sábado, 26 de marzo de 2016

Ensayo

René y Marcelo, vidas paralelas



El autor del flamante libro René Zavaleta Mercado. El nacional-populismo barroco (Plural, 2015), y que en 2010 también presentó El socialismo vivido, biografía de Marcelo Quiroga Santa Cruz, se detiene en los escasos encuentros y muchas distancias entre ambos intelectuales.


Hugo Rodas Morales 

La similitud que más nítidamente creo haber entrevisto entre Marcelo Quiroga Santa Cruz y René Zavaleta Mercado se refiere precisamente a la trayectoria intelectual de ambos, a lo que se llama “autonomía intelectual”, el proceso de individuación mediante el cual una persona puede asumir su propia conducta, “intelectual” en el sentido de adoptar ciertas certezas (o dudas) antes que otras.
Ambos logran tal autonomía fuera de Bolivia, hacen productiva su condición de exilio: Quiroga muy joven, en Santiago de Chile, donde escribe Los deshabitados en 1957 y proyecta su actividad política independiente como demócrata cristiano (dos décadas después hará algo semejante desde México, en una línea definidamente marxista-leninista).
Zavaleta cumple esta maduración personal y teórica en Montevideo, cuando Uruguay pasaba por un periodo de bonanza y auge cultural, donde recibe la influencia de los nacionalistas argentinos de entonces, y escribe su primer libro en 1965, que primero se llamó El crecimiento de la idea nacional.
Me parece significativo inferir que no es, no puede ser, en la agitación política local, donde avizorar mejor un proyecto distinto para Bolivia, por la sencilla razón de que nuestras carencias exigen nuestra participación, impidiendo la observación distanciada. La indolencia no es una alternativa.
En cuanto al devenir personal de Zavaleta y Quiroga, me parece inevitable tener que decir que se trata de caminos paralelos en el sentido de que nunca se juntaron:
El de Zavaleta Mercado, que desde el diario movimientista La Nación injuria con especial dedicación a Quiroga Santa Cruz, a su familia y a todo su entorno social cercano o ficticio en 1960 y que, cualquier crítico estará de acuerdo, no entiende lo que rechaza: Los deshabitados, la serie de artículos “La victoria de abril sobre la nación”, una revista cultural dirigida por Quiroga, lo que llama demoformalismo; todo sería lo mismo e igual a Rosca. La influencia de Augusto Céspedes sobre Zavaleta, era percibida desde la prensa no oficialista, como una subordinación que disminuía su personalidad.
El otro, el del escritor-de-prensa que pudo expresarse al caer el MNR, brillaba tanto -la expresión es de René Barrientos, que resentía así la oposición democrática del diario El Sol a su despotismo y el de su secretario Fernando Diez de Medina, del MNR- que era portavoz plural de la sociedad.

Publicó, entre otros, un informe de una Comisión Investigadora nacional sobre la corrupción en el triple periodo gubernamental del MNR, que incluía a Zavaleta, Guillermo Bedregal, Augusto Céspedes y otros del entorno de Paz Estenssoro, en el manejo supuestamente doloso de “Gastos Reservados”.
Tampoco en el confinamiento común (Madidi, 1968) se pusieron de acuerdo; una polémica sobre dos fechas de la Revolución Francesa era lo que recordaba Quiroga, de acuerdo a su esposa Cristina Trigo. Zavaleta expresó su sorpresa por la detención de Quiroga, como si éste fuera inmune, en anécdota cuyo recuerdo se debe a su esposa, Alma Reyles.
La práctica política de Zavaleta enriquece la muy curiosa conducta “revolucionaria”, consistente en continuar “lo que hay”, por muy deplorable que sea; un ejercicio insólito para la mera lógica, pero no para la política del populismo. Así, cuando en 1964, el exministro de Minas y Petróleo y entonces diputado, Ñuflo Chávez, solicitara un informe sobre Gulf y el desnacionalizador Código del Petróleo al exdiputado Zavaleta (en 1962), entonces titular del despacho ministerial indicado, éste último le devolvió la responsabilidad de legislar contra el Código execrado por ambos, restando toda responsabilidad a su ministerio: “Tenemos que sujetarnos a la ley que existe en este momento” (16 de septiembre de 1964).
Contra la práctica “nacionalista”, divorciada por completo del discurso furibundamente antiimperialista -por un rol burocrático que Zavaleta admitiera deber a Paz Estenssoro, en carta a Mariano Baptista Gumucio del 10 de septiembre de 1962- Quiroga insiste en algo que no fue indiferente a Zavaleta cuando, una década después, admitida por Gulf su política de sobornos en Bolivia, el dirigente socialista exiliado igual que Zavaleta en México, escribe que “detrás del fantasma de Barrientos” -que había fallecido y aparecía convenientemente como “el único culpable”- estaban todos aquellos exfuncionarios que favorecieron una política petrolera antinacional. Zavaleta respondió criticando sintomáticamente, no a Barrientos sino a Ovando.
El recuento podría hacerse muy extenso: baste señalar que la Gulf fue nacionalizada y derogado el Código del Petróleo del MNR por Quiroga y desde el Ministerio de Minas y Petróleo, en los primeros meses del gobierno de Alfredo Ovando (1969), renunciando al año siguiente; que próximo a ingresar a la Asamblea Popular por el Partido Socialista (donde el MNR había sido proscrito), Quiroga criticó la impostura del naciente MIR en el que Zavaleta participara; que en el exilio, donde ambos eran perseguidos por regímenes fascistoides, Zavaleta acusaba en reserva de “extremista” a Quiroga.
De modo que la distancia se debía a una historia de oposición ideológico-política evidente. Que Quiroga Santa Cruz fuera Marcelo para las masas debió ser para Zavaleta, como para el MIR, el PCB y gran parte de la izquierda boliviana de entonces, proclive a cualquier acuerdo burocrático, insoportable: lo muestra, en el caso de Zavaleta, el título y contenido deliberadamente falaz de un capítulo de Las masas en noviembre  denominado “Quiroga Santa Cruz”.
Suele caricaturizarse de modo simplista la relación entre ambos, como ejercita recientemente Carlos Toranzo (en la videoteca sobre “Historia de Bolivia”, del Instituto Prisma): “Amores y disputas” dice, pero solo puede rememorar lo segundo: Quiroga habría observado la sintaxis de Zavaleta; éste, el escaso conocimiento teórico de aquél.
La explicación sin embargo no es obvia (ni ejemplar la del mediador: “Los dos eran unos ignorantes de vida cotidiana: de fútbol”). Entiendo que Zavaleta pertenecía a una clase media muy pobre y que, como es casi regla, creía en el ascenso social mediante el saber, buscándolo de modo individual y con objetivos elitistas declarados; las formas no le importaban más que la satisfacción de impulsos propios.
Quiroga, no conocía a través de lecturas tanto o mejor que mediante cierta distinción tradicional casi extinguida y que era el aire en el que había crecido, su “capital cultural”; ignoraba la pretensión del prestigio intelectual y por tanto podía prescindir de sumar citas. El mérito mayor como esfuerzo intelectual, me parece, le corresponde a Zavaleta, pero nadie ha dicho hasta hoy que su vida hubiera sido admirable y podemos suponer razonablemente, que su diario personal no será publicado por su familia jamás. En el caso de Quiroga, no precisa repetirse lo que su vida y obra fueron, al unísono, para los bolivianos.




