lunes, 24 de agosto de 2015

La palabra teleférica

La Feria del Libro

La primera Feria del Libro de La Paz y la poco conocida pre-historia de Juan Pablo Piñeiro escritor.



Juan Pablo Piñeiro

Me parece que fue en octubre o en noviembre de 1996 cuando se llevó a cabo la primera Feria Internacional del Libro de La Paz. Me acuerdo bien. La hicieron en el Círculo Aeronáutico de Los Pinos.
Y si digo que me acuerdo bien es porque me emocionó asistir a esa feria. Yo tenía 15 años y quería ser escritor. En verdad, según yo, ya lo era, pues durante tres meses escribí mi primer libro, si es que lo podemos llamar así. Se llamaba Mi pequeña parte  y constaba de 12 capítulos distribuidos en 60 páginas. En el prólogo se hablaba del sol, de la luna y de los charcos. Lamentablemente en un tono didáctico que rozaba los límites de la llamada literatura de autoyuda.
Eso no significa que aquel pecado de adolescencia no haya tenido algunos capítulos un tanto extraños, como el que contaba el encuentro del narrador con un viejo en la selva, un viejo que tenía enjaulado a un pájaro invisible, o el capítulo en que a partir de una sucesión de colores se guiaba al lector por las profundidades interiores de quién sabe quién. Lo demás gracias a Dios no lo recuerdo.
De todas maneras entre y chiste y chiste se perdieron las tres copias que imprimí. La primera copia la hice justamente para la Feria del Libro. La puse en un sobre manila y escribí el título con marcador. Quería que me den unos consejos de escritura o quizás simplemente quería que me dijeran: “bien chango, de tan joven escribes”. A esa edad la vanidad no se disimula.
La cosa es que ni corto ni perezoso convoqué a un amigo metalero que vivía justamente en Los Pinos y nos fuimos a la primera Feria del Libro. El invitado internacional era nada más y nada menos que J.J. Benítez. Y me parece que no tuvieron que traerlo porque este señor ya estaba en tierra boliviana. Andaba tras una pista que le había dado un periodista del diario La Patria en Oruro en la que se afirmaba que en una población cercana al Salar de Uyuni habrían aparecido unos hombrecillos en sillas voladoras y que mataron con inyecciones a 35 ovejas.
Este evento fue fundamental para los Ummitas y para todos los interesados en el planeta Ummo, como escribiría un tiempo después Benítez. Así que como estaba por aquí, metido en sus cosas, debe haber sido contactado para llegar a la primera Feria del Libro.
Yo no sabía nada de este señor, y tampoco lo había leído. En verdad nunca lo leí. Mi papá sabía quién era, me dijo: “es uno que dice que Jesucristo es extraterrestre”. A mí eso no me importó quizás porque este señor Benítez era el invitado principal. Por algo sería. Resulta que le pusieron una pequeña mesa en el segundo piso para que la gente hiciera cola y hablará con él.
Mi amigo metalero y yo nos pusimos en la fila. Debo confesar que estaba muy nervioso. La gente de la fila en general llevaba sobres manilas como yo, así que me sentí más relajado. Ahora me doy cuenta de que estaba rodeado de ufólogos y platillistas de toda índole.
Después de esperar un buen rato, al fin me tocó dialogar con el escritor. Le conté que ese era mi primer libro y que quería que lo lea para que me dé una opinión. Por mí se lo leía sobre el pucho. En cambio Benítez me miró sin mucho interés. Y ahora lo entiendo, no tenía mucho sentido lo que le estaba pidiendo. En ese tiempo yo no conocía a nadie con correo electrónico, así que no había forma de que me mande un comentario, ya que no creo que se hubiera tomado la molestia de mandarme una carta. De alguna manera yo pensaba que el invitado  podía leer el libro ahí mismo. Por eso saqué la copia del sobre y se la mostré. Benítez me paró el carro de entrada y me dijo que era mejor que me guarde la copia para mí y que necesitaba trabajar mucho. No me quiso dar ni un consejo más, gracias a Dios. Y ese día aprendí que los consejos buenos no solamente son los que a uno le dan sino también los que a uno no le dan.
Después la feria fue creciendo y cambiando de lugar. Era una temporada del año que yo siempre esperaba con ilusión hasta que publiqué mi primera novela. La publiqué sin editorial y la distribuí yo mismo en las librerías de la ciudad. Por eso según yo, la encontraría en distintos stands.
Nunca la encontré. Después supe que la Cámara del Libro no permitió su entrada justamente porque no tenía editorial. Creo que ese tipo de actitudes fueron mejorando con la aparición de la “Contraferia”, que mientras duró se encargó de abrir espacios alternativos de lectura. Aún así, a pesar de las fallas, la feria ha ido madurando con los años y eso se nota en el público que cada vez asiste más interesado a las actividades culturales. Me parece de que no se trata de decir qué está bien o que está mal. Se trata de entender que todo crecimiento implica un proceso y que si bien falta mucho, por lo menos se está avanzando.
Hace una semana concluyó la vigésima versión de la Feria del Libro y para muchos fue una de las mejores, sobre todo debido al nutrido y elaborado programa cultural que se ofreció al público. Tanto los invitados internacionales como los invitados nacionales, muchos de ellos traídos desde el extranjero, le dieron un especial brillo a este evento. 
La organización tuvo el acierto de articular la participación de estos escritores en diferentes presentaciones, coloquios y debates. Para esto fue importante el aporte de la Carrera de Literatura, como también el de los organizadores de las Jornadas de Literatura Boliviana. Sin embargo, el mayor mérito del éxito que ha tenido el programa cultural de este año lo tiene Marcel Ramírez que es uno de los miembros de la Cámara Departamental del Libro y que al parecer tiene la lúcida visión de que sin el programa cultural esta feria sería simplemente como un supermercado de libros, y no precisamente uno barato.
Con Marcel ha trabajado mucha gente pero hay que destacar principalmente la labor de Wara Godoy y Mary Carmen Molina que pusieron todo de su parte para cumplir con las tareas de logística y organización. Todavía queda mucho por hacer, los libros tienen que llegar más a la gente, pero lo que nos da esperanza es la cantidad de editoriales nacionales que están trabajando bajo esta misma línea.

Lo que nos da esperanza es que se ha entendido la importancia de invitar a escritores para que dialoguen con el público, aun cuando ese público solamente esté compuesto por ufólogos, platillistas y quinceañeros.

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