jueves, 26 de enero de 2017

Crónica

A los que vuelven


Un texto nostálgico y esperanzador, a tono con la renovación general que implica el nuevo año.

Alex Aillón Valverde

Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida, dice la canción. Es interesante la paradoja, pues uno no puede darse cuenta de ello, muchas de las veces, si no es hasta cuando ya no está, cuando se ha ido, cuando hay distancia, cuando hay tiempo de por medio, entonces la memoria puede hacer su trabajo.
Entonces las historias pueden ser. Porque las historias las teje el recuerdo. En este caso, las historias solo pueden decirse y hacerse, cuando ya han sido, cuando el tiempo las ha trasminado con uno u otro color, con uno u otro olor. Entonces uno siente que las cosas que le pasaron alguna vez en algún lugar, su lugar, fueron felices, inclusive en su tristeza.
La memoria y la nostalgia hacen que pertenezcamos, que nos sintamos en deuda, en compromiso. Eso queremos dejar a los que vienen luego. Eso queremos mostrar a nuestros hijos que nacieron en otros lados, a nuestros amigos que nos escucharon hablar y contar y llorar nuestros lugares en noches de tragos y guitarras.
A nuestros amores, para que vean que venimos de un lugar cierto, de un lugar iluminado, de un lugar que nos ha dado un peso específico en el mapa de la pertenencia: de allí somos, de aquí soy, de aquí provengo, de este árbol, de esta calle, de este atardecer, de esta riqueza, de esta pobreza.
Los que vuelven, vuelven en busca de su pedazo de nostalgia, pues pese a estos tiempos interestelares en los que la distancia y el tiempo se acortan hasta casi desaparecer, lo humano busca su ubicación, busca su tierra, su cerro, su mar, su cielo. Eso no ha desaparecido, eso todavía es necesario.
Los que vuelven no son solo los que regresan físicamente, también somos nosotros, los que nos quedamos, los que vemos los rostros del pasado, de pronto, aparecer en nuestra esquina, en el café, en la plaza, allá de donde habían desaparecido alguna mañana, alguna tarde, alguna noche de la cual solo a ellos les queda el registro.
De pronto, encuentras la misma mirada, los mismos gestos, aunque ya transitados por el tiempo, reconoces una sonrisa, una belleza que fue tuya o que amaste en silencio, reconoces un tiempo compartido, un tiempo que habitualmente ya no opera en tus días, pero que vuelve con los que vuelven.
Muchas veces los que vuelven traen recuerdos que molestan, que incomodan, pero eso es lo que nos conforma también y debería agradecerse, porque te ayuda a evaluar el camino recorrido, los cambios, las mutaciones inevitables, con ese mutuo sacrificio que es el reencuentro.
En los que vuelven completamos, pues, de alguna manera, al otro que fuimos, el que se encuentra flotando en las arcas de la memoria a la espera de ser recuperado de golpe por esa máquina del tiempo, que es el diálogo, la charla, el abrazo.
Los que vuelven, como vuelven se van, a veces por otro año, a veces no vuelven más. Otros, como dice Sabina, simplemente comprendieron de manera temprana y resignada aquello de que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver.


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