niño cargado en aguayo luego paga
pasaje universitario en el micro y termina viviendo en un colorido edificio.
Todas las guaridas de este pasajero del aguayo brillan con aquellos colores
míticos.
En
cambio, el estilo del mini está en su interior recargado, en su música chillona
y en el lenguaje que allí caldea. Su carácter es el de un adolescente caótico y
atrevido. Por otro lado, la cercanía entre personas que hay en el mini hace de
tal lugar el mejor para escuchar conversaciones ajenas.
Y
ni qué decir de las cuestiones morales, sociales y filosóficas que solo
aparecen en el minibús: ¿dónde sentarse?, ¿cuándo levantarse?, ¡cómo salir de
allí! El mini ha creado un mundo con propias leyes que se cumplen y transmiten
en silencio y según quien esté dentro de su pequeña sociedad.
San Cristóbal
Hasta
1969 San Cristóbal era uno de los catorce santos auxiliadores de la Iglesia Católica.
Sin embargo, a partir de febrero de ese año el santo de los camioneros, conductores
y solteros fue suprimido del calendario litúrgico junto con otros santos de
cuya existencia no había pruebas.
Y
es que San Cristóbal -llamado Réprobus antes de ser consagrado por Jesús- era
un gigante de fuerza bestial. Cabe recordar que San Cristóbal también es el
nombre de uno de los sindicatos originales de colectiveros de La Paz.
Con
respecto al santo, Antonio de la Vorágine cuenta en su Áurea Legenda, que Réprobus sirvió a Satanás hasta que un mago le
contó que su oscuro amo le tenía miedo a Jesús. Entonces Réprobus fue en
búsqueda del Hijo del Hombre y creyó acercarse a él cuando tomó el puesto de un
ermitaño que ayudaba a los viajeros a cruzar un turbulento río. Como Réprobus
era un gigante, decidió poner a los viajeros en sus hombros y transportarlos de
esa forma. En una de esas, un niño le pidió ayuda. Réprobus lo tomó en sus
brazos y, al cruzar el río, se asombró del inconcebible peso de ese niño, al
que con mucho esfuerzo logró entregar a la otra orilla. Ese niño era Jesús,
quien, antes de bautizarlo con el nombre de Christóforos (el que carga a
Cristo), le dijo que su excesivo peso se debía a que él llevaba consigo todos
los pecados del mundo.
Por
su parte, el Sindicato de Colectiveros San Cristóbal ha dado un magnífico regalo
a la arquitectura boliviana. Justo en uno de los límites de Miraflores -entre
la recta y poblada avenida Saavedra y la sinuosa y silvestre Avenida de los
Leones- está la sede de este sindicato. La construcción no es otra cosa que un
micro de tres pisos, con las líneas azules, rojas y blancas que caracterizan a
los micros de San Cristóbal.
Los
colectiveros de tales micros trabajan en un micro más grande; su centro de operaciones
es este micro mayor. El genial aporte que este concepto da a la arquitectura
tiene potencialidades inmensas. ¿Qué tal sería que los escritores se reunieran
en un libro descomunal, los abogados en la cabeza vendada de la Justicia y los
comunicadores en una radio de transistores gigante? Pasaría que los escritores se
sentirían el giro o la palabra de un libro mayor; los abogados serían las
dendritas y núcleos neuronales de un sistema sensible; los comunicadores se
moverían como los electrones y fotones de un informe que los incluye y los
excede.
El
hecho de que la oficina de un micrero esté en un micro mayor perfecciona el
sueño del primer colectivo. Allí donde
hay pasajeros, conductores, voceros, pero sobre todo un colectivo con entrañas.
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