Eduardo Mitre tras la poética
del retorno y la nostalgia
Una lectura de Las puertas del regreso. Nostalgia y reconciliación en la poesía hispanoamericana (Plural, 2017) el nuevo libro de Eduardo Mitre, un lúcido ensayo seguido de una antología de 26 poetas cuyas obras se vieron atravesadas por la ausencia y el regreso.
Martín Zelaya Sánchez
En su libro Viajes y
otros viajes, Antonio Tabucchi escribe: “posar los pies en el mismo suelo
durante toda la vida puede provocar un peligroso equívoco, el de hacernos creer
que esa tierra nos pertenece”.
La ausencia -voluntaria, eventual; obligada, definitiva-, el
regreso y, por consiguiente, la permanencia (arraigo o fugacidad) son temas
trascendentales a la poesía de todos los tiempos -junto con muy pocos otros;
amor/desamor, vida/muerte, etc.- y Eduardo Mitre, versado como pocos en la
reflexión en torno a la poética -más allá de su innegable valía como vate- nos
presenta un precioso libro dedicado a esto: Las
puertas del regreso. Nostalgia y reconciliación en la poesía hispanoamericana
(Plural, 2017).
“Este libro -explica el orureño en el prólogo- es un viaje
por la experiencia del retorno en las obras de poetas hispanoamericanos
contemporáneos. Va de Ramón López Velarde hasta autores como Pedro Shimose,
Raúl Zurita y Jorge Galán, pasando por Huidobro, Neruda, Paz y otros clásicos
de la poesía hispanoamericana de vanguardia”.
Pero además del estudio riguroso de estas búsquedas e
intereses (ausencia-retorno) en poemas de 26 autores, Mitre, como bien nos
tiene acostumbrados en libros como Pasos
y voces, ofrece además una segunda parte con una antología en la que recoge
las creaciones que lo inspiraron. Por ejemplo, No vive ya nadie, del enorme César Vallejo:
“-No vive ya nadie en
la casa -me dices-; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen
despoblados. Nadie ya queda, pues todos han partido.
Y yo te digo: Cuando
alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está
solo...”.
Vamos a trazar una breve lectura de las lecturas -valga la
redundancia- de Mitre sobre los cuatro poetas bolivianos incluidos en el libro:
Octavio Campero Echazú, Jaime Saenz, Pedro Shimose y Jesús Urzagasti, pero
antes se hace necesario identificar rastros de ausencia y retorno en la vida y
obra de este orureño de nacimiento, cochabambino de crianza y residente hace ya
varias décadas en el exterior. En su artículo “La suma poética de Eduardo
Mitre”, en el que Adolfo Cáceres Romero hace un sucinto recorrido por la
trayectoria de su amigo, escribe:
“…Cochabamba era el vacío, la
ausencia sin esperanza; pronto emprendió su primer exilio voluntario, en parte
siguiendo el recorrido de [Edmundo] Camargo, sobre todo en Francia. Estuvo en
Niza, hasta 1968, año en el que estalló la rebelión estudiantil; entonces, el
Gobierno hostigó a los estudiantes hispanoamericanos. Mitre tuvo que abandonar
ese país. Feliz retorno para nosotros. Puso en escena, en el teatro Adela
Zamudio de Cochabamba, su poema escénico Pastor
de una ausencia, que nunca fue publicado”.
“Morada abre sus páginas con una cita de Octavio Paz: “es el centro
del mundo cada cuarto”, verso muy significativo, por cierto, por cuanto el
“cuarto” es la “morada” con la que Mitre anima recurrentemente varios de sus
poemas, pues de algún modo le hace dueño de un espacio recobrado, a fuerza de
vivir de sus añoradas experiencias, entre las cuales están: su hogar, sus
libros y autores favoritos (…)”.
Los bolivianos
Después de repasar las “idas y venidas” en la vida y poesía
de López Velarde, Mistral, Vallejo, Huidobro y Borges, Mitres recala en Octavio
Campero Echazú. Se detiene en el poema Porque
van diez años, un relato del desarraigo del migrante que parte en busca de
un mejor destino (laboral, económico) y al volver a Tarija se hace patente su
triple pérdida: de identidad (no se reconoce más), de reconocimiento (no lo
aceptan más) y de amor (no lo esperan más).
“Porque van diez años
/ que dejé mi tierra, / ya nadie me quiere / conocer siquiera”.
Luego viene Jaime Saenz con su La piedra imán, “una experiencia de regreso o de varios regresos” a
la eterna y única (para él) La Paz. Centrándose en especial en el capítulo XXV
de esta prosa poética, Mitre identifica la imagen e idea predominante de “reincorporación”,
palabra que aunque aparentemente daría cuenta de una contraposición al retorno
fallido de Campero Echazú, en el fondo no. El pasado permanece, pero no existe;
solo es memoria, solo es rememoración, un espectro, una irrealidad para el que
vuelve, para el que intenta volver a él. A fin de cuentas, reflexiona Mitre,
“el regreso al pasado es imposible, pero el pasado es decible, evocable,
representable. El deseo apela a la escritura como a una piedra imán que lo
atraiga al presente, y eso es lo que hace Jaime Saenz en su gran obra poética y
narrativa: escribir (revivir) la ciudad y los habitantes de su infancia y
juventud…”.