Ensayo

Sobre las lecturas de Zavaleta

Prólogo del libro René Zavaleta Mercado: El nacional-populismo barroco (Plural, 2016) de Hugo Rodas, que se presentará la siguiente semana en La Paz.



Mauricio Souza Crespo 

La diosa Fortuna
Sobre René Zavaleta Mercado -que acaso sea el más importante ensayista boliviano del siglo XX, como Gabriel René-Moreno, su ídolo, lo fue del XIX- tal vez ya se pueda hablar de fortuna crítica (para, claro, celebrarla). Porque son pocos, muy pocos, los autores que en la historia de nuestra cultura han merecido -como él- tal sostenida atención y perseverancia exegética (devota u hostil, poco importa).
Este interés por Zavaleta Mercado se distingue además porque ha provocado, con una frecuencia inusual para Bolivia, la real lectura de su obra -algo que difícilmente sucede con una parte considerable de lo que sobre René-Moreno o Villamil de Rada o Tamayo o Arguedas se ha escrito: a menudo expresiones de la encomiástica o la diatriba poco o nada preocupadas con la especificidad de un pensamiento-.
En suma: sobre Zavaleta no solo hay una bibliografía, sino que los textos que la conforman son por lo general legibles, interesantes, no pocas veces lúcidos.

Las lecturas de Zavaleta
Las interpretaciones de la obra zavaletiana pueden ser organizadas en dos grandes destinos: por un lado, es cierto que muchos de sus textos han sido leídos bien; por el otro, también abundan los abusos e instrumentalizaciones. Del abuso de su obra, además de señalar que existe y que últimamente amenaza con convertirse en una pequeña industria, difícilmente es posible intentar generalizaciones que no sean sociológicas. Son abusos que corresponden a los riesgos de toda lectura y que van, en este caso:

a) desde las instrumentalizaciones para-estatales de conceptos (como la banalización de abigarramiento, que deviene una categoría celebratoria, del tipo: “¡Ay qué lindo, qué abigarrados que somos!”; o como la del concepto de Estado aparente, que nombra ahora, en las fantasías del populismo corporativo, aquel Estado no entregado a una insaciable centralización autoritaria);
b) hasta las críticas liberales de Zavaleta Mercado, un tanto innecesarias pues comprueban simplemente -aunque monten un espectáculo histérico con su “descubrimiento”- que Zavaleta era marxista (y, por lo tanto, poco inclinado a compartir los dogmas liberales de estos alarmados intérpretes).

Felizmente, la mayor parte de las lecturas de Zavaleta no son abusos y, de hecho, son útiles. Y puesto que ha corrido el rumor de que su obra no es fácil -i.e. que requiere de explicaciones-, esas lecturas son incluso imprescindibles. Algunas son exégesis puntales (como las de Luis H. Antezana), otras son totalizadoras (como la de Luis Tapia), pero comparten, a pesar de sus estilos y ambiciones diversos, una misma pulsión descriptiva, casi pedagógica: quieren explicar a Zavaleta.

La diferencia de Rodas
En este libro, Hugo Rodas también quiere explicar a Zavaleta Mercado. La suya es una explicación que busca su diferenciación en por lo menos tres gestos:

a) Es sostenida e inmisericordemente crítica con la obra de Zavaleta, obra en la que identifica límites, renuncias, parálisis y retornos vinculados a lo que llama “el nacional-populismo”.
b) Presta atención a la construcción escritural, a la cuestión del estilo (barroco) de Zavaleta, que no es, en su lectura, mero obstáculo (o defecto) que habría que despejar del camino sino principio constitutivo de la manera en que los conceptos (o metáforas) son creados. Esta atención, habría que añadir, es el resultado de una lectura minuciosa, de esas que resultan de un regreso (de una vida entera) a los textos.
c) Aborda, por vías más bien múltiples, la relación entre vida y obra. Este libro es, por eso, no solo una explicación de los textos de Zavaleta sino su biografía político-intelectual.

De su fervor crítico (a) y de su atención a la escritura de Zavaleta (b) -diferencias de la lectura de Rodas que el lector puede explorar a su antojo y en detalle leyendo este libro- no diremos mucho en estas líneas prologales. Bástenos señalar que ese su impulso crítico no pocas veces es alimentado por los vientos de la polémica y que se sabe algo especulativo (aunque, casi siempre, plausiblemente especulativo). Y que su atención al “barroquismo” discursivo de Zavaleta va mucho más allá de señalar que “escribía en difícil” para rastrear aquello que ya Zavaleta había notado en Marx, es decir, que “la expresión tiene su propia misión hacia la ciencia, pero también una misión política”. (Y difícil no pensar aquí, respecto al “problema de la expresión”, que Rodas, en su escritura, se inclina mucho más -por sus preferencias agónicas y digresivas, no lineales- al estilo de Zavaleta que al de Marcelo Quiroga Santa Cruz, escritor y político al que admira casi sin reparos).

Obra y vida de Zavaleta
Si algo diferencia la lectura de Rodas es el principio mismo que la organiza y hace posible: la articulación explicativa de vida y obra. O, si usamos los términos de Rodas, más precisos, la idea que preside su explicación de la producción teórica de Zavaleta es que es una productividad que corre el riesgo de no ser entendida si la separamos “de elecciones personales alrededor de una práctica política militante”.
En ello, Rodas no se aparta de Zavaleta, para el que siempre fueron significativas las elecciones no solo de la clase sino del individuo. No habría en esto tan solo el reconocimiento de las maneras en que la praxis califica una teoría, sino además el hecho clásicamente moderno de que “ser es elegirse” (frase de André Gide que Zavaleta citó más de una vez y que Rodas destaca).
La respuesta a la gran pregunta de Rodas –“¿cómo deberíamos entender las relaciones entre vida y obra en Zavaleta?”- es, con innumerables matices, bastante clara: la de Zavaleta es la historia, dice, de “un hiato insalvable entre el discurso y la práctica política, es decir, entre el nacionalismo revolucionario y aun la teoría marxista y su involución política conservadora hacia la ideología del nacional-populismo”.
Esta, la del hiato insalvable, vendría a ser así como la figura emblemática de su interpretación, que no por nada acumula sinónimos para nombrarla: es el impasse, el punto ciego, el sentido esquizoide, el divorcio, en Zavaleta, de teoría y práctica.
La hipótesis explicativa de Rodas sería una simple postulación biográfica, una mera relativización (del tipo: “de la teoría al hecho hay mucho trecho”) si no fuera porque conduce hacia efectos teóricos e historiográficos interesantes.
Por ejemplo, nos obliga a pensar los momentos de la producción conceptual de Zavaleta no como organizados en una progresión evolutiva (hacia el “marxismo crítico” del final de su vida) sino en una circular y continua relación de tensión, de constante retorno contradictorio a los mismos traumas (i.e.: a su culturalismo y nacionalismo juveniles). Y nos exige imaginar que ciertas especificidades políticas quizás relativicen los alcances de lo teórico (¿por qué Zavaleta no discute, en su texto más famoso sobre el fin del Estado del 52, el papel de sus excamaradas Bedregal y Fellman Velarde en la Matanza de Todos Santos de noviembre de 1979?). O hace posible que entendamos algunas categorías como una sublimación de su aceptación de límites conservadores: la discusión obsesiva del bonapartismo, por ejemplo, sería un intento de conciliar o velar su nacional-populismo,  sería una resignación al pacto y a la conciliación, sería una renuncia.

