Pero la magia está viva
Una serie de semblanzas, opiniones y evocaciones para confirmar la dimensión y trascendencia de Gabriel García Márquez y su obra.
Aldo
Medinaceli
Añadir
más palabras a los obituarios del Mago parece innecesario cuando gran parte del
mundo expresa el duelo de su partida. La noche del jueves en el programa
Newsnight de la BBC, Ian McEwan aseguraba que Gabriel García Márquez se encontraba:
“en el mejor lugar del Parnaso, a su lado, sólo la calidad de Shakespeare”.
Más de uno ha coincidido en la comparación de su
obra con la de Cervantes, como el director de Penguin Random House, Cristóbal
Pera, quien afirmó: “Creo que
después de Cervantes sólo viene él”, o el Nobel Pablo Neruda quien alguna vez dijo que: Cien años de soledad era la mayor revelación en lengua española
desde el Quijote”.
Décadas atrás, cuando muchos de nosotros no habíamos
nacido, se había publicado una reseña de su primera traducción al inglés en la
sección de libros del New York Times.
Iniciaba así: “Uno emerge de esta novela fantástica como el
despertar de un sueño: con la mente en llamas”.
Hoy Macondo existe en el mismo plano dimensional que
la Mancha. Y la tragedia de los Buendía sucede cada día tal como las batallas troyanas.
Mientras un titular de El País de
Madrid confirma la noticia: “Muere Gabriel García Márquez: genio de
la literatura universal”.
Thomas
Pynchon escribió al terminar de leer El
amor en los tiempos del cólera: “No hay nada que haya leído antes como este
sorprendente capítulo final, sinfónico, seguro en su dinámica y en su tempo, balanceándose como un barco en un
río, con la experiencia de toda una vida dirigiéndonos entre el peligro del
escepticismo y la misericordia”.
También
los más críticos -en especial a sus últimas obras- han contribuido a ampliar las
interpretaciones, tal es el caso de J. M. Coetzee quien afirmó acerca de Memorias de mis putas tristes: “A pesar
de que le colocaron la etiqueta de realista mágico, García Márquez trabaja en
la tradición del realismo psicológico, cuya premisa es que los actos de una
mente individual tienen una lógica que puede seguirse”.
Por
su parte Salman Rushdie expresó hace muy poco: “Para tal magnificencia, nuestra
única reacción posible es la gratitud”.
Su
influencia es tan poderosa que no se puede sino sentir un naciente temor de
quedar atrapado bajo su sombra o -en contrapartida- quedar fuera de ella
intentando crear nuevos astros. Por ahora nuestro sistema gravitacional gira en
torno a su órbita.
Los
títulos de sus obras se han convertido en base lúdica para innumerables
variaciones. Hemos citado y destripado los inicios de sus relatos tantas veces.
Sus lacónicos diálogos forman parte de lo mejor de la narrativa del continente
y hasta circulan varias cartas apócrifas.
Por
supuesto no sería justo anular el valor de sus libros a causa de sus posturas
políticas -por la concordancia o no con estas-. Así como el reconocer la
maestría de su técnica no significa caer en la simple y fácil imitación.
Incluso
parece más saludable tomar sus libros con la sencilla idea de disfrutar de la
lectura y no de analizarla, no vaya a ser que al descubrir los artilugios del
Mago nos perdamos el truco final.
Sí,
Macondo existe, y nació en La hojarasca en
1955. Sus habitantes, temperatura
y personalidad ya están presentes en la primera novela del Mago. Su
mejor creación, porque Cien años de
soledad es su reverso, su estela astral, la explicación detallada del
milagro.
Mientras
que en aquella obra inicial las apariciones todavía poseían la frescura de lo
insólito, de lo espontáneo, de lo invocado por primera vez. Los personajes no
necesitaban levitar en el aire para convencernos de su naturaleza maravillosa.
La prosa no sobraba y la fama aún no atisbaba por la ventana.
La hojarasca narra
la historia de un muerto. Un médico extranjero que en una ocasión se niega a
atender a los heridos de la guerra civil a causa de su misantropía. El pueblo -Macondo-
determina que su cadáver permanezca insepulto, para que siga en soledad como lo
hizo en vida.
En
esta novela, como en algunos cuentos de Ojos
de perro azul, todavía se percibe el aislamiento tan propio del mundo de
Kafka. Pero esta soledad será reinventada.
Se
dice que la profunda culpa que siente Joseph K. -el protagonista de El Proceso- se debe a su voluntad de alejarse
de la raza humana. Por eso es juzgado. Por eso es condenado.
García
Márquez en cambio aniquila aquel aislamiento en La Hojarasca, quitándoles a sus personajes de una vez y para
siempre su peso. La soledad en adelante será festiva, llena de música y gritos en
repletos palenques, soledad eterna y abismal -es cierto- pero disfrazada de
parafernalia.
Sus
hombres y mujeres ya no se aislarán de la comunidad. Ahora habitarán el mundo
con una sabiduría llena de matices. Aquel médico recluido -el verdadero
protagonista de La Hojarasca- es en
verdad el único muerto enterrado en toda su obra y que no regresará jamás si no
es como un mal presagio.
Tal
vez debido a estos y otros aspectos sus personajes tienen una incómoda cercanía
en América Latina. Nos sentimos descifrados hasta las más íntimas capas de nuestra
mente y eso causa un movimiento de admiración y evasión al mismo tiempo.
Nos
parece folklórico porque cada una de sus páginas la hemos vivido antes en casas
de campo, anécdotas de barrio o historias familiares. Sus criaturas emergen de
aquel polémico espacio que algunos llaman inconsciente colectivo, donde nadie
está solo y los recuerdos se comparten.
El
escritor peruano Santiago Roncagliolo escribió al enterarse de la desaparición
del Mago: “Sólo con él se puede entender lo que significó el siglo XX para
América Latina”. ¿Qué pasará con sus libros en el siglo XXI? Existen diferentes
posturas.
En
una época signada por los avances tecnológicos, estimulada por la creación de
mundos virtuales antes que ficcionales, su obra se convierte en un acto de
resistencia, o en un enorme anacronismo, dependiendo del cristal mental con el que
se la enfoque.
Aunque
la misma ciencia se encargue pronto de explicar los hechos de sus libros, la
racionalidad extrema ubica su prosa como caduca y sus escenas como exóticas. Por
otro lado, el panfleto político lo intenta reducir a sus propias causas partidarias.
La
obra del Mago responde a un amplio humanismo, y a la develación de un espacio
geográfico que antes de su presencia no encontraba una manera cabal de existir y
expresarse en el mundo, y que incluso hoy se sigue buscando a sí mismo por
diferentes caminos, aunque pocos tan claros y nítidos como los de su obra.
No
hace falta ser arriesgado para afirmar que sus libros quedarán en el tiempo,
que su influencia tendrá una permanencia cíclica como las ediciones de Las mil y una noches o los discos de Los
Beatles; que su autor estará entre nosotros como lo están Rabelais o Sófocles.
Y que sus personajes más delineados -el coronel Aureliano Buendía y Úrsula
Iguarán- formarán parte de una alineación mayor junto a Raskólnikov, Julián Sorel
o el monstruoso Gregorio Samsa.
Ellos
permanecerán -en eterno acto de magia y sanación- bañados por miles de flores
amarillas.
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