jueves, 18 de diciembre de 2014

Ensayo

Literatura y anarquismo en Bolivia


Apuntes para reflexionar sobre algunas obras (y algunos autores) en el contexto del poder.



Virginia Ayllón

Comenzaré, rápido, indicando que me parece pertinente analizar la dupla entre literatura y anarquismo, por una razón: la mayoría de los historiadores de la literatura suelen referirse al impacto del nacionalismo en la literatura boliviana del siglo XX. Pero el “error” de otro no disculpa incurrir en faltas o deslices. Hay que argumentar más.
Cada vez se me hace más claro el bollo entre crítica y creación literaria en Bolivia. El lío va por el cuestionamiento al valor de la crítica o, más específicamente, sobre su metodología y resultados. Este debate propio de la literatura en todo el mundo y en todas las épocas, se especifica en Bolivia por el pequeño, casi minúsculo lugar donde escritores, críticos, lectores, académicos y advenedizos de la literatura convivimos, emitimos, escribimos, criticamos, renegamos, nos felicitamos.
Alguien podría decir que eso se debe a la reducida creación literaria en Bolivia, junto a nuestra poco profesional crítica literaria. No creo en absoluto en esa percepción que compara lo de aquí con lo de allá para constatar, siempre, que aquí no pasa nada en literatura. Creo, más bien, que toda literatura es un espacio suficiente en sí mismo, es un 100% que tiene todo el derecho observarse y calificarse.
Este pequeño espacio que nos junta, a la vez confunde los lenguajes de la creación y del análisis literario lo que se complica más cuando el creador es a la vez crítico, y más aún si es creador, crítico y académico. Y es que a pesar de que estos tres lugares tienen en común a la literatura, cada uno, a la vez, discurre su quehacer por distintos caminos y, especialmente, por distintos lenguajes.
Los estudios literarios académicos, por ejemplo, precisan de teorías y metodologías y, además, crear un objeto de estudio (como todo hecho académico). Tales teorías y metodologías, buenas o malas, pertinentes o impertinentes, tienen sin cuidado al creador quien, sin embargo, goza o sufre los “dictámenes” de la academia.
Por su parte el creador suele reclamar (sin decirlo) “atención” a su obra que no es otra cosa que el deseo (¿?) de que su creación “merezca” la atención de críticos y mejor si académicos. Entonces aparece aquí el tema del poder de críticos y sobretodo académicos que entronan o destronan y califican “lo mejor” o lo “peor”.
Ante ello, el poder de “los otros” es la crítica a la crítica, la valoración de obras ubicadas en “los márgenes” del canon crítico académico, etc. Lo mismo sucede con la institucionalidad literaria (premios, ferias, editoriales, revistas, suplementos) que también entronan y destronan y, en realidad, “crean” otros premios, otras editoriales, generalmente denominadas como “alternativas”.
Y aquí no hay neutralidad; en general el escritor más inconforme con la crítica, la academia y la institucionalidad difícilmente rechazará “ser publicado” en la editorial o la revista consagrada o recibir el beneplácito de críticos “autorizados”.
Entonces, al ser un hecho del lenguaje, es también en lenguaje que se manifiestan los diversos sabores de esta conflictiva relación. Hay algunos clichés que me gustan más que otros pero el que mejor resume este intríngulis es, sin duda el de “la literatura es buena o mala y eso es todo”.
Es un cliché porque nadie podría estar en desacuerdo, tiene cierto carácter tautológico este cliché. Por otro lado, es correcto en tanto apela al derecho básico del lector ante cualquier obra literaria. Pero es endeble en cuanto se arma con los valores bueno-malo cuya relatividad es la base, nada menos que de la ética, rama de la filosofía. Nadie desconoce, por supuesto que estos valores son determinados por razones estéticas y extra estéticas. Tal vez mejore el cliché si dijera “la literatura me gusta o no me gusta, eso es todo” y creo que ahí dejaría de ser cliché.
Gusta al escritor o critico no académico (y comparto las teorías de la anti academia) usar estos clichés y la respuesta a veces viene también en formato cliché teórico. Entonces del cliché Leenhardt, se pasa al cliché Barthes y luego a otro, o, si se quiere, del cliché de los estudios marxistas, se pasa al de los estudios culturales, luego al de los estudios postmodernos, etc., etc.
