miércoles, 21 de septiembre de 2016

Entrevista

Matilde y el placer de volar

A modo de conocer a fondo a Matilde Casazola, que fue homenajeada en la FIL La Paz, reproducimos un extracto de la entrevista que Baudoin le hizo para su libro Mujeres de costado.



Magela Baudoin 

Matilde Casazola tiene un ojo cojo, abatido, destinado a la oscuridad y que, obstinadamente, no quiere parecerlo. Es como si esa ceguera parcial debiera pasar inadvertida, como si ella hubiera querido omitirla, como evadió en la vida todo lo que podía cortarle las alas porque quería crecer, ser gigante, ganarle de mano a su pequeña estatura.
Como se sabe, la poesía es inherente a Matilde, mana de sí naturalmente, de su infancia y de su cuna, casi como una marca congénita. Ella, que anduvo por nueve años con un titiritero trashumante vagando de pueblo en pueblo en Argentina, volvió al país con la brújula de su talento y la determinación de su vocación, para ponerle música a la poesía o al revés. Así, trabajó febrilmente como necesitando devorar su época y agotó tanto su condición, que luego de dos décadas contrajo tuberculosis. Entonces debió apaciguarse, pero ya lo había cambiado todo: su historia y, con ella, la del arte boliviano.
Por eso es una criatura intemporal, iconoclasta, de este y todos los tiempos, capaz todavía de hallar cosas que decir en las cicatrices de su sombra.

- Entiendo que siempre fuiste una niña inquieta y revoltosa
- Siempre he sido rebelde, quise tener alas grandes desde muy niña. Lógicamente que con el tiempo uno va madurando y aumentando en la prudencia. Pero aun así, sigo con ese enamoramiento que tuve siempre de la libertad y será así hasta el final.

- Sé que entraste rápidamente en conflicto con el Sucre conservador.
- Terminado el bachillerato y mientras estudiaba música, conocí a un excelente artista llamado Alexis Antiguez, que hacía títeres y había llegado de Argentina. A mí me encantó este hombre porque había hecho mucho mundo... Yo me cansaba de mis compañeros de clase, eran aburridos y cerrados. En cambio este hombre, tenía otra visión. Fuimos enamorándonos y acabamos siendo pareja.
Bueno, él era mucho más alto que yo, que era muy jovencita pero parecía mucho menor de lo que era. Yo tenía 20 y él unos 36. Como él era argentino y tenía un lindo poncho, yo agarré una frazada antigua de mi mamá y me hice un poncho. Era un poncho medio harapiento el mío pero a mí me fascinaba. Íbamos agarrados de la mano y era el gran escándalo (ríe). A mí no me interesaba absolutamente nada lo que dijeran.

- ¿Fue tu primer gran amor?
- Más que un gran amor fue un compañero muy bueno, que duró nueve años durante los que estuvimos errantes, viajando con los títeres. Para mí fue una liberación, en el sentido de que yo tenía que emprender mi camino fuera de casa. Obviamente me enamoré, pero en ese momento me dije: “Me voy con él, a conocer el mundo”. Esa era mi idea y hasta ese punto llegaba mi rebeldía. Los que sufrieron mucho fueron mis padres.

- ¿Ya entonces sabías que querías dedicarte a la música?
- Terminando el bachillerato hice dos cursos de música, estudie piano y guitarra. Como no había un conservatorio de música, entré a la escuela de maestros, a la Normal en la sección musical. Pero no me conformaba porque yo quería aprender música en lo profundo, ser música, no maestra de música.

- La poesía estaba en tu ADN familiar, era algo esencial en tu vocación. ¿Cómo no atender a ese llamado?
- El ser poeta era una cosa inherente, totalmente natural en mí, desde niña la poesía fue bienvenida en nuestra casa. Quizás tuvimos una suerte enorme en relación a otras casas, donde más bien los padres se enfurecen de que los hijos puedan ser poetas o músicos. Mi madre era poetisa y era pianista. Nos ha arrullado desde el comienzo con canciones hermosísimas. Ha sido tan natural amar el arte que fue una cuestión de herencia.

- Te criticaron mucho por mezclar música folklórica con poesía. Ese es quizás tu aporte principal, pero no era muy comprendido, ¿no?
- Desde el principio he tenido gente que se ha apasionado con lo que hago o que lo ha repelido, pero nunca he buscado gustar. Mi finalidad siempre ha sido compartir mi mensaje con otra gente que yo sabía que existía. Nunca he transigido en el gusto del público. Eso me ha provocado problemas, había gente que estaba encantada con el hecho de que yo le había puesto poesía a la música boliviana, pero otra gente que decía que yo no tenía voz para cantar. Además yo no hacía un espectáculo, como algunas mujeres que salen muy bien vestidas para ser admiradas. En realidad yo estaba lejísimos de eso. Yo cantaba con mi guitarra, con un atuendo lo menos llamativo posible, para que la gente se llenara de mis canciones.

- Cuéntame de Marcelo Quiroga Santa Cruz. Fueron amigos muy cercanos, según entiendo.
- Marcelo era un hombre polifacético y yo seguramente le toqué la faceta poética que estaba medio dormida y quizás un poco rezagada a causa de la urgencia de la política, pero él siempre tuvo ese amor por la poesía. Cuando nos conocimos simpatizó muchísimo conmigo y llegamos a ser muy amigos con su familia. Era una relación casi filial muy hermosa. Pero mi mundo era el arte y no la política. El día que me enteré por un periódico que estaba en una lista de diputados del PS1, me horroricé y él me dijo: “No te preocupes, estás en el número 13”. Él puso mi nombre como algo simbólico, pero yo no sabía nada, apenas les escribía canciones. Me interesó la política exclusivamente por la integridad de él y ese tiempo breve de mi incursión en la política terminó con la tragedia de su muerte.

- ¿Qué hiciste entonces?
- La patria estaba espantosa, mis amigos estaban con temor y me pidieron que dejara La Paz. Yo me quedé con Cristina Quiroga en momentos muy difíciles... Estuve con ella hasta que mis propios amigos me despacharon a Sucre. Quedé muy afectada con la muerte de Marcelo, fue un año de total niebla…

- Estuviste muy enferma con tuberculosis, bueno es que también tuviste una vida tremendamente bohemia…
- He tenido una vida tan intensa, que un día era una vida. Además estaba rodeada de gente parecida a mí, no medíamos el tiempo, todo era infinito en ese momento. Entonces escribí como nunca, compuse como nunca del 70 al año 87, que fue cuando de golpe sentí que algo no andaba bien en mí.

Primero pensé que era un desgaste, un cansancio. Fui a un buen médico y me dijo que era tuberculosis en el pulmón izquierdo. Fue una cosa terrible. Me fui desgastando aceleradamente, hasta que en mi último recital las manos no me respondían. La tuberculosis se manifestó en mí con un agotamiento y al final mi voz no salía. Me quedaba agotada de haber hablado. Logré en dos años recuperarme. Desde entonces he quedado delicada, dejé la bohemia y la vida desordenada. 

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