jueves, 9 de noviembre de 2017

Paz Soldán, escritor

Edmundo, de McOndo a Los Confines



De sus primeros libros, de sus cambios como lector y escritor, de su relación con la crítica y sus futuros proyectos… En estas páginas intentamos reconstruir la trayectoria de Paz Soldán, a partir de sus principales libros.


Martín Zelaya Sánchez

Los días de la peste, la nueva novela de Edmundo Paz Soldán está ambientada en Los Confines, un lugar marginal de un país marginal. Un universo -su universo- entonces, particularmente subrogado a su ficción, a su literatura. Al imaginario y oficio que –como nos lo cuenta él mismo en las anteriores páginas- optó no solo como forma de vida, sino como razón.
Luego de repasar con Willy Camacho su trayecto vital, intentamos ahora rememorar y reflexionar sobre su bagaje como escritor: sus libros, sus experiencias ante el papel en blanco, su evolución en lenguaje, intereses y motivaciones; pero por supuesto, también sobre sus desencuentros con la crítica… aquella crítica de pronto injusta, con certeza sesgada, que nunca dejó de verlo como uno de los escritores McOndo.

- Tienes ya más de 25 años de trayectoria en la literatura, ¿cómo ves, a esta distancia, tus primeros libros, tus preocupaciones, temáticas y búsquedas? Reeditaste hace no muchos años algunas de tus obras iniciales, así que imagino que quedaste bien con ellos…
- No he reeditado mis dos primeras novelas, Días de papel y Alrededor de la torre. Al comenzar estaba obsesionado por escribir una novela, creía que eso me haría ser un escritor de verdad. En los ratos libres que me dejaba la novela escribía cuentos breves, textos de una página o dos que eran una suerte de diario personal: leía “El infierno tan temido”, digamos, y luego escribía un texto que era un homenaje y a la vez un apunte sobre lo que el libro me había dejado. Me gustaban las vueltas de tuerca borgianas, las alegorías morales kafkianas, el cinismo de Onetti. Eso está en esos textos que conformaron mis dos primeros libros de cuentos, Las máscaras de la nada y Desapariciones. Me esforcé mucho con las novelas pero la paradoja es que creo que los de cuentos son los que quedan de esos primeros cuatro libros.

- Y en cuando a tu mirada crítica literaria en general, ¿cuánto queda del Edmundo que suscribió las ideas del llamado movimiento Mcondo? ¿Reafirmarías todo o revisarías parte del prólogo de la compilación o de los artículos y “manifiestos” de entonces?
- McOndo no fue un manifiesto aunque se lo leyó como tal. Fue un prólogo a una antología, escrito por Alberto Fuguet y Sergio Gómez, que combatió un estereotipo -Latinoamérica, el continente de lo real maravilloso, donde lo extraordinario es cotidiano- creando otro estereotipo -Latinoamérica, el continente urbano-. Lo más curioso de todo, o quizás no, es que el prólogo era tan exaltado y visceral que la crítica se ocupó de él y no de lo que decía la obra de los autores incluidos en la antología (y que no sabían del prólogo hasta que lo leyeron en el libro).
Yo estaba de acuerdo con algunas cosas y con otras no, pero en el camino se perdieron los matices y todo quedó en una fácil simplificación (a la que, por cierto, ayudó el prólogo).

- Recuerdo una “polémica” que giró -creo- en torno a Alrededor de la torre. Primero te cuestionaban por no escribir sobre la “realidad boliviana” y una vez que lo hiciste, por escribir sobre los indígenas y la crisis social desde el desconocimiento… ¿Qué reflexionas ahora, a casi dos décadas de aquellos difíciles días con cierto sector de la crítica?
- La relación difícil con cierto sector de la crítica en Bolivia no ha cambiado, lo que pasa es que uno se acostumbra y hasta llega a esperar a esos críticos que irán corriendo a buscar mi novela, la leerán antes que nadie con una suerte de odio parecido al amor, y, predeciblemente, dirán que les ha decepcionado. En cuanto a la polémica, para mí fue liberadora, porque me hizo darme cuenta de que nunca contentaría del todo a la crítica, así que era mejor preocuparme por seguir mis obsesiones.     

- En un par de trabajos de la carrera de literatura te ponen como contraposición a Spedding como referentes de los que se hizo en la literatura boliviana en la transición de siglos: pero dicen algo curioso, que Alison va con los que siguen preocupados del indio, y Edmundo escribe sobre los blancos… Vuelvo a Alrededor de la torre, pues si mal no recuerdo, tú mismo aceptaste que la escribiste con muchas presiones y cuando aún no tenías la madurez de escritor.
- El personaje principal de Alrededor de la torre es un paramilitar que no tolera la idea de que un candidato indígena pueda llegar a la presidencia, y decide matarlo; por supuesto, se trata de un personaje racista, pero no hay que confundir lo que piensa él con lo que piensa el autor. Para mí los problemas de Alrededor de la torre son otros; la escribí mientras trabajaba en mi tesis doctoral, y se me coló un tufillo sociológico que está bien para preparar una novela pero no para que sea parte de ella. Pero eso no es excusa.

