martes, 18 de octubre de 2016

Parhelio

[Los manuscritos de El Loco - Nota I]

Texto escrito a propósito de los 50 años de la publicación de El Loco, de Arturo Borda, uno de los libros clave de la literatura boliviana del siglo XX.



Rodolfo Ortiz

Hoy es domingo 16 de octubre. No es una novedad el gesto tramposo de la escritura, pues la frase anterior fue escrita un lunes, digamos hoy, que parece jueves. Digamos el lunes 10 de octubre de 2016, exactamente el mismo día y fecha cuando hace cincuenta años la H. Municipalidad de La Paz terminaba la impresión y encuadernación de los tres tomos de El Loco. ¿No insinuaba Nietzsche que “cada palabra es también una máscara”?
El nudo ciego, o ese reloj de arena que dibujan las palabras de su colofón, tiene que ver, sin embargo, con aquello que compone el campo de fuerzas de su instante y de donde procede ese recorte cincuentenario que intentaré desplegar hacia atrás, pues presiento que el aura de los tres tomos (siempre queridos) de El Loco, comienza a cortejar su fin.
Voy a referirme a los manuscritos de El Loco. Habría que precisar, a sus borrosos atajos y no menos imprecisas desembocaduras. No se camina dos veces por el mismo basural.
Entonces, quiera que esta aventura que me ocupa sea al menos… policial, pues hablar de los manuscritos de El Loco es circundar el fuego y el hurto, una concreta desaparición; y si es posible pensar en un subgénero llamado “ensayo elegíaco”, éste sería sin duda un intento, pues si seguimos a Adorno, el ensayo (y su prosa) se propone revisar (siempre, casi siempre) el menosprecio producido históricamente, en este caso el escurridizo “objeto manuscrito”, que como un pasajero perdido, busca condensar su misérrima historia en el impulso antisistemático que lo sostiene, en el ensayo mismo de su forma radical (del no-radicalismo).
Los manuscritos de Arturo Borda provienen de esa fuerza que arraiga en lo perdido. A pesar de haber sobrepasado varias veces la prueba del fuego, su destino fue el de la forma condenada a iluminar solamente sus restos, su descomposición, al menos la de entregar de soslayo la deriva de su campo en ruinas. Benjamin en este punto es insoslayable: la historia como catástrofe siempre es porosa y llena de hendijas.
Los testimonios epistolares de Borda no nos alejan de 1925 como el momento en el que los llamados “volúmenes”, “libros”, “cuartillas”, “cuadernos”, se terminaron de escribir. Los procesos de reescritura de El Loco (hubieron muchos) fueron reinsertos parcialmente en revistas y periódicos antes y después de 1925. El derrotero de estas publicaciones es en sí misma enmarañada y fascinante. Borda publicó pedazos o segmentos fundamentalmente en La Paz y Oruro. Publicó en La Patria quizás el adelanto más significativo de uno de sus cuadernos o volúmenes, el octavo, en enero de 1921 y en forma de folletín. También en Oruro publicó en la revista Argos, en octubre de 1923, esta vez un fragmento del primer libro (sin título) que forma parte del volumen quinto y que en la edición de 1966 se tituló “Nelly o la sinfonía de los corazones”. Argos fue una publicación de chispa modernista dirigida por Enrique Condarco y donde Pablo Iturri Jurado (allí Roman Latino, años después Ramún Katari) exhibió sus grabados art nouveau con notables guiños al artista británico Aubrey Beardsley. (El encuentro y trabajo mancomunado entre Borda y Ramún Katari no acaba allí, si me permiten el paréntesis, pues ambos formaron parte del Círculo Inti y urdieron la no menos notable revista Inti, cuyos tres números se publicaron entre 1925 y 1926. Por su parte, Ramún Katari (todavía Roman Latino), además de grabar en madera el dibujo “A la conquista del mundo” de Arturo Borda, publicó nuevos fragmentos del octavo volumen de El Loco en un periódico porvenirista de 1928, en el cual se hizo cargo, a su vez, de dos páginas de “arte y letras” [sic] que tituló “Columnas de ambos lados”, cámara de eco del Boletín Titikaka de Puno).