En todo esto, lo que regresa (¿como la obra misma de Zavaleta y su buena fortuna durante el “proceso de cambio”?) es aquel muerto viviente que, pese a los anuncios necrológicos, parece no querer resignarse a su entierro: el nacionalismo revolucionario. Un horizonte que -más allá de aquello que Zavaleta, casi disculpándose, llamó “los padecimientos de la militancia”- lastra como los muertos, cree Rodas, el marxismo del mayor ensayista boliviano del siglo XX. 

Poesía

Pasos para llegar a un dios que sabe bailar



Texto que el autor preparó a propósito del reciente libro de la poetisa Vilma Tapia Anaya


Gary Daher 

Vilma Tapia Anaya nos presenta su reciente poemario La hierba es un niño, una nueva propuesta que a pesar de su alto contenido de sesgo espiritual no se aleja de la línea de alta calidad poética a la que nos tiene acostumbrados.
En este sentido, el trabajo se sostiene como aquella voz que va en busca de lo esencial, esta vez desde una posición definida, el hinduismo de los grupos llamados Hare Krishna. Punto desde el cual nos habla en el poemario que presentamos hoy. Y este espacio poético va a ser construido como un reducto de lo mínimo, y con una actitud de sumisión hacia lo alto, quiero decir hacia Dios. Como la misma poeta nos dice cuando se abre el libro Desde el inicio más humilde de un camino, ofrezco este libro […].
En La hierba es un niño, rótulo del volumen que nos ocupa, y que, como los títulos a los que nos tiene acostumbrados es un verso en sí, la historia que trazan los poemas transita o surca un tránsito. Y se podría decir que ese tránsito es permanente, ya que, en el estilo de la poeta, los textos carecen de punto final. Hay como una necesidad de que la palabra no se detenga, fluya constante para recordarnos que todavía estamos en ese río, el río de las palabras.
Así el trabajo está formado por dos partes. “Pasos” con 24 poemas que se escriben como estableciendo el grado primario o primigenio de ese transcurrir que se quiere mostrar, y “Transparencias ascendentes” con 9 poemas, que se desgranan como quien ha encontrado el inicio de una vereda empinada y está dispuesto a ascenderla.
Entonces, sin apartarse de esa manera poética, digo del fluir, la poeta apenas abrimos el texto, en el primer poema, nos habla de ríos de luz de peces encendidos como solaz para los pies desnudos, pues así parece ser la única manera de ingresar al territorio donde la hierba es un niño, mientras el afuera golpea con su granizo prematuro y el huracán azota los refugios, naturalmente refiriéndose a la dura cotidianidad que a todos nos aflige.
Esta poderosa introducción dicha desde la intimidad, desde la delicada intimidad donde hay sueños / y presentimientos / brotan a la sombra del primer helecho / y nuestros pies desnudos / deambulan empapados / perplejos ríos de luz, es la manera en que se puede expresar lo inexpresable. Vilma Tapia Anaya nos invita a penetrar el mundo de las epifanías, no necesariamente religiosas, que sí las hay, pero generalmente emergentes de la tierra, de la naturaleza.
Sin embargo, en este caso de obertura, todo ese conjunto: cuerpo, palabras, sueños, presentimientos, luz, termina en una curiosa imagen que ella misma nombra como florecimiento, un florecimiento de sacrificio, estallas en sangre en el entrecejo del amante. Versos que nos recuerdan a San Juan de la Cruz y su amada en el amado transformada. Hijo de aquél hermosísimo poema el Cantar de los Cantares del autor bíblico. Ingresando Vilma Tapia Anaya de esa manera a la tradición de la poesía mística, donde el sacrificio transforma a la anhelante en el ojo clarividente, o tercer ojo del divino amante.
Pero alcanzar ese sitio de la siguiente grada espiritual, por lo visto, exige una serie de pasos, de ahí el nombre de esta primera sección. Refiriéndose a actitudes, trabajos y enseñanzas que moldean al neófito para alcanzar la realización deseada.
Actitudes, tales como el vegetarianismo, en los poemas La niña y Te cubres, o como la necesidad de mantener el pudor para con la narración de las vidas íntimas, a través del poema Derrida. Y los trabajos, en este caso muy principal, el trabajo de doblegarse como en el poema Trébol donde se muestra la imagen de la humildad requerida para hacerse uno con la hierba:
Inclina el viento, ya sin demasiado dolor, vértebra por vértebra, el húmedo tallo del trébol. Su diminuta sombra trae esta paz. Unos minutos. Detenidos.
Este tránsito está signado también, muy caro a Vilma Tapia Anaya, por la enseñanza que dejan en ella las mujeres del pueblo. En el poema El mundo y el sol han tejido los Q’ero. Hay humildad ante la grandeza de la montaña nevada, y una potencia que viene del interior, que llora por la clave perdida:

La línea de enfrente es la montaña mayor
en el ocaso sus nevadas cumbres
se elevan
muerden un bocado de cielo
entonces las mujeres cantan
mantienen la mirada baja
se cubren con finos sombreros

lloran la sortija perdida
el templo de llave pequeña
lloran espigas pétalos alegría
dicen que han venido que tienen vivo el corazón

No podemos evitar conmovernos ante la imagen espiritual tan nuestra que el poema revela, recuperándonos acaso del extravío y de la errancia en la que andamos.
No cabe duda entonces que en estos “Pasos” se descubren momentos en los que la poeta practica un acto de consciencia de la recepción de las cosas, haciendo que el universo ingrese como revelación a través de una imagen. En este universo, los otros seres de la naturaleza, las montañas, el viento, la lluvia, los árboles, nos reciben. Son seres cordiales, atentos, no se inmutan con nuestras impertinentes miradas.
O como en el poema El aguacero, para representarnos cómo el elemento lluvia se hace uno con los habitantes. Hay un ambiente que lo transforma todo en femenino, que lo cubre todo: la lluvia, la niña negra, la felicidad, y así se transforman el goteo y el canto. Y, cómo no, encerrando la figura planteada, la madre, que vigila un poco más lejos.
Todo el territorio de los pasos iniciales parece converger en el poema Canción post mortem Śrīla Gurudeva, de características oníricas.  Aquí el cadáver se presenta con una descripción extraordinaria:

Tu cuerpo
el peso de la muerte
en tu cuerpo

En los músculos y los huesos desanimados
de tus piernas
en la casta languidez de tus brazos

Ella, representante de la que se inicia, espera, dormida y preñada como esperando dar a luz. Esta mujer en cinta se despierta gracias a la proximidad del cadáver. Traían el cadáver hasta el lecho de la durmiente.
Nada se puede ante la muerte pues: imploré que tus ojos alejándose / me miraran. Una acción, la del mirar que es inútil porque se le pide a un cadáver.

