Víscera con víscera para entender
Una invitación a la lectura de La pasión según G.H., de Clarece Lispector.
Jorge Patiño Sarcinelli
Hace trescientos cincuenta millones de años, mucho antes de que
el hombre apareciera sobre la tierra, existía ya la cucaracha. Trescientos
millones de años después de que el hombre haya desaparecido, ella existirá
todavía. El hombre es un instante en la vida de la cucaracha.
En todos estos millones de años la cucaracha no ha cambiado
nada; no lo necesita. Mientras el hombre se reconoce imperfecto y anhela el
cambio, la cucaracha ha encontrado la forma de ser que le asegura ese prodigio
de supervivencia entre las especies, ha logrado la perfección, una cima ínfima
y despreciable de la perfección. La cucaracha es lo eterno, la evolución que se
burla del hombre. Él responde con un asco profundo de quien rechaza su ser
elemental.
En La pasión según
G.H. una mujer encuentra una cucaracha en un cuarto en el fondo de la casa,
la aplasta y se pasa por los labios la blanquecina pasta visceral que sale del
bicho. El punto de partida de la novela de Clarice Lispector es el deseo de
entender. Comienza así:
“…estoy buscando, estoy buscando. Estoy tratando de
entender. Intentando dar a alguien lo que vivi…”.
Son muchos los caminos del tratar de entender; Clarice toma
uno inesperado, el del encuentro de una mujer con una cucaracha, en el fondo
del ser.
“Así como hubo el momento en que vi que la cucaracha es la
cucaracha de todas las cucarachas, así quiero de mí misma encontrar en mí la
mujer de todas las mujeres”.
La pasión según G.H.
es una novela -así lo quiere la autora- que dura un largo e intenso instante y
se desarrolla en el espacio sin límites de las elucubraciones de G.H., una
mujer. Reina de reinas, bruja de brujas, mujer de mujeres. La esencia de ser
mujer llevada a su grado extremo. Mujer que divaga, llega al límite de la
narración y crea. “Voy a crear lo que me sucedió. Solo porque vivir no es
narrable”.
Lo que nos sucedió no sucedió hasta que no encontremos el
lenguaje que lo cree. Vivir no es narrable porque entre la vida y la palabra
hay un abismo. “El lenguaje es mi esfuerzo humano. Por destino tengo que ir a
buscar y por destino vuelvo con las manos vacías. Pero vuelvo con lo indecible.
Lo indecible solo me será dado a través del fracaso de mi lenguaje”.
Del fracaso del lenguaje surge uno nuevo, en el que se podrá
decir lo indecible, en el que se puede hablar del otro, del más allá, de lo que
ya no es uno. “Vi. Sé que vi porque no di a lo que vi mi sentido. Sé que vi
porque no entiendo”.
Impresionante lucidez de quien admite que para entender
realmente algo, es necesario darle el sentido que le pertenece, renunciando al
propio. Pero el desafío es enorme y la lucidez no basta. La búsqueda, cuando
encuentra su límite, debe crear. Hay que encontrar un camino que lleve al
límite más profundo, al encuentro con el otro más otro que hay, para someter al
ser y al lenguaje a la prueba más extrema.
Dice Lispector en una entrevista: “Yo, de repente, percibí
que la mujer G.H. iba a tener que comer el interior de la cucaracha, y temblé
de susto”.
Para dar al encuentro la dimensión de lo profundo esencial,
es necesario matar y comer al otro, encontrarse cuerpo a cuerpo -víscera con víscera
si es posible- con el ser más asqueroso de la creación, la cucaracha.
“Santa María, madre de Dios, os ofrezco mi vida a cambio de
no ser verdad aquel momento de ayer. La cucaracha con la materia blanca miraba.
No sé si ella me veía, no sé lo que una cucaracha ve. Pero ella y yo nos
mirábamos, y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían, su
existencia me existía -en el mundo primario donde yo había entrado, los seres
existen a los otros como un modo de verse. Y en ese mundo que yo estaba
conociendo hay varios modos que significan ver: un mirar al otro sin verlo, un
poseer al otro, un comer al otro, un apenas estar en un rincón y el otro estar
allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me veía
directamente, ella estaba conmigo. La cucaracha no me veía con los ojos, pero
con el cuerpo. Yo la veía entera, la cucaracha”.
Cuerpo, ojos; patas de cucaracha en los ojos. Alas secas en
la boca, como una lengua rígida, álala; gusto a tierra amarga. Es el momento
del encuentro. En todo el cuarto, en todo el mundo, el aire está muerto con
olor pungente a cucaracha. Sin embargo, esos trazos de muerte cucaracha son la
vida que queda, la única vida que queda. Es necesario sorber de ella con todas
las fuerzas.
“Entonces, nuevamente, un milímetro grueso más de materia
blanca se exprimió hacia afuera. […] Sus dos ojos estaban vivos como dos
ovarios. Ella me miraba con la fertilidad ciega de su mirar. Ella fertilizaba
mi fertilidad muerta. ¿Serían salados sus ojos? Si yo los tocase -ya que cada
vez más inmunda yo gradualmente quedaba- si yo los tocase con la boca, yo los
sentiría salados.
Yo ya había probado en la boca los ojos de un hombre y, por
la sal en la boca, había sabido que él lloraba. Pero, al pensar en la sal de
los ojos negros de la cucaracha, súbitamente retrocedí nuevamente, y mis labios
secos retrocedieron hasta los dientes: los reptiles que se mueven sobre la
tierra. En medio de la reverberación parada del cuarto, la cucaracha era un
pequeño cocodrilo lento”.
Y hay más:
“Y es que no te conté todo.
No conté que, allí sentada e inmóvil, yo todavía no dejaba
de mirar con gran asco, sí, todavía con asco, la masa blanca amarillada por
encima del parduzco de la cucaracha. Y yo sabía que mientras tuviese asco, el
mundo se me escaparía y yo me escaparía. Yo sabía que el error básico de vivir
era tener asco de una cucaracha. Tener asco de besar un leproso era yo equivocando
la primera vida en mí -pues tener asco me contradice, contradice en mí mi
materia.
Entonces aquello que, por piedad por mí, yo no quería
pensar, entonces lo pensé. No pude impedirme más, y pensé lo que en realidad ya
estaba pensando.
Lo que era peor: ahora tendría que comer la cucaracha pero
sin la ayuda de la exaltación anterior, la exaltación que hubiese actuado en mí
como una hipnosis; y yo había vomitado la exaltación. E inesperadamente,
después de la revolución que es vomitar, yo me sentía físicamente simple como
una niña. Tendría que ser así, como una niña que estaba sin querer alegre, yo
iba a comer la masa de la cucaracha.
Entonces avancé”.
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