Pero aquí, al medio del camino, el lector probablemente se preguntará cómo es que se organizan esos “volúmenes”, “libros”, “cuartillas”, que en 1966 fueron reunidos y publicados por la H. Municipalidad de La Paz. Como posible respuesta propondría una acercamiento retrospectivo. Al cabo, en ausencia de “objeto” parece que aquí es posible imaginar una arquitectura que al mismo tiempo sea solidaria de las imágenes irrefutables de esta obra.
Entonces, voy hacia atrás. La última vez que aparecieron los manuscritos de El Loco fue en la exposición que se realizó en el Espacio Portales en abril de 1985. Esto me lo contó un día Pedro Querejazu, quien asistió a esa muestra organizada por el historiador Ronald Roa, este último seguramente motivado por el archivo de Arturo Borda que ese mismo año le entregó Esperanza Álvarez. Sin embargo, los manuscritos de El Loco allí expuestos no están en dicho fondo documental o al menos en lo que hasta ahora se conoce del mismo. Aquello que sí encontramos, siguiendo la misma lógica descentrada de El Loco, son tramas epistolares y documentos que periféricamente entretejen, más que un recorrido, lo imborrable de sus huellas.
Voy a mencionar, entonces, una carta que considero reveladora y que sin duda obliga a replantear la estructura que se podría imaginar fue la que pensó Borda. La carta, cuya primera página desconocemos, no fue escrita por Arturo Borda sino por su hermano Héctor. Por su contenido parcial entendemos que se trata de un documento que formaliza la entrega de “los originales” de El Loco a una “distinguida señora”, con una sucinta descripción de los mismos y la respectiva solicitud de devolución oficial a través del Consejo Municipal de Cultura. Se trata, por lo tanto, del documento que Héctor Borda escribió en 1966 para el convenio de publicación de los mil ejemplares de El Loco y que gracias a una entrevista podemos inferir fue enviado a la “distinguida señora” Teresa Gisbert.
En la entrevista (que la revista Ciencia y Cultura publicó en julio del 2001 durante la investigación de Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia), Alba Paz Soldán (una de las tres interlocutoras) preguntaba a Gisbert si Héctor Borda fue quien le entregó los manuscritos de El Loco, a lo que la historiadora respondió: “Nos dio [los manuscritos] a nosotros cuando estuvimos en mi casa, entonces, mi marido trabajaba en la Alcaldía con Alcira Cardona y Jacobo Liberman, los entusiasmó para publicar El Loco y tenía que ser rápido, o sea que se juntó sin mayor análisis, como verán en la Introducción, y se entregó, o sea que es algo que hay que ordenar”.
Mientras los esposos Mesa entregaban todo “sin mayor análisis” y con la certeza de que “algo hay que ordenar”, la Srta. Alcira Cardona Torrico gestionaba y el Secretario de Actas del Consejo Municipal de Cultura, el Sr. Guido Orías Luna, transcribía. Lo extraño es que ni en la Introducción que invita a releer Gisbert, ni en las solapas que escribió Cardona, ni en ninguna otra parte, se hace referencia a la segunda página de la carta de Héctor Borda, en la cual y por única vez, leemos en detalles desconcertantes, que esta obra nunca estuvo dividida en tres tomos, que el volumen sexto está extraviado “pero se acompaña una síntesis”, que existen catorce libros (más uno), distribuidos en nueve volúmenes, que “El triunfo del arte” es el último y que existen libros cuyos “subtítulos están borrados o no los ha puesto”, entre otras fascinantes y demoledoras revelaciones…    
Y aquí apenas comienza esta historia.


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