Arrodillada
me expuse

Entonces asistí a los que cargaban contigo
les supliqué que te depositaran en mi lecho

En esta piedra

Sorprendentemente la que se inicia pide que se deposite el cadáver en el lecho de la parturienta. Mismo que es una piedra.
Esta imagen onírica nos revela y nos oculta, queriendo decir con ello que el lector se encuentra ante múltiples lecturas. Una de ellas nos dice que la parturienta está preparada para dar a luz, y que requiere de auxilio; pero en lugar del auxilio de la partera solicita el cadáver del amado, que no representa precisamente socorro en el trabajo de parto.
¿Representa el cadáver a la muerte mística que nos despierta? ¿Está la preñada necesitada de la muerte, extraño amante, para dar a luz? ¿Es la piedra el antiguo símbolo del sexo, como fue el PTR, PATAR, o Pedro, entre los gnósticos? ¿Discurren en estas imágenes oníricas líneas esotéricas que no sabemos o no queremos leer?
Acaso aquí sucede que la poesía mística se transforma en aquella llave del templo que las mujeres del poema El mundo y el sol han tejido los Q’ero lloraban perdida. Dejamos al lector el acertijo.
Este testimonio preparatorio parece estar concluido, y todo él nos refiere a una intimidad que no la deja partir, mientras la poeta exclama:

¿Lloras
mi señor?

¿Es que acaso estoy demorándome mucho?

La segunda parte denominada “Transparencias ascendentes” nos deposita en el espacio espiritual en sí, decidido por la poeta.
Un lugar, éste, el de las transparencias ascendentes, al que se llega luego de transitados los pasos, y donde se debe conseguir, en primera instancia, la limpieza y la pobreza arropada de cantos, la comunicación con los árboles, donde el árbol en Vilma Tapia Anaya es metáfora del cuerpo, pero un cuerpo alma como se lee en Transparencia IV, y la declaración del amor a Dios:

Transparencia III

Los muchachos nos preguntaban
de quién estábamos enamoradas
Con la sonrisa diáfana
humedecida por el vino del rubí
y de la rosa
mi amiga dijo:
de Dios

Se trata sin duda, del camino elegido, en este caso Hare Krishna, como se confiesa en el poema A la hora de la oración.
Este camino que se pretende iniciático tiene un nudo en el poema Así la naturaleza en la imagen del iniciado como un feto todavía unido a la naturaleza a través del cordón umbilical:

Nadie mordió el cordón umbilical: diamante… a veces bello
[…]
Sin embargo sin embargo en volcánicas huidas
Estallamos
y de nosotros florecen todos los caminitos
al cielo

Finalmente, y no se puede agregar nada a esta declaración teofánica, en el poema que da título al libro La hierba es un niño, la poeta nos muestra como el camino se reduce a lo mínimo, a la hierba, que es un niño. Es el Dios que sabe bailar. Los indigentes allí / intuimos la fragancia de sus rizos negros / Cuidamos el paso.
Acaso una metáfora nos pueda aproximar al profundo sentido de este secreto libro, la metáfora de quien cuida la humildad del prado íntimo, y obedece al viento que le enseña a encorvar la columna vertebral para recibir a ese dios que va ingresar con los pies descalzos. Un dios que sabe bailar, a quien nosotros mismos representamos para cuidar el paso, y no dañar la hierba (la hierba, imagen que nos revela) porque es un niño.




Letra sincrónica

Caraco y el caos

Breve presentación de Albert Caraco, un oculto escritor sefardí-francés-uruguayo. “No se trata de un incomprendido, olvidado o injustamente relegado, sino de alguien que se ha aislado por voluntad propia”, advierte Alan Castro.  

Alan Castro Riveros 

...en todas partes el futuro del orden será el caos, el orden ya no tiene sentido, no es más que una mecánica vacía...
Albert Caraco

Caraco
Albert Caraco (1919-1971) fue un escritor en lengua francesa de origen sefardí que nació en Estambul -ciudad donde se barajan Oriente y Occidente, y a la que él prefería llamar Constantinopla. Pasó su infancia entre París, Praga y Berlín, como hijo único de una pareja cuyo apellido cargaba una inalterable persecución.
Para rematar su carácter fugitivo, Albert, con veinte años -al inicio de la Segunda Guerra Mundial- cruzó el Atlántico para refugiarse junto a sus padres en Sudamérica. Habiendo pasado apenas por Honduras, la trinaria y rica familia Caraco llegó a vivir en Río de Janeiro y Buenos Aires, recalando finalmente en Montevideo -donde se nacionalizaron uruguayos.
En 1941, en Brasil, Caraco publicó su primer libro, compuesto por dos tragedias: Inés de Castro (basada en la historia de la noble gallega que fue exhumada por su amante, el rey Pedro I, para casarse y ser el primer cadáver en gobernar Portugal, pues después de ser muerta fue Reina, como dice Camões) y Los mártires de Córdoba (en torno a los cristianos mozárabes condenados a muerte por la ley islámica).
Este libro resulta un insólito inicio para la apabullante e indefinible obra de Albert Caraco. Sin embargo, aún habiendo sido escrita con rigurosas leyes de versificación -incluyendo una diatriba compuesta por una secuencia solapada de versos alejandrinos al final de Inés de Castro-, las piezas históricas elegidas por Caraco y esa curiosa injuria que resuena con un ritmo arcaico en la última estrofa (la cata-strophe) de su primera tragedia, dan la pauta del estilo fulminante, parco y epigramático por el que lo reconocemos hoy.
El libro de los combates del alma (1949) fue publicado en París después de un periodo de trasmutación personal que Caraco menciona en Mi confesión (1975): Nací para mí mismo entre 1946 y 1948, entonces abrí mis ojos al mundo, hasta ese momento estaba ciego.
Aquel libro de poesía prefigura la transición de un Caraco anclado en la tradición romántica francesa a otro que, después de veinte años, escribiría las escalofriantes imprecaciones que se despliegan en los libros publicados desde 1967 hasta 2010 en la recóndita ciudad galo-romana de Lausanne por obra de la también recóndita editorial L`Âge d´Homme.
De casi una treintena de turbulentos libros publicados en francés, apenas dos han sido traducidos al castellano y publicados por Sexto Piso: Breviario del caos (2004) y Post mortem (2006). Este último fue escrito en 1963, después de la muerte de su Señora Madre. El padre moriría en 1971 y, tal como lo había prometido, su hijo Albert se suicidó un día después del fallecimiento de su progenitor.

