Ese destello entre naturaleza y muerte
Adelantamos algunas pistas sobre El destello, cuento con el que Claudia Peña Claros acaba de ganar el Franz Tamayo, uno de los premios literarios más prestigiosos del país.
Martín Zelaya Sánchez
La muerte como
realidad y como rutina inevitable, pero también como desgarrador adiós. El
proceso, el camino, el lento avanzar hacia ella; su inminencia, duración y
consecuencias. Todo en un cuento más bien breve, pero inmenso en su abarcar y
en su milimétrico diseño. Así es El
destello, con el que Claudia Peña ganó el Premio Nacional de Cuento “Franz
Tamayo” 2016.
“…un cuerpo se asoma al abismo pierde tierra y
empieza a caer, inútiles los poderosos músculos, los pies en el aire, el
minúsculo rozar de la tierra ahí abajo…”. Una reflexión, desde un ángulo pocas veces explorado, el del
protagonista del fin, sobre la fugacidad y la insignificancia de una vida en la
totalidad del tiempo; y, claro, por el contrario, sobre su inconmensurable
valía en el punto y ámbito precisos. “Una experiencia casi física respecto a
cómo alguien a quien amas empieza a diluirse, a resbalarse de entre tus dedos
hasta desaparecer”, explica Peña.
Pero también es, El destello, un canto a lo natural,
bucólico; a la pureza y libertad propios hoy de solo muy pocos espacios. Es,
por tanto, una evocación un retorno pendiente (o definitivo).
“…los árboles, que todo lo ven, parecían
suspendidos en el aire ¿sienten apego los árboles? cuántos años habrán tenido.
ya estaban ahí antes de la casa, antes de las vacas y sus mugidos, antes de las
cadenas y los desbrozadores. por sobre esos árboles habían pasado muchas
lluvias y muchos vientos lunas, y cuando había el bosque, animales salvajes
también los ritos las jaurías los meses de criar de cazar la violencia de
buscar la vida…”.
En “Leer y dejar
decir”, un ensayo que preparó para las III Jornadas de Literatura Boliviana de
septiembre pasado -y que se reproduce en este número de LetraSiete-, Claudia
escribe, como adelantando su destello:
“Escaparte, expandirse, corromperse,
amar. Leer es también resistir, como resisten contra el frío o contra la
muerte, o contra el tiempo, los personajes de Jack London, tan llenos de
fuerzas primigenias y básicas. No como nosotros, que queremos ser dioses que no
sudan y prendemos el aire; dioses que no envejecen, y nos encremamos y
ejercitamos; dioses que no esperan, que no sienten dolor, que nunca están
tristes. Aquellos hombres, en cambio, tienen sed de vida, hambre de persistir,
y eso los hace míticos, aunque siempre pierdan, porque al final y al cabo
siempre somos lo que somos nomás”.
Y es que además de
muerte y naturaleza, este cuento, que en los siguientes meses será publicado
por Editorial 3600, en un libro que además reunirá los relatos finalistas del
concurso, es también un canto al sueño, lo onírico; a la memoria, lo
trascendental y a los sentidos, nuestra herramienta para disfrutar y sufrir
este tránsito breve entre la inexistencia inicial y la definitiva.
Que Claudia Peña hable
ahora.
- ¿Cuánto calan en Claudia persona las historias que concibe y plasma
Claudia escritora? Seguro que en un momento “ambas Claudias” son indisolubles,
pero quisiera que hables un poco de cómo asumes la labor de escribir ficción,
crear tramas, personajes y escenarios (tienes publicados cuentos y novela) y
por otro lado para escribir poesía, imagino, hay que lograr otro estado
interior…
- Yo siento que ahora
no puedo escribir poesía, por dos razones. La primera, porque he aprendido a
leer poesía y he tenido acceso a algunos textos que me dejaron sin habla.
Entonces veo lo que hice antes en poesía y me parece muy pequeño (lo digo con
amor pero también porque es necesario reconocerlo). La segunda, porque siento
cosas gigantes y complejas y dolorosas dentro de mí, y no encuentro las
palabras para decir todo eso, no me alcanza. Y en la poesía, o lo dices o mejor
te callas.
Lo que me sucede con
la Claudia que escribe es que está muy adentro y es muy íntima, entonces todo
el tiempo se esconde. Hay que protegerla siempre. Pero sabe cosas que yo
ignoro, y escribe para que yo pueda entender, y porque le gusta. Pero la que
escribe no arma tramas ni personajes, sino que se deja llevar. Es instinto,
irresponsabilidad, capricho.
- Me llama la atención en El destello la reflexión sobre la
muerte, que no es a la manera clásica del misticismo saenzeano, por mencionar
algo, sino en este caso del momento previo, el último suspiro de vida; la
certeza e inminencia, e incluso la especulación de lo que vendrá cuando uno (el
personaje, en este caso) ya no esté.
- Yo creo que eso se
debe a que el cuento nace desde una profunda necesidad personal de procesar
experiencias personales recientes; una experiencia casi física respecto a cómo
alguien a quien amas empieza a diluirse, a resbalarse de entre tus dedos hasta
desaparecer. Entonces no me interesa la muerte como trascendencia o como
nacimiento, sino que la abordo desde la experiencia concreta, real, corporal, y
por eso total y totalizante.
Cuando una persona
muere, muere un mundo. Ese es el tamaño de la angustia y de la pérdida que me
interesa decir. Pero también, es apenas un hombre; ¿qué es un hombre en la
inmensidad del universo? Y eso también debía ser dicho.
- Indudablemente también está muy presente en
tu cuento la naturaleza, el medio ambiente salvaje, puro, genuino que, claro,
remite más al oriente del país, de donde vienes, que a la gris urbe donde vives
hace ya varios años, y donde, eventualmente, tuviste que alejarte de la
literatura. La literatura es experiencia vicaria, la literatura nos permite
volver, o acaso, no marcharnos nunca…
- No sabes cuántas
veces, siendo ministra, deseé, rogué a los dioses, a la palabra, para que me
permita volver. Tenía mucho miedo por haber faltado a mi compromiso con la
palabra, y que por eso ella me oculte su rostro para siempre.
No sé cómo funciona
con otras artes, pero en el caso de la escritura se trata de empezar de cero en
cada texto. Porque siempre, al abordar un nuevo trabajo, nada de lo que hayas
hecho antes sirve, no te garantiza nada. Yo escribo. En tanto escribo, soy.
Entonces solo cuando logro cerrar un texto puedo respirar. Lo demás es anhelo,
espera, paciencia, culpa.
Y tal vez eso explique
un poco lo del ambiente rural del oriente. Mi infancia ocurrió en ese ambiente,
por lo que es lógico que en ese mundo me sienta segura y contenida. Si escribir
es crear un mundo de la nada, a partir de un espacio en blanco, tal vez una
cábala contra la angustia que eso produce sea el retorno constante a los
lugares de la infancia.
- Finalmente, para hablar del estilo, ¿qué
buscas con recursos poco comunes como no usar mayúsculas o enfatizar algunas
imágenes o conceptos dejando palabras o frases breves sueltas, a modo de verso?
- La intención es que
el cuerpo del texto también refleje esos momentos, donde todo agoniza y se
resquebraja, donde no hay fuerza para puntuar, para enlazar las palabras. El
agotamiento, la respiración entrecortada, el entumecimiento, la creciente
levedad, todo eso también debe estar en la corporalidad del texto.