“Vuelvo de años. / Ya
todo lo había olvidado, ya nada recordaba. / Y he aquí que ahora las cosas
vuelven a ser las de antes, / y ya todo…”.
El tercer boliviano incluido en Las puertas del regreso es Pedro Shimose, a quien no duda en
calificar de “poeta del exilio”. Se vale Mitre de varios poemas del beniano
para destacar dos signos que marcan sendas etapas en su ars poetica: el dolor por la expulsión y la añoranza de su patria,
y experiencia agridulce del retorno (momentáneo). Al contrario de Campero
Echazú y Saenz, más pendientes de lo territorial-espacial, Shimose escribe
siempre con el trasfondo del amor y un evidente “sentimiento de ajenidad”
debido a la apropiación que en largos años hizo ya de su nuevo hogar, de su
nueva patria de acogida, a la que, desde luego, también extraña-deja-retorna.
“Nostalgia doble -escribe Mitre-: espacial por Madrid y temporal por la
juventud, ligadas ambas a una presencia: la esposa”.
“A 10.000 kms. de ti,
descubro / a un hombre / acostumbrado a otro país, / a otra ciudad, / a otras
amistades. / Mi país: / humo de nostalgia, / casi un sueño…”.
Finalmente está Jesús Urzagasti. “Poeta del viaje -escribe
el autor-, Urzagasti también lo es de la
permanencia, del viaje interior, de las raíces”. Como todo buen lector tanto de
los versos como de la prosa del chaqueño, a Mitre le es fácil identificar una
constante: el verbo “volver” como señal no ya solo del retorno, sino en esencia
del desprendimiento. De Campo Pajoso al monte chaqueño, del monte chaqueño a La
Paz, y de La Paz al mundo. Un periplo crucial, permanente, repetido… pero
siempre con pasaje de retorno.
El trasfondo, el eje tangencial -a no olvidar- es siempre la
muerte, viaje final y definitivo. El único sin retorno.
“No caminaron en vano
los que un día partieron / aquí están de vuelta con todas sus palabras / y con
un silencio muy antiguo en la mirada. / Pensé que nos íbamos a extraviar en el
gran mundo / creí que todo se extraviaría en el gran ruido de los días / y que
la noche nos esperaría con otra fachada / de modo que sufrí sin anticiparme /
al milagro de las pérdidas…”.
--
Epílogo
(Fragmentos)
Eduardo Mitre
(…) La figura arquetípica de Ulises propicia varios poemas
de la selección, de manera más directa y recurrente en Borges y en Montejo, y
va implícita en Raúl Zurita al enfrentarse al mar de desaparecidos de su
patria. En los tres poetas, Ulises constituye un modelo afirmativo de la
condición humana. Contrapuesta a la exultación del héroe, Olga Orozco asume una
perspectiva crítica que proyecta sombras sobre el héroe, asimilándolo a la
codicia, a la conquista del poder. Ulises ejemplificaría la hibris o desmesura tan reprobada por la
filosofía y los trágicos griegos. (…)
En la mayoría de las experiencias del regreso predomina la
decepción, el chasco derivado del choque entre la realidad añorada y la
reencontrada, de tal manera que en casi todas se cumple el aserto que inspiró
este libro: el mal del exilio es la nostalgia; el mal del retorno, la
decepción”. La llegada comporta casi siempre un trauma por el carácter
fantasmal que reviste el espacio del retorno y el consecuente desconcierto que
se apodera del sujeto ante una realidad cambiada al punto de serle irreconocible.
El regresado pisa un territorio minado de interrogaciones referentes tanto a su
identidad como a su entorno transformado o trastornado: ¿Dónde estoy?, ¿a qué
he venido?, ¿quién soy?, son preguntas recurrentes tanto en los poemas de
Huidobro y Neruda como de Paz y Eugenio Montejo.
Territorialmente hablando, en varios poemas el retorno no
traspasa el umbral de la casa, sino que se detiene a la puerta o en los
alrededores, en el paisaje que la circunda. De ahí el suspenso o final abierto
en que concluyen varios de ellos. Lo que sí hay, propiciadas por el retorno,
son rememoraciones de la casa y de la infancia. En rigor, son reminiscencias:
escenas y escenarios súbitamente alumbrados por la memoria en los cuales el
sujeto vuelve a ser niño por un instante que se disipa ante la conciencia de la
“blanca tempestad del arena”, que es el tiempo irrevocable e irreversible. Sin
embargo, hay excepciones: la primera, la más clara, es la de Borges, en quien
el regreso es un júbilo pausado. Otra es Regresó
el caminante, de Neruda, cuyo vitalismo postula a una reconstrucción acorde
con el progreso, y a una recuperación de su Temuco natal; finalmente: El estanque colmado, de José Galán,
remata esa senda venturosa. La excepción más compleja y rica: la de Octavio Paz,
por las múltiples perspectivas que abraza su escritura del retorno. Igualmente
destacable la oscilación que distingue a los retornos en Benedetti y Pedro
Shimose, en quienes al debate interior, incluso al rechazo que suscita el
retorno, le sucede la reconciliación. (…)