La masa de perdición
El encierro de Albert Caraco -quien vivió siempre en la casa paterna y jamás tuvo un trabajo-, su misantropía derivada de su condición de eterno extranjero, muchas veces se ve como la causa de su desprecio por la pululante especie humana, a la que él llama masa de perdición.
Sin embargo, también podemos pensar que tal retiro fue la decisión consecuente de un radicalismo que encuentra en el aislamiento la única posibilidad de redención; pues cualquier trato con la masa de perdición para Caraco es ya un paso en falso que encamina al hombre a dejar resbalar cuerpo y mente en la mecánica automática del caos. Para Caraco el caos obra con una lógica indiscutible (aunque impotente) y funcional en todo momento: el orden. De tal manera, el caos se ve, se nombra y se reconoce en la fatua organicidad del actual orden social.
Si bien es fácil tachar la obra de Caraco como la de un pesimista radical, de un nihilista maldito, un racista, un enemigo del género humano y un fracasado impostor, también es posible atisbar en su escritura el señalamiento de una revelación incapaz de quedarse en ataques gregarios. Para Caraco el poder no está oculto en un gobierno, religión o cultura, sino que late en cualquier idea que, por más mínima, tiende al fanatismo y a la indiferenciación; cualquier ilusión que se plantee es una manera más de atizar el caos. Es así que Albert Caraco escapa del vendaval de ideales, esperanzas y ficciones para mirar -sin nada qué hacer- el desmoronamiento ineludible de la actual humanidad.

La dimensión apocalíptica
Para Caraco el fin de la historia como lucha de ideologías no va a terminar si no es con un nuevo y mil-veces-mayor holocausto, del que sobrevivirá un puñado de hombres destinados a crear la nueva humanidad. Las ideologías, dice él, continuarán su expansión exponencial y serán cada vez más nimias y absurdas -por tanto, imbatibles. De tal manera, su obra pretende llegar a aquellos sobrevivientes, que serán tales por su aislamiento del pensamiento convergente de la masa de perdición.
Por otro lado, en la visión de Caraco, el fin de la historia es el fin de 5.000 años de recorrido que el hombre hizo para extinguir en el caos a la masa de perdición. Y también es el fin de un esquema mental que obliga a leer la historia según ciertos moldes heredados, eficientes y tan macabros como aquellos que mueven automáticamente los engranajes impalpable del caos.
De todas maneras, aunque Caraco se estrelle mil veces contra ciertas razas, clases, gremios, grupos y religiones, es difícil reducir sus palabras a un ataque teledirigido, pues de pronto señala un abismo que está siempre a un solo paso y en todo lado. En ese sentido, cabe mencionar el hecho de que Caraco lanzara lapidarias invectivas contra los antisemitas y tuviera gran estima por Louis-Ferdinand Céline (un escritor abiertamente antisemita), a quien consideraba un auténtico escritor de nacimiento, un hombre poseído.
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Breviario del caos
(Fragmento)

Albert Caraco


Se me dirá que no soy constructivo, se me reprochará que edifique sobre la catástrofe y la considere condición previa al reordenamiento del universo; se me dirá que no soy social, se me reprochará que prevea la inmolación de los locos y la considere necesaria para que la restauración del hombre finalmente tenga lugar; se me dirá que soy inhumano, puesto que la vida de varios miles de millones de insectos no me importa y porque predico el despoblamiento de la ecúmene; se me dirá que soy inmoral, puesto que sacudo el eje de los valores e invierto los signos. Reconozco mis errores, quiero declararme culpable y estoy conforme con perseverar en mis gestiones: es que yo creo en el orden de nuestros días siguientes, este orden del que yo soy uno de los profetas y en quien nuestros descendientes reencontrarán eso que habían profesado los hombres arcaicos. [p. 77]

Etc.

Un cabeza negra en un crucero
sobre literatura sueca



El autor nos envía una entretenida crónica sobre su reciente participación en un evento literario en Suecia.


Carlos Decker-Molina

La cola era larguísima. Yo era uno de los primeros y aún no había advertido que era el único de origen no escandinavo que figuraba en un mar de 300 personas angurrientas de literatura.
Mientras esperaba que se abran las puertas de acceso al barco, escuché a mis espaldas hablar de una escritora africana de la que no recordaban el nombre y supe, por los detalles, que se estaban refiriendo a Chimamanda Ngozi Adichie.
En América Latina les habría dicho, con tono de sabelotodo, el nombre de la autora nigeriana, pero en Suecia sería inapropiado porque no es bien visto confesar que uno escucha conversaciones ajenas. En estos casos es mejor “hacerse el sueco”.
La travesía literaria estuvo auspiciada por una revista con nombre típico de la vieja Casa Popular: Vi Läser que quiere decir Nosotros leemos. Todos los hambrientos de literatura recibimos de regalo el último número de la revista, la novela de Agnés Ledig (un homenaje al optimismo) y una pequeña botella de cava hispana. Esta última sugería la iniciación de una noche de acercamiento entre los viajeros, diálogos, monólogos superpuestos, baile para los que se sienten llamados. En estos barcos lo que sobran son los bares que ofrecen mojitos a la escandinava y unas mezclas colorinas con nombres supuestamente tropicales.

Monólogos
Escuché ocho presentaciones de igual número de escritores. La danesa Suzanne Brogger, a quien conocí por sus reportajes en los campos palestinos de entrenamiento y por sus reportes desde Vietnam, habló de la pasión y el erotismo de una mujer de 70 años.
Su única obra traducida al español es Y líbranos del amor: “Todos los matrimonios sobre los que leemos en las revistas son luminosamente felices hasta el mismo momento de separarse. Creo que estas desesperadas exhibiciones de felicidad se basan en una terrible necesidad de afirmar que el matrimonio es posible, al menos para los demás. No importa cómo vaya el nuestro. Lo importante es preservar la fe”.
Probablemente el escritor Tom Malmquist fue el que más nos metió el dedo en el corazón con la historia de su mujer que murió de leucemia poco después de dar a luz a una nena hermosa. Tom se niega a limpiar los vidrios de sus ventanas de su casa porque, según él, aún siguen las impresiones digitales de su mujer. Tom hace uso de los cinco sentidos y cada uno de ellos es un capítulo en el que describe la agonía y muerte de su esposa. No hubo llanto, pero sí un silencio de minutos antes de arropar a Tom en un caluroso aplauso. El momento en que todavía estamos con vida, es un libro inteligente. Un homenaje al amor. 
Los otros escritores nos llevaron por diferentes caminos temáticos. Carola Hansson debe ser la escritora más informada sobre la familia Tolstoi. Ha dedicado su vida a investigar y escribir novelas sobre los hijos del gran Leo que, a falta de WhatsApp, escribía cartas a su mujer hasta tres veces al día y exigía respuestas inmediatas.
David Lagrercrantz nos contó la transformación de la juventud “inmigrante” de las barriadas suecas que iniciaron su travesía por la literatura gracias al libro Zlatan. En una semana vendió medio millón de ejemplares, pues ¿quién no quería conocer la historia del futbolista sueco de origen gitano/croata?
Karolina Ramqvist, quizá la más alejada del público porque fue la única que leyó su trabajo, nos habló de la disyuntiva entre el escritor que produce en solitario y el escritor que debe salir a “vender” y se convierte en un personaje público.
Staffan Malberg, un norteño de cerca al polo (se caracterizan por ser silentes y desconfiados) nos reveló que su novela Gardet (Guardia) es una alusión a las Guardias Ciudadanas que intentan poner reglas incluidas las morales. Nos confesó que había trabajado para la Policía Secreta y nos preguntó cuántos de nosotros no habríamos sido seguidores de Hitler o de Stalin (creo que sonrojé).
Liv Strömquist una cartonista, socióloga y politóloga nos habló de la menstruación y su intención de quitarle el envoltorio de la vergüenza. Obviamente habló mal de la Biblia y de otros célebres documentos que se refieren a esa mensualidad sangrienta con tonos oscuros y culposos.
Finalmente, Karin Johannison nos contó la historia de tres locas suecas que crearon sus mejores obras en el manicomio, una de ellas, Premio Nobel de Literatura (Nelly Sachs, 1966).

