Edmundo, de McOndo a Los Confines
De sus primeros libros, de sus cambios como lector y escritor, de su relación con la crítica y sus futuros proyectos… En estas páginas intentamos reconstruir la trayectoria de Paz Soldán, a partir de sus principales libros.
Martín Zelaya Sánchez
Los días de la peste,
la nueva novela de Edmundo Paz Soldán está ambientada en Los Confines, un lugar
marginal de un país marginal. Un universo -su universo- entonces,
particularmente subrogado a su ficción, a su literatura. Al imaginario y oficio
que –como nos lo cuenta él mismo en las anteriores páginas- optó no solo como
forma de vida, sino como razón.
Luego de repasar con Willy Camacho su trayecto vital,
intentamos ahora rememorar y reflexionar sobre su bagaje como escritor: sus
libros, sus experiencias ante el papel en blanco, su evolución en lenguaje,
intereses y motivaciones; pero por supuesto, también sobre sus desencuentros
con la crítica… aquella crítica de pronto injusta, con certeza sesgada, que
nunca dejó de verlo como uno de los escritores McOndo.
- Tienes ya más de 25
años de trayectoria en la literatura, ¿cómo ves, a esta distancia, tus primeros
libros, tus preocupaciones, temáticas y búsquedas? Reeditaste hace no muchos
años algunas de tus obras iniciales, así que imagino que quedaste bien con
ellos…
- No he reeditado mis dos primeras novelas, Días de papel y Alrededor de la torre. Al comenzar estaba obsesionado por escribir
una novela, creía que eso me haría ser un escritor de verdad. En los ratos
libres que me dejaba la novela escribía cuentos breves, textos de una página o
dos que eran una suerte de diario personal: leía “El infierno tan temido”,
digamos, y luego escribía un texto que era un homenaje y a la vez un apunte
sobre lo que el libro me había dejado. Me gustaban las vueltas de tuerca
borgianas, las alegorías morales kafkianas, el cinismo de Onetti. Eso está en
esos textos que conformaron mis dos primeros libros de cuentos, Las máscaras de la nada y Desapariciones. Me esforcé mucho con las
novelas pero la paradoja es que creo que los de cuentos son los que quedan de
esos primeros cuatro libros.
- Y en cuando a tu
mirada crítica literaria en general, ¿cuánto queda del Edmundo que suscribió
las ideas del llamado movimiento Mcondo? ¿Reafirmarías todo o revisarías parte
del prólogo de la compilación o de los artículos y “manifiestos” de entonces?
- McOndo no fue un manifiesto aunque se lo leyó como tal.
Fue un prólogo a una antología, escrito por Alberto Fuguet y Sergio Gómez, que
combatió un estereotipo -Latinoamérica, el continente de lo real maravilloso,
donde lo extraordinario es cotidiano- creando otro estereotipo -Latinoamérica,
el continente urbano-. Lo más curioso de todo, o quizás no, es que el prólogo
era tan exaltado y visceral que la crítica se ocupó de él y no de lo que decía
la obra de los autores incluidos en la antología (y que no sabían del prólogo
hasta que lo leyeron en el libro).
Yo estaba de acuerdo con algunas cosas y con otras no, pero
en el camino se perdieron los matices y todo quedó en una fácil simplificación
(a la que, por cierto, ayudó el prólogo).
- Recuerdo una
“polémica” que giró -creo- en torno a Alrededor
de la torre. Primero te cuestionaban por no escribir sobre la “realidad
boliviana” y una vez que lo hiciste, por escribir sobre los indígenas y la
crisis social desde el desconocimiento… ¿Qué reflexionas ahora, a casi dos
décadas de aquellos difíciles días con cierto sector de la crítica?
- La relación difícil con cierto sector de la crítica en
Bolivia no ha cambiado, lo que pasa es que uno se acostumbra y hasta llega a
esperar a esos críticos que irán corriendo a buscar mi novela, la leerán antes que
nadie con una suerte de odio parecido al amor, y, predeciblemente, dirán que
les ha decepcionado. En cuanto a la polémica, para mí fue liberadora, porque me
hizo darme cuenta de que nunca contentaría del todo a la crítica, así que era
mejor preocuparme por seguir mis obsesiones.
- En un par de
trabajos de la carrera de literatura te ponen como contraposición a Spedding
como referentes de los que se hizo en la literatura boliviana en la transición
de siglos: pero dicen algo curioso, que Alison va con los que siguen
preocupados del indio, y Edmundo escribe sobre los blancos… Vuelvo a Alrededor de la torre, pues si mal no
recuerdo, tú mismo aceptaste que la escribiste con muchas presiones y cuando
aún no tenías la madurez de escritor.
- El personaje principal de Alrededor de la torre es un paramilitar que no tolera la idea de
que un candidato indígena pueda llegar a la presidencia, y decide matarlo; por
supuesto, se trata de un personaje racista, pero no hay que confundir lo que
piensa él con lo que piensa el autor. Para mí los problemas de Alrededor de la torre son otros; la
escribí mientras trabajaba en mi tesis doctoral, y se me coló un tufillo
sociológico que está bien para preparar una novela pero no para que sea parte
de ella. Pero eso no es excusa.