- Muchos años ya pasaron… y en el último lustro, sobre todo, cada vez más se quiere identificar y tipificar a una supuesta “nueva generación de la narrativa boliviana”, que empieza con, o incluso, que es ya posterior, a Edmundo Paz Soldán. Una de las pocas coincidencias unánimes que la crítica ve en estos nuevos escritores -por cierto, visualizados y elogiados fuera del país como pocos de sus antecesores- es su desprendimiento con la política y la realidad social como compromiso, como carga, y su entera preocupación por el lenguaje, la estética… ¿Qué no era precisamente lo que tú defendías a inicios de los 90?... como que el tiempo siempre da sus respuestas, ¿no? Te pido una reflexión de todo esto.
- Nuestra crítica es muy pavloviana: la Spedding puede ambientar una novela en Cambridge y la seguirán aplaudiendo por su compromiso con el país; Giovanna Rivero puede escribir cuentazos políticos y la seguirán tachando de frívola. Los nuevos escritores no le dan la espalda a la política y a la realidad social, aunque quizás no sean tan explícitos en su interés como en anteriores generaciones. Nunca defendí una entera preocupación por el lenguaje o la estética; mi lío era por otra cosa: publiqué Río Fugitivo y me dijeron que no podía escribir novelas sobre la clase media cochabambina porque esta no tenía la suficiente densidad; con Las máscaras de la nada me preguntaron por qué no había indígenas en mis cuentos. Esa cosa prescriptiva era muy asfixiante (“hay que escribir como Saenz, ser Saenz, y si puedes ser Urzagasti más, ya cuadraste el círculo”) y yo, simplemente, quería seguir mi propio camino y quería que hubiera libertad formal y temática para ello.  

- Y hablando ya del estilo, del trabajo con el lenguaje, ¿qué características consideras que se mantienen en tus libros actuales, y cuáles son tus principales aprendizajes y evoluciones?
- Al principio, quizás porque apenas comencé a escribir me fui a vivir a Estados Unidos, tuve una relación defensiva con el lenguaje: quería escribir en un español no contaminado por el inglés. Me di cuenta luego de que eso era absurdo, el lenguaje es contaminación pura y nuestra habla muestra todo el tiempo las cicatrices de las batallas  políticas y culturales. Eso creo que aparece a partir de Los vivos y los muertos y Norte. Dos de los personajes centrales de Norte son mexicanos y eso fue un desafío para mí; su español era diferente al mío. A partir de entonces he intentado ahondar en el lenguaje, explorar más la idea de que una forma de hablar es una forma de mirar el mundo. 

- En cuanto a estilo, es indudable que hay un parteaguas o una “momento aparte”, por llamarlo de algún modo, con Iris y Las visiones
- Quería escribir una novela sobre las nuevas formas que toma el imperio en este siglo, enfocada en Irak y Afganistán. Pensé que podría ser interesante desplazar su código realista a los tropos de la ciencia ficción, y ahí apareció Iris, la ficción antropológica, los traumas de la colonia, el deseo de mostrar en el mismo lenguaje la suciedad de las guerras. Fue un intento de hacer explotar ciertas búsquedas con el lenguaje y la forma; con la forma, porque siempre quise hacer más cosas con el fantástico y la ciencia ficción pero el peso del realismo me detenía en los bordes; de hecho, concebí originalmente Sueños digitales y El delirio de Turing como novelas de ciencia ficción, pero al final se impuso el realismo. Iris y Las visiones son más un momento aparte, aunque la idea del lenguaje como delirio continúa en Los días de la peste.

- Volviendo a aspectos generales, muchas de tus novelas y cuentos de los primeros años tenían una voz narrativa (en primera o tercera persona) identificada como escritor o aprendiz de escritor, periodista o incluso redactor de discursos… gente que trabajaba con la palabra. Se me viene a la mente ciertas corrientes de autores que hoy en día reniegan de esta tendencia bien representada por Vila-Matas (el Maxi Barrientos, por ejemplo). ¿Tú qué piensas? ¿Volverías a concebir un narrador y/o personajes escritor?
- Hay demasiados escritores como personajes de cuentos y novelas. Me encanta leer sobre ellos, pero ahora mismo no me interesa escribir de ellos.

- Acabas de publicar una novela e imagino que viene un periodo de viajes, promoción y difusión… pero imagino también que ya tienes uno o más proyectos germinando. Háblanos de tu próximo libro, o de los proyectos en los que trabajas.
- Quiero escribir un par de novelas cortas. Siempre he tenido como ideal la novela corta, un género con la intensidad de un cuento y la capacidad de crear un mundo como la novela. Las dos novelas estarán ambientadas en territorios fronterizos, una está conectada con Bolivia.

- Pregunta compleja y arbitraria: Rio Fugitivo, Norte, Iris o Los días de la peste ¿Cuál, o cuáles y por qué?

- Todavía sigo con los ecos de Los días de la peste. Supongo que es natural, he vivido tres años con ese mundo. Y siempre tendré un cariño especial por Río Fugitivo, porque fue un intento de capturar el fin de la adolescencia, el último año de colegio, el último año que viví en Cochabamba. 

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