jueves, 24 de abril de 2014

In Memoriam

Pero la magia está viva


Una serie de semblanzas, opiniones y evocaciones para confirmar la dimensión y trascendencia de Gabriel García Márquez y su obra.





Aldo Medinaceli 

Añadir más palabras a los obituarios del Mago parece innecesario cuando gran parte del mundo expresa el duelo de su partida. La noche del jueves en el programa Newsnight de la BBC, Ian McEwan aseguraba que Gabriel García Márquez se encontraba: “en el mejor lugar del Parnaso, a su lado, sólo la calidad de Shakespeare”.
Más de uno ha coincidido en la comparación de su obra con la de Cervantes, como el director de Penguin Random House, Cristóbal Pera, quien afirmó: “Creo que después de Cervantes sólo viene él”, o el Nobel Pablo Neruda quien alguna vez dijo que: Cien años de soledad era la mayor revelación en lengua española desde el Quijote”.
Décadas atrás, cuando muchos de nosotros no habíamos nacido, se había publicado una reseña de su primera traducción al inglés en la sección de libros del New York Times. Iniciaba así: “Uno emerge de esta novela fantástica como el despertar de un sueño: con la mente en llamas”.
Hoy Macondo existe en el mismo plano dimensional que la Mancha. Y la tragedia de los Buendía sucede cada día tal como las batallas troyanas. Mientras un titular de El País de Madrid confirma la noticia: “Muere Gabriel García Márquez: genio de la literatura universal”.
Thomas Pynchon escribió al terminar de leer El amor en los tiempos del cólera: “No hay nada que haya leído antes como este sorprendente capítulo final, sinfónico, seguro en su dinámica y en su tempo, balanceándose como un barco en un río, con la experiencia de toda una vida dirigiéndonos entre el peligro del escepticismo y la misericordia”.
También los más críticos -en especial a sus últimas obras- han contribuido a ampliar las interpretaciones, tal es el caso de J. M. Coetzee quien afirmó acerca de Memorias de mis putas tristes: “A pesar de que le colocaron la etiqueta de realista mágico, García Márquez trabaja en la tradición del realismo psicológico, cuya premisa es que los actos de una mente individual tienen una lógica que puede seguirse”.
Por su parte Salman Rushdie expresó hace muy poco: “Para tal magnificencia, nuestra única reacción posible es la gratitud”.
Su influencia es tan poderosa que no se puede sino sentir un naciente temor de quedar atrapado bajo su sombra o -en contrapartida- quedar fuera de ella intentando crear nuevos astros. Por ahora nuestro sistema gravitacional gira en torno a su órbita.
Los títulos de sus obras se han convertido en base lúdica para innumerables variaciones. Hemos citado y destripado los inicios de sus relatos tantas veces. Sus lacónicos diálogos forman parte de lo mejor de la narrativa del continente y hasta circulan varias cartas apócrifas.
Por supuesto no sería justo anular el valor de sus libros a causa de sus posturas políticas -por la concordancia o no con estas-. Así como el reconocer la maestría de su técnica no significa caer en la simple y fácil imitación.
Incluso parece más saludable tomar sus libros con la sencilla idea de disfrutar de la lectura y no de analizarla, no vaya a ser que al descubrir los artilugios del Mago nos perdamos el truco final.
Sí, Macondo existe, y nació en La hojarasca en 1955. Sus habitantes, temperatura y personalidad ya están presentes en la primera novela del Mago. Su mejor creación, porque Cien años de soledad es su reverso, su estela astral, la explicación detallada del milagro.
Mientras que en aquella obra inicial las apariciones todavía poseían la frescura de lo insólito, de lo espontáneo, de lo invocado por primera vez. Los personajes no necesitaban levitar en el aire para convencernos de su naturaleza maravillosa. La prosa no sobraba y la fama aún no atisbaba por la ventana.
La hojarasca narra la historia de un muerto. Un médico extranjero que en una ocasión se niega a atender a los heridos de la guerra civil a causa de su misantropía. El pueblo -Macondo- determina que su cadáver permanezca insepulto, para que siga en soledad como lo hizo en vida.
En esta novela, como en algunos cuentos de Ojos de perro azul, todavía se percibe el aislamiento tan propio del mundo de Kafka. Pero esta soledad será reinventada.
Se dice que la profunda culpa que siente Joseph K. -el protagonista de El Proceso- se debe a su voluntad de alejarse de la raza humana. Por eso es juzgado. Por eso es condenado.
García Márquez en cambio aniquila aquel aislamiento en La Hojarasca, quitándoles a sus personajes de una vez y para siempre su peso. La soledad en adelante será festiva, llena de música y gritos en repletos palenques, soledad eterna y abismal -es cierto- pero disfrazada de parafernalia.
Sus hombres y mujeres ya no se aislarán de la comunidad. Ahora habitarán el mundo con una sabiduría llena de matices. Aquel médico recluido -el verdadero protagonista de La Hojarasca- es en verdad el único muerto enterrado en toda su obra y que no regresará jamás si no es como un mal presagio.
Tal vez debido a estos y otros aspectos sus personajes tienen una incómoda cercanía en América Latina. Nos sentimos descifrados hasta las más íntimas capas de nuestra mente y eso causa un movimiento de admiración y evasión al mismo tiempo.
Nos parece folklórico porque cada una de sus páginas la hemos vivido antes en casas de campo, anécdotas de barrio o historias familiares. Sus criaturas emergen de aquel polémico espacio que algunos llaman inconsciente colectivo, donde nadie está solo y los recuerdos se comparten.
El escritor peruano Santiago Roncagliolo escribió al enterarse de la desaparición del Mago: “Sólo con él se puede entender lo que significó el siglo XX para América Latina”. ¿Qué pasará con sus libros en el siglo XXI? Existen diferentes posturas.
En una época signada por los avances tecnológicos, estimulada por la creación de mundos virtuales antes que ficcionales, su obra se convierte en un acto de resistencia, o en un enorme anacronismo, dependiendo del cristal mental con el que se la enfoque.
Aunque la misma ciencia se encargue pronto de explicar los hechos de sus libros, la racionalidad extrema ubica su prosa como caduca y sus escenas como exóticas. Por otro lado, el panfleto político lo intenta reducir a sus propias causas partidarias.
La obra del Mago responde a un amplio humanismo, y a la develación de un espacio geográfico que antes de su presencia no encontraba una manera cabal de existir y expresarse en el mundo, y que incluso hoy se sigue buscando a sí mismo por diferentes caminos, aunque pocos tan claros y nítidos como los de su obra.
No hace falta ser arriesgado para afirmar que sus libros quedarán en el tiempo, que su influencia tendrá una permanencia cíclica como las ediciones de Las mil y una noches o los discos de Los Beatles; que su autor estará entre nosotros como lo están Rabelais o Sófocles. Y que sus personajes más delineados -el coronel Aureliano Buendía y Úrsula Iguarán- formarán parte de una alineación mayor junto a Raskólnikov, Julián Sorel o el monstruoso Gregorio Samsa.
Ellos permanecerán -en eterno acto de magia y sanación- bañados por miles de flores amarillas.



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