Diálogos
Sin ánimo de exagerar, pienso que la gran mayoría de los asistentes al crucero de dos días eran amantes de la literatura. El resto fue de acompañante, pero con una pátina de conocimiento de autores y nombres de libros.
Uno se enteraba, en las mesas de restaurantes o barras de bares del barco, sobre autores, títulos y chismes de autores. Por ejemplo, que Orhan Pamuk, el Nobel turco, gastó gran parte del premio en la instalación de un museo de su propia memoria que tiene que ver con el viejo Estambul de sus amores adolescentes.
Un grupo de mujeres con mojitos y gin tonics en las manos hablaba sobre la menstruación, la tristeza, la masturbación y la literatura: “Emma, de Gustav Flaubert (Madame Bovary) es una mujer tremendamente aburrida”.
Yo, el cabeza negra, aunque sin pelos en el cráneo, fui mirado primero con recelo, luego con curiosidad y después del segundo gin tonic, con interés. ¿Y… tú que lees? Bueno yo leo una novela en español, luego otra en sueco, y también leo ensayos en ing... ¿Y… algo de tu patria?
Me atreví a citar a los “internacionales” por orden de mi preferencia: Rodrigo Hasbún, Maximiliano Barrientos, Giovanna Rivero y, pienso y no digo: cómo no voy a citarme y citar a mi hermana Amalia y hablar de mi hermano poeta, y de mi amigo Ramón Rocha, y de mi otro amigo Gonzalo Lema… y seguir hasta el amanecer contando de Borda Leaño o, bueno, de Paz Soldán...
Alguien confunde a Barrientos con un español. “Leo en español, leo Babelia y allí leí la reseña de una novela que calificaron de “épica del regreso”. Le digo que ese Barrientos no es español sino boliviano.
Cuando termino de contar la trama escucho un aplaudo generoso y, una propuesta: “Te invitamos a nuestro círculo de lectores para que hables sobre la literatura de tu país”.
Entonces surge la pregunta: ¿Y tú no escribes? Pero esa es otra historia.


La pelusa que cae del ombligo

Sobre algunos discursos reivindicativos



A propósito del recientemente pasado Día de la Mujer, el autor reflexiona sobre algunos usos –y mal usos- genéricos.


Omar Rocha Velasco 

Es interesante encontrar que muchas reivindicaciones femeninas pasan por el uso de la lengua, esto evidencia la ambigüedad del lenguaje humano. Muchos “discursos” que hablan de la problemática de la mujer señalan diferencias: niños/as, todos/as, etc.
El hecho de llamar “hombres” a todos los seres humanos no ha sido sin consecuencias, estos significantes van consolidándose socialmente e intervienen en la subjetividad de las personas.
Al parecer esto de que “el lenguaje humano se caracteriza por la ambigüedad” no siempre se ha comprendido en todo su alcance. Me parece que la perspectiva psicoanalítica que instala esta ambigüedad en “la separación entre los sexos que ninguna relación sexual logra colmar”, es la más acertada.
Esta ambigüedad también pone en evidencia, en su función creativa y/o poética, el lugar mismo donde esta separación surge. En otras palabras, ¿cómo podría haber poesía si el lenguaje no fuera ambiguo? ¿Qué opciones creativas dejaría la correspondencia plena entre palabras y cosas?
Lacan arriesga una proposición: “no hay relación sexual”. En efecto, las relaciones sexuales existen cuantas se quiera, pero lo que falta es una relación fija, invariable, una proporción entre un sexo y otro, algo parecido a lo que pasa en el universo de los instintos como se observa en los animales. Las relaciones sexuales de los animales son semafóricas (señales de luz, olor, imagen, sonido, etc.).
No hay relación sexual a nivel del significante, es decir, en el universo simbólico. A pesar de esta evidencia poética, psicoanalítica, médica, antropológica, etc., que no deja de ser provocativa aunque tiene ya bastantes años, todavía se tiende a obtener, a considerar la sexualidad humana desconociendo su dimensión simbólica, sin considerar, por ejemplo, que los humanos necesitamos iglesias que ocupen el lugar de la carencia.
Así, se hacen montones de discursos para ordenar este desorden fundamental de la creación humana, sin embargo, ningún logro adviene, ningún éxito está a la vista, la falta no se colma, la carencia es estructural.
Seguramente las propuestas concretas que inciden en la organización social, pueden enriquecerse con aproximaciones encaminadas a vislumbrar ciertos elementos de la sexualidad humana que quedan al margen de las normativas, especialmente cuando se habla de cuerpo, de sexualidad, de condición de la mujer, etc.
Sin embargo, habría que aclarar a ciertas “pedagogías” de género “comportamentalistas” o “cognoscitivistas” -basadas en el prejuicio de la armonía-, que no es el órgano anatómico el que inscribe al ser humano de uno u otro lado. Tampoco se vislumbra avance alguno con la “feminización” de las palabras. Quizá para lograr algunos avances se tienen que asumir los modos en los que el aparato simbólico ha organizado la sexualidad de los hombres y las mujeres, de “hablantes” para utilizar un término que no prejuzga.
Pensemos por un momento en la “tragedia novelada” que estamos viviendo los bolivianos a propósito del hijo fantasma del presidente Evo Morales, al margen de las lecturas y polémicas políticas, el caso pone en evidencia la sintomatología de los prejuicios y concepciones retrógradas de una sexualidad ordenada bajo la égida del patriarcalismo más radical. Habría que “desnaturalizar” la sexualidad para entender hasta qué punto todo un conjunto social complejo, ya consciente, ya inconscientemente, defiende el poder histórico de los “hombres”.    


domingo, 20 de marzo de 2016

Ensayo

Valor literario del chisme



Chisme y literatura, el chisme en la literatura. Un hecho social, un hecho de lenguaje, un tema, en todo caso, que no queda al margen de la literatura.