Pero si damos la vuelta la mirada y pensamos este panorama no en términos de encono sino más bien de ideas en circulación, podríamos ganar todos, los de aquí y los de allá, lo anti y los institucionales. Esta imagen es romántica (de romanticón, no del romanticismo) porque elude el tema del poder y puestas así las cosas no queda otra que el encono en nuestra pequeña aldea de las letras.
Pero existe otra posibilidad de comprender esto y es verlo como la tensión entre dos fuerzas: las del poder y las del contrapoder. Las del poder ya las explicamos, pero las segundas (con tan rimbombante nombre) son más difusas y todo o nada puede ser contrapoder.
Tal vez el análisis hermenéutico del poder ayude a comprender qué es el poder y si me atrevo a resumir, el contrapoder vendría de quienes se oponen a las razones del poder literario, establecido en la institucionalidad, el canon y la academia. Entonces en el contrapoder se incluirían un conjunto de “alternativos” y posiblemente todos los “malos” (vuelvo al cliché) que están “al margen” de ese poder. Pero toda teoría del poder indica que la fascinación de los marginados con el poder central forma parte del poder mismo, lo que eliminaría a los “alternativos” que con todo, gozan con las señales que le hace el poder.
En esta reducida taxonomía, quedan solamente los pocos para quienes la literatura no es ni algo ajeno ni deseado, ni institucionalidad, ni canon, ni crítica, ni siquiera creación. Aquellos para quienes la literatura simplemente no existe (escritores y lectores diría yo). Esta actitud drástica y extremista no sería así calificada por estos escritores y lectores porque simplemente les tiene sin cuidado eso que otros llaman literatura. Se trata pues de una hipótesis muy osada la existencia de estos seres del lenguaje.
Una hermosa imagen que por ahí leí narra la historia de una comunidad que ante el anuncio del poeta que “va a decir un poema”, deja su cotidianidad y prepara una gran fiesta porque “el poeta va a decir”. Concluida la fiesta, la gente retorna a sus casas y el poeta se interna en el bosque y dice su poema, y acaba la historia. ¿Es este el epítome del ser escritor? A mí me sobrecoge la imagen y adivino en ella el sinsentido que la literatura es para estos seres.
Tal vez esta podría ser la base para un acercamiento al análisis del anarquismo en la literatura en Bolivia. Quienes han hecho este ejercicio en la literatura universal suelen colocar la obra de Tolstoi, Kafka, Thoreau, Camus, Bradbury, Wilde, entre los principales, porque en ella se encuentran los rasgos de la ideología del anarquismo (autonomía, antiestatismo, contrapoder, etc.), atributos que creo pueden alcanzar a la obra de muchos escritores más.
Pareciera, entonces que no se trata, o no solamente, de bucear y descubrir “temas” anarquistas en la obra. Ante eso, podría ser que se trata de una actitud del escritor con lo que llamamos literatura.
En su Patria íntima (1998), Leonardo García ensayó un acercamiento al tratamiento del poder en la obra de algunos escritores. Consideraba García que en tanto la obra de Nataniel Aguirre, Arguedas, Tamayo, Cerruto (narrativa) y Céspedes se intencionaban con el Estado; René Moreno y Cerruto (poesía) rechazaron esta intención y crearon mundos cerrados en sí mismos.
En cambio, consideraba que la de Arzans, Zamudio, Saenz y la producción del cineasta Sanjinés (sic) se colocaban al margen del Estado. De este modo, este texto de García es uno de los pocos que analizan el discurso literario en función del poder, del Estado en particular.
No descarto que la obra del realismo socialista, conocida aquí como “literatura de protesta” (a veces minera, a veces de la guerrilla, etc.) tenía su centro en la resistencia, pero en este caso destaco el análisis de la intención de los autores más que de “los temas” que dibujaron en su creación.

Tengo en mí que la obra de Borda y la de Mundy tienen distintivos muy cercanos al sinsentido de la literatura (como institución, como sentido, como canon) aunque creo que hay todavía mucha basura que limpiar para afinar el análisis. Pero es claro que en ambas destaca su antiliteratura y ahora toca discernir qué quiere decir eso. 

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