jueves, 27 de febrero de 2014

Desde la butaca

 Una breve presentación



La autora traza los lineamientos generales en torno a esta columna que arranca hoy y que el lector hallará quincenalmente en este suplemento.



Lupe Cajías / Periodista e historiadora

Nace un nuevo suplemento periodístico destinado a la cultura, mejor dicho al quehacer de personas individuales, grupos, elencos o conjuntos que dedican su tiempo y sus energías a producir aquello que solemos entender -por acuerdos preestablecidos en una comunidad- como estética, belleza, arte y -sobre todo- aquello que logra conmover a los seres humanos.
A lo largo de las centurias, en diferentes lugares del planeta, el desarrollo de esa estética ha estado ligado a la noción casi atávica del esfuerzo, los esforzados, de los que Aristóteles escribe en sus estudios sobre el teatro.
Esta columna pretenderá reflejar a esos esforzados y sus esfuerzos, donde generalmente se habla de una u otra forma sobre el bien y sobre el mal. El primer esfuerzo es el material, aunque parezca contradecir el objetivo del arte. Es que sin la base concreta, no se puede desarrollar a plenitud la estética.
Vincent Van Gogh necesitó de su hermano Theo para conseguir lienzos, pinturas y pasteles. Y Virginia Wolf aprovecho la editorial de su esposo para difundir sus primeros escritos.
El ideal griego, hace tantos siglos, o florentino, en el maravilloso Renacimiento, es, ahora,  el apoyo estatal para el trabajo de los artistas: con escenarios, teatros, anfiteatros, plazas, concursos, encargos o mecenazgos.
En los tiempos actuales, pocos estados dan un aporte sustancial al presupuesto cultural. En el caso latinoamericano, la excepción es Colombia, cuyo Gobierno aumentó en esta gestión el 92 % del presupuesto destinado a las bibliotecas públicas y anunció en enero la compra masiva de libros para todos los municipios.
Colombia aprendió que la recuperación de su nación, después de los sangrientos años 90, empezó a consolidarse desde la poesía. El primer festival de poetas en Medellín reunió a multitudes que vencieron el miedo para llenar silenciosas el estadio de su ciudad. Desde el verso, la amabilidad arrinconó al enojo.
En el caso boliviano (y no digo lo siguiente por caer simplemente en el típico lamento), el Estado no atendió nunca las necesidades de espacios para la cultura, salvo después de la revolución nacionalista de 1952 cuando creó institutos especializados y fomentó el muralismo, la arqueología, la antropología y el cine documental y de ficción.
Los programas del actual Ministerio de Cultura son insuficientes y en más de una ocasión el gasto mayoritario fue destinado a la farra más política que cultural, aunque se disfrace de bailes folklóricos, o a casamientos masivos para satisfacer caprichos y no como parte de políticas culturales de corto, mediano y largo plazo.
Actualmente se distinguen algunos municipios por su aporte a las actividades culturales. El más preocupado es el paceño con un largo listado de escenarios, programas y concursos.
Destaca también el municipio de Villamontes que financia escuelas de baile, de teatro, auspicia la llegada de elencos internacionales y se inscribe en los recorridos de los festivales de música barroca o de teatro.
Desde hace dos décadas, los municipios de Santa Cruz de la Sierra y de toda la Chiquitania apoyaron la alianza con los activistas culturales de APAC para acoger a músicos de todos el mundo y, al mismo tiempo para apoyar escuelas municipales de música barroca.
Otros municipios no son tan constantes en esas iniciativas como San Ignacio de Moxos. Vallegrande se enorgullece por sus museos, salas de exposición y concursos.
De todo ello escribiremos en este suplemento, intentando atender los programas oficiales, los consagrados de centros como la Fundación Patiño, los espacios alternativos paceños como el Bunker, el Desnivel, las Flaviadas, las nuevas salas de exposición o de artes escénicas.
En la medida de lo posible, estaremos en festivales tradicionales como el de música barroca y el de teatro de APAC, el de las orquídeas de CEPAC, el de poesía en Oruro o del Teatro de los Andes en Yotala y de los municipios pequeños que quieren ser parte de los circuitos de este quehacer estético.

Contaremos del esfuerzo de seres humanos, nacidos o no en este territorio, que se presentan en escenarios tradicionales o alternativos, en plazas o en iglesias y que aportan al mayor rostro boliviano: la cultura.

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