Virginia Ayllón

(En desagravio a Silvia Rivera, arremetida por “intelectuales ataques”)

En tiempos en que el chisme y las peliteñidas son motivo de nuevas denegaciones,  ubicándolos en el límite de lo aceptable, o más bien, en el campo de lo que no hay que enunciar porque hacerlo “mancha” el (¿culto?, ¿bueno?, ¿aceptable?) lenguaje social, me permitiré a continuación explorar el chisme como valor literario.
La repulsión social al chisme, calificado como bajeza, oculta su carácter de hecho del lenguaje. Uno muy rico, por cierto, porque incluye en su centro al secreto, a lo que hay que sumar una cantidad importante de gestos, insultos, manipulación y órdenes no dichas que hacen a su efectividad.
Asimilado a lo femenino, se ha dicho que el chisme es un mecanismo de control patriarcal que usa precisamente a las mujeres para vigilar que las otras mujeres cumplan los preceptos que el mismo patriarcado les impone. Así, poner en público la conducta de quien se ha salido de la norma, emite un mensaje de reprobación. La amante, la puta, la que no cocina o lo hace mal, la “mala madre”, la que se viste así o asá, son las principales víctimas del chisme y es el chisme la base de la enemistad femenina (“no hay peor enemiga de una mujer que otra mujer”, se dice y se repite). 
De este modo, el chisme, pone en público lo privado o, para decirlo de otro modo, libera el secreto a través de la palabra y, de ese modo, patentiza que lo privado es siempre público.
Se tiene a la obra de Emile Zola como una de las primeras en poner atención al microcosmos de las relaciones individuales, como forma concentrada de los sentidos sociales. Y hay que recordar que en su novela La taberna (1877) se desarrolla una deliciosa y trágica escena de chisme entre lavanderas, idea que nuestra Adela Zamudio retomará en su Íntimas (1913).
Pero fue la inglesa Jane Austen quien “hizo del chisme un arte”, a decir del también novelista inglés William Thackeray. Este arte, magistral en su más famosa novela, Orgullo y prejuicio (1813), fija una narración marcada por la sutileza y la ironía y, sobre todo, estableciendo de una vez y para siempre la posibilidad literaria de las vidas ordinarias, independientemente de si estas vidas corresponden a poderosos o  no.
Austen revela que los prejuicios, las debilidades, las pasiones y el orgullo están en la base de la sensibilidad humana, pero lo hace observando y seleccionando personajes y escenas en una ficción de primera calidad en la literatura universal. La genialidad de Austen fue “abrir el secreto”, mostrar lo que esconden las paredes y hacerlo desde la pincelada tenue, casi etérea. No hay en su obra lloriqueo, como tampoco gestos maniqueos, discursos morales o enseñanzas; lo que hay es una vibrante observación crítica desde un lenguaje muy propio.
El chisme, o más bien su operación, instaura, a la vez, un espacio en que las mujeres hablan entre ellas, en franco  desacato a un sistema que las quiere “mudas” o que hablen “correctamente”, bien y sin aspavientos.
Tal vez por eso el intelectual mexicano Alfonso Reyes incluya el chisme entre las hablas secretas de la sociedad y lo ponga junto al coba de los delincuentes. Según Reyes, el chisme sería un habla secreta femenina “contra las imposiciones del varón”. Es decir, se trataría de un lenguaje solo entendible por quienes deben hablar en medio de un sistema que les oprime. Tal como el coba (y aquí recuerdo a Víctor Hugo Viscarra) se organiza para la comunicación de la sobrevivencia, el chisme también sería un lenguaje organizado para la supervivencia femenina.
Ahora bien, un sistema de carácter solo reactivo (sacar el secreto a la luz pública) no tendría efectos de largo alcance, este fin solo se lograría si este sistema permitiría también la comunicación afectiva, en la que la que la complicidad sería su centro. Solo en ese sentido se comprende la sentencia de Reyes, en la capacidad del chisme de subvertir el objetivo para el que ha sido creado y establecer un espacio de alianza entre las chismosas.
El mítico aquelarre y varias formas de solidaridad femenina se ubicarían en este nuevo espacio, pero también aquí afincaría la fuerza de las escritoras. La americana Emily Dickinson, en esa filigrana que es su escritura, así lo afirma:

Hay una alborada no vista por los hombres―
cuyas doncellas en el más remoto prado
conservan su Mayo Seráfico―
y durante todo el día, en bailes y juegos,
y cabriolas que nunca nombraría―
emplean su fiesta.

Por su parte, la narradora alemana Christa Wolf en su novela Casandra (1983) dibuja un hermoso espacio de solidaridad entre mujeres, en medio del conflicto más masculino: la guerra.
El hecho indica que cuando Troya es derrotada y Casandra, botín de guerra, es llevada a Micenas, comparte un espacio con Clitemnestra, Hécuba, Mirina y varias de las amazonas que huían luego de la matanza de sus hermanas. Dice Casandra:

“¿Quién nos creería, Marpesa, que en plena guerra nos reuníamos regularmente, fuera de la fortaleza, por caminos que salvo las iniciadas, nadie conocía? Que nosotras, mucho mejor informadas que cualquier otro grupo de Troya, discutíamos la situación, preparábamos (y ejecutábamos también) medidas, pero asimismo cocinábamos, comíamos, bebíamos, nos reíamos juntas, cantábamos, jugábamos y aprendíamos. No dejábamos de aprender… Nos quebrábamos la cabeza pensando cómo podríamos dejarles un mensaje, pero no dominábamos la escritura… Éramos frágiles. Como nuestro tiempo era limitado no lo podíamos perder en cosas secundarias. De forma que jugando, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, nos dedicábamos a lo principal, ¡a nosotras!”. 

Claro que a estos privilegiados espacios de solidaridad femenina solo ingresarían las que han desoído los mandatos sociales, esos que, por ejemplo, mandan peliteñirse para hacerse placenteras a los ojos del poderoso.


Poesía

La poesía volvió a tomar Santa Cruz

 
Los poetas Javier Bozalongo y Piedad Bonnett

Crónica de la tercera Semana de la Poesía, de sus invitados nacionales e internacionales, de sus actividades, debates y entretelones.