- Muchos años ya
pasaron… y en el último lustro, sobre todo, cada vez más se quiere identificar
y tipificar a una supuesta “nueva generación de la narrativa boliviana”, que
empieza con, o incluso, que es ya posterior, a Edmundo Paz Soldán. Una de las
pocas coincidencias unánimes que la crítica ve en estos nuevos escritores -por
cierto, visualizados y elogiados fuera del país como pocos de sus antecesores- es
su desprendimiento con la política y la realidad social como compromiso, como
carga, y su entera preocupación por el lenguaje, la estética… ¿Qué no era
precisamente lo que tú defendías a inicios de los 90?... como que el tiempo
siempre da sus respuestas, ¿no? Te pido una reflexión de todo esto.
- Nuestra crítica es muy pavloviana: la Spedding puede ambientar
una novela en Cambridge y la seguirán aplaudiendo por su compromiso con el país;
Giovanna Rivero puede escribir cuentazos políticos y la seguirán tachando de frívola.
Los nuevos escritores no le dan la espalda a la política y a la realidad
social, aunque quizás no sean tan explícitos en su interés como en anteriores
generaciones. Nunca defendí una entera preocupación por el lenguaje o la
estética; mi lío era por otra cosa: publiqué Río Fugitivo y me dijeron que no podía escribir novelas sobre la
clase media cochabambina porque esta no tenía la suficiente densidad; con Las máscaras de la nada me preguntaron
por qué no había indígenas en mis cuentos. Esa cosa prescriptiva era muy
asfixiante (“hay que escribir como Saenz, ser Saenz, y si puedes ser Urzagasti
más, ya cuadraste el círculo”) y yo, simplemente, quería seguir mi propio
camino y quería que hubiera libertad formal y temática para ello.
- Y hablando ya del
estilo, del trabajo con el lenguaje, ¿qué características consideras que se
mantienen en tus libros actuales, y cuáles son tus principales aprendizajes y
evoluciones?
- Al principio, quizás porque apenas comencé a escribir me
fui a vivir a Estados Unidos, tuve una relación defensiva con el lenguaje:
quería escribir en un español no contaminado por el inglés. Me di cuenta luego de
que eso era absurdo, el lenguaje es contaminación pura y nuestra habla muestra
todo el tiempo las cicatrices de las batallas políticas y culturales. Eso creo que aparece a
partir de Los vivos y los muertos y Norte. Dos de los personajes centrales
de Norte son mexicanos y eso fue un
desafío para mí; su español era diferente al mío. A partir de entonces he
intentado ahondar en el lenguaje, explorar más la idea de que una forma de
hablar es una forma de mirar el mundo.
- En cuanto a estilo,
es indudable que hay un parteaguas o una “momento aparte”, por llamarlo de
algún modo, con Iris y Las visiones…
- Quería escribir una novela sobre las nuevas formas que
toma el imperio en este siglo, enfocada en Irak y Afganistán. Pensé que podría
ser interesante desplazar su código realista a los tropos de la ciencia
ficción, y ahí apareció Iris, la ficción antropológica, los traumas de la
colonia, el deseo de mostrar en el mismo lenguaje la suciedad de las guerras.
Fue un intento de hacer explotar ciertas búsquedas con el lenguaje y la forma;
con la forma, porque siempre quise hacer más cosas con el fantástico y la
ciencia ficción pero el peso del realismo me detenía en los bordes; de hecho,
concebí originalmente Sueños digitales
y El delirio de Turing como novelas
de ciencia ficción, pero al final se impuso el realismo. Iris y Las visiones son
más un momento aparte, aunque la idea del lenguaje como delirio continúa en Los días de la peste.
- Volviendo a
aspectos generales, muchas de tus novelas y cuentos de los primeros años tenían
una voz narrativa (en primera o tercera persona) identificada como escritor o
aprendiz de escritor, periodista o incluso redactor de discursos… gente que
trabajaba con la palabra. Se me viene a la mente ciertas corrientes de autores
que hoy en día reniegan de esta tendencia bien representada por Vila-Matas (el
Maxi Barrientos, por ejemplo). ¿Tú qué piensas? ¿Volverías a concebir un
narrador y/o personajes escritor?
- Hay demasiados escritores como personajes de cuentos y
novelas. Me encanta leer sobre ellos, pero ahora mismo no me interesa escribir
de ellos.
- Acabas de publicar
una novela e imagino que viene un periodo de viajes, promoción y difusión… pero
imagino también que ya tienes uno o más proyectos germinando. Háblanos de tu
próximo libro, o de los proyectos en los que trabajas.
- Quiero escribir un par de novelas cortas. Siempre he tenido
como ideal la novela corta, un género con la intensidad de un cuento y la
capacidad de crear un mundo como la novela. Las dos novelas estarán ambientadas
en territorios fronterizos, una está conectada con Bolivia.
- Pregunta compleja y
arbitraria: Rio Fugitivo, Norte, Iris o Los días de la peste ¿Cuál, o cuáles y
por qué?
- Todavía sigo con los ecos de Los días de la peste. Supongo que es natural, he vivido tres años
con ese mundo. Y siempre tendré un cariño especial por Río Fugitivo, porque fue un intento de capturar el fin de la
adolescencia, el último año de colegio, el último año que viví en Cochabamba.
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