Paura Rodríguez Leytón 

La ciudad de Santa Cruz fue escenario de la Semana de la Poesía 2016, en su tercera versión. Se desarrolló entre el 7 y el 11 de marzo y generó un entusiasta movimiento en torno a la poesía, no solo como la palabra hecha para ser leída y oída, sino también como un espacio de reflexión y como una expresión íntimamente relacionada con las otras artes.
Con un programa pensado en llegar a diversos públicos y escenarios, este evento arrancó con el ciclo “La poesía en el cine” destinado a compartir filmes en los que la poesía es la protagonista.
Películas como Il Postino, La sociedad de los poetas muertos, El lado oscuro del corazón y Cyrano conmovieron a estudiantes del colegio Internacional de la Sierra que sumados a un público variopinto se sentaron a dialogar, después de cada proyección, con los poetas Pablo Carbone, Oscar Gutiérrez y Patricia Gutiérrez, y con el crítico Juan Murillo.
La ilusión de enamorar con la palabra, o el temblor de impotencia ante rígidas estructuras, o la extraña maravilla que puede generar un mundo onírico, esos y otros temas se tocaron y debatieron como una especie de preámbulo de lo que continuaría después.
Para el miércoles 9 ya habían llegado a la ciudad los poetas Piedad Bonnett (Colombia); Omar Lara (Chile); Javier Bozalongo (España) y María Soledad Quiroga de La Paz. Por la tarde, Lara y Bozalongo, recorrieron la ciudad hacia séptimo anillo de radial 17 y medio, al oeste. De golpe tuvieron ante sus ojos una cara más cruda de la realidad cruceña, los barrios periféricos y sus continuos problemas sociales. Llegaron hasta la Aldea Infantil SOS, y allí se reunieron con la Red de Jóvenes y con estudiantes del colegio Hermann Gmeiner. Con sencillez, ambos autores hablaron de la importancia de la poesía y de la lectura en la vida de cada persona.
Los jóvenes escucharon atentamente, algunos confesaron que nunca habían visto a nadie tan importante y otros apuntaron algunos datos y nombres para buscar luego más información en Google y hasta hubo una muchacha que decidió compartir los versos que había compuesto pensando en la realidad boliviana. La tarde terminó feliz, con una foto de grupo cubierta de vegetación.
Por la noche, Bonnett y Bozalongo leyeron en la mesa inaugural de poesía. Cada uno entabló con el público una mágica sintonía a través de la lectura de sus poemas. La mayoría de los textos leídos por Bozalongo forman parte de su libro Las raíces aéreas, recientemente publicado en Ecuador, por el Ángel Editor. Con una lectura pausada, el autor y editor español se acercó a los lectores.
Le siguió Bonnett, que para la noche había elegido una breve antología personal de poemas de distintos libros y algunos inéditos, para estos últimos hizo una breve introducción, y así alcanzó el momento más conmovedor de la noche, pues esos versos fueron escritos para su hijo Daniel, que se suicidó en 2011, víctima de una enfermedad mental. Con gran firmeza y valentía, sin perder ni un ápice de ternura, Piedad, leyó cada poema desgarrado.
El jueves por la tarde, Bonnett y María Soledad Quiroga visitaron la Biblioteca Municipal, donde fueron recibidas por Willam Rojas, el director de la Red Municipal de Bibliotecas de Santa Cruz de la Sierra. Allí en el salón, un grupo de estudiantes de secundaria compartieron con las autoras. Escucharon sus poemas, supieron por ellas que la substancia de la escritura es la propia vida y que muchas veces esta puede ser dura, como en el caso de Piedad, con la muerte de su hijo o la infancia y sus grandes temores.
Quiroga también habló del tema; recordó la muerte de su padre Marcelo Quiroga Santa Cruz en el golpe de estado de 1980 y la incertidumbre que aún provoca el no haber encontrado sus restos, y habló de la muerte de su madre que le inspiró escribir su más reciente libro de poemas A tu borde. Asimismo habló de lo pequeño como el motivo principal de su inspiración. Ambas autoras, al final de la tarde aseguraron que la poesía, no importa cuál fuere el tema, les da felicidad.
La noche del jueves fue de dos poetas bolivianos. Blanca Elena Paz, quien leyó varios poemas inéditos y Gustavo Cárdenas que, con una voz algo pausada y algo agitada, mantuvo en vilo al público que atento siguió su lectura, casi sin respiración.
Después vino la reflexión: un debate de altura, en el que Bonnet, Bozalongo y Lara moderados por el poeta Gabriel Chávez Casazola abordaron el amplio tema de la “Poesía latinoamericana en el siglo XXI”.
Se habló de diversidad de voces, de posibles grupos o escuelas que rigen los estilos, se habló del compromiso social de la poesía, de los circuitos de difusión, de la necesidad de hacer redes para difundir la palabra. Se habló de esos y otros temas y una pregunta que nació del público cerró la noche. “¿Por qué no hay figuras como Neruda, Benedetti, por qué no hay poetas que todo el mundo conozca y recite”.
Los autores coincidieron en que si los padres y los maestros leyeran poemas en voz alta a los niños, seguro que grandes figuras como las citadas emergerían en el imaginario colectivo. La Semana tuvo también otra respuesta: la poeta Alejandra Barbery dio un taller de poesía a un grupo de niños.
Este debate y la noche inaugural transcurrieron en el Centro Cultural Simón I. Patino, entidad que desde hace tres años auspicia y hace posible materializar el sueño de dedicar una semana a la poesía. La noche de clausura se realizó en la Alianza Francesa, entidad que coauspició, junto con la CRE, el evento.
En la clausura leyeron sus poemas Gary Daher y Omar Lara. Luego de una formidable lectura de ambos, Daher cumplió el encargo de la Cámara Departamental del Libro de Santa Cruz, de entregar una presea de reconocimiento a Lara por “su valiosa labor de difusión de la poesía latinoamericana”.
Daher destacó el ininterrumpido aporte de Lara, al publicar la revista Trilce durante más de 50 años. Luego fue recibida en su calidad de poeta boliviana, María Soledad Quiroga, en la biblioteca “Víctor Hugo”.
No podían faltar los jóvenes, así que los miembros del taller de poesía “Poetangas” dirigido por Gustavo Cárdenas y Juan Murillo nombraron miembros del taller a los poetas invitados a la Semana. También estuvieron presentes las editoriales La Hoguera y Plural que tuvieron un espacio para vender los títulos de su catálogo de poesía boliviana.
Así fue la tercera Semana de la Poesía en Santa Cruz. La primera fue en 2014 y recibió como invitados internacionales a Xavier Oquendo (Ecuador) y Fernando Van De Wyngard (Chile), además de la presencia de la poetas bolivianas Mónica Velázquez y Vilma Tapia. En 2015, estuvo el argentino Hugo Mujica, que presentó En el hueco de la mano, una antología de su poesía editada en Bolivia por 3600. También formó parte del programa, el poeta colombiano Felipe García Quintero. Los poetas bolivianos participantes de la Semana fueron Matilde Casazola, Adriana Lanza, Paola Senseve, Óscar Barbery, Aníbal Crespo y se sumaron a esta aventura músicos como Erick Cuevas, quien lleva acompañando las veladas poéticas de dos versiones del evento con sus magistrales interpretaciones de jazz. Así, este sueño, imaginado hace tres años, va tomando cuerpo, gracias al entusiasmo de los amigos poetas y artistas, el público y las entidades auspiciadoras.